Diario Literario

Diario literario 2023, junio (parte I): Apfel Strudel, Kiefer en el cementerio judío, Kafka 53 años después, el contexto de Hobbes

10/06/2023

Café de la Casa Civíl de Praga. Fotografía de avantgarde-prague.es

Praga, jueves 1º de junio de 2023

Apfelstrudel

Dos buenas razones para visitar el café de la Casa Civil de Praga, son el strudel de manzana, uno de los mejores del Imperio Austro-Húngaro. La otra, es la admirar la arquitectura y diseño del lugar, una de las joyas del art nouveau  y art deco internacional. El café está integrado a un babilónico complejo que incluye, entre otras facilidades, un hermoso teatro, la Sala Smetana, con capacidad para 1800 visitantes. El café, como el resto de la edificación, es obra de los arquitectos checos Antonin Balsanek y Osval Polivka. Se trata de un espacio rectangular con dimensiones ajustadas a la proporción aurea, que proporciona al visitante la experiencia de estar en un locus amoenus, un espacio perfecto, eutópico, ni un centímetro más ni uno menos, de alto, ancho y largo. Los grandes ventanales, una de las grandes novedades del diseño, son el vaso comunicante entre la calle y el espacio del café, uno de los mejores atributos de aquel primer modernismo finisecular.

«Los siete palacios celestes». Anselm Kiefer. Fotografía de Hangar Biccoca de Milán

Praga, viernes 2 de junio de 2023

Kiefer

Se me hace difícil no relacionar la disposición de las lápidas en el viejo cementerio judío de esta ciudad con algunas obras de Anselm Kiefer. Como Los siete palacios celestes, en exposición permanente en el Hangar Biccoca de Milán. Son siete estructuras en cemento armado de más de diez metros de altura que hablan de ruina, dolorosas pérdidas y desesperanza. No sería la primera vez que la producción del artista alemán estuviera vinculada con la República Checa. En una serie de telas dedicadas a Ingeborg Bachmann, se incluye un verso de la poeta donde se hace referencia a Bohemia a partir de una imprecisión de Shakespeare en la cual se atribuye a esta región europea costas sobre el Mediterráneo. Si es cierto que el silencio del viejo cementerio conmueve por su solemnidad, el de los Siete palacios celestes no es menos inquietante, con su respiración post-apocalíptica y su música perdida en la ausencia del ser. Tampoco es la primera vez que la obra de Kiefer se relaciona con las tradiciones judías. Recuerdo, todavía conmovido, su gran muestra, a comienzos de este siglo, en los espacios cavernosos de la capilla octogonal de La Salpetrière, sobre el tema de la Cábala. Para la ocasión escribí una larga reseña en “Verbigracia”, suplemento literario de El Universal, de Caracas.

Franz Kafka. 1920. Fotógrafo desconocido

Kafka

En la librería del museo judío compró una bonita edición de El médico rural y otros relatos en una versión al inglés. No leo a Kafka desde hace cincuenta tantos años, cuando tenía veintidós y leí todo lo que encontré en castellano. Siempre en ediciones argentinas, porque al parecer al generalísimo español no le agradaba la prosa del checo. Los derechos estaban en posesión de Emecé, salvo los de El proceso, propiedad de Losada. El proyecto de Emecé incluía textos en ese momento no tan populares (¿lo son ahora?) como los estupendos Diarios, en mi opinión lo mejor de todo lo que escribió. Leí a Kafka en paralelo con Borges, también en Emecé (¿pura casualidad) y con la misma avidez. Fueron mis héroes durante esos años. Hasta que un día la desbordada popularidad de ambos estimuló lo que creía iba  a ser un prudente y pasajero alejamiento de aquellos cuerpos profanados. El tiempo pasó, como pasa siempre. A Borges regresé para un curso sobre Dante en la Escuela de Letras y en la Fundación Valle de San Francisco. Pero a Kafka no más. Tal vez leí algunos intentos de biografía, que me confirmaban en la opinión de que lo mejor que se había escrito sobre el autor de América, era el libro de conversaciones que le dedicó Gustav Januch. Me siento feliz de reencontrarme con el querido Franz justo en su ciudad natal. Como lo menos que podía hacer era releerlo, lo hice con su Médico rural que, por lo que veo, no recordaba del todo bien (¿Quién que es recuerda “del todo bien”?). Me ha sorprendido pronunciado elemento fantástico, casi delirante de la historia (Kafka es siempre delirante). Un atributo que tal vez estime menos que en mi juventud primera. No dejo de apreciar el tono alegórico presente en toda su producción, incluso en este extraño relato. Puedo reconocer que el enfermo es el mismo Kafka, en el momento en que se confirma el diagnóstico de su tuberculosis. O que el violento padre de la fábula es su propio padre. O que el caballerizo es una proyección de sus fantasías sexuales. Lo sigo amando como uno de mis héroes de todos los tiempos. Pero no estoy seguro que admire sus ficciones como antes. Prefiero quedarme con sus Diarios.

Bernard Haitink Fotografía de Herbert Behrens | Anefo | Wikimedia

Praga, sabado 3 de junio de 2023

En un gesto que debo reconocer, el Disc-Jockey Supremo en este primer momento de la mañana, ha dispuesto que la Radio Clásica de esta ciudad trasmita, precisamente, el tercer movimiento de la Sinfonía 38 K.504, de Mozart, mejor conocida como “Praga”. Aunque escrita en Viena, fue en la capital checa donde se estrenó en diciembre de 1787, apenas dos meses después del Don Giovanni. La versión es la de Bernard Haitink con la Staatkapelle Dresden, tal vez la mejor orquesta que hay escuchado en mi vida, cuando era dirigida por Hernert Blomstedt. Es una música espléndida, llena de contaminante energía y de una nobleza que lo hace a uno sentirse orgulloso de ser hombre.

Regreso frustrado del Museo Nacional de Arte (Palacio Schwarzenberg); el cual, por recónditas razones, permanece cerrado. Mi visita se iba a limitar a admirar uno de los retratos que Bronzino le dedicara Eleonora de Toledo, esposa de Cosimo I, e hija de Pedro de Toledo, virrey de Nápoles; abuela de María de Medici, reina de Francia; y bisabuela de Luis XIII, rey de Francia. Es cosa segura que Garcilaso de la Vega la haya conocido en Nápoles, donde fue hospedado por su amigo el virrey; o en Florencia, donde habría ido a visitarla. Garcilaso estuvo muy cerca de la corte de Carlos V, tanto que, en una oportunidad, para el escándalo general, el soberano prefirió quedarse en la casa del poeta que en el palacio toledano que habían preparado para él. Carlos V había sido el responsable del matrimonio de Eleonora con el duque florentino.

Milán, lunes 5 de junio de 2023

Hoy, Alessandro, el nieto, termina la primaria, que aquí, en Italia, son cinco años. Como quiera que sea, son los años que he visto pasar más raudos. Ayer tenía seis, en una semana cumple doce. Sin embargo, no es poco lo que me ha enseñado en este breve tiempo. Me ha recordado, me ha demostrado, la esencia de la tesis del homo ludens de Huizinga: Alessandro sólo es realmente feliz cuando juega y puede hacerlo, como todos los niños, durante horas, el día entero si les fuera permitido. Les gusta jugar para ser felices, aunque no tengan idea de esta implicación de la actividad lúdica. Y será así hasta que el híper desarrollo de la corteza los convierta en criaturas racionales. Ya más nunca volverá el individuo a ese estado de juego. Y así, al perder la necesidad del juego, se perderá para siempre la posibilidad de una felicidad duradera. Lo veo jugar y juego con él, pero, mientras él está en el Paraíso, yo estoy del otro lado de la cerca. Después de la emotiva ceremonia donde, llegado su turno, Alessandro expresó “ser feliz de ser como es”, la invitación de Constanza, su madre, a un brindis con vinos ofrecidos por el amigo François Moutard”.

Milán, martes 6 de junio de 2023

Durante días dedicado a las Sonatas para cello y piano de Beethoven, no el más conocido de los sectores de su obra, en la inmejorable versión de Rostropovich y Richter, grabada para Philips en 1963, durante los años dorados de ambos maestros. Sólo cinco piezas escribió el compositor para esta instrumentación. Dos (Op.5 No.1 y No.2) durante su juventud y dos durante su madurez (Op.102 No.1 y No.2 de 1815), y una quinta en el medio (Op.69).

Thomas Hobbes retratado por John Michael Wright. 1670

Hobbes en contexto (1)

Pocos pensadores requieren con tanta urgencia una lectura contextual como Thomas Hobbes. Quién era el gobernante de los Paises Bajos en tiempos de Spinoza es cosa que pocos saben. Y de la Francia de Descartes, estamos seguros de que se trataba de una monarquía, pero no lo estamos tanto del nombre del monarca. Lo mismo con Leibniz, Herder y Kant. Con Hobbes es diferente. Su concepción de la naturaleza humana, aquella criatura cuya vida es “solitaria, pobre, malvada, bruta y corta”, sólo pudo producirse en una sociedad como la del siglo XVII, el siglo del Barroco, el “siglo de hierro” de Cervantes. Las consecuencias de las acciones de Lutero y Calvino, de manera impensada por estos teólogos, llegó a su apogeo en esta centuria, la más violenta y homicida, verdadera prefiguración de lo que sería el siglo XX. Hasta la difusión del protestantismo, Europa, a falta de una lengua común, se había refugiado en la unidad religiosa para oponerse a enemigos recurrentes, los árabes primero y los otomanos más tarde. El peregrino a Santiago de Compostela sabía que, independientemente de las distancias, por donde condujera sus pasos lo haría en tierra católicas. Algo unía a estas muchedumbres, que las más de las veces se entendían por señas, y era que la iglesia era una y para todos. Después del cisma protestante, nadie estaba seguro. El sectarismo fue asumido por todas las facciones. Y nada más peligroso que una disputa religiosa, por lo menos desde tiempo de Akhenaton. La violencia del enfrentamiento entre papistas y luteranos rápidamente derivaría en sangrientas y dilatadas guerras. Ahora, el viajero que se extraviara en tierras de un culto distinto al suyo, es probable que no conociera el regreso a su tierra natal. La luminosidad del Renacimiento había dado paso a las oscuridades del Barroco, como lo prefiguró Caravaggio. La poesía tan clara de Garcilaso o Philip Sidney, fue desplazada por el oscurantismo de Góngora. Los sedosos desnudos de Tiziano se cubrirían con los pesados hábitos de santos y mártires. El elegante Baco de Miguel Angel se convertiría en adiposo retardado en la tela de Velázquez. El Barroco niega al Renacimiento y se identifica con el peor medioevo. Con todo su pesimismo antropológico, Maquiavelo confiaba en las capacidades del hombre para superar la superstición y el miedo. No de balde dedicó su vida a la empresa republicana de Florencia. Una militancia que pagaría caro con el regreso de la hegemonía Medici. El Príncipe es el más escandaloso de sus libros, no el mejor. Lo hace aparecer como un defensor de la dictadura, cuando era lo contrario. Para encontrar a Maquiavelo hay que buscarlo en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Fue el mejor defensor de la racionalidad, por lo menos hasta Descartes. Su época fue el iluminismo renacimental, donde la razón, como en tiempos de Sócrates, era considerado el mejor instrumento para oponerse al caos. Todo esto, como todos los siglos de oro, no duró más de un siglo. Las denuncias de Lutero, prefiguradas Savonarola, eran demasiado graves como para ser desoídas. Y no lo fueron, pero nada se hizo para remediar el mal. Con la cristiandad dividida, pasamos del humanismo al deshumanismo. El irracionalismo que precisó Dodds en los griegos, se extendió por toda Europa. El colapso de la polis degeneró en guerra y caos. La muerte, como en la Edad Media tardía, otoñal, fue la sola compañía de los traumatizados habitantes de aquel continente escindido, por primera vez desde los tiempos del Imperio, en dos grandes mitades. La tristeza se apoderó del mundo. En Inglaterra, el sabio Burton se detendría a escribir una formidable Anatomía de la melancolía, un mal endémico que, como la peste, se apoderaba de individuos y poblaciones. La meditación sobre la muerte se hizo una de las constantes del Barroco. Sus poetas no dejaron de encontrar ingeniosas maneras de cantarla. Desde su lecho de enfermo, John Donne, seguramente amigo de Hobbes, escribía: “En todas las fases y transiciones de esta vida hay infinidad de pasajes de una muerte a otra; nuestro nacimiento e ingreso en la vida es un exitus a morte, una circunstancia de muerte”. Y Santa Teresa llegaba al exceso de: “Que muero porque no muero”. O Quevedo, el más grande cantor de la ruina humana:

 

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuerte hoy desmoronados,

de la carrera de la edad cansados

por quien caduca ya su valentía…

 

 

Vencida de la edad sentí la espada,

y no hallé lugar en qué poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.

 

Milán, miércoles 7 de junio de 2023

Después de una valiente resistencia por parte de la primavera, el verano ha tomado la ciudad. Comienzo de los días para mí más ingratos, con sus larguísimas jornadas, sus humillantes calores y su íctica humedad. A diferencia del infierno de mi Valencia natal, no dispongo aquí de las unidades de aire acondicionado, en la cuales he encontrado refugio desde niño. Sólo espero que este verano no se sienta bien aquí y sea aleje, asap.

Colm Tóibín. Fotografía de Larry D. Moore | Wikimedia

El mago de Tóibín

Este tipo de libros, como la “novela” del irlandés Colm Tóibín sobre Thomas Mann, tienen algo de hollywoodense. A menudo, atraen por las razones menos serias. De manera irresponsable, los productores de la última cinta sobre Troya hacen morir a Menelao en las primeras de cambio, uno de los pocos héroes de los que conocemos su holgada situación post-bellum. En su libro, Tóibín presenta una temprana rivalidad entre los hermanos Mann, Heinrich y Thomas, a la cual no sabemos si darle crédito, habida cuenta que el autor nos ha advertido que se trata de una “novela”. Superada esta reserva, se trata de una narración fluida y grata, bien documentada y excitante. Son muy amenas las páginas dedicadas a la publicación de Los Budenbrooks, cuando Thomas apenas tenía veintiséis años. Más de un siglo después, la novela sigue siendo una de las grandes narraciones del siglo XX. Una opinión que en su momento estuvo lejos de ser unánime, especialmente fuera de Alemania. Lo mismo habría de ocurrir con  La montaña mágica, publicada en 1926. Todavía en 1927, T.S. Eliot el crítico literario más importante de su tiempo, y director de la influyente revista The Criterion, en una carta incluida en el tercer tomo de sus Letters (uno de los pocos libros que tengo conmigo), le escribe a su colaborador Alec Randall:

La montaña mágica de Thomas Mann ha sido publicada en una versión inglesa y ha despertado cierto interés. No hay nadie aquí que conozca a Mann lo suficiente como para que escriba una reseña. Me parece que Mann es un escritor importante, por lo que conozco de su obra, y creo que deberíamos opinar algo sobre él. ¿Estarías dispuesto a decir algo tú mismo, a propósito de La montaña mágica? No conozco el nombre original del libro ni el de los editores, pero imagino que tú sí. Pero, por supuesto, dejo enteramente a tu criterio si Thomas Mann, o este libro en particular, valen la pena.

La Academia Sueca no tenía las dudas de Eliot y, dos años después de publicada La montaña mágica, le concederían el Premio Nobel de Literatura a Mann, precisamente por esa novela.

Thomas Hobbes. Grabado por W. Faithorne. 1668

Milán, jueves 9 de junio de 2023

Hobbes en contexto (2)

Los tiempos de Hobbes en Inglaterra eran tan oscuros como en el resto de Europa. La muerte apresurada de María Estuardo, así como la de Isabel I, sin hijos, llevaría al reino a una nueva guerra por viejas razones: la falta de una clara sucesión. La dinastía Estuardo sería la protagonista de los episodios más violentos de la historia inglesa: la ejecución de uno de sus monarcas, seguida de una guerra civil y luego de una confusa paz. Hobbes fue una de las tantas víctimas estos sucesos. Durante nueve años conocería el amargo pan del exilio al refugiarse en Francia. Antes había sido testigo de la decapitación de Carlos I (en 1649, dos años antes de la aparición de su tratado), un acto que sería acompañado de otros horrores. Como el empalamiento de la cabeza  real que sería seguido por el intento, ordenado por Oliver Cromwell, de coserla al cuerpo para entregar completo el cadáver. El horror, el miedo a una muerte violenta, la pérdida de los bienes materiales, la inseguridad total. Cuando escribió lo ya citado, que la vida en estado de naturaleza era, “solitaria, pobre, malvada, bruta y corta”, se refería a la existencia en Inglaterra durante ese siglo de violencias impensadas. De esta manera, se puede entender su preferencia por un temido Leviatán para organizar aquella sociedad de caos y muerte. Tenía razón al considerar que no era el momento para una república. Lo mismo pensó Julio César, cuando precisó la incapacidad del ordenamiento republicano para evitar las guerras civiles. El de Hobbes es el Leviatán “absoluto”, como reconoció Carl Schmitt, por encima de cualquier consideración ideológica. Tan bueno era para asumir sus funciones Oliver Cromwell, como el afectado y restaurado Carlos II, consecuente protector de Hobbes. Leviatán puede ser fascista, nazi, comunista, no importa. Lo que cuenta son las consecuencias. Y en esto se emparenta con el Maquiavelo de El príncipe, y aquello de que el fin justifica todo lo demás. Hobbes es un convencido monárquico y no podía dejar de serlo. Los tiempos, pensaba, exigían una solución rápida. No había tiempo para la política. A Leviatán no le gusta que le lleven la contraria. El absolutismo es su mar preferido, puede nadar a sus anchas, sin especies rivales.

Portada de Leviatán de Thomas Hobbes. Grabado de Abraham Bosse. 1651

Milán, viernes 9 de junio de 2023

Leviatán chino

En mi seminario de ayer sobre Hobbes, no alcanzó el tiempo para comentarle a los asistentes la más reciente edición de Leviatán en China. Un ejemplo que actualiza el pensamiento de Hobbes, si es que alguna vez necesito que lo actualizaran. Aun cuando las críticas de Rousseau eran las más sensatas, que el caos de la Guerra Civil inglesa era una situación particular a partir de la cual sería una generación abusiva pretender que era aplicable al resto de la humanidad, la aparición intermitente de nuevas formas de Leviatán a partir del siglo XVII resultan inquietantes. La más próxima, y temible, es la ocurrida en el Lejano Oriente. Después de la muerte de Mao, y con el auspicio del genio político de Deng Xiaoping, la población china acordó un pacto social, según el cual cedían sus libertades a cambio de la seguridad económica. Esta sumisión (nadie los obligó), le otorgaría legitimidad a un régimen de rara eficacia administrativa. Visto desde aquí, parece una de una debilidad imperdonable la actitud de los chinos. No debería ser así, si se recuerda los alarmantes índices de pobreza en los que se encontraba el país después de los excesos de la revolución cultural. Y, como recordaba el estudioso venezolano Ricardo Bello en un reciente podcast, los éxitos de la administración del Leviatán actual, el presidente Xi Jinping, son innegables. Y eso es lo más preocupante. Como cada vez que nos vivita el monstruo marino de aceradas fauces.

 

DE FICCIONES Y CONFESIONES

 

EL SONIDO DE LA CASA

 

 

Como nunca, en todo caso no con tanta

intensidad, siento ahora el sonido de la casa.

Y no tanto la de Valencia, de muchas madrugadas,

sino el más despojado, y reciente, piso de Caracas.

Nunca se recuperó aquella de la partida de Constanza

hacia su destino en una ancestral Italia.

No pudieron mis tres mil libros, ni los helechos

de Eileen, con esa baja. Comenzamos de nuevo

bajo el cielo protector en las faldas del Ávila.

Y es desde allí que escucho que me llaman,

botellas, camisas, sartenes y pailas.

No les dije que me iba, sino que ya regresaba.

Nunca pensé en este largo destierro. Para nada.

Ni que iban a sufrir tanto, mis cosas abandonadas.

Las veo en un triste vídeo, en la líquida mañana,

están todas en su puesto,

pendientes, con los ojos bien abiertos,

listas para ser usadas.

Cruzando la mar, procelosa y salada,

escucho las voces de la casa

en esta primavera descocida,

preguntan siempre lo mismo,

¿qué voy a hacer con mi vida?


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