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Diario literario 2023, marzo (parte II): Masaccio en Milán, ficciones y confesiones: Vázquez Amaral, la nariz de Shostakóvich
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Milán, sábado 4 de marzo de 2023
Masaccio en Milán
Después de un grato paseo rodeado por la luz liviana de una mañana de invierno tardío, llego al Museo Diocesano, al lado de la Chiesa di San Eustorgio, compañero de Ambrosio en la empresa de catequizar la efímera capital del Imperio, para admirar la inquietante Crucifixión de Masaccio. Antes de llegar a la sala donde la exhiben, me detengo a contemplar la tabla sobre el mismo asunto de Anovelo de Imbonate, una exquisita témpera sobre madera que perteneció a un políptico perdido. Anovelo es un destacado artista de la escuela milanesa, cuya iconografía post-giottesca fue muy influyente en Lombardía a finales del XIV y comienzos de XV. Es decir, un poco antes de que Masaccio terminara su versión de la Crucifixión. La luminosa pintura de Anovelo es un triunfo del gótico tardío. Su exquisita verticalidad, la generosidad de sus fondos en oro, la ausencia de perspectiva y de cualquier intención realista. Los protagonistas de su composición serán los mismos del florentino, Cristo, María, Juan y Magdalena en rojo. La deslumbrante tabla de Masaccio, por su parte, es una crónica de la ruptura con esta poética tardo-gótica. Una ruptura que, en este momento, de su producción, no es total. El fondo de oro no ha sido abandonado, y la gravitación del gótico se expresa en el arco que enmarca la composición. Pero en todo lo demás es una de las primeras iconografías renacimentales. Con la guía de Brunelleschi, Masacccio introduce diversos planos en la composición y relativiza el tamaño de las figuras de manera proporcional. En Anovelo, como en Giotto (la Crucifixión de la Capilla Scrovegni, por ejemplo), el tamaño de la figura de Cristo no se corresponde con la realidad, es un tamaño teológico, sus dimensiones son proporcionales a su condición divina. En Masaccio, Cristo es un hombre como los demás. Un realismo que se acentúa en la formidable descripción de su cuerpo. Algo que llevará a su mejor forma en el desnudo más influyente del arte occidental, el de Adán en los frescos de la florentina Nuestra Señora de Carmen. A pesar de su intención realista, el genio de Masaccio convierte a Magdalena en un personaje trágico, en la protagonista de una tragedia expresionista, como Wozzec. Después de haberla admirado por primera vez hace casi treinta años en su sede oficial de Capodimonte, en Nápoles, la tabla de Masaccio me sigue pareciendo lo que nunca dejará de ser, la más extraordinaria, compleja e influyente Crucifixión de la pintura occidental y la prefiguración de las versiones posteriores, desde Angelico y Mantegna hasta Dalí.
Milano, martes 7 de marzo de 2023
FICCIONES Y CONFESIONES
Vázquez Amaral
“Estaríamos muy contentos si aceptas ingresar en el Departamento, primero como profesor invitado y luego permanente”, fue lo que me dijo el querido José Vázquez Amaral, “chairman” del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Rutgers, cuando se enteró de mi regresó a Venezuela a mediados de 1981. En los cuarenta y dos años que han pasado, no han sido pocas las ocasiones en que mi pensamiento se ha ido hacia esa conversación. Y siempre recuerdo a Pessoa en uno de sus mejores y más imitados poemas:
Si a cierta altura
hubiese doblado hacia la izquierda
en lugar de hacia la derecha;
si a cierta altura
hubiese dicho sí en lugar de no
o no en lugar de sí;
si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que solo ahora,
en el duermevela elaboro…
Si todo hubiese sido así,
sería otro hoy,
y tal vez el universo entero
sería llevado insensiblemente
a ser otro también.
Pero no doblé hacia el lado irreparablemente perdido.
“Je ne regrette rien”, dice la canción, y yo tampoco me arrepiento de nada. Simplemente en ocasiones me dedicó a vagar pensando en lo que hubiese sido mi vida de haber aceptado el ofrecimiento del amigo. ¿Habría sido más, o menos feliz, viviendo en New Brunswick, una pequeña y arbolada ciudad a menos de dos horas de Manhattan. En este momento estaría retirado, ayudando en la crianza de los nietos, que es lo que hago, ya jubilado, aquí en Milán. Sin embargo, no es poco lo que sería distinto. No me habría dedicado a estudiar literatura inglesa y norteamericana, porque me habrían exigido enseñar literatura latinoamericana. Que fue lo que hice cuando Vázquez Amaral (nadie lo llamaba José, y para Pound era solo Amaral) me invitó a dictar una clase en su cátedra como profesor invitado en la Universidad de Nueva York. Allí propuse una lectura, “Machu Pichu en la poesía hispanoamericana”, en la cual comentaba tres versiones del asunto, las de Neruda, Ramponi y Martín Adán. Después de treinta años enseñando en Rutgers ya me habría mudado a Manhattan y viviría cerca de Daniel Oliveros, mi hermano, quien vive en Nueva York desde 1988. No obstante, todo dependería de mi hija, Constanza, y Alessandro, el nieto, quien no se llamaría Alessandro sino Alexander y hablaría en inglés y no en italiano. Donde ellos estuvieran viviendo, allí estaría yo, como ahora estoy en Italia. ¿Cómo habría sido mi poesía? No alcanzo a imaginarlo. ¿Estaría cantado la pérdida del reino? De lo único que estoy seguro es que Machado seguiría siendo mi maestro de ética y poética. No quiero decir que habría sido más féliz. La Fortuna ha sido larga conmigo. He sido amado más de lo que merezco y he amado menos de lo que debía. Lo que no he logrado como poeta y escritor debemos atribuirlo a mi voluntad enferma, a mi indolencia de indio, como decía mi abuela Concha para explicar la falta de desarrollo de nuestras indígenas. Si el ángel de la guarda existe, el mío ha sido uno de los más comprometidos. He arriesgado el pellejo desde niño en las situaciones más irracionales. Y he contado con una familia que me ha favorecido sin descanso de la manera más desinteresada. Mis amigos no han sido muchos, pero casi siempre constantes y leales. Si, como le escribió Albert Camus a Francis Ponge, las amistades son de dos tipos, las que duran y las que no duran, puedo decir que el balance es francamente positivo.
Milán, jueves 9 de marzo de 2023
Vázquez Amaral (2)
Quisiera que un segundo Alejandro le hubiese dicho que sí a Vázquez Amaral. Desde aquí, en esta ciudad lombarda, estoy en condiciones inmejorable para observar los dos Alejandros, el que le dijo que sí a Vázquez Amaral. Que se habría dedicado toda la semana a leer autores latinoamericanos, y los fines de semana se trasladara a Manhattan a compartir con mi hermano y los amigos. Llevar a Constanza al MoMa y a la sección de libros infantiles de la Donnell Library, justo enfrente. Y a Eileen, a Sacks y Bloomingdale’s en busca de un buen “sale”. Dajaríamos a Constanza con su tío para ir a la Opera y regresaríamos a New Brunswick en el mismo tren el domingo en la noche. Incluso, un día cualquiera, podríamos encontrarnos el otro Alejandro, el que le dijo que sí a Vázquez Amaral, y yo que le dije que no; él con su Eileen y su Constanza y yo con las mías, para ir a por unos tragos y hamburguesas en el viejo P. J. Clarke’s. A Vázquez Amaral lo vería un par de veces más en la casa de Humberto Díaz Casanueva, y celebraríamos la salida de su traducción completa de los Cantos o Cantares, como quería el propio Pound. En medio de los vinos le dije: “La sabiduría de Pound, aunque errática. no se equivocó cuando te escogió como traductor”. Aquí las primeras líneas, en castellano, de su insuperable versión:
CANTO I
Y bajamos a la nave,
Enfilamos quilla a los cachones, nos deslizamos
en el mar divino e
Izamos mástil y vela sobre aquella nave oscura,
Ovejas llevábamos a bordo, y también nuestros cuerpos
Deshechos en llanto, y los vientos soplaban de popa
Impulsándonos con hinchadas velas
De Circe esta nave, la diosa bien peinada.
Nos sentamos luego en medio de la nave, mientras
el viento hacía saltar la caña del timón,
Así con velas reventando, navegamos hacia el fin del día.
El sol a su descanso, las sombras en el océano todo.
Llegamos entonces al confín del mar más hondo,
A las cimerias tierras, y ciudades pobladas
Cubiertas por la niebla de tejido espeso,
jamás penetrado por la luz de solares rayos
Sin toldo estrellado, ni por los ojos desde el remirando
La noche más negra envolvía a los infelices deste suelo.
Y en el reflujo del océano llegamos después
al sitio predicho por Circe.
Aquí los ritos de Perimedes y Auríloco,
Y de mi cadera retirado espada
Cavé la fosa midiendo un ana en cuadro;
E hicimos libaciones sobre cada muerto,
Primero alojas y luego dulce vino, agua
mezclada con alba hariba.
Han pasado muchos años, más de cuarenta, desde que Vázquez Amaral, con su ofrecimiento me hiciera tomar una de las decisiones más comprometidas de mi existencia. No sé si volvería a decidir de esa manera, pero eso fue lo que hice, y una persona, como se sabe, se define en sus decisiones. Yo regresé a Venezuela, y ahora estoy en Milán. Y aquí recojo mi pensamiento y lo transcribo en este diario, para no olvidar que, gracias a mi amigo mexicano, soy lo que soy y no otro. No somos más de lo que somos, y nuestro único oficio es vivir, lo que para los griegos era el único paraíso posible.
Milán, viernes 10 de marzo de 2023
La nariz de Shostakóvich
La amiga y colega de la UCV Sandra Caula me escribe con la buena nueva de tener tickets para la presentación de La nariz, la temprana ópera de Dimitri Shostakóvich en la Ópera de Madrid. Lamento no acompañarla, porque siempre me ha parecido una pieza ignorada del maestro ruso a pesar de ser una de las más estupendas. Aunque nunca se me ha cruzado en el camino, conozco la estupenda versión del surafricano William Kantridge para la temporada 2010 del Metropolitan Opera House. Terminada en 1928 y estrenada en 1930, después de un fracasado intento de contar con la participación de Meyerhold, la ópera de Shostakóvich hace alusión al famoso y fantástico relato de Gogol, “La nariz”. La base de un libreto que, además, incorpora fragmentos y líneas de otras ficciones del mismo autor, “El diario de un loco” y “El capote”, y unas líneas de los Karamazov. El proyecto de Shostakóvich es una de las más candorosas expresiones de la confianza de Shostakóvich en las bondades de la revolución. Forma parte de la gran utopía de los modernistas rusos que no sospecharon en los alcances de la dictadura del proletariado. Da dolor recordar los nombres de aquel grupo de genios que morirían tempranamente, de su propia mano, o de los verdugos del binomio Lenin-Stalin. Shostakóvich fue de los que se salvó, para decirlo de alguna manera. La nariz, es una ópera de vanguardia, tanto como Wozzeck de Alban Berg. Tan vanguardista y tan brillante. La disonancia es el tono general y el más apropiado para una historia como la de Gogol, tan absurda como Ionesco y tan contemporánea como Einstein on the Beach. La historia la recordamos porque es imposible de olvidar. El conocido barbero de San Petesburgo Iván Yakovlevitch, después de soportar los improperios de su esposa, se encuentra en la mesa donde desayuna con una nariz. El consejero Kovliov se levanta ese mismo día en su apartamento de San Petesburgo para darse cuenta de que se ha quedado sin nariz, así de simple. Lo que es ridículamente absurdo, que alguien pierda un día la nariz sin el menor sangramiento, es rápidamente superado por un absurdo mayor. El consejero, quien ha salido a buscar lo que se le ha perdido, la ve en la calle con el uniforme de un alto funcionario de la administración zarista. Lo que sigue es la historia de Kovluov “à la recherche de sa nez perdue”. El montaje de Kentridge es una interpretación reveladora y ajustada de la absurda historia. Las imágenes se corresponden con la iconografía del modernismo ruso y con la música radicalmente moderna de Shostakóvich. La ópera es, o una agresiva provocación, o una muestra de la ingenuidad de un compositor que todavía confiaba en las capacidades creadoras del pueblo. Como una provocación la entendieron los órganos oficiales, entre ellos La “Asociación Rusa de Composiores Proletarios” que la críticó duramente. Tanto, que pasarían cuarenta y cuatro años para su restreno, al cual pudo asistir, sin mayores consecuencias, esta vez, el grande y acontecido maestro ruso. Desconozco la versión madrileña y tendré que esperar por los comentarios de Sandra Caula.
Alejandro Oliveros
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