Diario Literario

Diario literario 2023, abril (parte I): “he venido a milán”, Andrea Motis, el Kafka de Insausti, Bill Viola, la vergüenza de Fredéric Gros, el jardín atlántico

Vista de Milán desde su Catedral. Fotografía de Gerben van Heinjningen | Flickr

01/04/2023

Milán, sábado 25 de marzo de 2023

FICCIONES Y CONFESIONES

 

MILÁN DESPUÉS DE TODO (0)

 

He venido a Milán a buscar a mi amigo David Sarfati,

judío curazoleño de familia milanesa. Lo perdí

una mañana de enero en un patio de la universidad

de Carabobo, hace cincuenta y seis años. No se apareció

a comienzos del semestre. Ni se volvería a aparecer

bajo la luna del trópico, que lo protegió en las noches

esquizoides al cuidado de su madre enferma.

Otras veces he estado en Milán, pendiente de encontrarlo,

en Parco Scipione o caminando por Brera.

Pero, desde el otoño de dos mil veinte, lo busco por la tierra

y las nubes, en el verde de los días y el azul

de las noches. Me subí al escenario del Piccolo Teatro,

en una obra sobre Mussolini, y le pregunté a la platea

si alguien conocía a David Sarfati, judío de Curazao,

quien estudió Medicina conmigo y se ausentó un día,

flotando entre orquídeas y cayenas.

Visité todas las marqueterías de Porta Nueva,

y las galerías de arte buscando señas de su abuelo,

Salomón Sarfati, futurista y metafísico, amigo de Morandi

y Sironi. Nadie lo recuerda, de la misma manera

que nadie recuerda a David ni les interesa.

Sin embargo, es improbable olvidar su mirada de estrella

fugaz, de catleyas tristes y canciones yidish. Se encuentra

en alguna parte, en este mundo, o en otro cualquiera,

estudiando psicología médica, o escribiendo en su libreta

sobre la suerte de los desposeídos, de los que perdieron

a la madre en la guerra, o en el pozo muerto de la demencia.

Una noche creí verlo en su bicicleta negra, no en Venezuela,

ni en Milán, sino en Torino volando sobre el Po,

con Primo Levi en el manubrio y una maleta.

Su bicicleta se quedó en Valencia,

donde, una mañana de diciembre, vi por última vez

a David Sarfati, judío curazoleño de familia milanesa.

Andrea Motis. Fotografía de Premsa SanCugat | Flickr

Milán, domingo 26 de marzo de 2023

Andrea Motis

Para compensar su ausencia, y la de Alessandro, durante el fin de semana, Constanza nos consiguió entradas para la presentación de Andrea Motis en el “Blue Note” de esta ciudad, el mismo local donde hace un par de años escuchamos el brillante recital del maestro Ron Carter. El sonido de Motis es el de los nuevos tiempos, neo-modernos. Su grupo, integrado por una guitara, contrabajo y su propia trompeta, prescinde de la batería, algo impensable para nosotros, criados con las baquetas de grandes “drummers”, desde Gene Krupa al sofisticado Connie Key y el luminoso Elvin Jones. Debo reconocer que su ausencia me pareció casi insoportable en las primeras interpretaciones. Luego, la elegancia de la música, la voz mozartiana de Motis, el virtuosismo del maestro Josep Traver en una noche especialmente inspirada y animada por la Motis, quien no disimulaba la emoción y el orgullo de saber que aquel virtuoso formaba parte de su trío, compensaron con largueza la omisión de tambores, patillos y redoblantes. Un sonido nuevo para un nuevo público, pero de una generosidad, en la versión de la intérprete catalana, que es universal y no-cronológico. El recital de Motis y sus compañeros lo entiendo, por su luminosidad y frescura, como una bienvenida apenas postergada a la primavera del 2023 .

Fredéric Gros. Fotografía de JOEL SAGET | AFP

Milán, martes 27 de marzo de 2023

FREDÉRIC GROS Y LA VERGÜENZA

A propósito de la reciente publicación de la versión italiana de su estudio La vergüenza es un sentimiento revolucionario, Fredéric Gros (57ae), profesor de Sciences Po y encargado de la edición de las obras Foucault en la Pléiade, ofreció una  entrevista a Il corriere della sera:

Il CORRIERE: ¿La literatura puede ayudarnos a entender qué es la vergüenza?

GROS:  Definitivamente. La filosofía está fascinada con el complejo de culpa, que pone en el centro de la reflexión el problema de la responsabilidad del mal; la vergüenza, por el contrario, obliga concentrarse en el peso de la mirada de los otros. La literatura está mucho más atenta a este aspecto: porque es algo concreto y se puede mostrar. Creo que la influencia de la vergüenza en nuestra vida es mucho más fuerte que la de la culpa. La vergüenza es un sentimiento vastísimo, con su propia dimensión moral, antropológica, política. Si  examinamos con lucidez los momentos en los cuales somos gobernados por el sentimiento de culpa, estos están relacionados con infracciones muy precisas. A lo mejor hemos mentido o no hemos sido leales: se trata de episodios. La vergüenza, por otra parte, nos sigue todos los días, desde el momento en que nos levantamos y nos preguntamos cómo nos vamos a vestir, o sea, cómo vamos a aparecer… La literatura es una manera de vencerla vergüenza porque nos permite superar la humillación. Es cierto que la sociedad no deja de humillar a los más pobres, los más débiles. Pero el verdadero drama, como dice Annie Ernaux, es si nosotros –los pobres, los débiles- frente a la humillación nos avergonzamos. Esto quiere decir que reconocemos en el otro el derecho de despreciarnos porque nos despreciamos a nosotros mismos. La vergüenza se enmarca entre la rabia y la desestima. Y puede ocurrir que nos aprisione: si nos resignamos, si bajamos la cabeza… Con mi libro quería explorar las dos caras de la vergüenza, la que nos hace obedecer y la que nos lleva a desobedecer. Existe una vergüenza psicológica, que es laceración, sufrimiento, se trata de una vergüenza que es un destello de rabia: me parece que hoy se habla demasiado de la primera y poco de la segunda. Sin embargo, de acuerdo con Marx, la vergüenza es revolucionaria. Cuando la compartimos nos damos cuenta de que puede ser explosiva. Para superar el dolor de la vergüenza puede ser de ayuda hablar de la propia infancia con un psicólogo. Pero hay una parte que no será superada. Y esta es su parte mejor, la que exige una acción política.

Rafael Ángel Insausti

Milán, jueves 30 de marzo de 2023

 El Kafka de Rafael Ángel Insausti

Rafael Angel Insausti es probable que haya sido más conocido por su dedicación al servicio exterior venezolano, que como poeta. No obstante, su lírica es una de las más logradas de su generación, que es la de Juan Liscano, entre otros. En Rasgos Comunes, la antología de poesía venezolana (Pre-textos) preparada por Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Sarraceni, releo este poema de Insausti.

 

COMO SI AQUÍ ESTUVIERA

 

He venido a Praga

Para ver el Castillo, tu probable Castillo.

Y dormir mi mano un instante sobre tu estela funeraria

Tu nombre es vasto, tu nombre y tus sueños

No se resignan al laconismo de una lápida.

Tus cenizas arden en su extraño fuego

Y no estarían en la tiniebla, tácitas.

Míralas en los árboles ayudando al verano.

Con las hojas y el sol, con el viento mezcladas.

Quién afirmo que cabían en dos metros de tierra

Y que habrían de pudrirse tus parábolas.

 

He llegado a ti por una penumbrosa alameda.

Ansiaba hablar contigo: no acierto a decir nada.

Siento mi voz perdida en el estupor de tus dédalos.

Si descansamos bajo esa losa, pensaría que te hallas

En un profundo pozo, en un eterno pozo de silencio.

Vengo de donde estás: de las tierras lejanas

en que ahora vives, te enlaberintas y te angustias,

de todo el vago mundo, patria de tus fantasmas.

Vengo adonde no estás. Se te cree prisionero.

Se cree que inmóvil yaces, que yaces y te callas.

Pero tú, pájaro, dile a Franz cuánto espacio

sabe su voz, sabe su nombre y no saben tus alas.

Y tú, hoja de cobre del estío, recuerda y cuenta

Cómo el misterio es una ráfaga

dócil a sus conjuros.

 

Esto lo escribo en Praga.

Encontré una columna y un epitafio ausente.

Una inscripción informa: Doktor Franz Kafka.

Como si aquí estuviera, genuino. Como si bajo tierra

Se hubiesen quedado dormidas sus palabras.

Bill Viola. Fotografía de Jean-Baptiste LABRUNE | Wikimedia

Milán, viernes 31 de marzo de 2023

Bill Viola en Palazzo Reale

No lo hubiese imaginado, pero la discreta arquitectura neo-barroca del Palazzo Reale de Milán se ajusta de manera mágica a los videos en gran formato de Bill Viola. Tanto, que parecen realizados para ocupar esos espacios; o lo contrario, que el elegante edificio comenzado en la Edad Media, hubiese sido construido, al menos en parte, para alojar estas obras de formatos tan gigantescos como los escogidos por el norteamericano para esta muestra. A eso se refiere también Kira Perov, una de las organizadoras de la exposición y esposa del artista: “En Palazzo Reale, después de tantas destrucciones y reconstrucciones, sentimos que el tiempo ha pasado y se ha detenido”. Al final del itinerario, en la bóveda de uno de los salones, los casi diez metros de “La Ascención de Tristán”, una imagen transfigurada de la muerte y subida al cielo del héroe wagneriano. Como siempre con Viola, uno se extravía en la búsqueda de referencias pictóricas que no sean simplemente referenciales (Pontormo, Massolino). Después de la primera hora de visita, recordamos que es en los grandes pensadores religiosos, místicos y santos a donde se debe acudir para proponer un diálogo con esta inquietante iconografía. Con esta referencia seguimos las dos horas restantes de visita. El importante catálogo, gentilmente, facilitado on line por la oficina de prensa, estuvo a cargo de Valentino Catricalà. Estoy seguro de que los lectores de este diario literario sabrán excusarme cuando, más temprano, consigne un nuevo encuentro con la palaciega exposición de Viola.

 

Milán, sábado 1º de abril de 2023

El cuerpo del jardín

“Ser jardinero es como ser un amante atento, porque el jardín está vivo, es un cuerpo que se transforma todos los días bajo tus dedos. Las alegrías y penas son las mismas del amor”. Umberto Pasti, Un giardino atlántico.


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