Diario literario

Diario literario 2022, septiembre (parte V): 100 de Sánchez Peláez, K.545, fotógrafos y poetas de N.Y., Mussolini en el Piccolo, Il generale della Rovere

01/10/2022

Juan Sánchez Peláez retratado por Vasco Szinetar

Milán, domingo 25 de septiembre de 2022 

Se recuerda hoy el nacimiento, hace cien años, de Juan Sánchez Peláez, el más influyente de los poetas venezolanos del siglo pasado. Fui privilegiado con su amistad desde que lo conocí, en 1966, después de una charla que ofreciera en el Ateneo de Valencia a propósito de la muerte de André Breton. Recuerdo que en la audiencia estaba José Solanes, quien un año después sería mi profesor de Psicología Médica en la Universidad de Carabobo. Estaba incómodo, como el resto de nosotros, por la falta de un micrófono adecuado. Fue poco lo que escuchamos de las palabras del expositor, de lo que salimos convencidos era de su gran admiración por el vate de “Unión libre”. Juan estaba a punto de cumplir su compromiso como director de la Separata literaria del Boletín de la Universidad de Carabobo y se regresaba con su esposa Helena y sus dos hijas, a Caracas.

En esa ciudad, gracias a la intermediación del poeta Carlos Rocha, comenzaría a frecuentarlo y a ser su amigo, una amistad que duraría por el resto de sus días. Pocas personas tan influyentes en mi vida. Justo tres años después de aquella ocasión, y de una manera que hubiese entusiasmado a Breton, lo encontré en Nueva York sin tener ninguna de sus señas. Sólo sabía que estaba de vacaciones en la gran ciudad y le había escrito diciéndole que iría en diciembre a encontrarme con él. Lo cual se produjo un par de días después de mi llegada gracias al más puro azar. Coincidimos en la legendaria 8th Street Bookstore y seguiríamos viéndonos hasta su regreso a Iowa, poco después de año nuevo. Juntos fuimos a visitar a la viuda de Rosamel del Valle y, solo, llegué hasta la Librería, de Marta Fernández en el East Side, para conocer a Malena Coelho, la que sería su compañera y esposa hasta el final.

Siguiendo los consejos de Juan durante una noche helada en Times Square, después de dejar uno de sus bares preferidos donde conocía a las camareras y yo escuchaba «Don’t let me down» en la rockola, dejé la Medicina antes del quinto año, me dedicaría a la poesía y, lo más acertado, me casaría con Eileen Celis, una decisión que respaldó, con José Solanes y Eugenio Montejo, como testigo del matrimonio. Juan tenía la misma edad de mi padre y, en efecto, fue para mí, como diría Machado, un padre complementario.

Milán, martes 27 de septiembre de 2022 

K.545

Un día que comience con esta música no debería terminar mal. “Sonata para principiantes” fue como la llamó Mozart, y es uno de los ejemplos más logrados de la estética clásica tal como lo entendieron los griegos de la época de Policleto. Un arte despersonalizado cuya única aspiración es la belleza ideal. Nada nos dice el autor, o sugiere, de lo sentía en ese momento. Y lo que sentía no era poca cosa. En efecto, según recuerdo, Mozart se encontraba con su madre en París tratando, sin éxito, de vender una de sus óperas en un mercado sectariamente controlado por Lully y sus discípulos, como Charpentier. Para empeorar lo malo, la señora Mozart enfermó y el joven compositor le escribió al padre para que se hiciera presente en la ciudad francesa, cosa que hizo al poco tiempo. Estas son las circunstancias que rodearon la composición del «K.545», supuestamente una “sonata para principiantes”, pero seguramente una de las muestras más perfectas de la aspiración a la pureza de la idea que marcó el clasicismo que inventaron los griegos en V a.C.

 

Fotografía de Lee Friedlander | Flickr

Milán, miércoles 28 de septiembre de 2022

Poetas de Nueva York

De los fotógrafos de New Documents he escrito en este diario en otra ocasión. Se trata de una muestra organizada por John Szarkowski, el legendario Director del Departamento de Fotografía del MoMA, a comienzos de 1967. Unos años en los cuales Nueva York no solo era el centro del arte norteamericano de vanguardia, sino el centro del arte moderno a nivel planetario. Las poderosas galerías habían promovido unas estéticas de influencia universal. El abstraccionismo, el pop art, el minimalismo. No muy distinto era lo que ocurría en música (Cage, Feldman, Reich, Glass) o en danza (Cunnigham, Alley); en ballet (Balanchine, Robins), en cine (Allen, Scorsese) y por supuesto en literatura (Updike, Cheever, De Lillo). La poesía, asimismo, vivía en la ciudad un momento excepcional, destacándose por su estrecha colaboración con los artistas plásticos promovidos por el MoMa, uno de cuyos curadores más influyentes era no otro que el estupendo poeta y crítico literario Frank O’Hara. En estos días mientras preparaba una clase sobre los fotógrafos de New Documents (Garry Winogrand, Lee Friedlander y Diane Arbus), se me presentaron una cantidad de coincidencias entre estos tres artistas plásticos y un trío de vates contemporáneos, seguramente amigos y con búsquedas que me resultan afines. No debería ser de otro modo. Estrictamente contemporáneos, activos en el teatro de la Segunda Guerra y residentes en la más excitante de las ciudades. A una fotografía urbana correspondía una lírica urbana. Lo que me resulta ahora obvio es algo que nunca había precisado. Esto es que, a lo Baudelaire, encuentro notables correspondencias entre las fotos de Winogrand y la lírica de O’Hara; entre Friedlander y Ashbery y entre Arbus y Schuyler. Como Winogrand, O’Hara tiene su antecedente en Whitman; sus poéticas insisten en la espontaneidad, en la convicción de que la multitud es la única identidad que tenemos y que, a pesar de nuestra triste suerte, el mundo está allí para sumarse a él, fotografiarlo y amarlo con pasión dionisíaca.

Winogrand es de 1928 y O’Hara de 1926. Por otra parte, aunque Friedlander es siete años menor que Ashbery, el trabajo de ambos está signado por la racionalidad y la composición. El mundo no es visto abiertamente como en Winogrand-O’Hara, sino que está allí para ser medido, calculado y luego asimilado. Te veo, pienso y luego te quiero.

Entre Arbus y Schuyker, nacido el mismo 1923, las afinidades son todas. Depresivos, solitarios, críticos de una “normalidad” que los acosa y empuja a la experiencia del manicomio. Son miembros de una fauna marginal e indeseada. El trabajo de la Arbus, víctima de la miopía de Susan Sontag, tan brillante como refutable, que criticaba en Arbus una supuesta manipulación, indiferente y oportunista. No es así, sin embargo. La iconografía de Arbus, lo que la hace memorable es precisamente la profunda empatía que estableció con sus modelos. El muchacho gay con sus rollos en la cabeza, más que rechazo lo que provoca es un entrañable afecto, el que se siente, o debe sentir, ante los minusválidos y desposeídos. Toda la escritura de Arbus es un canto amoroso por personas que no son distintas a ella. Su suicidio es la culminación de esta entrega a sus modelos. La lírica de Schuyler, no tiene ni el brillo de la de O’Hara ni la inteligencia de la de Ashbery. Sus poemas son incómodos, testimonios de una psique afectada por la enfermedad, de una vida vivida, también, al margen. Su confesión, sin embargo, puede ser pudorosa y alejada del confesionalismo histérico o narcisista de algunos de los poetas de su tiempo.

 

Frank O’Hara retratado por Kenward Elmslie | MoMa.org

Frank O’Hara

A un paso de distancia de ellos

Es mi hora de almuerzo, salgo
a dar un paseo, entre los taxis
coloreados por el ruido.
Primero, por la acera
donde los trabajadores alimentan
sus sucios y brillantes torsos
con sándwiches y Coca-Cola,
con sus cascos amarillos que los protegen,
supongo, de los ladrillos que caen.
Luego hacia la
avenida donde las faldas dan vueltas
sobre tacones y se inflan sobre
rejillas. El sol calienta, pero
los taxis agitan el aire. Miro
los relojes en oferta. Hay
gatos jugando en el serrín.
Hacia Times Square, donde la señal
desparrama humo sobre mi cabeza, y más arriba
la cascada cae suavemente. Un
Negro está de pie en la puerta con un
palillo, agitándose lánguidamente.
Una corista rubia taconea: él se sonríe
y se frota la barbilla. Todo
de repente da un bocinazo: son las 12:40 de
un jueves.
El neón a la luz del día me produce
un gran placer, como Edwin Denby escribiría,
como lo son las bombillas en la mañana.
Me paro a por una hamburguesa con queso en Juliet’s
Giulietta Masina, mujer de Federico Fellini, è bell’attrice.
Y chocolate malteado. Una mujer
en zorros en un día así mete
su perrito en un taxi. Hay varios puertorriqueños
en la avenida hoy, lo que
la hace bella y cálida. Primero
murió Bunny después John Latouche,
después Jackson Pollock Pero, está
la tierra tan llena como la vida estaba llena, de ellos?
Y uno ha comido y uno camina,
pasando las tiendas con desnudos
y los posters de Toreo y
el Manhattan Storage Warehouse
que pronto demolerán. Antes
pensaba que tenían el Armory
Show allí.
Un vaso de jugo de lechosa
y de vuelta al trabajo. Mi corazón está
en mi bolsillo, son los Poemas de Pierre Reverdy.

 

John Ashbery. Fotografía de Michael Teague

John Ashbery

Un humor de tranquila belleza

La luz de la tarde era como miel entre los árboles
cuando me dejaste y caminaste hasta el final de la calle
donde terminaba abruptamente el crepúsculo.
El puente levadizo, similar a un pastel de boda, descendió
hasta la tímida flor del nomeolvides.
Tú subiste a bordo.
Ardientes horizontes pavimentados de pronto con piedras de oro,
sueños que tuve, incluyendo el suicidio,
soplan el globo de aire caliente y lo alejan.
Está reventando, está a punto de reventar
con algo invisible
justo durante estos días.
Nosotros escuchamos, y a veces oímos,
algo que se acerca
y hacemos que la sangre descienda, y cosas así.
Los museos se tornaron entonces generosos, y vivieron en nuestro aliento.

 

James Schuyler. Fotografía de http://pippoetry.blogspot.com/

James Schuyler

Poema

Si tuvieras que ser una hoja,
¿qué te parece una hoja de roble?
¿Imaginas que tuvieras que vivir tu vida
de nuevo, sabiendo lo que sabes?
Imagina que tienes mucho dinero.

“Aléjate de mí, idiota”

Cae la noche a comienzos de marzo,
eres como el olor de los desagües
en un restorán donde el paté de la casa
es una rebanada de carne fría,
húmeda y grasosa. Te falta encanto.

 

Giorgia Meloni. Fotografía de Alberto Pizzoli | AFP

Milán, jueves 29 de septiembre de 2022 

Postfascismo

Los italianos, en las recientes elecciones, se han dado el primer gobierno postfascista de su historia. Lo que parece apenas un nuevo “post” en la larga lista puede ser más complejo e inquietante. Con la misma ligereza con la que se han cuestionado y superado las estéticas tradicionales de la modernidad, se aspira a una nueva política en la que vale todo. La superación de los agotados binarismos nos ha dejado inmóviles. La desconfianza a seguir avanzando por las vías convencionales nos pone más cerca del retroceso que del avance (sin líneas del tren, el tren no va a ninguna parte). Perdida, tal vez con razón, la confianza en un mundo mejor, que fuera uno de los atributos del arte y la política modernos, la sensibilidad contemporánea prefiere evocar un claro pasado oscurantista. Todo humanismo es cuestionado y las alternativas son las más extraviadas. Si algo tiene claro el postfascismo es que no es de derecha ni de izquierda, y ni siquiera todo lo contrario. Tampoco estaba claro Mussolini cuando al mismo pueblo italiano le propuso y fue aceptado un brillante milenio fascista.

Mussolini en el Picollo

Hace apenas una semana fue publicado el tercer volumen de M, la biografía ficcionalizada que Antonio Scurati dedicó a la figura de Benito Mussolini, Il Duce. Esta entrega comienza con la visita de Hitler a Roma y termina con la entrada de Italia en la guerra. La primera, y con mucho la más extensa (836 páginas), reseña el ascenso del carismático líder al poder. Hasta ahora es la única que he leído y fue la escogida por el Piccolo Teatro para presentar una versión teatral del libro.

La obra de Scurati es seguramente una de las ficciones más interesantes publicadas en Europa en los últimos años, tanto o más que las de Carrère o Houellebecq. Nadie medianamente interesado en temas como el fascismo, el totalitarismo, el arte italiano del siglo veinte, el fracaso del comunismo en Italia, puede eximirse de leerla. 

 

Fotograma de «Il generale Della Rovere» (1959), de Roberto Rossellini

Milán, viernes 30 de septiembre

Il generale della Rovere

Para marcar el inicio de la colaboración entre el Cine-Club Ambrosiano y la Cátedra Pietro Germi de Cine Italiano, se exhibió el estupendo Il generale della Rovere (1956), de Roberto Rossellini. Escribí esta introducción para los asistentes:

Intuiciones sobre Il generale della Rovere

De no ser por el desprestigio que la ortodoxia (comenzando por Lukàcs) propició a partir de los años cincuenta en Occidente, la teoría marxista del arte podría ser de provecho en estos tiempos postmodernos. Cantidad de manifestaciones artísticas y literarias serían mejor entendidas si las situamos en su contexto, sin pretender que el contexto sea la única causa de su genética. Es lo que ocurre, me parece, con el neorrealismo del cine italiano de la postguerra. Sin los desastres de una contienda que, después de Alemania y Rusia, tuvo a Italia como víctima más lamentable y lamentada, es improbable que esta poética cinematográfica se hubiese desarrollado. Una intuición que estimula el caso de Roberto Rosellini. Su escritura cinemática, heredera de los grandes maestros del realismo, como John Ford o Jean Renoir, insistía en un realismo radical, tal como el que expresa en su film “fascista” de 1943, El barco blanco. Una sencilla historia de amor entre un marino que será malherido en combate, y su “madrina”, una enfermera voluntaria que lo atenderá en una de los “barcos blancos” de la Cruz Roja. La banalidad del tema es el pretexto para presentar su manifiesto de lo que será el cine neorrealista: escenarios naturales, actores no profesionales, fotografía “directa”, secuencias cortas y expresivos primeros planos. Y sobre todo la acción del ambiente, del grupo, que determina la existencia de los personajes. Pero con todo esto, El barco blanco no es todavía un film neorrealista. En ese momento, Rossellini es un pirandelliano autor en busca de un tema. Y lo encontró en las más desafortunada de las circunstancias: la guerra y sus consecuencias. A este asunto acudirá de manera reiterada, en especial en su Trilogía, donde los “desastres de la guerra” encuentran su mejor expresión en el neorrealismo que venía trabajando desde El barco blanco. El contexto, la circunstancia económica, determinarán en parte la forma, el estilo de películas como Roma ciudad abierta, Alemania año cero y Paisà. Los escenarios, a falta de presupuesto y estudios, serán las ciudades destruidas, y la actuación será compartida con actores no profesionales. Ningún asunto es más realista que la guerra, es el fin de la metafísica y el dominio de lo inmediato, el miedo, las heridas, la muerte. En el caso de Italia, como Alemania y Rusia, la postguerra no fue menos costosa que la realidad bélica. Toda postguerra es ideológica y en Italia se presentó de la manera más siniestra, con traición staliniana a las aspiraciones de la militancia italiana, la más amplia de toda Europa. Para Moscú, el único comunismo digno de ser salvado era el ruso. Todos los demás podían esperar, y así la esperanza del comunismo italiano sucumbió ante la traición de los camaradas y el acuerdo entre sus enemigos: la democracia cristiana, el gobierno USA y la mafia. La postguerra ofrecerá al neorrealismo de dos generaciones los grandes temas para sus cintas. Rossellini, por su parte, se limitará a cantar en imágenes los años agónicos de la gran contienda mundial. Es el período escogido para su gran Trilogía y para esa joya del post-neorrealismo que es Il generale della Rovere.

Como se ha señalado no pocas veces, Il generale es el regreso de Rossellini al lenguaje cinematográfico con el cual realizó sus mejores cintas, aquellas de la Trilogía de la guerra. Entre esa etapa y el 1956 de Il generale, alienado por su pasión por Ingrid Bergman, el maestro realizó una serie de películas donde su amada era el asunto y la forma de su arte. Cintas que parecen hechas para un álbum privado y cuyos méritos son relativos. Una bella mujer filmada por un gran maestro. Stromboli se salva por el volcán homónimo. No hay amor feliz, dice el poeta, y después de unos años de pasión pública, maestro y musa se separaron. Rossellini escoge un buen asunto para tratar de volver a su viejo estilo. Se trata de una historia de guerra, una de las tantas generadas por una guerra mundial de seis años, un cuento fabuloso, por decir lo menos. El autor del libro es el periodista y luego historiador aficionado Indro Montanelli. La historia está basada en hechos reales, y Rossellini supo escoger lo esencial de un relato de 160 páginas a menudo confuso y reiterativo. Il generale della Rovere es una nueva expresión del genio del realizador de Roma città aperta. Menos genial tal vez y, seguramente, menos neorrealista. Los tiempos han cambiado y la sensibilidad también. La intención del director ya no es mostrar la fuerza de las circunstancias en la vida de los seres humanos. Ahora no todo depende del contexto, la sociedad es distinta, la sensibilidad también y el arte refleja, a su manera, y como quería Marx, estos cambios. El protagonista es poco menos que un pobre diablo. Y así quedaría si no fuera por la actuación de Vittorio de Sica. Un genio dirigiendo a otro genio. Lo que intenta Rossellini es recordarnos que, si el contexto gravita sobre nuestro destino, es nuestra escogencia la que nos define. En la película, por lo menos hasta el minuto noventa y tres, nadie hubiese pensado en la capacidad de signore Bardone para superar su mediocridad y convertirse en héroe: las grandes decisiones son así, inesperadas, impensadas e irrevocables. Durante el bombardeo aliado de finales de 1943, donde se desarrolla la historia, Bardine siente el llamado del héroe, la posibilidad de ser el protagonista de una Heldenleben. De Sica es insuperable en ese momento y Rossellini lo sabe, no de balde ha prestado la cámara a sus gestos durante la primera hora y media de la cinta. De vuelta a su celda y aterrado por las bombas, pero sobre todo por su decisión de comenzar la vida del héroe, el personaje se persigna, seguro de su propia muerte. Il generale della Rovere es la intuición de Rossellini de que todos tenemos la posibilidad de acercarnos a la verdad. Bardone, que inmortalizó su nombre, al final, estuvo en capacidad de hacer la pregunta ritual, ¿muerte, dónde está tu victoria?


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