Diario Literario

Diario literario 2022, septiembre (parte I): Rossellini antes de Rossellini, de “Flota el tiempo”, post-colonialismo, Olive Senior

Atardecer en Acitrezza, Italia. Fotografía de andrea | Flickr

03/09/2022

Milán, domingo 28 de agosto de 2022

Todo el día de ayer tratando de poner las cosas en orden, hasta donde pudo poner las cosas en orden con todos mis libros, entre otras cosas, del otro lado del océano. Las desventajas del que trabaja de día, y no al amparo de las sombras de la noche, es que debe compartir el tiempo con otros deberes; en mi caso, ocuparme de Alessandro cuyas vacaciones se prolongan todavía una semana. Todo es un asunto de organización, una actividad en la cual nunca me he destacado. Es probable que me haya impuesto demasiadas tareas, pero en mi posición no es buena idea aplazar o delegar. Después de postergar la traducción del Anatole de Mallarmé, pienso dedicarme a sistematizar mi Memorias de Italia, una serie de trabajos escritos en los últimos veinte años. El primero es el “Viaje romano de Ingeborg Bachmann”, publicado en el 2000, y el más reciente las notas sobre Dante, a propósito de los 700 años de su muerte.

Die Zauberflöte

Hoy, en RAI-TV, el espléndido montaje de La flauta mágica que dirigiera Ricardo Mutti para la Scala en 1995, con las voces de Victoria Loukianetz, Mathias Holle, Paul Graves y Andrea Rost. La versión, llena de magia y poesía, estuvo a cargo del maestro Roberto de Simone. Entre ambos, Mutti y De Simone, lograron una Flauta inolvidable, más “mozartiana” que el resto de las que conozco, incluyendo la de James Levine, que escuché en el Metropolitan hace muchos años con los famosos decorados de Marc Chagall.

Fotograma de La nave bianca (1941)

Rossellini antes de Rossellini

La nave bianca es uno de los tres filmes dirigidos por Rossellini en tiempos del régimen de Mussolini. Se trata de un proyecto abiertamente proselitista, con el obligado saludo fascista de algunos de los protagonistas, que resalta la modernidad y eficacia de la armada de Mussolini, falaces ambas, como todas sus pretensiones. No obstante, aun malo Rossellini es bueno. Y la película es una muestra acabada de proto neo-realismo. Fue filmada en escenarios naturales, en este caso, a bordo de un flamante crucero y los protagonistas no eran, en su mayoría, actores profesionales. La fotografía, con moderados toques expresionistas, es la que veremos en sus cintas de inicios de la postguerra. Encuadres precisos, iluminación despejada, primeros planos a lo Einsenstein y largos travellings. El guión, del mismo Rossellini pasa de lo convencional, una historia de amor, a lo dramático con el accidente que deja mal herido a un marino el cual, a punto de morir, es rescatado por los eficientes servicios sanitarios de la armada fascista que lo llevan a reunirse con la amada. Todavía no es el Rossellini de Roma città aperta, pero no estaba muy lejos.

George Antheil. Fotografía de Berenice Abbott | A&M Penn Photography Foundation | Wikimedia

Milán, lunes 29 de agosto de 2022

George Antheil

En Radio Classica Milano, la Sonata #1 para piano de Georges Antheil. Escucharla es reproducir toda la emoción que sintieron los jóvenes vanguardistas de la primera postguerra del siglo XX. A pesar de los horrores de le Primera Guerra, la utopía estaba en el aire y todos la respiraban. Antheil es uno de los mejores genios de un tiempo, un tiempo en el cual el genio era lo único que abundaba en aquellas cofradías de bolsillos flacos. Tanto como Stravinsky, o más, Antheil norteamericano como su amigo Ezra Pound, cantó, con las más gratas disonancias, de una época en la cual sus moradores fueron los últimos a los que les estuvo permitido creer un mundo feliz.

Olivos de Salento. Fotografía de Charles ONIANS | AFP

Milán, martes 30 de agosto de 2022 

DE FLOTA EL TIEMPO

CEMENTERIO DE OLIVOS

 

¿Dónde están los olivos que cantó Virgilio antes de morir, en Brindisi, en el palacio de Augusto?

 

En Salento, en el cementerio de los olivos.

 

¿Y los árboles para el aceite que untó Federico II, mientras construía la maravilla de Castel del Monte?

 

En Salento, en el cementerio de los olivos.

 

¿Y el tronco milenario que dio sombra a Ingeborg Bachman en sus días en Apulia?

 

En Salento, en el cementerio de los olivos.

 

¿Dónde encuentro un paisaje como el que describe Dante en el canto décimo tercero de su Inferno?

 

En Salento, en el cementerio de los olivos.

 

Milán, miércoles 31 de agosto de 2022

Pasó como una imagen del sueño este agosto de 2022, que me vio recorrer casi toda Italia. Al inicio por la costa Adriática, desde el norte (Milán) hasta Abruzo y luego el más profundo sur, hasta Santa Maria de Leuca y la simpática Castro, en el Salento. Para luego cruzar hacia Reggio Calabria, con algunos de los templos griegos mejor conservados. Y atravesando el estrecho de Mesina, hasta Acireale, de ingrata memoria, porque allí, precisamente, en el lugar que hoy ocupa la piazza del Duomo, y que en aquel tiempo, fuera mullida floresta al borde de un tranquilo río, el mentido Polifemo, en una de sus violentas andanzas, dio muerte al apuesto Acis, amante de la ninfa Galatea, cantada por Ovidio y Góngora. A pocos kilómetros, en el puerto de Acitrezza , los islotes, tres de ellos, que originalmente fueran los enormes peñascos con los que el el enceguecido Cíclope trató, en vano, de naufragar la nave de Nadie. De aquí al inquietante Agrigento, con el Valle de los Templos mejor conservados de la Antigua Grecia. Y luego a Marsala, la de vinos perfumados y sus sabrosas salinas iluminadas por un famoso tramonto. Luego Trapani y, a seis horas en barco, la ínsula de Pantelleria, en medio de la nada pero residencia durante largos siete años en la gruta de Calipso, inaccesible hoy por ser uno de los más venerados monumento a la memoria del esforzado héroe. Para regresar al norte por el Tirreno, desde Trapani a Nápoles por mar. Luego, vuelta a la “civilización”, con unos días en la clara Toscana de Castellina in Chianti y finalmente esta Lombardía prealpina. Una experiencia stendhaliana, la cual todavía no consigo superar, confundiendo en la memoria, mares y atardeceres, templos y catedrales y copas de agliano con botellas de Sangiovese. Que los dioses no me permitan sobreponerme a esta bendita confusión.

Olive Senior. Fotografía de Humber College

Olive Senior

En estos días de “post-todo”, el ambiguo concepto de post-colonialismo se extiende como una nube indetenible sobre todas las expresiones de la cultura occidental, desde la cocina hasta el sexo. Como bien puede y suele suceder en estas actividades de cuestionamientos de todo lo anterior, se corre el riesgo de que el cuestionamiento lo sea todo, asunto y forma. Solo grito sin estilo. Las afirmaciones son tan peligrosas como las negaciones. En un tiempo lejano, se defendieron falacias como la de que toda la poesía surrealista, por ser surrealista, era buena. O que todo el arte abstracto, por lo mismo, era digno de admiración. Ahora no son contados los que piensan que toda la lírica post-colonial, una de las derivas del post-modernismo, no puede ser sino buena. De este modo tendríamos que considerar distinguida la poesía escrita en navajo, quechua o papiamento, por el hecho de no ser escrita en inglés, castellano u holandés. Los jóvenes vates de Haití desde hace unas décadas han comenzado a escribir en kriolli, una lengua hablada por diez millones de haitianos, pero no pretenden que esta admirable circunstancia sea suficiente para que lo que escriben sea reconocido. Hay poetas buenos y otros no tanto. Jean Jacques Pierre-Paul, en mi opinión, se encuentra entre los primeros. Su misma lucidez lo lleva a reconocer que no es una concesión al régimen pre-colonial escribir sus poemas en francés o en kreyòl, o en los dos. Por otra parte, Olive Senior una de las voces más claras de la poesía jamaiquina contemporánea. Lo relevante es lo que dice y la forma en que lo dice. Como este hermoso texto puesto en castellano por Keith Ellis y apenas una muestra del talento de la Senior.

 

Escuela colonial para niñas

 

Imágenes prestadas

nos hicieron desear pálidas pieles

ahogaron nuestra risa

atenuaron nuestras voces

alargaron nuestras faldas

plancharon nuestro pelo

negaron nuestro sexo con túnicas y bombachos

enjaezaron nuestras voces a madrigales

y aires refinados

uncieron nuestras mentes a las declinaciones latinas

y al lenguaje de Shakespeare

 

   No nos decían nada sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

Cómo aquellos pálidos ojos nórdicos

y aristocráticos susurros antes nos borraban

cómo nuestras altas voces, nuestra risa

nos degradaban.

 

   No quedaba nada de nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Estudiando: Historia Antigua y Moderna

Los reyes y reinas de Inglaterra

Las estepas de Rusia

Los trigales de Canadá

 

   No había allí nada de nuestros paisajes

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Marcus Garvey se revolvió en su tumba.

El año treinta y ocho fue un faro. Una llama.

Hablaban contra la segregación

en Little Rock, Arkansas, de Lumumba

y el Congo. Para nosotras jerigonza.

Habíamos leído a Vachel Lindsay

y su visión de la jungla.

 

   Sin sentir nada sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Meses, años, toda una infancia memorizando

las declinaciones latinas

(Por usar nuestra lengua

–«el mal hablar»–

penitencias)

 

   Sin encontrar nada allí sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Así que, amiga de mi infancia

Algún día hablaremos sobre

Cómo se rompió el espejo

Quién nos despertó con un beso

Quién soltó a Anansi[2]

 

Pues, ¿no resulta extraño cómo

los ojos nórdicos

hoy, en este momento más radiante

 

palidecen?

 

Milán, miércoles 1º de septiembre de 2022 

Sigo con la lectura de Yoga, el libro de Carrére que en principio iban a ser dos. Uno sobre sus largas experiencias con el yoga. Y el otro, una crónica de su enfermedad mental, su bipolaridad, como reconoce, que lo llevó a varios meses de hospitalización en la Saint Anne de París donde sería sometido a varias sesiones de electroshock. La inteligencia literaria del conocido autor francés es bien conocida. Es la que le ha permitido que la más descarada megalomanía estimule en lector, antes que rechazo, una entrañable simpatía. Que no se trata de cinismo lo deja claro en este libro. Cuatro meses recluido en un manicomio, sometido a una terapia que incluyó varias sesiones de electroshock, no son cruzar un campo precisamente.


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