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Diario literario 2023, junio (parte II): Alessandro 11ae, Paris-Praga 1968, de Flota el tiempo, las sorpresas de Hegel
Saint-Germain, París. Fotografía de Bradley Weber | Flickr
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Milán, martes 13 de junio de 2023
Alessandro 11 ae
Ayer, once años del nieto, que celebramos en una propiedad en el medio de un bosque en las afueras de la ciudad. No es primera vez que lo escribo en estos diarios, pero la presencia de Alessandro, la experiencia de la “abuelidad”, como la llama un apreciado amigo, ha sido una sorpresa a una edad en la cual ya pocas cosas sorprenden. No sospechaba que la llegada de este ser estimularía la manifestación de un afecto tan considerable. Una especie de reserva secreta donde creíamos que quedaba poco, o no había nada. Y los nietos, como antes los hijos, se encargan de que esta llama se mantenga tan viva como el primer día que, en mi caso, se presentó el 12 de junio de 2012.
FICCIONES Y CONFESIONES
RECUERDOS DE LO NO VIVIDO: PARIS-PRAGA 1968 (1)
“Tienes que ir a Praga, Alejandro, ahora que estás leyendo a Kafka”, fue lo que me dijo mi hermana Alicia de regreso de una gira por Europa a comienzos de 1968. “Ya vas a cumplir veinte, dile a papá que te compre el pasaje como regalo de cumpleaños. Yo sé que lo tienes, pero te traje este librito, que está lleno de ilustraciones”. Se trataba de una edición en inglés de El médico rural y otras historias, con una cantidad de notas e ilustraciones, mucho mejor que la mía, publicada en Argentina. Kafka, como Joyce, estuvo prohibido en España hasta hace apenas unos cuantos años. Pero en el resto del mundo, incluyendo Venezuela, Kafka era lectura obligatoria para intelectuales y aspirantes al oficio de escritor o poeta. No fue fácil convencer a mi padre. Le preocupaba que hiciera el viaje solo, y sobre todo a una ciudad tan borrosa como Praga. Traté de tranquilizarlo con el recurso de que sólo serían cuatro días. Los otros tres los pasaría en París, donde tenía amigos, entre ellos E., quien gozaba de su absoluta confianza. “Me voy a quedar en su apartamento”. Dos días después de mi cumpleaños, me llevaría con el chofer a Maiquetía para tomar el vuelo de Air France a Orly. E. me esperaba en Place L’Etoile en un día frío y gris de finales de invierno. Su apartamento quedaba en rue Vaugirard, cerca del Instituto Pasteur, una especie de Vaticano exaltado por mis profesores de microbiología. “Aquí no es como en Venezuela, donde todos los edificios tienen ascensor”, me advirtió mientras escalábamos hacia el tercer piso. “Puedes dormir en la cama. Yo en estos días me estoy quedando en casa de una amiga”. Algo que ya sabía por sus cartas. “Vengo aquí por las tardes a trabajar, pero te puedes quedar leyendo si no quieres salir con este frío. París es así. Eso de la ciudad-luz es una metáfora. L. te quiere conocer y esta noche cenamos en su casa, así conoces a su madre, sobre la cual te he escrito varias veces”. En verdad, tenía ganas de conocer a ese legendario personaje, amiga de Pierre Boulez, tía de uno de los mejores conocedores de los presocráticos, y fundadora del más influyente de los movimientos artísticos venezolanos. “En la mesa está la dirección, no vayas a llegar tarde, esta gente es muy puntual. Descansa un poco antes de salir para que no te afecte tanto el jet-lag”. A diez minutos de aquí está Montparnasse, y un poco más allá, al final de rue de Rennes, queda Saint-Germain con las mejores librerías, como La Hune. Y en la esquina, Les Deux Magots, donde Sartre va con frecuencia. En la nevera hay quesos y vino. Abajo hay una buena boulangerie para que te prepares un sándwich si te da hambre. Bienvenido, Alejandro. Nos vemos esta noche temprano”. Todo me resultaba familiar, menos lo del jet-lag. Saint-Germain era igual al Saint-Germain de libros y películas pero en vivo. No sabía si siempre era así, pero por dónde caminaba encontraba cantidad de estudiantes reunidos en las calles discutiendo. Los escuchaba mencionar a Viet-Nam, como si se tratara de un país vecino, y como si poner fin a la lejana guerra fuera una prioridad nacional. Más animadas y concurridas eran las reuniones en el Barrio Latino, donde algún improvisado orador hacía llamados a la revolución invocando el nombre de Che Guevara. Me parecía una película repetida que ya había visto en Venezuela, donde los responsables de la guerra armada se habían acogido sin mayores inconvenientes a las políticas de pacificación. Por primera vez, estamos más adelantados que los franceses, pensé. La cena en el apartamento de la amiga de E. parecía una película de Chabrol. Todo tan medido, tan cartesiano y lejos de todo artificio nouveau riche. La conversación, la comida, la amistad, el afecto, la magnífica colección de arte venezolano de vanguardia, Otero, Navarro, Erminy, Manaure, Navarro, Cruz-Diez, Soto. Además de Vasarey y Herbin. Todos los invitados hablaron de las exigencias de los estudiantes y de la actitud de un De Gaulle demodé y terco. Cualquier cosa podía pasar. E. me acompañó hasta el metro de rue de Bac, y me reveló que pensaba volver a Venezuela a arreglar unos asuntos para quedarse a vivir definitivamente en París. “Tú sigues pensando en Nueva York?”
Después de un día de apretadas visitas al Louvre, los impresionistas y, por recomendación de la madre de la amiga de E., la galería Denise René, me fui en metro hasta La Bastille para tomarme un café con unos amigos. París estaba lleno de venezolanos, especialmente de jóvenes artistas que trabajaban en los talleres de Cruz-Diez y Soto. Ahora, me iba a encontrar con dos de ellos, egresados de la Escuela de Bellas Artes de Valencia, Rafael Martínez y Wladimir Zabaleta. Wladimir era un querido amigo de la infancia y con Rafael me encontraba con frecuencia en la escuela o el Ateneo. Me extrañó que ambos hubiesen abandonado el informalismo en el que se habían destacado, y se convirtieran en artistas cinéticos. Por la conversación me enteré de que, supuestamente, el cinetismo era la fase final de la pintura. Se había llegado al final de un desarrollo “darwiniano” (me recordé de mis clases de embriología en segundo año de Medicina) que había comenzado en las cuevas de Altamira. Lo que me impresionaba no era sólo el viraje en sus carreras, sino la firmeza de sus convicciones. Con E., en los dos días siguientes, disfruté lentas caminatas por un Jardín de Luxemburgo que se conocía de memoria. “En esta silla se sentaba Rilke. Esta es la fuente de la que habla en uno de sus poemas”. Pero no todo estaba allí. Y, antes de partir para Praga, pasamos una tarde en el Jardin des Plants. “La pobre pantera del poema ha sido reemplazada por este tigre de Bengala, que le habría encantado a William Blake. A propósito, Kafka no fue el único que nació en Parga, Rilke también”. Me acompañó hasta rue de Rennes en medio de manifestaciones estudiantiles, grandes y pequeñas. Los protagonistas eran estudiantes universitarios, todos blancos, bien vestidos y mejor alimentados. “Menos mal que te vas para Praga, estos muchachos son capaces de tumbar a De Gaulle. Ya sabes cómo llegar al apartamento. No le digas nadie lo que te conté, tú sabes cómo es la gente. Me cuentas cómo te fue en Praga”. Nos dimos un gran abrazo, le agradecí su hospitalidad y lo vi dirigirse, surcando una niebla que ya le era familiar, hacia rue de Bac, mientras yo caminaba hacia rue Vaugirard. París realmente valía una misa.
Milán, miércoles 14 de junio de 2023
RECUERDOS DE LO NO VIVIDO: PARIS-PRAGA 1968 (2)
Llegué a Praga el ocho de marzo. En el avión me había hecho amigo de un joven cantante argentino contratado para unas presentaciones en un night-club de la ciudad. Cuando me dijo su nombre, le comenté que era el mismo de un gran cantante de Buenos Aires. “Es mi padre. ¿Cómo lo conoces?”. Le expliqué que en Venezuela había muchos amantes del tango y que mi cuñado, Oswaldo Invernati, era porteño y gran admirador de su padre. Tenía varias de sus grabaciones acompañado por Anibal Troilo (“Pichuco”). Además, mi tango preferido era “Sur”, y nadie lo había cantado como Edmundo Rivero. “Llegué incluso a escribirle una carta, que dificulto que haya llegado a sus manos porque la dirección que tenía era muy vaga”. “Sí, nadie lo ha cantado mejor, por eso nunca lo he intentado”. No era su primera vez en la capital checa, y esta vez su contrato era por quince días. Edmundo Rivero hijo, tenía un gran parecido con su padre y era un tipo afectuoso no desprovisto de ironía. “Tantos soldados en el aeropuerto me hacen sentir en casa”. “A mí también”. Le di la dirección y el nombre de mi hotel y quedamos en llamarnos. El U Zlateho queda a unos metros del puente de Carlos, en la Ciudad Vieja. Me sentí un poco decepcionado porque estaba convencido de que lo primero que me iba a encontrar era con el Castillo de Kafka, cubriendo con su gótica sombra toda la ciudad. Era la conclusión a la que había llegado después de la agotadora lectura del libro. En mis fantasías valencianas, me imaginaba caminando frente a la enorme construcción con el temor de ser encerrado entre sus paredes sin ningún motivo. No conocía a nadie en la ciudad y nadie sabría que yo estaba allí, encerrado en una mazmorra esperando por un juicio que nunca llegaría. Había algo de la película de Wells sobre El proceso, mezclado con la escurridiza presencia de los protagonistas de la novela. Reconozco que la decepción estuvo compensada por una sensación de tranquilidad. El castillo de Praga quedaba del otro lado del río, y en el horizonte apenas se distinguían las puntas de sus góticas torres. Después de registrarme y dejar el equipaje, salí a cumplir con la primera etapa del peregrinaje, que era ir a la casa de Kafka. Me esperaba una situación kafkiana. Mal informado, creía que no eran más de dos o tres, las direcciones en las que había vivido el gran escritor y que, a pesar de las guerras, todas seguían en pie. Muy a mi pesar me daría cuenta de que no todas se habían conservado y que, no dos o tres, sino muchas eran las direcciones en las que había transcurrido su corta existencia. Cansado y confundido, me recuperé con un par de Pilsen en un pequeño puesto justo frente al gran reloj astronómico. Al día siguiente, a buena hora, estaba ya en el cercano Cementerio Judío. La movilización de fuerzas policiales era incesante, y los grupos de ciudadanos molestos se ven por todas partes. Algunos con pancartas anti-soviéticas. Toda Europa parece estar tomada por las protestas. Creo que no escogí la mejor de las fechas para este viaje. La intranquilidad de las calles y plazas fue desmentida por la paz del Viejo Cementerio. Una paz metafísica. En realidad, más que un cementerio parece un jardín de lápidas dispuestas de acuerdo a un orden mágico. Nunca había sentido un silencio tan poblado de voces hablando en la lengua de los muertos, casi inaudible, siempre secreta. Dan ganas de quedarse y de irse al mismo tiempo. Busco, sin encontrarla, la tumba del Golem, nacido a corta distancia de aquí, en la Nueva Vieja Sinagoga. Tampoco el barrio hebreo es como lo esperaba. Las viejas casas han sido desplazadas por modernos edificios que pueden estar en cualquier ciudad europea. En todo caso, no es el gueto que esperaba encontrarme. La Praga que tenía en mente era de la de Kafka, no la de esta Checoeslovaquia modernizada a la manera socialista. Recuerdo que el nuevo presidente hablaba de socialismo con rostro humano, que, en las discusiones de los amigos camaradas de la universidad dividía las simpatías entre los sectarios ortodoxos y los que hablaban de socialismo con rostro humano. No entiendo nada de lo que dice la gente en la calle, aunque su entusiasmo es elocuente. Tanto como la seriedad de policías y soldados, desplazándose en camiones militares. Las casas de Kafka siguen dispersas y me pregunto si vale la pena ir al hipódromo, uno de los sitios más frecuentados por Kafka. Los caballos en su narraciones se reiteran, como los enloquecidos de “El médico rural”, con sus cabezas asomadas por las ventanas de la casa del moribundo.
Milán, jueves 15 de junio de 2023
DE FLOTA EL TIEMPO
SEMANA 24
Hemos llegado a la semana veinticuatro del 2023,
en quince días estaremos justo en la mitad de este año
que pasa como un ciervo resplandeciente y ciego.
No cree en medidas el tiempo.
Es neurasténico y siempre está riendo.
No le interesan mis riesgos.
Ni lo que cada día pierdo.
Se defiende diciendo
que está hecho de viento
y que nada puede detenerlo.
Aquí, en Milán, yo sigo con mis afanes,
pero es un dios fastidioso,
y nadie sabe nada de sus planes.
Sólo repite que cada día es una vida,
que, en primavera,
pasa entre rosas y tulipanes.
Lo mismo me decía la abuela,
que cada día tenía sus cosas buenas.
La semana veinticuatro se aleja,
lo que pido es que no pase así, de tal manera;
sin detenerse, siempre a la carrera.
Tannhäuser 1979
Lo último que escuche antes de viajar a pasar la Navidad de 1979 con unos amigos en París y Londres, fue la Introducción al Tannhäusser. Seguramente con otra orquesta, pero siento la misma emoción a pesar de los cuarenta y tantos años transcurridos. Constanza tenía apenas tres, y era feliz con sus regalos navideños. No estamos en diciembre, pero da igual. Cada vez que escucho la hermosa melodía de Wagner, pienso en esos días iluminados.
Resignación
A propósito del tiempo, son ya quince los años que han pasado desde que me publicaron un libro en Venezuela, de prosa o poesía. He fracasado en todos los intentos. Hacia los diarios, quince volúmenes acumulados, no ha habido ningún interés. Y un libro de ensayos y reseñas, después de seis años de espera, terminó en un nuevo fracaso. Estoy al borde de la resignación schopenhaueriana y abstenerme de diseñar nuevos proyectos de publicación en el país natal.
Milán, viernes 16 de junio de 2023
Las sorpresas de Hegel
Nada debe sorprendernos viniendo de Hegel, después de dejarnos como “compito” (tarea), tratar de entender su Fenomenología del espíritu. A cuya explicación dedicó Kojéve sus famosos seminarios, que terminaron oscureciendo lo que nunca ha sido claro. Mientras su mejor discípulo, Jean Hyppolite, se dedicó a explicar la explicación del profesor. Tampoco nos impresiona que el pensador alemán, en sus ratos de ocio se, dedicara a traducir a Sófocles del alemán al griego. Nada ha sido igual después de Hegel, así sea por haber, sin quererlo, proporcionado las bases teóricas a Marx para que formulara sus doctrinas. No sé de cuántos tomos constan sus Gesammetlte Werke (Obras completas), pero sí sé que las de Heidegger, su más aprovechado seguidor, consta de cien gruesos tomos. Es probable que no sean tantos los de Hegel, porque dedicó harto tiempo a preparar clases para diversas universidades alemanas. Pero con los alemanes no se sabe. Algunas de sus obras más influyentes, como los dos tomos de su Estética, fueron elaboradas a partir de los apuntes de sus alumnos. No todas las notas se han conservado, desgraciadamente. De muchas se conoce la existencia, pero no el paradero. Algo de lo cual se ha lamentado de manera reiterada el profesor Klaus Vieweg, autor de la biografía más reciente del filósofo publicada, en sus novecientas páginas, por C.H. Beck en alemán; Stanford University en inglés y, en 2024, por Vivarium Novumen en italiano. El interés de Vieweg por el material inédito de Hegel fue correspondido por otro erudito, el profesor Ferdinand Becker, quien ya en 1985 daba cuenta de un importane material descubierto por él en el archivo del arzobispado de Munich. Se trataba de las anotaciones hechos por Friedrich Wilhelm Carové, asistente principal de Hegel en Heidelberg de los cursos dictados en esa ciudad. De la existencia de estos papeles se tenía noticia desde muy temprano. Incluso los dos hijos de Hegel habían tratado de localizarlo. Que fue lo que logró, doscientos años después, Becker. En su trabajo, publicado en una revista de historia y no de filosofía, reveló la razón del extravío. Algún bibliotecario distraído había archivado el conjunto de cajas con el título de “Fenomenolgía según Heyl”, en lugar de “Fenomenología según Hegel”. Los editores, casi la mitad integrada por especialistas italianos, dirigidos por Viewel, calculan que tomará al menos cinco años la publicación del manuscrito. Se tratan de cinco mil páginas de uno de los pensadores más influyentes de la historia. El filósofo que, para bien o para mal, inventó lo que llamamos modernidad.
FICCIONES Y CONFESIONES
RECUERDOS DE LO NO VIVIDO: PARÍS-PRAGA 1968 (3)
De regreso al hotel encuentro una invitación de Edmundo Rivero (hijo) para una presentación en un night-club de Mala Strana, al otro lado del puente Karolo. Llego temprano y me recibe de lo más alegre. “Qué bueno que viniste, ché. ¿Encontraste a Kafka? Quiero presentarte a un gran amigo, Misha Cohen. Misha nació aquí, pero se fue a Argentina en el cuarenta y cinco. Hace un par de años regresó a Checoeslovaquia. Es un gran violinista y tocó con mi mi padre y Troilo antes de que abrieran el Viejo Almacén. Es un tipo macanudo y sabe de tangos . Misha, este es Alejandro”. “Hola, venezolano, me dijo Edmundito”. Nos sentaron juntos en una mesa cerca de la escena donde Edmundo Rivero hijo daba un recital de buen tango. Cantó casi todos los clásicos, menos “Sur”. “Es tan bueno como el padre”, comentó Misha a la salida del espectáculo. “Dónde queda su hotel? Lo acompaño”. Me sorprendió, mientras atravesábamos el puente Carlos sobre un Smetana que fluía apacible, cuando me reveló el origen de su afición por el tango. “En Auschwitz, donde pasé el último año de la guerra había una orquesta integrada por detenidos. Con la cantidad de músicos judíos prisioneros se han podido armar varias filarmónicas. Por lo menos una vez a la semana tocábamos para algunos oficiales alemanes. Los instrumentos, confiscados, eran de todo tipo. Tuve la suerte de que me tocara durante un tiempo un Amati impecable. Generalmente, tocábamos lo convencional. Piezas menores de Beethoven o Brahms, algo de Wagner, valses de Schubert. Todo dependía del gusto del comandante del sector. Un día se apareció un nuevo oficial quien, de inmediato, nos reunió en su oficina. Allí estábamos los siete músicos, famélicos y enfermos, con fuerza apenas para levantar el arco del violín. Dijo que en adelante seríamos tratados de otra manera. La música sería una prioridad bajo su dirección. Era necesario subir el ánimo de los oficiales y soldados ante la ola de rumores perversos, difundidos por la prensa judía, según la cual Alemania estaba perdiendo la guerra. Aquello me parecía de una exquisita ironía. Tocar música para levantar el ánimo de los soldados encargados de matarnos. La verdadera sorpresa llegó cuando nos ordenó incluir en los recitales, con los clásicos de siempre, música de tangos. Nunca habíamos tocado un tango. Lo conocíamos, claro, pero de allí a interpretarlo hay una gran diferencia. Consiguió un bandoneón, un instrumento que nunca habíamos tenido en las manos y una cantidad de partituras. Casi siempre tangos para grandes orquestas, que es lo que se escuchaba en Europa en esa época. “Antes del final de cada presentación quiero que le dediquen un tiempo a los tangos. Al Führer, aunque no pueda reconocerlo en público, le gustan los tangos”. Así fue como me convertí en intérprete de la música porteña. Que fue lo que nos mantuvo vivos. Mientras el resto moría, la mayoría de hambre y tifo, y los otros ejecutados, a nosotros se nos trataba un poco mejor por orden de aquel comandante que amaba los tangos. El tango salvo mi vida. Por eso viajé a Argentina cuando terminó la guerra. Ya llegamos, espero verlo de nuevo, aquí o en Venezuela”. No lo volví a ver. Con Edmundo, almorcé antes de regresar a Venezuela. Praga es una ciudad inevitable. Por desgracia me ha tocado conocerla tomada por la intranquilidad y la presencia de policías y soldados. No encontré al Kafka que andaba buscando, pero di con otro menos fantástico y no tan kafkiano. Un hombre de hipódromos y burdeles, más cerca de lo humano que de lo divino. Mi hermana Alicia tenía razón. Tenía que conocer Praga, si quería conocer a Kafka.
Alejandro Oliveros
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