Diario Literario

Diario literario 2022, octubre (Parte IV): El Principito en ópera, Superman en el exilio, La Tosca de Harteros, los exilios de Mike Kelley y Superman

29/10/2022

Milán, domingo 23 de octubre de 2022

El Principito en ópera

Mi primera experiencia con la hermosa fábula de Saint-Exupéry sería oral, no escrita. En efecto, poco antes de una proyección en la Cinemateca Nacional de Caracas, escuché a uno de los asistentes mientras leía, a una amiga a su lado, lo que parecía una fantástica pero, de alguna manera, dulce historia. No era mucho lo que entendía con mi francés a los dieciocho años, pero no impedía mi ignorancia disfrutar la delicada musicalidad de las frases. A la salida, mi hermana Alicia me aclararía que se trataba de El Principito y que no sabía si estaba traducido al castellano. Al regresar a mi casa en Valencia, lo pondría entre los primeros libros que me leería al aprender francés, justo debajo de la Aurelia de Nerval. Y así lo hice, en una lectura que confirmó la impresión que tuve cuando escuché a aquel desconocido leyendo alguna página del libro. La versión castellana se la regalaría a algunas amigas y amigos todavía niños y, más tarde, en francés y en español a mi hija Constanza. La misma que, con su hijo Alessandro, me llevó hoy a la Scala para una representación de la ópera basada en la parábola de Saint-Exupéry. El círculo se cierra.

 

Milán, jueves 27 de octubre de 2022

Anja Harteros. Fotografía de
Bayerische Staatsoper | Twitter

Desde Salzburgo, la transmisión de la Tosca incluida en la programación de la temporada 2018. Se trata de un montaje actualizado (Scarpia utiliza intercomunicadores de última comunicación para dar órdenes a sus esbirros, y la protagonista, con grandes lentes oscuros, parece vestida por los estilistas de Montenapoleone), sin los excesos en los que con desafortunada frecuencia incurren los nuevos, casi siempre brillantes, directores de escena. Cavaradosi, por su parte, no se ocupa de pintar un fresco de la Madonna para una de las capillas laterales de Sant’Andrea della Valle, sino de una escultura casi toda abstracta salvo por el rostro inmaculado de la Virgen. La producción, imaginativa sin salirse de las aspiraciones “veristas” de Puccini, es de Michael Sturminger. La impresionante orquesta de la Staatskapelle Dresden, una de las cinco  mejores orquestas que he escuchado en mi vida, estuvo dirigida por Christian Tiellemann. No obstante, lo que hace memorable esta producción es el protagonismo de la formidable Anja Harteros en el rol de la imprudente amante de Mario Caravadosi. Su Tosca se libera (por primera vez alguien lo hace) de la gravitación de Callas en el mismo papel y logra una versión que, sin las dimensiones épicas de su predecesora, resulta más cercana y no menos trágica. 

Harteros produce una inmediatez, una cercanía, que convierte a la infeliz mujer en uno de nosotros, torpe, desesperada, incapaz de ser capataz de sus emociones. Una ingenua que creía que sus grandes lentes oscuros eran escudo suficiente para la maldad, nada banal, de jefe de la policía borbona. Su espléndido traje rojo, digno de Valentino, contrasta con el negro cerrado de los montajes tradicionales, incluyendo el de Callas, Di Stefano, Gobbi, Visconti. Ante Callas, uno se siente cerca de Antígona, con Harteros uno se convence de que Floria Tosca, si no la hemos conocido en persona, en algún momento fuimos amigos de alguien como ella. Una producción que, como pocas veces ocurre con las óperas, lo que provoca es volver a ver en vivo al día siguiente. No obstante, Sturminger, como buen alemán, se encarga de recordarnos de que nada en este es perfecto, y nos ofrece su trasnochada conclusión del drama, digno de Cantinflas o Totò, según el cual, la herida que le produjo Tosca al malvado Scarpia no fue suficiente (le habría faltado la puntilla, como cuenta el chiste), y se presenta, en el último minuto, a la emplanada de Castel Sant’Angelo con un revólver para ultimar a la protagonista. Por su parte, Tosca para evitarse el chapuzón en el Tíber, con un revólver que no sabemos dónde se lo procuró, intercambia disparos, a la mejor manera de un Saloon de Western, con Scarpia y ambos terminan muertos. Ya hubiese querido yo que uno de estos disparos pasara cerca de Sturminger, así fuera para asustarlo. Para algunos espectadores se merece más que eso.

 

Milán, viernes 28 de octubre de 2022 

Superman en el exilio

Mike Kelley as the Banana Man in 1981.
(C) Estate of Mike Kelley | Mike Kelley Foundation for the arts

Mike Kelley (1954-2012) es uno de los artistas más interesantes de su generación. Toda su obra puede, o debe, entenderse como una poesía expresada en imágenes. Estudiante de la escuela de arte CalArts, se interesó, como su maestro John Baldessari, en una manifestación plural, que incluía desde la escultura hasta el cine. En todos los medios utilizados, la melancolía fue un sentimiento recurrente. Tuve el privilegio de admirar su trabajo en una gran retrospectiva organizada por el Hangar Biccoca de Milán en 2013. Pocas veces me ha estremecido tanto la expresión de la melancolía en 35mm como en su serie de cortos protagonizados, en solitario, por un actor (el mismo Kelly) vestido todo de amarillo. Generalmente aparece en medio de una calle suburbana, como la luna del tango, sin rumbo preciso, sin saber a dónde ir, sin cielo ni suelo. Me provocaba meterme en la pantalla para darle la mano al pobre Yellow Man y llevarlo a tomar una cerveza para hablar con él. El pobre infeliz (el mismo Kelly, reiteró) no pudo con su nostalgia y terminaría quitándose la vida antes de los sesenta. Toda la producción de Kelly es así, melancólica, testimonio de una tristeza sin confesionalismos, discreta y alegórica. Un habitante del exilio sin salir de un país donde el exilio interior es una fatalidad. Una de las expresiones más inquietantes que conozco de esta experiencia es su dilatado proyecto Kandor, en el cual trabajó durante una docena de años. Se trata de una de las más bellas y dolorosas metáforas del destierro expresado en las artes plásticas de todos los tiempos. Kandor, como se recuerda, es el país natal de Supermán, de donde fue enviado a la tierra, a los pocos días de nacido, para escapar a la inevitable destrucción del planeta. La verídica crónica de estos sucesos quiere que Kandor al final no sufrió la destrucción y, en una distopía impensable, fuera miniaturizado y conservado en una botella por el archivillano Braniac. Años después, apenas pudo, Supermán se la arrebató y la conservó en su alejado refugió que lleva el inquietante nombre de La Montaña de la Soledad. Allí el superhéroe mantenía a los microhabitantes con vida gracias al suministro de atmósfera de Kripton. A pesar de todos sus superpoderes, el querido héroe no pudo regresar a su país natal, miniaturizado y conservado en una botella, que es como todos los exiliados ven la patria perdida. Kelly, como Supermán, en el fondo un depresivo, nunca pudo regresar a sus orígenes. Supermán tampoco.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo