Diario Literario

Diario literario 2022, junio (parte II): Música frente al agua; Pentecostés, Lattuada, simic, Gogol, Bianca Frabotta, Pushkin

11/06/2022

Retrato de Franz Schubert. 1825. Wilhelm August Rieder

Milán, sábado, 4 de junio de 2022

Música frente al agua

Desde las 8 a.m. la retransmisión del recital del barítono británico Ian Bostridge acompañado al piano por Julius Dracker. Todo el programa dedicado al Winterreise schubertiano. Fue el concierto seleccionado por los organizadores del Festival Musica sull’Acqua para iniciar las actividades del año 2021. Se lleva a cabo, desde hace treinta años, los primeros días de julio en la pequeña localidad de Solito, en la orilla derecha del Lago de Cuomo. Un escenario de rara y elegante belleza, como es toda la extensión de este hermoso lago alpino, preferido de los músicos y poetas desde tiempos de Goethe. Los románticos ingleses (Byron, los Shelley, Keats) lo frecuentaron lo mismo que, más tarde, Marinetti y sus futuristas. Toda la magia y misterio de la montaña se relaja en la superficie plateada de sus aguas. Por lo demás, un escenario ideal para la bella y terrible música de estos lieder. Boridge es uno de los mejores intérpretes de Schubert (y no solo de Schubert) de la actualidad. El timbre de su voz, su claridad y hondura son los mismos del legendario Fischer-Dieskau, con un tono contemporáneo, para llamarlo así. Y el piano de Dracker acompaña con la misma perfección que lo hacía Gerald Moore. Ahora es posible escuchar el Winterreise en dos estupendas versiones, la de Fischer-Dieskau, correspondientes a épocas tan distintas como la segunda mitad del XX y la primera del XXI.

Milán, domingo, 5 de junio de 2022

Pentecostés

De nuevo con Alessandro en la iglesia de Santa Rita, esta vez para su “segunda” comunión. Hoy se cumplen cincuenta jornadas de comenzada la Cuaresma y es del día de Pentecostés, la tercera en importancia de las fechas de la liturgia católica. Las otras dos, Navidad y Domingo de Resurrección. El Evangelio de San Juan refiere que, al despedirse de  sus Apóstoles en una especie de “hasta luego” que implicaba la Segunda Venida, Jesucrtisto los consoló prometiéndoles un Paráclito que los acompañaría en su nombre. El Paráclito no es otro que el Espíritu Santo, el mismo que, según la Epístola de Pablo, se presentó en forma de fuego y se dispuso sobre la cabeza de los apósteles, realizando el milagro de la reunificación de la lengua única perdida en Babel. El día de Pentecostés, los apóstoles, procedentes de las más diversas regiones del Medio Oriente, se descubrieron hablando un solo idioma, a pesar de la diversidad de sus ámbitos lingüísticos. No fueron necesarios los traductores, una maravilla que no duraría sino unos pocos instantes. Lo que siguió fue el más terrible de los castigos, tener que leer las traducciones de los grandes poetas debida a los pobres como arrogantes traductores. Nunca la brevedad de un milagro ha sido más lamentada.

Alberto Lattuada. Fotografo desconocido

Milán, lunes, 6 de junio de 2022

Lattuada

En su FESTIVAL DE PRIMAVERA, el Cine-Club Ambrosiano dio continuación al ciclo “Grandes maestros del cine italiano de la post-guerra”, que se iniciará con la proyección de seis cintas de Pietro Germi (In nome de la legge, Il grande imbroglio, La cità si difende, Il brigante, Segnore Segnori y L’uomo di paglia), se prolonga con un pequeño homenaje al realizador romano Alberto Lattuada. Las dos primeras películas presentadas fueron Il bandito y Il mulino del Po. La primera se rodó apenas terminada la guerra, y fue uno de los filmes más destacados de la época, básicamente por la inolvidable actuación de Ana Magnani, haciendo de una de las más formidables femmes fatales del cinema noir (Marlene Dietrich, Hedi Lamarr, Simone Signoret o Barbara Stanwyck). La historia, con rasgos de temprano neorrealismo, sigue la olvidada saga de los cientos de miles de soldados italianos deportados a Alemania después de la caída de Mussolini. Lo que convirtió en enemigo de los alemanes a un ejército que, hasta ese año de 1943, había combatido a su lado. El regreso a la patria, que lo cuenta Primo Levi en uno de sus libros, y que lo supe de primera mano por la narración de mi buen amigo, gran productor de vinos Quinto Chionetti, quien fue uno de esos soldados, es el más ingrato. Tratados como exfascistas por la resistencia, nunca fueron vencidos en la guerra ni victoriosos en la paz. El protagonista de El bandido es uno de estos combatientes que regresa a Torino para encontrarse con su casa derrumbada por los bombardeos aliados, su madre muerta y una hermana desaparecida, a la que hubiese preferido no encontrar nunca. Como en todo el cine de la época, el hombre es un ser por naturaleza bueno, que la miseria obliga a ponerse al servicio de los más oscuros intereses. El mismo asunto tratado por Germi en La città si difende. La versión de Lattuada, sin embargo, respira un lirismo ausente en el acerado realismo de Germi. La secuencia final, el desenlace de la tragedia, enfrenta al protagonista con la terrible belleza de las alturas alpinas de  los alrededores de su natal Torino, de donde había salido para incorporarse a un absurdo (la guerra de Mussolini) del cual nunca terminó de regresar. La fotografía, que parece la de una película de Jean Renoir, es de Aldo Tonti (Ossessione, La porta del cielo, Europa ’51, Le notti di Cabiria). En el guion, Lattuada trabajó Oreste Biancoli (Ladrón de bicicletas), Tulio Pinelli (casi todo Fellini) y Piero Tellini. La película fue presentada en el primer Festival de Cine de Cannes.

La segunda producción de Lattuada, incluida en el Homenaje que le rindió el Cine-Club Ambrosiano, fue Il mulino del Po, sobre un magnífico guion de Fellini con la colaboración de Lattuada. Una adaptación de la historia de Romeo y Julieta ambientada en el paisaje inquietante, por sus resonancias mágico-religiosas, del delta del Po durante los primeros años del XX. Un tiempo que conoció la difusión de las ideas socialistas en los lugares más apartados de la geografía europea. La extraordinaria fotografía, también de Aldo Tonti, se extiende aquí en toda su riqueza. Los cuidados movimientos de la cámara, el brillante manejo de luces y sombras, los estudiados encuadres y los oportunos primeros planos hacen de este trabajo un manual de fotografía cinematográfica. El guion de Fellini es impecable, uno de los mejores que le conozco en su larga historia de guionista. El espontáneo lirismo de Lattuada se apoya en estos colaboradores para lograr una iconografía que recuerda la poesía de Pavese en sus poemas y narraciones, y al Jean Renoir de Aguas pantanosas y El río. Su estudio de la psicología de los campesinos, gente de la tierra, es tan rico como el que hace de los molineros, seres anfibios, más cerca de las corrientes que del ritmo de las siembras y cosechas. Estas diferencias, que parecen banales, son, no obstante, determinantes en el desarrollo de una tragedia que no se desarrolla en los bellos espacios de Verona, sino a orillas del padre Po, en cuyas aguas se escapa el tiempo y las posibilidades de una vida feliz. Una versión poética de un enfrentamiento, que tiene no poco de arquetipal, entre el arraigado sedentarismo de los hombres de la tierra y el mundo de los habitantes de un molino flotante sobre el Po.

Charles Simic. Fotografía de Jacob Freeze | Flickr

Milán, martes, 7 de junio de 2022

Charles Simic

En la entrega de The Newyorker de ayer, que, desde Tenerife, me hace llegar con puntualidad Antonio López Ortega, seis poemas del vate serbo-norteamericano Charles Simic (1930); ampliamente traducido al castellano y un candidato recurrente al Premio Nobel. Simic es, además, notable como ensayista, a él le debo la mejor, y más crítica, lectura de la poesía, un tanto overrated, de Joseph Brodsky. Además, es otro caso de extraterriorialidad, como el de Emanuel Carnevali. Nacido en Belgrado, se trasladó con su familia a los Estados Unidos a los dieciséis años (la misma edad de Carnevali cuando llegó a EE. UU.), y al poco tiempo comenzó a escribir en inglés, idioma en el cual se encuentra todo lo que ha publicado. Su poesía, breve, concisa, imaginista, fue bienvenida por los lectores más atentos, que sentían en la lírica norteamericana de finales del XX un abandono de la precisión y la economía verbal, seducida por la retórica y verbosidad de la generación de Robert Lowell y las últimas del novecientos, una deriva a la cual no escaparon la laureada Elizabeth Glück ni sus muchos seguidores y seguidoras. Los poemas del Newyorker, que he traducido para este diario literario, son una muestra de este estilo “minimalista, reivindicado por Simic. Con esos seis poemas he traducido otros dos textos, publicados por Simic hace veinte años en la revista Poetry, un ejemplo envidiable de continuidad formal.

 

MI DOBLE

 

Con las cejas inesperadamente alzadas,

adquirió el hábito

de hablar consigo mismo

y de responder sus propias preguntas

gruñendo y en voz alta.

 

 

UN ÁRBOL DE APARIENCIA SOLEMNE

 

Alimentado por sus mismas hojas

y los pequeños pájaros cantores,

además del joven carpintero

perforándose una nueva casa.

 

 

¿DÓNDE ESTÁ MI CADALSO?

 

Como un niño observé

por la ventana

en una ciudad ocupada

y tranquila como una tumba.

 

 

MY DARLING CEMENTINE

 

En esta oscura noche de otoño

nos levantaste el ánimo,

tocando esa dulce canción

con un peine y un papel sanitario.

 

 

MI MADRE ESPERABA

 

Llevarse su máquina de coser

a la tumba, y creo que lo hizo,

“porque de cuando en cuando

me mantiene despierta durante la noche”.

 

 

SE ALQUILA

 

Una habitación amplia y limpia,

llena de luz

y una cucaracha

para contarle  problemas.

 

 

Dos poemas de 2002:

 

 

CIELO DE OTOÑO

 

En la época de mi abuela

todo lo que se necesitaba

era una escoba para salir a ver

y cazar gansos en el cielo.

 

**

 

Las estrellas lo saben todo,

y tratamos de leer su pensamiento

a pesar de la distancia,

en su presencia preferimos susurrar.

 

Milán, miércoles, 8 de junio de 2022

Primavera

Esta madrugada, hacia las 4 a.m., pocos pajaritos en la noche calurosa de Milán. Al amanecer tampoco. ¿Qué se hizo el cotidiano concierto de alegres voces, cuyo estruendo nos despertaba? ¿Dónde están los coros que acompañaban a tenores y barítonos emplumados en las ramas del árbol de camelias? Las rosas ya están en sus últimas, sus corolas diezmadas y sus colores desteñidos. Los pájaros también se van, y su visita queda como una experiencia alucinada, como la música de un sueño que hemos comenzado a olvidar. En unos días más, quedará poco de los colores y perfumes, de lo que una vez fue elegante primavera. Como el padre Po, con sus aguas procelosas hacia el delta, y más allá al Adriático, pasa el tiempo hacia la mar irreversible de Jorge Manrique. La primavera se ha ido nadie sabe cómo ha sido.

Primera estatua de Gogol en Rusia. 1909. Nikolay Andreyev. Fotografía de Al Shiplin | Wikimedia

Gogol

A propósito de un seminario sobre La guerra y la paz, aprovecho para releer a Gogol. Solo los primeros capítulos de Almas muertas. Tal vez sea cierto que todo novelistas sea un poeta frustrado, pero lo contrario no es menos probable. La novela como género es de aparición más bien reciente. Antes de su consolidación como instrumento expresivo favorecido por la burguesía, fueron los poetas quienes asumieron la función de narrar y cantar historias a la tribu y luego a la polis. En esencia, los poemas homéricos son novelas, lo mismo que Eneida y Metamorfosis. Las mejores novelas de las literaturas modernas fueron todas escritas por poetas. La Divina comedia, los Cuentos de Canterbury, Las luisiadas; Don Quijote, ese gran poema en prosa; Fausto, Eugene Onegin. Los franceses, a pesar de Víctor Hugo, no tienen nada parecido, pero están a tiempo. Pendiente de esta circunstancia, Gogol llama a Almas muertas “poema”. Gogol tenía un alma romántica, y entendía la poesía como el medio natural de expresión de los “grandes temas”. Su libro es mucho más de lo que se puede apreciar en unas cuantas decenas de páginas, aunque son suficientes para apreciar la modernidad del texto. Su proyecto es parecido al de Balzac, cuando, no sin esfuerzos y concesiones, dejó atrás el romanticismo para convertirse en fundador de la literatura realista. Aun más que en Balzac, el elemento fantástico amenaza, de manera reiterada, con presentarse en el libro de Gogol. Ambos lo heredaron de ETA Hoffmann, el más influyente de los narradores románticos. Balzac y Gogol son sus más grandes discípulos. Cuando, en el tercer capítulo de Almas muertas, el cochero de Pavel, el protagonista, toma la ruta equivocada en medio de la noche y la tempestad, uno espera la intromisión de lo fantástico en la forma de un jinete sin cabeza o un desdoblado Mefistófeles. No se presenta nada parecido, pero la sensación está allí. Esta ambigüedad de Gogol, su inestable realismo, su ironía y humor negro, le otorgan a Almas muertas una contemporaneidad que no es fácil encontrar en las novelas del gran Balzac. Releer a Gogol, así sea en forma fragmentada, es una experiencia tan estimulante como hacerlo con Robert Walser o Kafka.

Biancamaría Frabotta. Fotografía de Giammei

Milán, viernes, 10 de junio de 2022

Biancamaría Frabotta

Una muestra más, como si fuera necesario, de mi enciclopédica ignorancia de todo, es mi desconocimiento de la obra de esta importante poeta italiana. Lo único que sé es que nació en Roma en 1946 y murió, en la misma ciudad, el pasado dos de mayo, y que dedicó su vida a la docencia universitaria y la lucha por los derechos de la mujer. No he tenido la oportunidad de leer su obra, recogida en Tutte le poesie (Mondadori 2018), de la cual solo conozco el poema que he traducido y que forma parte del volumen póstumo Nessuno veda nessuno (Mondadori). Me llamó la atención el resbaladizo significado de su imaginería, su ambigüedad y la música de sus versos, escritos para ser leídos en voz alta frente a un público demorado.

 

 

De la habitación contigua, más allá de la puerta

entreabierta, el resuello de blancos delantales

que anuncian una salida al acecho. La monotonía

de una voz que repite en tres notas su ronco dolor,

otra se lamenta con sordina compadeciéndose

de su suerte. Una tercera, presa del pánico,

viene de ser sedada. Por su parte, mi vecina

nada sabe ni quiere saber. Le aterran la fiebre,

la peligrosa pleuritis, los graves males, acaso

incurables de estos tiempos. Al primer estornudo

se alarma, y arrancada de sus asuntos domésticos,

llora en silencio. No sé si estoy soñando, pero

al fondo se escucha un estribillo infantil. Un coro

de voces blancas arrastrado por la ráfaga

de viento que sacude la cortina.

El adios de Pushkin al mar. 1887. Ilya Repin e Ivan Ayvazovsky

Pushkin y la primavera

Hablando de la temporada que vive sus últimos días, la exclamación del romántico ruso Eugene, el héroe de Eugene Onegin, de Pushkin:

 

¡Qué hermosa la primavera, pero cuánto me entristece

su llegada! ¡La estación del amor, la primavera!

Tú despiertas en mi alma, en mi sangre, una triste

alegría. En mi rústica soledad, me regocijo ante

esta brisa primaveral. Sin embargo, al mismo tiempo,

cuando veo cómo todo cobra una nueva vida y se alegra,

siento en mi alma, acaso ya muerta, ante la que todo

se oscurece, un terrible malestar, un tedio indescriptible.

 

Los estudiosos de la fenomenología del suicidio saben que la primavera es la más peligrosa para los pacientes de alto riesgo. Tanta alegría, como reconoce el personaje de Pushkin, es insoportable para el depresivo, quien ve cómo se agudiza su malestar ante el regocijo universal.


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