Diario Literario

Diario literario 2024, agosto (parte I): Croce y Dido, Ungaretti y Dido, Dido por Brodsky y Glück

03/08/2024

DIdo. S. XVIII. Charles-Joseph Natoire

Milán, sábado 27 de julio de 2024 

Croce y Dido (1)

Vuelvo a la historia de la desventurada reina de Cartago a propósito del magnífico ensayo de Benedetto Croce, de 1938, sobre este asunto. Dos años más tarde, Mussolini conduciría a Italia a una guerra suicida. Como en la Cartago de Dido, la muerte estaba en el enrarecido aire de la patria del profesor Croce. No recuerdo de dónde tomó Virgilio el episodio que cuenta en el Libro Cuarto de su Eneida. Sabemos que Nevio la utilizó en una de sus obras perdidas y probablemente Ennio. No obstante, como en el caso de Hamlet, no importan las apreciables fuentes (Saxo Gramático, Thomas Kyd), sólo hay un Hamlet, y es el de Shakespeare. De modo semejante, sólo hay una Dido y es la Dido de Virgilio.

Después de años de errancia, Eneas, el único héroe troyano que sobrevivió al genocidio, llega a las costas de Cartago, donde Dido, desterrada viuda del rey de los fenicios, gobierna sobre nuevos adquiridos dominios que incluían una porción de Sicilia occidental. Atada por un juramento divino al ayuno sexual, habría de desconocerlo ante la presencia de Eneas, que ha llegado a su palacio en busca de ayuda después de un costoso naufragio. Dicen que es de Freud (no debe ser cierto) aquello de que la negación estimula la libido. Pero parece haber sido el caso de la reina africana quien, en aires de amores inflamada, se entrega al visitante. Dido no es Circe, no es una hechicera vengadora. Tal vez tenga rasgos comunes con Calipso, aunque no era una inmortal, pero sí, al menos durante un tiempo, experta en amores, un arte que le permitió tener a su lado, satisfecho y, en apariencia enamorado, al prudente hijo de Anquises. Hasta que un día, émulo del retorcido Teseo, Eneas abandona el muelle lecho de Dido quien, repitiendo la suerte de Ariadna, debe haber entrado en pánico al tocar con su mano el vacío donde antes estaba el cuerpo del amado. Benedetto Croce no le perdona a Eneas su actitud. Le reserva duras expresiones y adjetivos dignos de un villano más oscuro que el troyano.

Milán, domingo 28 de julio de 2024 

Por RAI5 la producción de Rigoletto para la gloriosa Arena de Verona, uno de los más espectaculares escenarios al aire libre de Europa. La conozco de montajes memorables como los de Macbeth, Traviata o Turandot, así como de otros transmitidos por televisión. Tal este Rigoletto de 2010 con el venezolano Aquiles Machado en el papel de duque de Mantua. A Machado, a quien la última vez que lo escuché fue en la casa de Ernesto Rangel acompañado por el recordado Aquiles Báez, le correspondió la interpretación de algunas de las arias más conocidas del repertorio (“La donna è mobile”) y lo hizo de manera admirable, accediendo a un bis por su versión de “Le done…”-

La partida de Eneas anunciada a Dido. 1663. Francesco Allegrini da Gubbio

Milán, lunes 29 de julio de 2024

Croce y Dido (2)

Me parecen no del todo justas las críticas del profesor Benedetto Croce a Eneas. Tal vez ha debido considerar que no existe una ética del amor. En el caso de la pareja de grandes héroes virgilianos, el sentimiento amoroso fue desbordado por la gramática impredecible de la pasión. Una experiencia, mucho me temo, las más de las veces asimétrica. Pasan las pasiones, como los chubascos, con la misma intensidad con la que aparecen. Sería de distraídos, y Croce era lo contrario, negar que Eneas estuvo por un tiempo enamorado de Dido. Consecuente con este amor, el héroe puso de lado su proyecto existencial, una empresa que le garantizaba la inmortalidad, preocupación esencial de estas criaturas desde Aquiles, al tratarse no de otra cosa que de la fundación de Roma, que no es lo mismo que volar un papagayo.

Al lado de la reina africana conoció los únicos días felices de su exilio sin regreso (el primero en hacerlo, como recordaba Joseph Brodsky). No se le conoció otra pareja en sus largos años de errancia. Más cómodo el esforzado Ulises, el cual, de los diez años de su odisea, pasó ocho horizontalizado en los brazos, primero de Calipso, y luego de la fatal Circe. Como el protagonista de Virgilio, Ulises sintió un día cualquiera, después de siete años de compartir el lecho de Calipso, que ya no sentía lo mismo por ella. Cuando la pasión se duerme, nadie sabe por qué ocurre; lo que sí es cierto es que ya no habrá nada que la reanime, “the old flame” es una pasión de segunda.

La amargura de la ninfa ante el abandono de Ulises no fue menor que la de Dido. La diferencia es que Calipso era inmortal, Dido, por desgracia, no. Mi admirado Benedetto Croce emite juicios morales sobre la conducta de Eneas, pero, como sugería Baudelaire, el amor no es moral. Ni ético, ni moral, ni todo lo contrario. Para muchos es un accidente, algo que es saludable evitar o sublimar. No estoy disculpando a Eneas; trato de entenderlo. Si fue un canalla, como sugiere el pensador, no lo fue menos que Ulises o Teseo. No recuerdo que entre las tareas del héroe se incluya la de enamorarse y ser fiel. No son hombres los héroes, son héroes. Pocas veces empáticos y siempre egoístas. El ego de los héroes suele ser épico. Croce no fue uno de ellos, y su concepción del amor tiene no poco de romántica. El amor habría inspirado a Virgilio al referirse a los protagonistas del conocido Libro Cuarto de Eneida:

el amor con toda su fuerza imperiosa, che omnia vincit, que se apodera de una criatura virtuosa, de una mujer de alto espíritu y vida impecable, y la lleva a desconocer otros lazos, otros deberes, obediente a su nuevo deber, a su nueva ley que le ha sido impuestas y que asume religiosamente y la hace insensible a la fama y la gloria, dispuesta por el amor a humillarse en la oración, lista para morir. Dido, en este reino del amor, es la heroína; Eneas es un pobre hombre, un hombre inferior en amor al amor.

Sin embargo, continúa el autor del “Manifiesto de intelectuales antifascistas”, la relación entre Dido y Eneas,

alcanza su punto más elevado en la estupenda escena el encuentro de Eneas con la sombra de Dido en la gran selva del Hades, cuando Eneas se hace cada vez más pequeño y ella más alta en el dolor y el desdén, porque él le habla y ella no lo mira, guarda silencio, y cuando termina él de hablar, le da la espalda, refugiándose en la sombra del primer marido. Eneas nunca fue más mezquino, torpe e inoportuno como cuando le dirige para consolarla y reconciliarse con ella: “Nunca pensé que se iba a suicidar”. La había abandonado no por su propia voluntad sino para seguir las órdenes de los dioses”. Como si esta orden pudiera tener alguna fuerza o peso para el corazón enamorado. (Virgilio: “Enea e Didone”, 1938)

Giuseppe Ungaretti. 1969. Fotografía de Federico Patellani | Wikimedia

Milán, miércoles 31 de julio de 2024

In memoriam

Las elecciones presidenciales en Venezuela terminaron en uno de los fraudes más grotescos de la historia latinoamericana, una historia rica en salidas fraudulentas de toda especie. En este caso, se trata del desconocimiento de una mayoría que nunca fue menor que el setenta por ciento del total de electores. Con el precario resto de un dudoso treinta por ciento, las autoridades electorales han proclamado la victoria del candidato oficial, no otro que el actual presidente de la república; cuyo reconocimiento, hace seis años, no contó con la aprobación de los mejores. Unos de los signos patognomónicos de las dictaduras es su indiferencia por la vida del opositor. Convertido en enemigo que es preciso eliminar. El que sigue es un poema de Ungaretti escrito a la memoria de los partisanos muertos en la resistencia anti-nazi. Lo he traducido en homenaje a los compatriotas muertos en los últimos en defensa de las libertades secuestradas:

Aquí
viven para siempre
los ojos que se cerraron a la vida
para que todos
los tuvieran siempre
abiertos
a la luz

Muerte de Dido. 1640. Giovanni Francesco Romanelli

Ungaretti & Dido

No es improbable que haya escrito antes un comentario del poema de Ungaretti sobre Dido, e incluso que lo haya traducido en parte y consignado en alguno de estos cuadernos. Son más de nueve mil las páginas que he escrito para estos diarios literarios desde que los comencé en 1995. Demasiadas para recordarlas todas, y no cuento con un índice onomástico de los autores citados. Apenas desde 2016 los publico semanalmente en Prodavinci con la ventaja de poder consultarlos sin acudir al bosque de cuadernos que son mis diarios inéditos. Ungaretti es autor del proyecto lírico más ambicioso que se escribió a lo largo del siglo XX, sobre el nefando episodio protagonizado por la reina africana y el troyano. Se trata de un poema en diecinueve secciones, todas breves, sello de fábrica de la producción del poeta italiano. Sobre cinco de estas secciones, Luigi Nono, en estrecha colaboración con el poeta, compuso una partitura que fuera celebrada en los lejanos años sesenta del siglo pasado. Una muestra crepuscular de las ambiciones de una generación de compositores que, inspirados por la Segunda Escuela de Viena, quiso imponer una manera radicalmente nueva de escribir música. He intentado una traducción del intraducible texto de Ungaretti, no de balde uno de los mejores exponentes del hermetismo, esa deriva dominante de la lírica italiana del siglo XX.

III

Ahora el viento se calla,
se calla el mar;
todo es silencio; grito
el grito solitario de mi corazón,
grito de amor y vergüenza
que arde
desde que te vi y me viste;
no soy más que un pobre objeto,
grito y arde sin paz mi corazón
ya que no soy
sino una cosa en ruinas y abandonada.

IV

Sólo del alma
recubiertas sacudidas
siento,
selvas ecuatoriales, pantanos,
crueles grumos de vapor,
delirantes deseos en el sueño
de no haber nacido.

Giuseppe Ungaretti. 1969. Fotografía de Federico Patellani | Wikimedia

Milán, jueves 1º de agosto de 2024

Ungaretti & Dido (2)

De Philippe Dessommes, dedicado traductor de Ramos Sucre al francés, es esta inquietante frase, “Traducir es una forma de lectura”. Sin entrar a considerar las implicaciones de la afirmación, puedo decir que es lo que hago ahora con el poema que Ungaretti le dedicó a Dido, y que es una brillante expresión del “Hermetismo”, ese modo de escribir poesía marcada por la oscuridad expresiva y la elaborada sintaxis. Eugenio Montale acompañó a Ungaretti, lo mismo que Saba, el primer Quasimodo y un sector de la producción de Luzi, entre muchos otros exponentes de la tendencia. Los atributos del estilo se sienten en estos diecinueve fragmentos que fueron reunidos bajo el título de “Coros para expresar el estado de ánimo de Dido”. Estas son mis traducciones de otras dos estancias e Ungaretti:

VIII

Viene de mi rostro al tuyo tu secreto.
repite el mío tus rasgos amados:
ninguna contiene ya nuestros ojos
y, desesperado, nuestro efímero amor
eterno temblor en las retrasadas velas.

IX

No me siguen atrayendo los paisajes errantes
del mar, ni de la aurora la lacerante palabra
sobre esta o aquella hoja;
tampoco el contraste con las piedras,
noche antigua que llevo sobre las rocas.

Boceto para «Dido en la pira funeraria». 1781. Henry Fuseli

Milán, viernes 2 de agosto de 2024

Nuevos exilios

La situación en Venezuela es trágica. De confirmarse el despojo, más de veinte millones de personas se verán en la situación con la que Hegel define el hombre trágico. No importa lo que haga, no importa el camino que escoja, al final lo espera la desventura. El que se queda, por muchas razones, dentro de las fronteras patrias, tendrá que conformarse con un futuro mentido y una realidad indigente. Y son todos, salvo la minoría gobernante y la corte que le sirve de profesionales de todo tipo. Si opta por el exilio, lo hará en las condiciones más adversas, las más de las veces inimaginadas e inimaginables. La travesía por el dantesco estrecho del Darien es apenas una posibilidad. Todo parece indicar que será la decisión de nuevos millones de venezolanas y venezolanos que se sumarán a los diez de la más espantosa de las diásporas de los últimos cincuenta años en América Latina. A mí me confirmaría en mi condición de exiliado involuntario (¿acaso no lo somos todos?). Vine a Italia por tres meses y ya llevo cuatro años fuera del país natal. Me dicen que nada me impide ingresar a Venezuela, lo que no me aseguran es que me sea permitido regresar a este país donde tengo, sin exagerar, toda mi familia más próxima, esposa, hija y nieto.

Joseph Brodsky. 31 de octubre de 1988. Fotografía de Anefo | Croes, R.C. | Wikimedia

Dido según Joseph Brodsky

No ha tenido más suerte la historia de Dido con la poesía que con la música. De los muchos vates que lo han intentado, desde el talentoso Nahum Tate, autor de del libreto de la ópera, Dido y Eneas, de Henry Purcell, a mediados del siglo XVII, hasta el más reciente poeta italiano Roberto Mussapi y la norteamericana Louise Glück o la húngara Eva Petroczi. Mientras escribo estas notas, escucho el aria “El lamento de Dido” (“When I’m Laid on Earth”) del tercer acto de la partitura de Purcell. La intérprete, la única que debería ser escuchada, es Dame Janet Baker. Muy pocas veces en la historia del canto lírico, el desengaño amoroso ha sido expresado con pareja intensidad. Después de escucharla por primera vez hace mucho tiempo, entendí que la conducta de Eneas era inexcusable. Lo sigo creyendo hoy después de tener la experiencia por enésima ocasión. Pocas de las versiones de las muchas que conozco escritas por poetas de diversas nacionalidades, se acerca a lo de Purcell y Tate. Tal vez Ana Ajmátova, a ratos el gran Ungaretti, y no tanto Brodsky, cuya es la poesía que traduzco para este cuaderno, a partir de la que Zara Torione realizó del ruso al inglés.

El gran héroe miró por la ventana, pero el mundo de ella
no superaba el borde de su túnica griega, cuyos abundantes
pliegues parecían un mar suspendido. Y él seguía mirando
por la ventana, y su mirada estaba tan ausente
que sus labios permanecían inmóviles, como una concha
que esconde el rugido del mar, y el horizonte
en su copa permanecía inmóvil.

Pero el amor de ella
no era más que en un pez, capaz de lanzarse al mar
para ir detrás de él, cortando las olas
con su frágil cuerpo con la esperanza de alcanzarlo.
Mientras, sólo en sus pensamientos, ya avanzaba
sobre la tierra. Y el piélago se convirtió en un mar de lágrimas.
No obstante, como se sabe, en ese preciso momento
de desesperación, el viento auspicioso comenzó
a soplar, y el gran hombre dejó Cartago. Se detuvo ella
frente a la fogata encendida por los soldados
al pie de las murallas, e imaginó, entre las llamas y el humo,
cómo Cartago sucumbía en silencio antes de las profecías de Catón.

Dido y Eneas. Mosaico romano de Low Ham, Inglaterra. Fotografía de own | wikimedia

Milán, sábado 3 de agosto de 2024 

La resignada Dido de Louise Glück

La poeta húngara Eva Pteroczi ha publicado un interesante estudio sobre el texto de Brodsky. Me quedo sin saber qué dice el original ruso, por mi ignorancia del idioma una de las razones que afecta mi entusiasmo para acometer la traducción de “Crece la rosa salvaje”, la serie de poemas de Ana Ajmátova dedicados a la amante más triste desde la Antigüedad. En cambio, puedo traducir directamente del inglés el hermoso poema que la premio Nobel Louise Glück le dedicó al asunto. Lo incluyó en Vita Nuova, oportunamente publicado en castellano por la alerta Casa Pre-textos de la española Valencia.

LA REINA DE CARTAGO

Brutal en el amor
y aún más en la muerte.
Y, para morir de amor,
brutal más allá de lo justo.

Antes del fin, Dido
convocó a sus damas
para que vieran
el cruel destino reservado para ella por las Parcas.

Dijo, “Eneas
vino a mí sobre relucientes aguas,
le pedí a las Parcas
que le permitieran devolverme,
aunque fuera brevemente, toda mi pasión.
Qué diferencia con la vida real En esos momentos
son lo mismo, la eternidad en ambos casos.

Me fue dado un gran don
que traté de aumentar, de prolongar.
Eneas vino a mí sobre las aguas
y quedé ciega desde el comienzo.

Ahora, la Reina de Cartago
aceptará el dolor como aceptó el placer:
ser distinguida por las Parcas,
es una distinción después de todo.

O uno debería decir, he honrado la necesidad
pues las Parcas también llevan ese nombre.


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