Diario Literario

Diario literario 2022, abril (parte V): “El ojo maligno”, dia de la liberación, Semprúm, Labarca, Anatole…

30/04/2022

Partisanos desfilan el día de la liberación. Milán, 1945. Fotógrafo desconocido

Milán, lunes, 25 de abril de 2022

Liberación 

Hoy se celebra en Italia el Día de la Liberación, cuando por fin, después de las frustradas esperanzas que produjo la caída de Mussolini dos años antes, los alemanes, asediados por los partisanos y el ejército aliado, abandonaron el territorio peninsular. A diferencia de los franceses, y más como los yugoslavos, los italianos organizaron un ejército de guerrilleros partisanos que causaron pérdidas considerables a la Wehrmacht. Y, también, Italia sería en buena parte costosamente devastada, desde el sur (Palermo, Salerno, Nápoles) hasta el norte (Torino, Milano, Génova) por la retirada alemana y el no menos brutal avance norteamericano

Fotograma de «L’ oeil du malin». 1963. Claude Chabrol

El ojo maligno

No recuerdo de quién fue la idea, pero así, como La nouvelle vague (La nueva ola), fue como quedó, para los anales el cine, lo que, a comienzos de los sesenta, produjo un grupo de cineastas que lo único que tenían en común era la admiración por Hitchcock y el propósito de supera el realismo de la generación anterior. Como buenos franceses, no solo eran directores de cine sino periodistas, escritores, pensadores, filósofos, teóricos. El instrumento de difusión de sus ideas fue la revista Cahiers du Cinemá, fundada por André Bazin, y que con el tiempo se convertiría en la publicación más respetada y menos entendida (tal vez porque no había mucho que entender que no hubiese sido entendido antes) por las nuevas generaciones de espectadores en todo el mundo. Los críticos al servicio del nuevo producto del genio francés acuñarían nuevos términos para nombrar lo que no era nuevo. Uno de ellos fue “Cinemá verité”, que consistía, como Chabrol en la canónica secuencia de la Oktoberfest de L’oel malin, en filmar a los protagonistas fuera del set, al aire libre, en medio de todo, y preferiblemente cámara en mano. No muy distinto en su intención a lo que habían hecho  Siodmak, Wilder y Zinneman con Gente de domingo, de 1928. Truffaut, tal vez el más difundido de todos, siguió realizando  estupendos filmes cuyo principal atributo no era precisamente la ruptura con lo anterior, un radicalismo que terminaría asumiendo Goddard casi en exclusividad.

Para recordar los setenta años (en realidad son setenta y uno) de la fundación de Cahiers du Cinema, el Cine-Club Ambrosiano ha preparado una mínima muestra de autores de la Nouvelle Vague con producciones de Claude Chabrol, Jean-Luc Goddard y François Truffaut. De Chabrol, los organizadores escogieron L’oil du malin (El ojo maligno, 1962), la sexta película de una carrera en el cine que había comenzado como crítico de arte y que, gracias a una bendita herencia de la esposa, terminó asumiendo el mismo oficio de los cineastas que reseñaba en la revista. Pocos directores en los tiempos modernos tan activos. Se cuentan en más de cincuenta sus producciones a lo largo de cuarenta años. Algunas ampliamente difundidas, y ninguna de ellas privilegiada con uno de los grandes reconocimientos (Venecia, Cannes, Berlin, Oscar). No obstante, su producción tiene el mismo aire de permanencia que uno respira en Ophuls o Renoir. Se le ha mencionado como una especie de anatomista (como en la “Lección de anatomía”, de Rembrandt) de lo que en Francia llaman despectivamente la “pequeña burguesía”, una clase social que nos  incluye a todos (los integrantes de la Nouvelle Vague y-compris), menos a la minoría privilegiada de los poderosos o a la sufrida de los desposeídos. Una distinción que no dice mayor cosa; al fin y al cabo, estos pequeños burgueses han sido los grandes protagonistas de la historia del cine. Un director con una producción como la suya es muchas cosas. Y Chabrol lo es. En El ojo maligno, como en Landru o El carnicero, el interés de Chabrol es la investigación de las raíces del mal en la condición humana. Y es probable que sea el asunto de la película programada por la sede milanesa de Luxor Cine-Club de Caracas. ¿Cómo se explica la retorcida conducta de un joven individuo ante una pareja que le ha brindado amistad y protección? Que sea un escritor frustrado no debería ser suficiente. Los hombres y mujeres que no han podido realizarse en duro oficio de las letras son legión y no reaccionan de una manera tan canalla. Tampoco ser víctima de una fijación materna debería dar para tanto. Chabrol se detiene en cada posibilidad. Frustración sexual, envidia, incomunicación, rechazo, desengaño, pero encuentra que no es suficiente. Pareciera creer que en este caso la maldad es genética y, cuando el individuo no puede reprimirla, se desborda causando estragos. Las resonancias freudianas son evidentes y casi inevitables en el París de los sesenta. La pequeña burguesía, en este caso, está representada por un exitoso escritor alemán y su esposa francesa. La otra cara de la moneda, pero solo en apariencia. Detrás de la armonía se oculta la dolorosa verdad del engaño y la hipocresía. La fotografía, como siempre, o casi, con Chabrol, es de Jacques Rabier, quien ese mismo año hizo, para otro inolvidable film nouvelle vaguiste, Cleo de 5 a 7, de Agnes Varda. En esta oportunidad, Rabier es el responsable de una de las secuencias más audaces de la técnica del Cinemá Verité, la ya mencionada del Oktoberfest. La admiración hitchcockiana se manifiesta en una aparición relámpago del mismo Chabrol y en la alusión a Psicosis. La actuación impecable estuvo a cargo de la estupenda Stéphane Audran, quien, dos años después, se casaría con Chabrol; Jacques Charrier primer esposo de Brigitte Bardot, Walter Reyer.

DE FLOTA EL TIEMPO

 

ALPES

 

Los Alpes

me dan vueltas

en la cabeza.

Primero

fue un hotel

en mi lejana Valencia.

Después

otro albergo

cerca

de la estación

de trenes

de la Ciudad

Eterna.

Ahora,

aquí en Milán,

los tengo,

en vivo,

más cerca.

Mientras

el invierno

se aleja,

me siento

como el elefante

de una improbable

empresa.

Tal vez,

como a él,

me toque

terminar

en una de estas

altas crestas.

Lejos del natal

trópico

y sus blancas

centellas.

 

Milán, martes, 26 de abril de 2022

Walking in the rain

Larga caminata bajo una bendita lluvia con sus aromas de adolescente primavera. Me parecía andar por un túnel de aguas y árboles cargados de hojas tempraneras. Todo discreto y racional, no las catedrales de lluvia de mi trópico natal. Tampoco la lujuria del agua lluviosa sobre la piel amada. Aquí se siente menos la brisa que llega hasta la madrugada. Por supuesto, los más alegres son los pajaritos, que aparecen de pronto llegados de la nada.

Semprum

Pedro Téllez, mi amigo de muchos años, es un lector hidrópico. Bibliófilo terminal, como su padre, el también psiquiatra y mi profesor en la Escuela de Medicina, me pone unas líneas destacando la figura de Jesús Semprum, mejor conocido, los que lo conocen, como crítico literario. Fue también uno de los precursores de la psiquiatría en Venezuela y autor de un trabajo de grado sobre la psicosis paranoica que, de acuerdo con Pedro, se trata de una “tesis maravillosa y excesiva” sobre el caso clínico de un linotipista loco. Semprum, como Poe, no pudo con el alcohol, y tendría una muerte disminuida y olvidada. Ahora hay que darse al rescate del texto de la tesis y publicarlo cuanto antes con una oportuna introducción de Pedro.

Fotograma de «Tom Jones». 1963. Tony Richardson

Labarca

Daniel Labarca, el “hombre-cine”, como lo llama Rodolfo Izaguirre, me hace llegar unos viejos recortes de prensa, con las programaciones iniciales del Cine Club Universitario que fundó en Valencia en 1965. A él le debo mi primer encuentro consciente con una gran película (entre los inconscientes encuentros previos, El gatopardo, por ejemplo, o Salvatore Giuliano). Me refiero a Tom Jones, que me sorprendió a mis dieciocho y me convirtió en adicto al gran cine. Por desgracia, no es mucho lo que aprendí de Daniel, pero sí infinitas las  cintas que, desde ese año, he podido ver en su compañía. Después de Tom Jones, ese mismo 1966 vendrían filmes como Ugetsu Monogatari, Moderato Cantabile, Cleo de 5 a 7, El séptimo sello, Los paraguas de Cherburgo, El Evangelio según san Mateo, El sirviente y pare de contar. En las programaciones que me envía se insinúa su discreta indiferencia por el cine norteamericano. Nadie es perfecto.

Anatole

Hace quince años comencé con la traducción de Pour un tombeau d’Anatole, de Mallarmé, y hace nueve la abandoné. Se trata de una elegía a la muerte de su hijo Anatole, a los ocho años, que no alcanzó a terminar a pesar de sus esfuerzos. Lo que nos quedó del intento fue un maravilloso conjunto de fragmentos que, en 1961 y por primera vez, Jean-Pierre Richard publicó en la editorial du Seuil. Le incluía extraordinarias anotaciones, necesarias aclaratorias y la disposición de los fragmentos tal como el poeta los había ordenado en las 202 hojitas de papel donde escribió sus élegos. Del total, traduje en esa oportunidad cuarenta y seis. Con dificultad y dolor, dejé el trabajo allí por razones puramente personales. Superadas por el tiempo las causas de esta decisión, me propongo continuar con el trabajo como un homenaje al querido maestro Mallarmé a quien dediqué uno de los textos de Poemas de la luna líquida. En el cual me refiero a los años que pasó como profesor de inglés en el liceo de Tournon, una escondida ciudad en la orilla derecha del Rhone que me ha tocado visitar en reiteradas ocasiones. Mi determinación se ha visto estimulada por los amigos de Luis Santángel 10, admiradores, los tres, del inquilino de la rue de Rome.

François Lunven. Fotografía de Kiril Benediktor | Wikimedia

Milán, miércoles, 27 de abril de 2022

Bernard Noël

En 1971, a los veintinueve años, se suicidaría François Lunven, lanzándose por una ventana. Un pintor francés quien, a pesar de su talento, probablemente no sería conocido a no ser por la intervención de Bernard Noël, su gran amigo, quien le dedicó un libro que lleva el nombre del joven suicida y que incluye ensayos y poemas, algunos de los cuales he intentado traducir para este cuaderno. Son piezas de veintiún líneas escritas en tensos endecasílabos blancos, fragmentos de un gran élego que recuerdan las letras de algunos coros trágicos de Eurípides. Noël nació en Aveyron, Francia, en 1930, y es autor de una extensa producción que incluye todos los géneros posibles, entre ellos la traducción. En español, como bien puede y suele suceder (Louise Glück, Giovanni Pascoli, Anne Carson), la editorial Pre-textos lo daría a conocer con la publicación de La sombra del doble, al cuidado de José Angel Valente y traducido por Carlos Henderson.

TUMBA DE LUNVEN

 

I.

 

ya la tierra devoró tu cuerpo

carne hervida alrededor de tus huesos

tu juvenil energía ya es carroña

tu cabeza en dos como un huevo podrido

indiferente a tu salto al revés

en qué pensaste esos segundos

poco antes del golpe contra la acera

tus brazos replegados contra el rostro

y el cuerpo ya convertido en su resto

los huesos estrellados rasgaban tu carne

masa tumefacta reblandecida

siguiendo una indecible cordura

un moco espeso con poca sangre

tus ropas no eran sino un saco

y fue adentro donde te recogieron

pobre montón humano en una camilla

etiquetado para la morgue

ojalá que ya no quede conciencia

de lo que fuiste y eres

si no para qué lanzarse al vacío

 

Milán, viernes, 29 de abril de 2022

Últimos días de este abril de 2022 que pasó con velocidad criminal, dejándome en las manos la sobra y sombra de unos cuantos recuerdos condenados a convertirse en olvido, que eso es lo que somos, seres nacidos para olvidar. Los recuerdos, que recuerdan tan poco, son espejo sin azogue donde no nos identificamos. Lo único que nos garantiza, como anotó Barthes, que fuimos y estuvimos, acaso sea una imagen de fotografía. Si no somos, por lo menos sabemos, y sabrán los eventuales espectadores que una vez pasamos, con la velocidad de una centella, por este domicilio terrenal. Un mes cruel, abril, pero no menos que todos los demás, Mr. Eliot.

Stephane Mallarmé. Fotografía de Nadar | Wikimedia

Anatole (2)

Gracias a la generosa intervención de Constanza acabo de recibir una nueva edición, esta vez de bolsillo, de la edición del Anatole de Jean-Pierre Richard. La original, de 1961, sigue, con el resto de mis libros esperándome en Valencia. Me ha conmovido, no obstante, abrir las páginas del volumen después de haberlo cerrado hace más de nueve años. No es menos que el encuentro con un viejo amigo con el cual todavía hay mucho que hablar. Lo menos que puedo hacer es abrir una botella de rojo borgoña de Ponsot para celebrar el regreso. Bienvenido, monsieur Mallarmé.

Ayer, unas clases a distancia sobre arte, política y finanzas en tiempos modernos y contemporáneos. Es un magro consuelo esta experiencia desmaterializada. No obstante, es una manera de seguir ejerciendo la docencia y de estar en contacto con un grupo que, si bien

invisible, me escucha y eventualmente se comunica conmigo. Fuera del país natal, este ejercicio es una manera preciosa de sentirme en compañía. Especialmente, cuando el amigo más cercano se encuentra a cientos, si no a miles, de kilómetros.

Bernard Noël. Fotografía de XalD | Wikimedia

Bernard Noël (2)

Los poemas que el poeta francés Bernard Noél dedica a su amigo tempranamente muerto son una muestra inquietante de una lírica escrita en contra de los criterios de la poesía más celebrada del siglo XX. Su confianza en las imágenes, su culto, como diría Baudelaire, es limitado. Y las imágenes que emplea carecen del tono oracular de los mejores vates de la modernidad. No me imagino a Rilke o Machado, Valéry,  Char o a Paz, Sánchez Peláez o Betjeman, ni siquiera a Michaux o Vallejo, acudiendo a imágenes tan prosaicas como “masa tumefacta reblandecida” para referirse al cadáver del amigo muerto, ese “pobre montón humano en una camilla”. Además, hay una narrativa en los poemas que nunca fue del gusto de los modernos. Debo decir que el tono narrativo de Noël no es el convencional de los grandes poetas-narradores norteamericanos (Lee Masters, Frost, Lindsay), se trata de una narrativa, asimismo, fragmentaria, como es el conjunto de once textos de la “Tumba de Lunven”, de los cuales no tuve fuerzas sino para traducir apenas tres.

 

2.

 

cuando la comenzó la danza macabra

eras el único con tu vaivén en el cuarto

las ganas de aplacar el furioso cerebro

demasiadas palabras en estampida

luego de repente la calma y el testamento

corregido y dejado en la chimenea

ya sabías lo que harías

última mirada a la tela en curso

siempre obsesionado con estas formas

que mezclaban el metal y la anatomía

te alteras abres la ventana

te sientas de espaldas al vacío

los pies dirigidos hacia dentro

las pantuflas enseguida se desprenden

orientadas en el sentido de la vida

mientras basculas hacia el cielo

un agujero con demasiado fondo

lo duro lo brutal de la tierra abajo

tu cráneo roto tus huesos astillados

eres un montón de carne descompuesta

un paraván contra el suicidio

 

3.

 

quisiste desmaquillar la muerte

y comenzaste con una imagen

montón de vísceras en flor sobre el pecho

la cabeza por encima de la floración

asombrada de permanecer intacta

más abajo huecos en la carne y huesos

la boca de la muerte entre las piernas

más lejos  un trozo de carne caído de espaldas

de seguro ya gelatinoso con la

fermentación bien avanzada

lo que ven los ojos solo está en los ojos

decías burlándote de ti mismo

tenemos el goteo pero no el olor

este humo solo pertenece al féretro

no hay manera de representarlo

salvo creando la carroña mental

pero ninguna palabra tan podrida

para cantar la podredumbre

lo único que queda es contemplar

y preguntarse si la premonición

dictó esto sin evitar el salto


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