Diario Literario

Diario literario 2023, julio (parte IV): el indio Figueredo en Los Alpes, A. E. Housman, Natsuo Kirino, Georgi Gospodinov

29/07/2023

Ignacio FIgueredo. Fotógrafo desconocido | Wikimedia

Courmayeur, sábado 22 de julio de 2023

Como epifánica podría llamar la experiencia de esta noche en las faldas del Mont Blanc. Mientras Constanza, en la mesa al aire libre, utilizaba, sin mayores complicaciones semánticas, la palabra “suspiro”, en un instante fuera del tiempo y el espacio, llegó a mi memoria la letra completa de “Los caujaritos”, el conocido pasaje del Indio Figueredo  después de más de cincuenta años sin oírlo. El término “suspiro” en castellano es de los más conspicuos, refiere cantidad de cosas, entre ellos los dulces de la infancia con blanca de huevo azucarada, base de la Pavlova, el sabroso postre inspirado en la prima ballerina rusa (“La aurora entra en puntillas/ como una dorada Pavlova”). En tantos años, tienen que haber sido millones las veces en que lo he usado o escuchado, pero sólo hoy, con la luna en creciente sobre las blancas cumbre de los Alpes, lo he asociado con la música del pasaje de Figueredo. La versión que conocí era la que cantaba la legendaria Magdalena Sánchez, amiga de mi abuela Concha, quien me llevó de niño a conocerla en su apartamento cerca de la Capitanía de Puerto Cabello. Lo que no conocía era la estupenda versión para guitarra de Alirio Díaz, un arreglo que hace sonar a Figueredo como un Juan Sebastián Bach de la sabana.  En el lugar más improbable, una inesperada intervención de los dioses, sobre las nieves perpetuas, me ha hecho regresar, por un instante, al país de la infancia, el único que he tenido en vida mía.

Milán, lunes 24 de julio de 2023

Opus 132

Mi amado Cuarteto#15 Opus 132 de Beethoven en esta tarde indecisa, con ráfagas de viento fresco que despejan el calor del verano justo en su medio. No pude, por supuesto (en una época lo hacía), reconocer la versión. No obstante, me entero que es la del Julliard Quartet, menos perfecta que la del Alban Berg, y no tan cálida como la del Quarteto Italiano, pero más accesible, cordial y humanizada. Una de mis mejores experiencias musicales ha sido, precisamente, la de escuchar al Julliard interpretando la integral de estos cuartetos en el Alice Tully Hall, con su acústica impecable. Tenía yo poco más de treinta años y mi melanomanía estaba en sus mejores momentos en aquel Nueva York de comienzos de los ochenta. Pienso en eso en esta Milán imprevista, con nostalgia, pero agradecido por aquella experiencia de ser joven y vivir en la más excitante de las ciudades. La grabación del Julliard es de 1982, dos años después de las presentaciones en el Alice Tully a la cuales tuve el privilegio de asistir.

A E Housman. Fotógrafo desconocido

Milán, martes 25 de julio de 2023 

Alfred Edward Housman

A.E.Housman, su “nom de plume”, es lo que algún distraído llamaría un “poeta local”. Nacido en pleno imperio victoriano en 1856; murió, en 1936, cuando al imperio le quedaban apenas diez años de vida. Es cierto que su poesía prefiere las formas tradicionales de la lírica en inglés (trímetros o tetrámetros) a los experimentalismos de la vanguardia (Housman  criticó cada vez que pudo a T.S. Eliot, a pesar de la condescendencia del norteamericano: “Housman fue muy influyente hace veinte o treinta años, incluso yo pude apenas escapar de esta influencia…”, escribió en 1931. The Letters of T.S. Eliot Vol. 3. Por su parte, Pound le rindió homenaje con un poema no desprovisto de ironía.), sus asuntos son los menos convencionales. Vivió durante décadas en medio de las arcadas de Cambridge, de donde fue distinguido profesor. Desde allí desplegó su talento al servicio de los más oscuros intereses (imperialista, racista) y fue ampliamente reconocido. Sin embargo, como recuerda Juan Bonilla en la introducción a su antología de Housman, los intereses privados del poeta homosexual eran otros:

Como ciudadano, Housman fue un hombre recto, amante de las costumbres rígidas que creía firmemente en que la injusticia y la esclavitud resultaban imprescindibles para que la sociedad civilizada se mantuviera y procurara a la gente de su posición la paz que disfrutaban. Como poeta, sin embargo, Housman detestaba las leyes de los hombres y las de su dios, abominaba de las costumbres que impedían a un hombre confesar abiertamente sus preferencias sexuales, e infligía a la sociedad que le tocó vivir epigramas que destilaban cinismo y resentimiento.

El romanticismo de Housman era terminal y sólo imaginable en Inglaterra, donde la más activa vanguardia no pudo desplazar por completo una tradición centenaria. Esta es mi imitación de uno de sus poemas más conocidos, escrito hacia 1896:

 

Cuando tenía veintiuno

escuché a un sabio que decía:

“Regala coronas, libras y guineas,

pero conserva tu corazón;

ofrece perlas y rubíes

sin comprometer tu imaginación.”

Entonces tenía veintiuno,

no necesitaba recomendación.

 

Cuando tenía veintiuno,

lo volví a escuchar:

“Paga con infinitos lamentos

y suspiros, porque no es en vano,

 el que su corazón

se atreve a entregar.

Ahora tengo veintidós

y lo que dijo era verdad.

A E Housman. Fotografía de Emil Otto Hoppé | Wikimedia

Milán, miércoles 26 de julio de 2023

A. E. Housman

Otro texto de Housman en la versión, con algunas modificaciones, de Juan Bonilla, a quien le debemos la mejor selección de la poesía del poeta británico en castellano: A un joven atleta muerto (Pre-textos, 1995).

 

A UN ATLETA QUE MURIÓ JOVEN

 

El día que ganaste la carrera

te paseamos por la plaza.

Hombres y niños te coreamos

y en hombros te llevamos a tu casa.

 

Hoy por la carretera que todos toman,

te llevamos en hombros a tu nueva casa

y te dejamos en la entrada, donde

serás habitante de un pueblo más tranquilo.

 

Joven astuto, te marchaste pronto

allí donde la gloria nada importa.

Sabías que el laurel que, crece rápido,

se marchita antes que la rosa.

 

Cerrados ya tus ojos por la noche,

no podrás ver cómo cae tu récord,

pero el silencio no es peor que el éxito

una vez que la tierra tapa tus oídos.

 

No volverá a rugir la multitud

ni te harán ofrendas los muchachos.

De los corredores que alcanzan la fama,

muere primero el nombre que el hombre.

 

Milán, jueves 27 de julio de 2023 

Opus 18

Una luminosa mañana de verano primaveral que comienza con una música no menos iluminada. Lo que tomé por uno que uno de los últimos cuartetos de cuerda de Mozart, resultó ser uno de los primeros de Beethoven. Se trata del cuarto de los seis Cuartetos del Op.18, el primero según recuerdo de los encargos del ilustrado melómano y generoso mecenas, el séptimo príncipe Lobokowitz, descendiente de una de las más antiguas familias de Bohemia. A la magnanimidad del príncipe debemos que la vida del gran compositor no haya sido más penosa. Lo mantuvo con una pensión, brevemente interrumpida por la crisis económica de la noble familia, pero restituida incluso después de la desaparición de Lobkowitz, diez años antes de la muerte del músico. En este cuarto Cuarteto, escrito cuando comenzaban las movilizaciones pre-Bastilla en París, Beethoven todavía es un joven artista, precozmente maduro, que ha llevado hasta el extremo las posibilidades de la música clásica, como la entendieron Haydn y Mozart. Ya Novalis y los Schlegel habían propuesto la salida romántica, con la cual el compositor se identificaría por un tiempo, hasta convertirse en el más grande representante de la poética romántica. Por lo pronto, para una mañana privilegiada como esta, prefiero quedarme en los límites del Op.18 #4 en una época seguramente mejor que la nos ha tocado vivir luego.

Fotografía de Makoto Watanabe

Japoneses. Natsuo Kirino

Las muy eficientes funcionarias (en mi sucursal son cuatro amables jóvenes señoras) del Sistema de Bibliotecas de Milán, no parecen estar de acuerdo con la clausura de las dos semanas japonesa de mi verano de 2023. Así, me han conseguido un nuevo título de Matsumoto Sichò (Un puesto tranquilo) y otro de la nueva, para mí, Natsuo Kirino, una de las más reconocidas escritoras japonesas de policiales. Kirino, a diferencia de los fundadores y mejores representantes del género (Conan Doyle, Christie, Chesterton, Simenon, Dürrenmatt), prefiere extenderse en sus ficciones. La que acabo de terminar , Mejillas suaves, tiene quinientas páginas y no es, de ningún modo, la más extensa. Por fortuna, su prosa es ágil, cordial y amena. Sin una larga lista de dramatis personae, mantiene su unidad de acción sin dispersiones ni historias paralelas que distraigan al lector. Se trata de la búsqueda de una niña extraviada en el bosque, por supuesto, y a eso dedica sus quinientas páginas. Los capítulos que dedica a la relación extraconyugal de la protagonista son notables. La sentimentalidad de la joven esposa adúltera, su decisión de mantener las relaciones hasta el final, sacrificando en su proyecto a la familia, es presentada de la misma inquietante manera que puede ocurrir en la vida real. Lo mismo con lo que sucede después de la preanunciada separación de los amantes. Kirino se leyó a Freud y lo supo digerir con la ayuda de algún precioso sake.  Ningún adulto escapa de su infancia, pero ninguna infancia se impone a la madurez, so pena de desarrollar una costosa neurosis. La sexualidad de la pareja en un momento es la esencia de la existencia de ambos, hasta que la realidad les demuestra que se trataba de una esencialidad espuría. Nadie puede vivir sin el sexo apasionado, pero se puede vivir sin él. Así de sencillo. Es lo que le cuesta entender a Kasumi, una especie de Madame Bovary japonesa, pero mucho menos a su amante, el inconstante y dandy Ishiyama. El encuentro entre ambos, cuatro años después de la separación y de la desaparición de la niña (hija de ella), es de una inmediatez cinemática. Pasado el tiempo, la joven no le perdona a Ishiyama que vive con otra mujer. Para ella la fidelidad era una muestra más de su psicopatía. Tenía que ser eterna, como la existencia de los dioses. No es extraño que los capítulos dedicados a las relaciones entre los amantes sean lo más logrado de la primera mitad del libro. No es raro porque Kirino se dio a conocer como escritora de novelas románticas antes de dedicarse al género policial. Me prometo firmemente no volver a caer en las tentaciones del Sistema de Bibliotecas de Milán y dedicarme, siguiendo las recomendaciones de mi amigo Robert Vifian, a la lectura del autor búlgaro Georgi Gospodinov.

Georgi Gospodinov

Gospodinov

Una muestra de la poesía de Georgi Gospodinov:

 

EL ARTE DE LA TARDE

 

Estoy aquí y miro cómo

la luz de la tarde

conquista la habitación

se desliza sobre los libros

sobre las tarjetas de Navidad

sobre las ramas del árbol y los juguetes

sobre el verde manzana de la pared

 

y se retira en orden inverso

 

este es el puro arte de la tarde

arte por el arte

tarde por tarde

 

es tan liviano

y proyectado

 

pasa una nube y muero

 

(Lettre a Gaustìn e altre poesie)

Sin embargo, no es como poeta que el escritor búlgaro es conocido en Occidente, sino como el autor de una novela traducida en castellano con el rocambolesco título de Las tempestálidas (Refugio del tiempo, en inglés; Cronorifugio, en italiano) distinguida con el premio Stregha en Italia y el Booker en Inglaterra. De la distinguida novelista Olga Tokarczuc son estas expresiones sobre el libro: “Una monografía literaria del don humano más delicado de todos: el sentido del tiempo y del paso del tiempo. Pocas veces llegan a nuestras manos libros tan locos y maravillosos”. La primera línea de la ficción de Gospodinov no puede ser más inquietante: “A un cierto momento decidí calcular cuándo comenzó el tiempo y cuando precisamente fue creada la tierra”.


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