Diario Literario

Diario literario 2023, febrero (parte IV): Lattuada, Primavera en invierno, Viena, El Tristán de Bieito, El animal en nosotros: Mumok

25/02/2023

Milán, lunes 20 de febrero de 2023

En el cine, como en el mito (Rodolfo Izaguirre) todo es posible, que para eso el mito se divorció del logos. En 1988, dos de los grandes nombres del cine italiano, Giuseppe Tornatore y el maestro Ettore Scola, rodaban películas sobre el mismo asunto. No era primera vez, por supuesto, que esto ocurría. En los años cuarenta, por ejemplo, en Hollywood, de manera contemporánea cuatro o cinco o más realizadores trabajaban en cintas de “cinema noir”, con sus mismos ingredientes básicos y tramas previsibles. Lo que tenía de extraordinario el trabajo de los dos italianos, es que sus argumentos estaban basados en el menos obvio de los temas: el amor de los protagonistas por el gran cine. La de Tornare la hemos visto todos, y unos la han querido más que otros. Me refiero al melodrama Nuovo Cinema Paradiso, premiada con el Oscar y con un Philipe Noiret inolvidable. Fue un éxito de taquilla y recordada con afecto por los que la vieron en su estreno a finales de 1988. Pocos meses más tarde, ya en 1989, Scola estrenaría la suya. A pesar de estar candidateada, no ganó ningún premio, pero sería la consagración de Massimo Troisi como el más grande bufo napolitano después del gran Totò. Para conmemorar los setenta años de la muerte tan temprana y llorada de Troisi, el canal 7 de la televisión italiana programó Splendor, con Mastroianni y la querida Marina Vlady completando el trío de protagonistas. Como con todos los grandes filmes de Scola este cronista siempre ha sentido la tentación de hablar de “poesía de lo cotidiano” para referirme a ellas. Me ha pasado con C’eravamo tanto amati y Una giornata particolare, para mencionar solo dos. Scola tiene la extraña habilidad para rozar lo patético sin cruzar la delgada línea más allá de la cual todo arte se convierte en babosa emoción. Splendor, estrenada seis meses después de Cinema Paradiso, terminaría convirtiéndose en una película de culto, una de las máximas expresiones de la poética de Scola y un triunfo del cine como empresa plural. En este caso el de los tres protagonistas y el realizador. Además, es una expresión del carisma de Troisi y de su reconocida capacidad de entrega y afecto. Así lo destacó, con motivo del aniversario, otro napolitano, Maurizio di Giovanni, uno de los más notables autores de novelas policíacas: “Este paso de director a actor en películas de otros encontró su máxima posibilidad en el encuentro con Ettore Scola. Fue un encuentro importantísimo también desde el punto de vista emotivo y afectivo. Será una relación casi paterna de parte de Scola con el más joven y sensible Massimo, que se convierte en su compañero de viaje. En el centro de la colaboración con Scola estará asimismo el encuentro con Marcello Mastroianni. Y en dos cintas los veremos trabajar juntos a los tres (Splendor y El viaje del capitán Fracassa). También con Marcello Mastroianni, desmesurado ícono del cine italiano, Massimo Torsi, establecerá una relación afectiva”.

 

Milán, martes 21 de febrero de 2023 

Casi desde que me conozco he tenido la pulsión de escribir libros. Aunque la biblioteca familiar no era demasiado extensa, el libro era un objeto de culto en la casa. Leer era la actividad más estimulada y reconocida, el motivo de orgullo de mis padres, más que las calificaciones o los logros, que nunca fueron muchos, deportivos. Mi padre, una vez a la semana, nos llevaba de librerías. Mi hermana Alicia se encargaba de las lecturas más complejas, Shakespeare, Roland, y me dejaban Steinbeck o Hemingway. No obstante, me escapaba de aquellas recomendaciones y leía a Dostoievski y Shakespeare. Pero, según recuerdo, yo era el único con el deseo de escribir un libro. Mi primer proyecto fue escribir una historia de Venezuela, idea que, por fortuna, no pasó de una conversación con mi madre sobre el tema. Más adelante, me daría cuenta de las dificultades de la empresa y terminé limitando mis aspiraciones a que alguien, como mi profesor de castellano y literatura, me dedicara un libro si algún día llegara a escribirlo. Con seguridad, me respondió, “El que lo va a escribir eres tú, Oliveros, y me lo deberías dedicar a mí”. Sería como el buen hermano del Colegio La Salle lo presintió pero nunca le dediqué nada. Publiqué mi primer libro, un poemario llamado Espacios, a los veintiséis y desde entonces no he dejado de escribirlos. Desde hace tres décadas escribo por lo menos un libro al año, un volumen anual de mi Diario literario, de los cuales he publicado trece tomos, además de una cantidad de poemarios y libros de ensayo. Además de obras de teatro que nunca he publicado y una novela sin terminar.

Actualmente estoy empeñado en escribir otro libro, lo cual no es ninguna novedad. La diferencia es que, hasta ahora, era yo el que escogía el tipo de libro: drama, poesía, ensayo, narración. Esta vez, lo hago sin conciencia ni preocupación de géneros. En Ficciones y confesiones, que es como lo he llamado, se incluyen poemas, propios y atribuidos, poemas sin autores conocidos, ficciones que sólo lo son en parte, confesiones que no siempre son mías, diálogos reales e inventados, textos de personajes que nunca existieron, o que si existieron nunca dijeron lo que yo escribí. Releyéndolos, en ocasiones me cuesta recordar que han sido escritos por mí. No es improbable que los pocos lectores que todavía tengo sientan alguna confusión, qué es lo de Alejandro y qué es inventado. Sólo sé que, a medida que avanzo en su escritura, he comenzado a notar que la línea de demarcación entre una posibilidad y la otra se hacen cada vez más borrosa. La ausencia de un género convencional me resulta inquietante.

Ficciones y Confesiones

 

Primavera en invierno

                                                                                Para Alessandro

Los pájaros de Milán me dan pena en su desconcierto.
Durante unos días han vuelto a las ramas del cedro
y de la camelia.  Cantan una espuria primavera.
Cantan, celebrando el deshielo, fuera de tiempo
y sin saberlo. Cantan una hora antes de la aurora.
No son mirlos estos alados tenores de las nieblas,
ni ruiseñores atentos al saludo de la alondra.
Son pajaritos de madrugada, venidos del Mediterráneo;
confundidos por el clima han llegado muy temprano.
Desde mi ventana les digo que no deshagan maletas,
que la estación de los nidos está lejos, no ha llegado.
Olvido que ellos no escuchan, sin embargo.
Cuando el Hacedor les abrió el espacio del cielo,
les dijo que cantaran de noche y de día, sin sentir miedo.
Pero no les dijo que un día se quedaría el mundo ciego.
Que se perderían los azules y los amaneceres rosados,
los ríos espumosos y los lagos de espejos delgados.
En escribirles también he pensado,
debo hablar con mi nieto que está acostumbrado.
Canta sin música y sin ser escuchado,
pero se sabe comunicar y lo veo ensimismado.
Que les escriba en silencio y en su idioma cifrado,
con sus letras y números redondeados, que les diga
que no estamos primavera y que el invierno no ha pasado.

 

Viena, miércoles 22 de febrero de 2023

La capital del imperio austro-húngaro sigue siendo la ciudad más grata de Occidente y soy lejos del único en reconocerlo. Entre los proyectos existenciales de Viena no está la excitante histeria de Nueva York por seguir siendo la capital del mundo; ni el complejo de inferioridad pequeño burgués de París, incapaz de adaptarse a su condición de “second fiedler”; ni Berlín, carcomida por culpas reconocidas e irreconocibles. En Viena todo es como debe ser, elegante, de buen humor, sin la amargura del espíritu protestante, y con una de las arquitecturas más armónicas y hermosas. Las ciudades como la gente, y de acuerdo a la vieja sabiduría china, sólo pueden ser de tres tipos: o le falta té, o le sobra té, o tiene té. Viena es la única ciudad que conozco que pertenece a la tercera categoría. Incluso en sus servicios religiosos es así. Lo cual pude sentir en la solemne misa cantada de Miércoles Santo en la estupenda catedral de Santo Estefano. Suelen ser insoportables estas misas, pero, como todo en Viena, esta pudo ser grata y conmovedora, escuchando los coros cuando llenaban el gigantesco y gótico  espacio de la iglesia.

Ópera estatal de Viena. Fotografía de Anton Nikiforov | Wikimedia Commons

Viena, jueves 23 de febrero de 2023

Für Immer Tristan

Una de las recomendaciones efectivamente irrefutable en el arte dramático es aquella de Chéjov a autores y directores según la cual si metes en escena un revólver, úsalo. Por desgracia el sabio consejo o se desdeña o se olvida. Que fue lo que le pasó a Calixto Bieito en el tercer acto de su Tristán e Isolda. En efecto, en medio del tenso diálogo entre el malherido héroe y su caballero, vemos de la nada aparecer veintisiete personas desnudas que avanzan hacia el proscenio para tenderse en el suelo y protagonizar una inútil coreografía de revolcones y abrazos. Hecho lo cual se paralizan hasta que uno los olvida, ante la trascendencia de las palabras que se entrecruzan tenor y barítono. Es el momento en el cual se levantan y se retiran al fondo de la escena donde permanecerán los pobres actores de pie y sentados en su desnudez hasta que concluya el espectáculo. No obstante, la Ópera de Viena siempre vale el viaje, a pesar de la ingenuidad de Calixto y de su postmo y patética insistencia en “épater le bourgeois”, un público burgués ya acostumbrado a este tipo de insensateces por lo menos desde los tiempos duros del Living Theatre. Haciendo abstracción del montaje (el del tercer acto o fue el único disparate), este Tristán tiene no poco de memorable. La orquesta ya dirigida por Mahler, Richard Strauss, Karl Bohm, Karajan, Maazel, Abado, se adaptó en forma brillante al marcado pathos de los solistas bajo la impecable dirección de Philipe Jordan. Al buen Bieito hay que reconocerle y agradecerle su insistencia en la participación actoral de sus cantantes. Tal vez lo más memorable sea su versión de Tristán no como una imagen del Rey Pescador, sino como la de un héroe casi homérico en su desesperada e inútil combate con el destino adverso. Un Tristan más físico y shakesperiano que romántico. Lejos de la resignación schopenhaueriana, se enfrenta su suerte como Macbeth a la suya, ignorando cual predeterminación y echando mano, hasta el final, de la libertad para diseñar su propio proyecto existencial. No es el de Andrea Schager, tal vez el más destacado “lebentenor” de la actualidad, el Tristán romántico del original de Wagner. El suyo es un Tristán que no se resigna a su fato, desesperadamente, y sin futuro, se opone a este designio. De Schager hay que destacar no solo sus tantas capacidades como solista, sino su convicción de que la ópera también es teatro y que el protagonista no solo canta, sino que actúa, como actuaban Burton o Barrault. Un triunfo de las concepciones del teatro total en el que Wagner no dejó de insistir hasta el final. Si obviamos el desnudo de los pobres actores, el tercer acto de este Tristán es una afortunada fusión de las intuiciones de Artaud, Brecht, Beckett y Brooks. Un Tristán, como decíamos, que a pesar de Bieito, vale el viaje a la más musical de las ciudades. Después de la experiencia de la Viena Staate Opera, siempre gratificante, la generosidad de Constanza de nuevo en acción al reservarnos esa noche una mesa en el legendario Café Mozart, donde Grahann Greene escribiera la más vienesa de las narrativas, El tercer hombre.

Exhibición «The Animal Within» en el Mumok.

Viena, viernes 14 de febrero de 2023

Mumok

En sus sesenta años, el MUMOK (Museum Moderner Kunst) se ha convertido en una institución necesaria para los seguidores del arte contemporáneo. Sus ejecutivos han insistido en difundir un arte no siempre preferido por las grandes galerías y casas de subasta. Me refiero al que se produce en los países de la Mitteleurope (Europa central). Fuera de las grandes bienales, no es fácil encontrarse con las actividades de los artistas húngaros, checos, eslovacos, polacos e incluso austríacos. Algo que se evidencia en la interesante muestra preparada para celebrar sus sesenta años de existencia, los veinte últimos en la magnífica sede del “Museum Quartier”. The Animal Within (El animal que llevamos dentro) es como la han llamado, y reúne más de cien producciones cuyos autores refieren la experiencia con esa otredad que es el mundo animal. Esa dudosa convicción, según la cual los animales son más animales que nosotros. Muchos son los artistas que conozco de bienales y exposiciones y otros tantos los que desconozco, provenientes de los países mencionados. Pero todos los escogidos han pasado por una relación crítica con la otredad animal. Los que en su iconografía los presentan reducidos a pedazos de carnicería, hasta los que los subliman como la poética araña azul de Pino Pascali. En la sección “Comedores de carne”, Madame D’Ora está representada por una serie de fotografías blanco y negro, donde los personajes de una cena de etiqueta comparten los espacios con enormes pedazos de carne en canal o sencillamente cruda. Una expresión análoga  la de El techo de la Ballena, con su “Homenaje a la Necrofilia”, una clara y atrevida premonición de la inquietante muestra del sexagenario MUMOK.


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