Diario Literario

Diario literario 2022, junio (parte III): Diez años 2012-2022, Tolstoi y la Ilíada, Bloomsday, el viaje de Schubert

Fotograma de La guerra y la paz. 1965. Sergey Bondarchuk

18/06/2022

Milán, lunes, 13 de junio de 2022

Ayer, décimo cumpleaños del nieto. En 2012, cuando nació, no pensaba que, ocho años después, me encontraría viviendo en su ciudad natal, la de San Ambroggio y Luchino Visconti. La situación en Venezuela era la más grave, pero no tan grave como la de ahora. En 2012, las universidades todavía, aunque a duras penas, funcionaban y yo seguía con mis clases como jubilado en la Escuela de Letras. Escribía mis diarios e insistía en la publicación de Voces ajenas, una selección anotada de mis traducciones de poetas de cuatro lenguas distintas que nunca sería editado. La política en Venezuela era cada vez más violenta y la represión más extendida. El dictador moribundo preparaba una mentida continuidad para uno de sus seguidores. No se había iniciado el destierro masivo de venezolanos y tampoco se creía que pudiera ser tan desproporcionado. Diez años después, todo es peor, porque para eso cuentan las revoluciones con una rara habilidad, la de empeorar las condiciones sociales ad infinitum. Este 12 de junio me encuentra cerca de Alessandro y Constanza, y lejos del país natal.

Vyacheslav Tikhonov interpretando al Príncipe Andrei Bolkonsky. Fotograma de La guerra y la paz. 1965. Sergey Bondarchuk

Milán, martes, 14 de junio de 2022

La guerra y la paz y la Ilíada 

Una muerte precoz y estúpida frustró los proyectos de Alexsander Pushkin, el mejor talento literario que ha tenido Rusia en su historia. No es improbable que entre estos se encontrara el de emprender la composición del poema épico que reclamaba su tribu. Después de escribir un poema narrativo formidable, como Eugene Onegin, la empresa no le hubiese resultado especialmente difícil. Sus sucesores no lo pensaron o no se lo propusieron. Gogol no tenía un aliento especialmente épico y Dostoievsky, que sí lo tenía, andaba demasiado empeñado en su crónica de demonios, propios y ajenos, como para ocuparse de un asunto de protagonismo plural. De Turgueniev diría que no tenía el genio suficiente. Le dejarían a Tolstoi la responsabilidad de ocuparse de esos asuntos, empresa que habría de llevar  hasta  sus últimas consecuencias. No recuerdo su Correspondencia en este momento en mi biblioteca, a ocho mil kilómetros de mi vista,  si  hace referencia a esta tarea de componer la épica de la tribu rusa. Pero eso es irrelevante. Lo que importa es que la escribió, porque no otra cosa es La guerra y la paz sino un poema épico. Como es de rigor, su modelo es la Ilíada homérica. La simetría es la misma, guerra, paz, guerra, paz. La divergencia más notable es el desenlace. En Ilíada, los agresores se quedan con la victoria. En La guerra y la paz, los invasores tuvieron el más miserable de los resultados. Serguéi  Bondarchuk lo entendió bien en la mejor lectura que un director de cine haya hecho del texto. El libro de Tolstoi es una épica, no una historia de amor. Las escenas de batallas de la versión de Bondarchuk, que servirían de modelo a Stanley Kubrick para Barry Lyndon, insisten en esta tesis. Andrei es un Aquiles tomado por inquietudes existenciales, “Yo no existo”, piensa la noche antes de Borodino. Sabe que su muerte es segura porque ha sido su escogencia sartreana, como el hijo de Tetis cuando escogió, de todas las posibilidades, que le ofrecía su divinal madre, la de morir allí, frente a las murallas de Troya. Para Andrei, es probable que Hölderlin guardara la misma opinión que tuvo para Aquiles, “que era el más delicado de los héroes”. Queda la interrogante: ¿era la muerte la enamorada de ambos héroes o eran ellos quienes escogieron la muerte como amada? Como en el caso de Aquiles, la del príncipe Bolkonsky es la muerte más dolorosa del “poema”. Para su contraparte femenina, Tolstoi escogió deconstruir a la Helena del original. Y llamó Helena a una mitad, la hermosa, ninfómana e incestuosa Helena Kuragin, y Natasha a la otra, primaveral, irreflexiva, espontánea pero también con un hondo sentimiento religioso, sensible y, al final, sensata. Una síntesis del alma rusa, como lo expresa el autor en el episodio de la “danza de Natasha”. La Rostova es una Helena de Troya convertida en brillante miniatura de Fabergé.Sobre las aspiraciones épicas de Tolstoi, George Steiner se refiere de manera reiterada en Tolstoy o Dostoievsky, el primero y uno de sus mejores libros.

Milán, miércoles, 15 de junio de 2022

El viaje de Schubert

Con Ricardo Bello mantengo no pocas afinidades electivas. Ambos venimos de la misma provincia y durante muchos años vivimos en Valencia, ciudad a la cual no hemos vuelto en mucho tiempo. En una época lo veía esporádicamente, porque pasaba la mayor parte de su tiempo atendiendo la hacienda familiar, productora de los mejores cítricos de la región. Nos leíamos con atención y nos respetábamos como escritores (es autor de una interesante novela autobiográfica y de un original estudio sobre Lezama). Uno de sus últimos libros publicados, El año del dragón, es un estupendo diario de sus variadísimas lecturas que torpemente quise presentar con un prólogo. Pero no es la literatura la afinidad a la que quería referirme, sino a la música. Recuerdo que no pocas de sus visitas a mi casa en Valencia lo veían desaparecer en la sección de la biblioteca dedica a compositores y críticos. Lo recuerdo interesado en la Correspondencia entre Richard Strauss y Stefan Zweig o en The Perfect Wagnerite, los inquietantes artículos de Bernard Shaw sobre Wagner. Con la llegada de nuevas tecnologías de reproducción, vimos en la pantalla de su apartamento versiones recientes de Eugene Onegin o El anillo de los Nibelungos. En Sevilla, donde vive ahora, frecuenta la casa de ópera de esa ciudad mientras hago lo mismo con la Scala. Hemos intercambiado lecturas en los últimos meses gracias a los libros que con frecuencia me hacen llegar desde la ciudad española. La última ha sido una sorpresa de lo más agradable. Hace unos días, en este diario, comenté brevemente la transmisión televisiva de un recital de Ian Bostridge del Winterreise en el Festival de Música de Como. No estaba familiarizado con Bostridge, pero el concierto fue suficiente para hacerme entender que, desde Fischer-Dieskau, nadie había interpretado mejor el conocido ciclo de canciones. Lo que no sabía es que Bostridge era, asimismo, un extraordinario ensayista. Y lo supe gracias a Ricardo y a la sorpresa de recibir el dilatado y cuidadoso estudio del barítono sobre la obra de Schubert. No son frecuentes los buenos músicos que escriben bien. Recuerdo a Bruno Walter, Charles Rossen y Alfred Brendel,  pero no deben ser muchos más. En su “Anatomy of An Obsession”, que es como subtitula su Schubert’s Winter Journey, Bostridge, de la manera más erudita y cordial, ofrece al interesado el recuento de sus décadas de experiencia con el conjunto de Lieder shubertiano, y cómo y cuándo fueron escritos. Aunque no he pasado de las primeras cincuenta páginas (el libro me llegó esta mañana), puedo decir que es uno de los libros sobre música más excitantes que he leído en mucho tiempo. Con una experiencia como esta, las afinidades electivas que mantengo con Ricardo Alfredo se mantienen, por lo menos, tan estimulantes como en los últimos treinta años.

Lev Tolstoi

Milán, jueves, 16 de junio de 2022

La guerra y la paz (2)

Leo en alguna parte que Vadimir Nabokov (nunca he sido uno de sus mejores lectores) relacionó también a La guerra y la paz con la Ilíada. Como ruso que era, sentía la ausencia de una épica que cantaba las glorias de su tribu, como existían en todas las otras culturas europeas. No era un escritor con vocación épica, como lo fueron sus contemporáneos Thomas Mann, Hamsun o Joyce, y como lo había sido Tolstoi. No conozco sus argumentos, pero no son correspondencias las que escasean entre la novela de su compatriota y la Ilíada. El mismo protagonismo de la aristocracia zarista se corresponde con el de la nobleza aquea. No aparece un solo esclavo en la gesta homérica y el de los siervos en la novela no es central. Sin embargo, para Lenin, oráculo revelado de la gesta ideológica marxista, el aristócrata conde Tolstoi, por alguna maniobra dialéctica que no explica, fue una especie de realista socialista avanzado: “Al pintar este período de la vida histórica de Rusia, León Tolstoi supo plantear tantas cuestiones cardinales en sus escritos y alcanzó en su arte tanta fuerza que sus obras figuran entre las mejores de la literatura mundial. La época en que se preparaba la revolución en uno de los países oprimidos por los señores feudales fue, gracias a la manera genial en que Tolstoi la trató, un paso adelante en el desarrollo artístico de toda la humanidad”. Esta opinión fue utilizada por Lukács, quien tendrá que maniobrar de la manera más ingeniosa para criticar a Tolstoi sin contrariar a Lenin, oráculo de la nueva Delfos que era el Moscú bolchevique.

James Joyce retratado por Camille Ruf. Zurich, 1918

Bloomsday

…yes and yes I said yes I will Yes. Con estas palabras, me recuerda Javier Téllez que hoy es Bloomsday. El día  en el cual, en el año del Señor de 1904, Joyce conoció a Norah Barnacle, su futura esposa. Pero también es el día en el cual el judío irlandés, Leopold Bloom, se despertó al lado de su esposa para comenzar una nueva jornada. Obseso de los juegos de palabras, Joyce, con jesuita ironía, quiso asociar este Bloomsday con el Doomsday, que es como en inglés conocen el Día del Juicio. La crónica de la fecha se encargó de escribirla el católico James Joyce, cuyo alter ego, el poeta Stephen Dedalus, había pasado la noche en la Torre Martello de Dublín, huésped del imponente Buck Mulligan. La dilatada ficción sería publicada, huyendo de la censura británica, en 1922, hace ya un siglo, con el título de Ulises, aun cuando la vida del protagonista haya sido la menos heroica: de origen hebreo, pequeño burgués, cabellos negros, contextura pícnica y cornudo. Con el personaje homérico, solo lo relacionaba la erotomanía de ambos. Leopold se masturba en una playa, excitado por una  joven coja que se baña, antes de terminar en el burdel de la también judía Bella Cohen, y excitarse a su regreso a Eccles Street, su Ítaca particular, al cerciorarse de que su esposa Molly se había acostado, en esa misma cama, con su amante. Antes de dormirse, el fascinante personaje femenino había recordado su vida sexual, sus primeros encuentros con Leopold y con su nuevo amante. Pero también había pensado en la dolorosa muerte de su único hijo. No obstante, en el mejor canto que se ha hecho a la vida en lengua inglesa, terminó diciendo, en silencio, yes and yes I said yes I will Yes. Happy Bloomsday!!!

Horacio. 1818 Grabado de John Aikin | William Enfield

Milán, viernes, 17 de junio de 2022

Horacio

Desde Barcelona, España, mi buen amigo Luis Fernando Díaz me recuerda que, un día como hoy del 8 aC., murió el gran Horacio. Además, me hace llegar una traducción de la famosa Oda donde se refiere al “Carpe Diem”:

 

Aprovecha el día, no dejes

que termine sin haber crecido

en algo, sin haber sido feliz,

si haber alimentado tus sueños.

 

Que no te venza el desaliento;

no permitas que te roben el derecho

a expresarte, que es tu deber.

 

No abandones tus deseos

de hacer de tu vida algo extraordinario.

No dejes de confiar en que las palabras

y la poesía pueden cambiar el mundo…

 

Somos seres humanos, llenos de pasión,

la vida es, a la vez, desierto y oasis.

Que nos lastima y convierte en protagonistas

de nuestra propia historia.


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