Diario Literario

Diario literario 2022, julio (parte III): New Documents, Hölderlin en su torre, Cassola

16/07/2022

Entrèves. Fotografía de Tiia Monto | Wikimedia

Entrèves, domingo 10 de julio de 2022

De nuevo,  privilegiado ante la posibilidad de pasar algunos días a la sombra de estas montañas que se han ido convirtiendo en un paisaje reiterado en mi vida apartada del país natal. Siento que me siento a salvo a la sombra de estas alturas recorridas por  esa terrible belleza de la que habla Rilke. El clima, el cielo, la luz. Los hombres pueden ser de tres tipos, los del mar, los de las llanuras y los de montaña. No vacilo en incluirme entre los últimos.

Entrèves, lunes 11 de julio de 2022

Anatole

Por las mismas razones que, hace diez años, me hicieron abandonar el proyecto de traducir Pour un tombeau d’Anatole, de Mallarmé, he decidido suspender mi actual intento de llevarlo íntegro al castellano. He podido, no obstante, dar a conocer algunos fragmentos con lo que  siento que he cumplido con el maestro, quien, estoy seguro, habría entendido el porqué de este segundo, y definitivo, abandono de la empresa.

Kirill Serebrennikov. Fotografía de Ira Polyarnaya | Festival d’ Avignon

Kiril Sebrennikov

Me escribe Igor Barreto para llamarme la atención sobre la visita de Sebbrenikov al Festival de Aviñón de este año. Del controversial director ruso es la reciente cinta, que no he alcanzado a ver, La esposa de Tchaikovsky, mientras se anuncia el próximo estreno de Limonov, su versión de la interesante Limonov, la ficción biográfica del legendario personaje, escritor, director, hippie, neo-fundador del partido comunista ruso del mismo nombre. Sebbrenikov se dio a conocer en la gran prensa por el mentido proceso judicial que lo encontró culpable de malversación de fondos; una decisión que, por tres años, lo libró de libertad. Ahora vive en Berlín, el Paris de la post-modernidad europea. En Aviñón participará en un foro sobre Leto, su film de 2008 sobre un músico de rock devoto de Led Zeppelin y David Bowie. He visto fragmentos de sus películas en internet y una de ellas completa en el ruso original y sin sub-títulos. Aun así, es posible apreciar la sintaxis cinemática de Sebrennikov, quien, como otros realizadores de su generación, se empeña en ir contra los anatemas del cine tradicional, el teatro filmado, los planos secuencias de proporciones impensables (el primer plano de esta película se prologa por más de seis minutos). Espero, con Igor, tropezarme un día en el camino con el excitante cineasta ruso.

Entrèves, miércoles 13 de julio de 2022

Garry Winogrand. Fotografía de Judith Teller | Wikimedia

New Documents (1)

En 1967 el director del departamento de fotografía del MoMA, el influyente John Szarkowski organizó una muestra, “New Documents”, con trabajos de tres fotógrafos conocidos y relacionados por una búsqueda común: reinventar el realismo de los maestros de la generación post-Stieglitz  (Strand, Lange, Frank, Evans, Abbot, Adams), artífices de la fotografía directa, distanciada de las abstractas nubosidades del último estilo del maestro. Los organizadores de la exposición estaban conscientes de los avances de una tendencia que se proponía superar el recurrente realismo de la fotografía norteamericana. Una nueva generación, a la cabeza de los cuales Robert Rauschenberg, exploraba la posibilidad de una fotografía que superara las limitaciones del lente y el revelado e incorporara otras técnicas a la reproducción convencional. La experiencia formaba parte de la estética Black Mountain College, defensores de un hibridismo que pretendía conjugar diferentes medios expresivos, pintura y danza, fotografía y pintura, música y poesía. No eran los primeros en proponerlo y conocían  las innovaciones de la Vanguardia Rusa, Dadá y la Bauhaus. Con “New Documents”, Szarkowski abría las posibilidades de un neo-realismo en la fotografía de los Estados Unidos. Los encargados de esta “defensa” del tradicional realismo de la fotografía en los Estados Unidos, fueron Gary Winogrand (1928-1984), Lee Friedlander (1934) y Diane Arbus (1923-1971), todos maestros de la llamada “Street Photography”. Si tuviéramos que hacer un parangón con algunos realizadores cinematográficos, Garry Winogrand se correspondería con Fellini en su expresión dionisíaca, la misma improvisación, el mismo genio intuitivo, el mismo lirismo. Friedlander, por su parte,  mantiene con Antonioni no pocas afinidades electivas. El cálculo, la precisión, la depuración del encuadre, el cuestionamiento de las ideas recibidas. Garry Winogrand es el Whitman de New Documents; como el poeta, Winogrand contiene multitudes, mientras Lee Friedlander es el Poe del grupo. Su fotografía es una Filosofía de la composición, donde nada es dejado al azar.

Friedrich Hölderlin. 1875. Ilustrador desconocido

Hölderlin en su torre

Hace unos cincuenta años publiqué un largo trabajo sobre la vida y obra de Friederich Hölderlin. En mis estudios de Medicina le había prestado especial atención al impreciso desorden mental que había dejado sin luz a uno de los mejores talentos de la tradición intelectual de Alemania. Me había servido de los comentarios de mi maestro, el psiquiatra José Solanes, y de sus libros, entre ellos el magnífico ensayo de Pierre Bertaux, durante mucho tiempo lo mejor que se había escrito en cualquier idioma sobre el gran vate suabo. Para esta semana en la montaña, apenas me traje dos libros, luna novela de Cassola y el tercer tomo de la edición bilingüe (alemán-italiano) de las poesías de Hölderlin.   Al azar he abierto el volumen para encontrarme con uno de los más conocidos de los Poemas de la torre. La “torre” a  la cual se refiere el título de este conjunto no es más que una humilde habitación, con vista al Neckar, de la casa del carpintero Ernst Zimmer, quien hospedó al poeta a partir del verano de 1807. Antes, había estado recluido en la clínica del profesor Autenricht. Su diagnóstico fue acertado, se trataba de una proceso irreversible que ameritaba la reclusión de por vida. Hasta ahora, y a pesar de estudios que incluyen el de Karl Jaspers, psiquiatra y filósofo, el diagnóstico no es concluyente, pero no es improbable hablar de un proceso esquizofrénico. En la casa del carpintero, permanecería, con el apoyo familiar, a lo largo de treinta y ses años, hasta su muerte. Las sombras de la demencia se había apoderado de una de las mentes más brillantes de la brillante Alemania de comienzos del siglo XIX. Un miembro de la tríada de genios que habían coincidido en las aula de un liceo suabo: Hegel, Schellin y nuestro Hölderlin. Además de llegar a ser el más grande poeta lírico de su tiempo con Goethe, a Hölderlin se le deben las mejores traducciones de Sófocles al alemán, un ejercicio reiterado por la generación de románticos alemanes. A Hegel, sin ser conocido como poeta, la posteridad le debe el mejor comentario de Antígon, y la traducción de alguna de las tragedias de Sófocles del alemán de vuelta al griego. Es imposible calcular, sólo queda lamentar, lo que perdió la humanidad cuando Hölderlin perdió la razón antes de llegar a los cuarenta. En su “torre”, no obstante, todavía fue capaz de escribir sus oraculares Himnos tardíos y una cantidad de poemas breves, casi siempre inquietantes y, en ocasiones, geniales. El que sigue es uno de los más conocidos.

 

Das Angenehme dieser Welt hab ich genossen,

Die Jungenstunden sind, wie lang, wie lang verflossen,

April und Mai und Julius sind Ferne,

Ich bin nicht mehr, ich lebe nicht mehr gerne!

 

El poema está escrito en pentámetros y hexámetros rimados, una forma que favoreció en us poemas de juventud. Lo que es nuevo es la oscura tristeza existencial que lo convirtió en un poema preferido por la generación romántica. El famosos weltschmerz, esa especie de malestar frente al mundo, que marcó a la juventud europea a comienzos y mediados del siglo XIX. La cuarteta de la “torre”, es un apretado manifiesto de las convicciones de estos poetas e intelectuales asomados al vacío, de acuerdo a la imagen de Caspar David Friedrich, el mejor de sus pintores. En la segunda línea, una prefiguración del tardo romanticismo de Darío y su “divino tesoro”: las horas de la juventud, hace tanto, tanto, que pasaron. Aquí mi frustrado intento de traducir el poema al castellano:

 

He disfrutado todo lo que el mundo tiene de grato,

las horas de la juventud, hace tanto, tanto,

que pasaron, abril y mayo y julio quedaron

muy lejos. Yo ya no soy, y vivir no es de mi agrado.

Val Ferret. Fotografía de
Giorgio Rodano

Entrèves, jueves 14 de julio de 2022

Val Ferret

Paseo mañanero por esta zona de Courmayeur con vista privilegiada al vecino Montblanc. En verano, la presencia de las montañas tiene un tono más humano y cordial, tal vez no tan dramático como cuando están blancas por la nieve, pero sin el aspecto sobrenatural, casi divino y por lo tanto terrible que presentan en invierno. La temperatura, por supuesto es la más grata, la humedad casi no existe y las sombras de los altos pinos es un refugio delicioso para la inclemencia del astro rey. Cada vez me siento más identificado con estas alturas de donde provienen todos los Oliveros que se dispersaron por el mundo. Si tuviera que escoger un lugar para vivir escogería una de estas cabañas de madera al pie de los cerros alpinos. Por eso lamento que las vacaciones de este año las pasaré lejos de aquí. Me consuela, sin embargo, saber que estaremos en el corazón de la Magna Grecia, primero en Lecce y luego en Sicilia y en la lejana Pantelleria. De regreso de la montaña, en la radio del carro, la versión más mozartiana que conozco, la más apropiada para este paisaje, del Concierto No.5 de Beethoven. De una dulzura nada obvia, un Beethoven tamizado en su neurosis por estas catedrales verdes de Val Ferret. Nunca había escuchado una interpretación tan lírica, sin las dimensiones épicas de Arrau o el intelectualismo de Brendel, ni el narcisismo de Rubinstein, más cerca de Cortot, me pareció. Al final, el locutor me aclara que el solista es Emmanuel Ax, al cual escuché en Carnegie Hall ,hace más cuarenta años, haciendo dúo con el cellista Yo-Yo Ma. Estuvo esta vez acompañado para el “Emperador” por Previn, dirigiendo la Filarmónica de Nueva York.

Fotografía de Allan Arbus | The Estate of Diane Arbus, LLC. | Wikimedia

New Documents (3)

El tercer fotógrafo de la muestra organizada por John Szarkowski para el Moma en 1967, es el más trágico. Hablo de Diane Arbus (1923-1971), née Nemerov. Un apellido conocido por Howard Nemerov, interesante poeta de la generación de Lowell y Plath. Si Winogrand y Friedlander conocieron las miserias de la emigración judía, a Diane le tocó vivir la otra cara de la moneda, la de los comerciantes judíos millonarios con sus residencias en el Upper East Side. Tempranamente se dedicó a la fotografía en compañí de su esposo John Arbus. Aprovechando los contactos familiares (los abuelos maternos de Diane fueron de los más importantes comerciantes en pieles de Nueva York), publicaron para las revistas de moda que vivían su mejor y más influyente momento. Pero la sensibilidad de Diane necesitaba otras formas expresivas que encontraría estudiando con Lisette Model, y dejándose impresionar por el inquietante trabajo de August Sander. Los mejores años de su carrera, superado las etapas de la moda y la “fotografía de calle”, fueron el resultado de una honda crisis creativa. La que la llevaría a registrar el lado oscuro de la luna. La habitada por seres deformes, inadaptados, trasvestis, enfermos mentales. El mundo de esta chica millonaria terminó siendo el de la marginalidad, los más débiles y frágiles. Sus fotos de un mundo “freak”, presentan a estos personajes mirando directamente a la cámara. Nada de la espontaneidad de Winogrand ni del exigente formalismo de Friedlander. Los protagonistas de Diane hablan con ella, son sus amigos, la acompañan y se identifican con sus propias miserias, tan lamentables como la de ellos. O aun más, y serían las que la llevarían a su suicidio a los cuarenta y ocho años.

Carlo Cassola. Fotografo desconocido

Cassola

Durante los últimos años de la segunda post-guerra, Carlo Cassola fue uno de los autores más difundidos. Su libros fueron bien recibidos por la crítica y alguno de ellos llevado al cine. Con los cambios de sensibilidad de los años sesenta, Cassola no consiguió adaptarse y se inició la irreversible caída de su popularidad. Su escritura está más cerca de Pavese que de Moravia y recuerda más a Steinbeck que a Dos Passos. El interés que matiene, como en el caso de Steinbeck, a menudo es más histórico que literario. Faulkner y Hemingway eran mejores, pero Steinbeck es inevitable si se quiere conocer la tragedia del campo norteamericano a comienzos de los ’30. Cosa parecida ocurre con Cassola. Es imprescindible para conocer mejor el asunto de la resistencia italiana y la situación del campesinado en regiones tan importantes como Toscana. En el caso de la novela que leo en este momento, La ragazza de Bube, son muchas las cosas, unas más sordidas que otras, que el autor revela sobre la situación política de la Italia post-fascista. Por lo demás, sin ser un estilista consumado, su prosa es eficiente y clara. Leerlo, tantos años después de sus primeros triunfos, sigue siendo gratificante.


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