Diario Literario

Diario literario 2022, agosto (parte III): Rachmaninof, Mankell, Calipso, Bachmann, Mendelsohn, Ulises, olivos y viñedos

Gallipoli, Apulia. Fotografía de Dauno Settantatre | Flickr

20/08/2022

Torre Suda, viernes 12 de agosto 2022

Gallipoli (no la de Turquía) y Castro son dos pequeñas y amables ciudades situadas en ambas caras del tacón salentino. Gallipoli, del ladro Adriático, Castro del Jónico. Como todo en la región, estuvieron bajo el dominio del emperador Federico II Hohenstaufen.  Luego pasarían al dominio de la casa de Anjou y más tarde de los aragoneses. Es una zona de Italia que se mantuvo al margen del Renacimiento y su arquitectura es de una pureza conmovedora, con su austeridad gótico normanda. Se siente uno en un país distinto al que asociamos con Florencia, Roma, Milán o Venecia. Puglia (Apulia) es una experiencia y una revelación.

Sergei Rachmaninoff. 1900. Fotógrafo deconocido

Scauri, martes 16 de agosto de 2022

Rachmaninoff, primer movimiento Concierto para piano No.2, en la versión genial de DaniIl Trifonov. Nunca me sentí tan conmovido como ahora por este fragmento de una de las piezas más populares del repertorio pianístico y que nunca estuvo entre mis preferidos. La circunstancia no es obvia en un lugar como esta minúscula Scauri donde me encuentro. Propio en las antípodas del Moscú donde la pieza fue escrita. Me siento espiritualmente en tierra de nadie, mi destartalada psique deambula entre la Rusia pre-bolchevique, la Italia post-pandémica y una Venezuela trágica. Una especie de desarraigo total, seguramente momentáneo, pero me hacen sentir que, en este momento, podría ir con mis blancos huesos a cualquier lugar de la Tierra, Sidney, Dublín, Johanesburgo,  Hanoi o Margarita, en Venezuela. Algo que no me había ocurrido hasta ahora. Tanto ha cambiado mi vida, tanto como para que este fragmento, nunca preferido del gran Rachmaninoff, estimulara esta experiencia.

Henning Mankell. Fotografía de Mandel NGAN | AFP

Scauri, miercoles 17 de agosto de 2022

Mankell

No es poco lo que Mankell me recuerda al viejo Dashiel Hammet. Lo más banal es que ambos son maestros del género policial. O que sus héroes respondan al mismo patrón psíquico (melancólicos, incapaces de una relación más o menos estable, alcohólicos, antisociales y económicamente precarios) y que, en el fondo, estén condenados a la infelicidad. Sus afinidades electivas son de otra naturaleza. Dash, como lo llamaba Lilian Hellman, era comunista y Mankell un socialista sueco, ambos con un indeclinable espíritu justiciero, dentro y fuera de sus novelas. Condenados a subsistir bajo distintas versiones del capitalismo avanzado; para ambos, si hay un culpable es el sistema injusto que propicia el crimen. Sin embargo, no es tan sencillo. La verdadera cuestión no es de orden material sino moral. Los Estados Unidos de los años de la pre-guerra y la Suecia post-industrial se parecen. En ambas geografías, la usura, como cantó Pound, está en el origen de la corrupción de la sociedad. En L’homme qui sourait, el asunto denunciado es el más preocupante. La hasta hace poco sociedad capitalista de ese país se distinguía por la voluntad del gran capital en construir una sociedad justa, hasta donde puede ser justo el capitalismo. Creo que lo llamaron el modelo escandinavo o algo así. En esta novela, impecable en su género, se descubre el deterioro del modelo y la magnitud de la catástrofe. Mankell no solo encuentra la pista del asesino, sino que, como su maestro Hammet, no deja de presentar de manera reiterada las grietas de la sociedad donde, norteamerciana o sueca, el criminal ha cometido su fechoría. En el caso de L’homme qui sourait, el sospechoso es un poderoso empresario, exponente conspicuo del famoso modelo sueco.

Incendios en Sicilia. Fotografía de China Daily

Scauri, jueves 18 de agosto de 2022 

Entre el siroco y el mistral 

La otra costa de la isla, la que da al norte y a Sicilia, hacia Cinque Denti y Punta della Gattara, tomada ayer noche por un doloroso incendio que afectó grandes sectores del parque nacional que se extiende por la mayor parte del territorio insular. El verano del 2022 ha sido pre-apocalíptico en Europa. En mi limitada experiencia, me ha tocado ser testigo del desastre cuando estuve al sur de Puglia, en los alrededores de Gallipoli y Castro; más tarde en Sicilia, cuando la atravesaba de este a oeste para llegar a Trapani, y ahora aquí, en este conmovedor paisaje del itinerario homérico. En su proyecto de educar al nieto en las andanzas de Ulises, in situ, Constanza nos llevó, en la mañana de hoy a la Grotta de Sataria, en la costa occidental y en una época residencia verídica de Calipso, en cuyas estancias el de Itaca compartió durante siete años el mullido lecho de la ninfa y sus manjares y dulces vinos. Pantelleria no es rica en mieses, pero sí en frutos de mar, olivas y uvas, suficiente para mantenerse en pie durante las exigentes jornadas. El fuego, que todo lo hace negro, no visitaba esas latitudes; y, si la isla era conocida como la perla negra del Mediterráneo, lo era por el color de su basalto y el de la obsidiana abundante. Para los fenicios, siempre acertados, la apretada superficie de 83 kilómetros cuadrados era la “hija del viento”, por estar sometida a las fuertes  brisas del austro y el siroco que se presentan parte del año, dejando la otra para el mistral que refresca la geografía mítica.

Ingeborg Bachmann en Roma y Puglia

“La poeta más importante e inteligente que nuestro país ha producido en este siglo¨. Así se refería Thomas Bernhard al trabajo lírico de la Bachmann, una verdadera leyenda de las letras germanas, una tradición no ayuna de leyendas, precisamente. Estudiante de filosofía, especialista en Heidegger, hermosa, sexy, cosmopolita, musa del Grupo 47, narradora brillante, ensayista inevitable, amante de Max Frisch y Paul Celan, consentida de Hanz Werner Henze, y ciudadana romana por adopción. Allí, en la Urbe, habría de morir, atrapada por las llamas, en su piso de via Giulia. Una muerte prefigurada en su novela Malina, cuyo protagonismo, en la versión fílmica, correspondió a una convincente Isabelle Hupert. Habitué del mítico Café Doney, en via Venetto, y del Greco en Condotti, Bachmann se dejó fascinar, como antes de ella Goethe, y tantos otros viajeros teutones, por la luz y el clima, el desenfreno vital y la irresponsabilidad existencial de muchos de los pobladores de la península itálica.  Escribió sobre Roma, pero también cantó la geografía de Puglia, con sus olivares sin fin y la insospechada arquitectura de sus ¨trulli¨. A su condición de eterna exiliada, se refirió en ¨Curriculum vitae¨, uno de los poemas más permanentes del alemán de su tiempo:

En una época obligada,

se debe huir de una luz a otra,

de un país a otro. Bajo el arcoíris,

la brújula apunta al corazón.

Ahora la vista del paisaje. Desde

la montaña se ven los lagos; en los lagos

se ven montañas y en las nubes doblan

las campanas de un solo mundo. Saber

de qué mundo se trata

está prohibido para mí.

Son 126 poemas de Bachmann que Piper Verlag recogió en el hermoso volumen de sus Sämtliche Gedichte (Poesías completas).    Una exquisita lectora de estos diarios me hace llegar el original alemán del poema que Ingeborg Bachmann escribió después de su visita a la Puglia que los madrileños de la Academia se empeñan en llamar Apulia, lo que, de acuerdo a una etimología extraviada, querría decir “sin Pulia”. Por mi parte, pude dar con “Imagen nocturna de Roma”, la vieja traducción que realicé de uno de sus poemas romanos.

 

 

RÖMISCHES NACHTBILD

 

Wenn das schaukelbrett die sieben Hügel

nach oben entführt, gleitet es auch,

von uns beschwert und umschlungen,

ins finstere wasser,

 

taucht in den Flusschlamm, bis in unsrem Scoss

die fische sich sammeln.

Ist die reihe an uns,

stossen wir ab.

 

Es sinken die Hügel,

wir steigen und teilen

jeden Fisch mit der Nacht.

 

Keiner spring tab.

So gewisst ist’s, dass nur die Liebe

und einer den andern erhöt.

 

 

IMAGEN NOCTURNA DE ROMA  

 

Cuando el columpio se apodera de las siete colinas,

también hacia arriba se desliza,

abrazada y cargando con nosotros,

el agua sombría sumergida

en el lodo del río hasta que los peces

se acomodan en nuestro regazo.

 

Cuando es el turno,

también nosotros nos alejamos.

 

Las colinas se sumergen

y nosotros subimos

compartiendo la noche con los peces.

 

Nadie salta.

Es así, sólo el amor del otro

nos eleva.

 

Ingeborg (la conozco desde hace más de cincuenta años, en la lejana Valencia de Eugenio, Teófilo, Villarroel París y mis veinte años), que venía de frecuentar los ambientes más sofisticados de la Alemania de la segunda post-guerra (el Grupo 47, Max Frisch, Hans Werner Henze, Heidegger), viajó a conocer Puglia a mediados de los años cincuenta, cuando la región apenas si salía de una prolongada Edad Media. Era el contacto, que aún se siente, con lo primordial. Los ritos, la taranta, por ejemplo, mantenían intacta su vigencia, y el mito era la forma más aceptada de organización social. Para Bachmann, después de la pesadilla de Segunda Guerra, de la cual nunca se recuperó, un fantasma que acabará con su existencia, el sur de Italia, no solo Puglia, también, Calabria, Basilicata y Campania, eran el paisaje de la utopía, un paisaje espiritual donde el logos, la razón instrumental de Adorno, no había terminado por imponerse. La utopía hecha luz y olivos. No fue distinto lo que sintió Goethe cuando estuvo en contacto con este espejismo. Su Viajes en Italia son una crónica de esta revelación y su desengaño. No he podido, porque no es cruzar un campo, traducir más allá de la primera estrofa del deslumbrante texto de la más notable de los poetas de lengua alemana del siglo XX. Escritos en el equivalente de endecasílabos rimados, el poema es una muestra del virtuosismo de la autora:

 

PUGLIA

 

Bajo los olivos,

la luz derrama sus semillas.

La amapola con su parpadeo reaparece

recogiendo y haciendo arder el aceite

con un brillo que nunca se apaga

 

Mendelsohn mediterráneo

En medio de esta privilegiada geografía agredida los incendios (ya sofocados), y recorrida por un clima a merced del siroco o del mistral, uno que llega esta noche, la gloria del Octeto para cuerdas de Mendelsohn, una música que se me ocurre deudora del eterno sueño, el mismo de la Bachmann, de la gente del norte con la utopía del meridiano. Mendelsohn debe haber sido el único romántico alemán no enfermo de melancolía. Estuvo en Italia y se dice que consignó esta experiencia en la más difundida de sus sinfonías.

Alberello pantesco. Fotografía de Donnafugata | Tripadvisor

Scauri, viernes 19 de agosto de 2022

Durante sus siete años en esta isla, aparte de los favores de la ninfa Calipso, Ulises fue privilegiado por la calidad de sus vinos blancos y aceites de oliva, frutos del más puro ingenio mediterráneo. Ante el acoso  de los vientos, que se prolonga a lo largo del año, los nativos utilizaron métodos de cultivo originales y efectivos. Los olivos fueron limitados en su crecimiento vertical y obligados a una horizontalidad que compensa la falta de altura. Fue el mejor modo de enfrentar la amenaza de la erosión eólica. Además, fueron protegidos por cintas de negras murallas hechas con las rocas volcánicas. Ulises tiene que haber apreciado la bondad del aceite producido por estas extrañas extensiones de vegetación. Se trata de un aceite aromático y delicado, de una elegancia no frecuente en Grecia y una acidez casi inexistente. No es difícil imaginarse la blanca piel de Calipso brillando con el lustre de esta sustancia milagrosa. Con la vid, el nativo tuvo que recurrir a un ingenio semejante. Las plantas son sembradas en orificios circulares de 50 cm de profundidad para protegerlas del vendaval en su crecimiento. Luego son cultivadas de manera individual, como mini-árboles que recuerdan el bonzai, pero con una disposición horizontal, el “alberello pantesco”, (“pequeño árbol de Pantellería), reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Con sus uvas se elabora un blanco seco y mineral, con dejos de sal marina en la boca que compensan la dulzura del fruto. No es infrecuente encontrarse con plantas de “pie franco” originales, con más de cien años y que nunca fueron afectadas por la filoxera. Una cosa sola no pudo colmar Calipso. No fueron suficientes ni los placeres del lecho, ni el dulce vino y elegante oliva. Su esforzado amante había sido prendido por el espíritu de la aventura. Ni ella, ni Circe, ni Penélope serían fuertes amarras para mantener en puerto al inquiete aventurero. La  aventura se había convertido en la esencia de su existencia. Un adivino se lo había predicho, “Tu muerte, Ulises, será en el mar proceloso”. Se refería al Atlántico que, en las cercanías de las islas Canarias, se tragaría la cóncava nave del héroe no dejando sobrevivientes. Aquí, en la isla, todavía se le recuerda por su devoción a olivos y viñedos en el poco tiempo libre que le dejaban que los afanes del lecho de Calipso.


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