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Diario literario 2022, enero (parte II): dos años después; Chicago boys; S. Francisco en italiano; el tío Boonmee de Apichatpong Weerasethakul
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Milán, lunes, 10 de enero de 2022
Dos años después
Con diez días de retraso, comienzo a sentir el 2022 con menos optimismo de lo esperado. Los progresos de las nuevas formas de vacunación no han sido suficientes y los coronavirus se transforman y aprenden a esconderse de los ataques inoculados. La ciencia, desasistida del apoyo de las administraciones nacionales, no ha sido tan eficaz como en otras ocasiones (viruela, poliomielitis, influenza). No de otra manera se explica que grandes centros de investigación, como el Pasteur, de la rue Dr. Roux, o el Max Planck, de Berlín, no hayan producido respuestas alternativas a la de las grandes farmacéuticas. Lo escribí hace dos años cuando todo empezó. A los gobiernos no les interesa la prevención. Es una medida prudente, pero que poco cuenta a la hora de las elecciones. Curar es costoso, es cierto, pero el curado recuerda a la hora de votar. La prevención es anónima, inútil en el momento de los comicios.
Arte EE. UU. Siglo XX
PROGRAMA
Taller I 1900-1950 (3 sesiones)
– Realismo vs. abstracción: El grupo “Los Ocho” (1908): Robert Henri, John Sloan, Maurice Prendergast (tres cuadros suyos abrían la muestra MoMA, MAMP en París, 1955). Arthur B. Davies: gran influencia de Manet y neoimpresionista (no la 3ª vía, surrealismo, hasta después de los 50).
-El Armory Show (1913, Duchamp)
-Stieglitz y la Galería 291, “First Wave of Modernism”: Arthur Dove, Marsden Hartley, John Marin, Georgia O’Keefe, Max Weber, Alfred Steichen, fotos y pinturas. Muestras de Matisse, Picabia, Brancusi (first ever) Oscar Bluemmer, O’Keefe, Severini: 1917.
-Auge y caída del primer abstraccionismo
-El estilo New Deal (neorrealismo -no el de Los ocho o el de Demuth & Co.- más “comprometido” y didáctico, y muralismo mexicano).
-Los pintores afroamericanos desde comienzos del siglo hasta 1950. The Harlem Renaissance. Prefiguración de la pintura de artistas contemporáneos como David Hammons.
Milán, martes, 11 de enero de 2022
Chicago boys
Los “boys” a los que me refiero no son los brillantes economistas al servicio de los más oscuros intereses (Thatcher, Pinochet), reunidos alrededor del infame profesor Stieglitz en la Universidad de Chicago. En verdad, a nivel ideológico, se trata de lo contrario. De un grupo de artistas que, a comienzos de la segunda mitad del XX, elaboraron una poética cuyo rasgo más relevante fue darle la espalda a todo lo que venía ocurriendo en Nueva York. Es decir, a la tesis del abstraccionismo como última etapa de una evolución darwiniana que habría comenzado, a finales del XIX, con el Cézanne de Monte Sainte-Victoire. Lo que había sido en principio una teoría del abstraccionismo terminaría convertido en ideología: todo lo que tiende a la abstracción es admirable, todo lo que se aleje de ella carece de interés. Víctimas de este sectarismo ideológico fueron cientos de maestros en todo el mundo, artistas que insistían en las posibilidades de un arte representacional. Bernard Buffet, que llegó a ser considerado el peor de los pintores, es apenas un ejemplo. Otros igualmente distinguidos serían Derain y Balthus y, en Venezuela, Castillo o Fabbiani. No obstante, una tercera salida había sido insinuada por los artistas surrealistas desde Marx Ernst y Picabia hasta Lam, Matta, Leonora Carrington, Remedios Varo o Mario Abreu. Se trataba de un pararrealismo, en el cual los artistas, sin abandonar del todo la representacionalidad, acudían a imágenes fantásticas y maravillosas. Las dos tendencias dominantes, el realismo y el abstraccionismo, habían convertido el arte en algo tan serio “como un golpe de ataúd en tierra”. Los artistas de Chicago harán exactamente lo contrario; se servirán del humor más negro para cuestionarlo todo, arte y sociedad. Y el humor no es un asunto de conceptos o líneas, sino de imágenes. Y así es como la historia del arte ha definido esta escuela, como Chicago Imagist, que, mal traducido, sería algo así como “imaginistas de Chicago”. La difusión de sus obras y teorías sería la más demorada, no se cuestionaba el darwinismo oficial impunemente. Las historias oficiales del arte nortemericano la obviaron, y no otra cosa hicieron los ideólogos oficiales del abstraccionismo. No recuerdo una línea sobre los artistas de Chicago escrita por Greenberg, Rose, Steinberg y, mucho menos, Harold Rosenberg. En Europa son desconocidos. Y en Italia lo son menos, gracias a una de las mejores y últimas iniciativas de Germano Celant al presentar una selección de obras hace una década en la Fundación Prada en paralelo a otras dos de Leon Golub y Wasserman, los más conocidos del grupo. Al salir de la muestra pensé que el Departamento de Estado tenía razón. El arte figurativo en manos de la oposición es un arma peligrosa. La deriva de los artistas de Chicago tal vez se explique porque, para los años sesenta, la guerra fría ya no era tan importante como la guerra en caliente de Vietnam. Mientras los de Nueva York seguían con sus investigaciones sobre un abstraccionismo moribundo, los de la ciudad de los vientos extremaron su oposición a la “ideología” abstraccionista. Se sirvieron de los surrealistas, el art brut de Dubuffet y los manicomios, el incipiente graffiti para desarrollar una forma nueva de expresividad, al menos en los Estados Unidos. A la metafísica de Motherwell o Still, al gestualismo sacro de Kline o Pollock, se dedicaron al cultivo de un arte no metafísico, agresivo, brutal, grotesco, “inmoral”, burlón, incómodo y crítico.
Milán, miércoles, 12 de enero de 2022
Chicago boys
La pintura producida en la ciudad de Chicago es una de las manifestaciones más inquietantes de la historia del arte del novecientos. Tan inquietante como ignorada. Incluso ahora cuando sus más conspicuos representantes son finalmente considerados por el mercado que durante tantos años los despreció. O, mejor, no los asimiló. Y es que no era fácil, en verdad. Pocas iconografías más chocantes, agresivas, incómodas, no pocas veces repulsivas y muchas veces “inmorales”. A uno de sus mejores representantes, Leon Golub debemos una de las pinturas más críticas del siglo, política pero no ideológica. Prefigurando los abusos de la policía blanca en su país y adelantándose a los horrores de las torturas en Guantánamo.
Milán, jueves, 13 de enero de 2022
Días helados los de esta semana, pero bendecidos con una luz musical y clarísima que llega de los Alpes cercanos. Una experiencia que será más intensa cuando lleguemos el fin de semana a Valle d’Aosta aprovechando que mañana es el día del martirizado San Felice de Nola, compatriota de otro mártir, esta vez los criminales fueron no romanos, sino los propios jueces de la inquisición católica.
San Francisco en italiano
Esta es la clara y precisa versión al italiano que realizó Marcela Filippi de “San Francisco de Asís”, un texto que incluí en mi Magna Grecia.
È vero che l’azzurro del cielo era più intenso quella sera.
Un tramonto di settembre, con la sua luce giallastra
che si ritirava tra pianure e rillevi.
La dolce brezza annunciava i rigori invernali sulla Verna.
Sembrò strano quel giorno con i suoi avisi e premonizioni.
Francesco sentiva il bisogno insaziabile del dolor più grande.
Como giustificare in altro modo quell’esistenza incompiuta,
quel desiderio omnipresente, quell’anelito?
Frate Leone osserva ammirato. Vuole capire,
decifrare i movimenti di quel doloroso mendicante.
Scalzo, crociato di rammendi, in quel momento dell’offrirsi.
A un’ora di notte, lontano da se stesso,
insomne tra le sue creature assonante,
osserva la luce rara nella notte deserta.
Gli amati serafini, le loro ali di fuoco,
l’ustione divina, le mani sanguinanti e il costato aperto.
Finalmente, l’atessa rivelazione. Il trionfo
della chiarezza sull’oscura agonía.
La delicia e il tormento.
Secoli dopo, a Venezia, Gian Bellini
si consegna alla descrizione dell’instante.
Il suo disegno è preciso, la sua espressione elocuente.
Il frate Francesco interroga più di quento accetti.
Non sopporta il silenzio, non perdona il vuoto.
El hermano León, quien acompañó a Francisco hasta el día de su muerte, fue el único testigo de la estigmatización en el Monte Alvernia aquel día de agosto de 1244, de acuerdo con los difundidos testimonios de Buenaventura de Fidanza. El mismo Buenaventura es autor de la mejor descripción de los efectos producidos en el cuerpo del pequeño Francisco después de recibir los estigmas.
Al emigrar de este mundo, el bienaventurado Francisco dejó impresas en su cuerpo las señales de la pasión de Cristo. Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma carne, fabricados maravillosamente por el poder divino tan connaturales a ella, que, si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían por la otra, como si fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció también muy visible en su cuerpo la llaga del costado, semejante a la del costado herido del Salvador. El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; más la herida del costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne, una especie de círculo, presentándose a la vista como una rosa bellísima. El resto de de su cuerpo, que antes, tanto por la enfermedad como por su modo natural de ser, era de color moreno, brillaba ahora con una blancura extraordinaria. Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y flexibles, que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia.
De la seriedad de San Buenaventura no deberíamos dudar. En efecto, fue docente de teología en la Sorbona y, además, discípulo y amigo de Santo Tomás de Aquino. Su onomástico se celebra el 19 de julio.
Milán, viernes, 14 de enero de 2022
Apichatpong weerasethakul
En su bella cinta de 2010, El tío Boonmee puede recordar sus vidas pasadas, el protagonista pregunta al fantasma de su esposa, muerta diecinueve años antes, que se ha sentado a la mesa a compartir la frugal cena, “Has venido a buscarme”. El fantasma, después de declinar la invitación a tomar algún alimento, no responde, pero nosotros sabemos que es así. Más adelante, mientras lo ayuda en una de sus diálisis, el fantasma va a ser un poco más locuaz. Boonmee, sentado en su lecho, y después de un conmovido abrazo a la esposa muerta, le hace una pregunta que solo puede surgir del amor más profundo: “¿Después de que me muera, cómo haré para encontrarte?” Olvidaba Boonmee que los fantasmas poca veces responden de forma directa, les gusta ser esquivos y ambiguos. La señora se limita a responderle que no se preocupe por el cielo porque es algo sobrevalorado. Ella no estará allí, sino en el paisaje, en la selva húmeda tailandesa, donde vivieron juntos. El panteísmo de la esposa está por todas partes en esta historia. El tío Boome es una película tailandesa de fantasmas. A la misma cena donde se presentó la señora Boonmee, se acercará el hijo de la pareja, desaparecido hace años y que regresa ahora convertido en hombre mono negro de terrible pelambre negra y aterradores ojos encendidos. Se sienta en la mesa y manifiesta que tampoco él tiene hambre. La tía, que ha llegado a ayudar a Boonmee en estos días finales, lo recibe con gran alegría y lo abraza sin que le importe mucho su apariencia monstruosa. Como buena tía solterona, solo le interesa que el sobrino esté bien alimentado. No solo a ella, a todos en la mesa les parece de lo más natural que el muchacho aparezca una decena de años después en la forma de un hombre mono. No obstante, explica que lo que le ocurrió es que hizo el amor con una mujer mono, de esas que abundan en los bosques tailandeses, y terminó convertido en uno de ellos. Para un hombre con las vidas pasadas como las que ha tenido Boonmee, nada es lo suficientemente extraordinario como para asombrar. Al fin y al cabo, él mismo, en una de sus existencias pretéritas fue un gran bagre, que un día tuvo sexo con una princesa que se atrevió en las aguas donde vivía. En pago por aquella experiencia deliciosa, la joven le dejó todas sus joyas, incluyendo un precioso collar de perlas. La escritura de la película es no menos fantasmagórica. Larguísimos, interminables planos fijos que pueden durar minutos. Cámaras fijas, un “cine quieto”, como lo han llamado en ocasiones. El lente no va en busca de los personajes, ellos se presentan para ser fotografiados, como el buey de la primera escena que se asoma a la cámara y la invita a que lo siga durante varios minutos para llegar a ninguna parte. En una época pródiga en “posts”, el de Weerasethakul podría conocerse como postcine, una manifestación en la cual los elementos tradicionales de la sintaxis cinematográfica son dejados de lado. Si Eisenstein, Welles, Siodmak, Ophüls son expresiones del cine clásico, el del tailandés es otra cosa, sin dejar de ser cine. Pero es que no se puede ser formalmente convencional cuando los asuntos no lo son. Es la limitación de Cocteau, que su mundo fantástico está presentado con un formalismo convencional. Los sueños quieren ser expresados como son: incoherentes, acrónicos, absurdos, inquietantes y bellos o terribles. La secuencia en la cual la esposa muerta lleva a Boonmee a través de una fantasmagórica caverna, al seno de la tierra, es sencillamente memorable. Enfermedad tropical (2004), otra de las grandes películas de Weerasethakul, no es muy diferente.
Scarlett
Día triste el de hoy, en el cual me entero de la muerte de Scarlett Sifontes, fiel lectora de estos diarios y una de las más consecuentes y comprometidas asistentes a los talleres que dicto a distancia. Siempre interesada, Scarlett descubrió, no demasiado tarde en su vida, que el mundo del arte y la literatura prodigaban más gratificaciones de las que había imaginado. Igual se entusiasmaba con el Hamlet de Laurence Oliver que con las manzanas de Cézanne. Hace un par de semanas, la última vez que estuvimos juntos, me apremiaba con su mirada que brillaba de interés: “¿Cuándo vas a comenzar con los talleres?” Cuando lo haga, en el próximo febrero, voy a sentir hondamente su ausencia.
Alejandro Oliveros
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