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Diario literario 2021, septiembre (parte II): Mario Sironi; Hemingway, “Verano”, Rififi, Huelga de pájaros, Helena de Troya curadora y pérfida
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Milán, viernes, 3 de septiembre de 2021
Mario Sironi
Visita a la muestra de Mario Sironi en el Museo del 900. La primera exposición importante del maestro en los diez años que tengo pasando en esta ciudad al menos varios meses al año.
La carrera artística de Sironi es una tragedia del arte del siglo XX. Se trata de uno de los pintores más talentosos de su ya talentosa generación, que, en Italia, fue la de Boccioni, De Chirico, Balla, Carrà o Morandi. Un don que no le sirvió a la hora de tomar la más importante de las decisiones de su existencia. Su historia me ha atraído desde hace años, cuando enseñaba estéticas modernas en la Escuela de Bellas Artes Arturo Michelena. Una atracción frustrada durante mucho tiempo por la escueta bibliografía disponible. Algo después leí un ensayo sobre su filiación ideológica en la New York Review y me resignaba a las escasas reproducciones de sus obras que encontraba en los libros. Se hablaba en ellos extensamente de Boccioni, como debe ser, de De Chirico, Balla, Carrà y, un poco menos, de Morandi. Pero Sironi tenía que contentarse con una mención “al volo”. Así hasta hace unos cuantos años cuando me encontré con algunas de sus pinturas en una feria de arte aquí en Milán. Una de ellas, en verdad sorprendente. Una pequeña tela, previa a 1914, en la cual Sironi, con su gran inteligencia plástica, mostraba su asimilación de las teorías abstraccionistas. Tal vez, en ese momento, era el único en Italia y uno de los pocos en toda Europa en haber sentido cómo “lo espiritual en el arte” encontraba una ajustada expresión en el arte abstracto. En la misma feria, otros trabajos donde Sironi abandonaba el abstraccionismo y se limitaba a un neocubismo muy personal y prometedor. De aquí a una figuración “metafísica” más moderna e inquietante que las fantasmagorías de Chirico y Carrà. Camiones en los suburbios existencialistas de las grandes ciudades. Nadie ha estado en una de las plazas de De Chirico, pero todos conocemos la soledad terminal de las noches y las lunas suburbanas que describe Sironi. Dedicado a la exploración de un figurativismo que negaba sus búsquedas anteriores, hacía lo mismo que Picasso o Derain o Balthus en su vuelta al orden. Su problema es que este culto al orden y el pasado lo hizo coincidir con las ideas políticas de Mussolini de manera no distinta a las coincidencias de Picasso o Rivera con Stalin. Militó en el fascismo con el mismo entusiasmo con que sus colegas militaban en el comunismo. No supo, sin embargo, cuidarse las espaldas, participar no participando, algo que ha debido aprender de Picasso. Sironi es el triste responsable de un proyecto donde aparece il Duce a caballo como el condotiero de Verrocchio al ventenio fascista dedicó todas sus ilusiones y trabajos. Incursionó con regular fortuna en el muralismo político, hasta que se produjo el colapso, y estuvo a punto de ser fusilado por la resistencia partisana, suerte de la que lo salvó un miliciano admirador. El resto de sus días fueron de penumbra y poca luz. Ante el repudio generalizado, su hija de dieciocho se suicida en 1948 y lo que quedó fue una especie de albatros baudeleriano. El Partido Comunista Italiano del ultraestalinista Togliatti lo convirtió en bestia negra y su pintura condenada oficialmente al olvido. La muerte lo encontró con los pinceles en la mano, trabajando en una pequeña tela figurativa de un colorido raramente alegre. Murió como una de las grandes víctimas, como Popova o Malevich, de un siglo donde las ideologías causaron tantas bajas como las dos guerras mundiales. La retrospectiva que presenta el Museo del 900, el mismo que hace tres años le dedicó una exposición a Margarita Sarfati, la brillante ideóloga del arte fascista, es un paso significativo en la empresa de reivindicar la pintura de uno de los artistas europeos más talentosos de la primera mitad del siglo. Para mí se trata de una satisfacción doble. Por una parte, el reiterado placer que me produce la contemplación de sus trabajos y por otra parte, la satisfacción por no haber dejado de creer, desde mis primeros años como profesor de la Escuela de Bellas Artes, en el genio de este maravilloso artista con el cual la posteridad comienza a hacer justicia.
Milán, domingo, 5 de septiembre de 2021
Aprovechando las bondades del clima del tardío verano, paseo por la luminosa población de Stresa sobre el lago Maggiore. La belleza de estos lagos alpinos ha sido celebrada desde tiempos de los romanos. Hemingway, que es el nombre del bar del hotel donde Constanza nos llevó a almorzar, fue uno de los más conocidos. Y no es difícil imaginárselo, parado frente a la barra (casi siempre escribía de pie por problemas en la columna) escribiendo una página de su Adiós a las armas mientras bajaba una botella de bourbon. En una de las paredes una foto suya en la barra y un autógrafo “1º de octubre 1948 Ernest Hemingway (un viejo cliente)”.
Milán, martes, 7 de septiembre de 2021. Santa Regina
Agoniza este verano que comenzó con tanto entusiasmo. Tres meses que han pasado como el agua bajo el puente, para ir a dar a la mar de lo irreversible. Cierto es que me permitió realizar algunos viajes y leer varios libros, lo que no entiendo es cómo, apenas llegado ya esté de salida.
VERANO
No ha podido
el verano
con el tiempo,
como no pudo
la primavera
ni podrá
el invierno…
Milán, miércoles, 8 de setiembre de 2021
Dos francesas
Dos producciones francesas, una de Jules Dassin y la otra de Claude Chabrol. Dos films que no pueden ser más divergentes por dos directores de generaciones distintas, unidas por la admiración del más joven hacia el otro. El mayor es Jules Dassin, quien, como su nombre indica, es norteamericano, mientras que el segundo no solo es francés, sino parisino. Ambos compartieron la ansiedad por el cambio y la renovación. Dassin, a partir de las experiencias alemanas de Siodmak y Wilder (Mensch aus Sontag), a comienzos de los treinta, había incorporado como protagonista de sus mejores cintas el paisaje urbano de las grandes ciudades. Una decisión cuya influencia no podría ser exagerada, desde Wells a Goddard y desde Scorcesse a von Trotta. En esta Rififi legendaria que he visto anoche, el Nueva York incansable de La ciudad desnuda es sustituido por el París acomplejado de la segunda posguerra. Rififi es parisina en todo y no solo en su iconografía, hasta la angustia existencial del protagonista es del todo Rive gauche. El personaje principal, Tony, es un héroe derrotado antes de entrar en batalla. Ante la pregunta de uno de sus cómplices sobre qué iba a hacer con su parte del cuantioso botín, su respuesta es digna del Mersault camusiano: “No sé”.
Milán, jueves, 9 de septiembre de 2021
Huelga de pajaros
Me escribe mi sobrina desde Dusseldorf, tampoco sabe el teléfono de la Oficina de Pájaros Cantores de Milán, pero me promete averiguar el de la sucursal en esa ilustre ciudad alemana. Aquí, mis madrugadas y mañanas siguen mudas. Nada de ruiseñores ni mirlos, ni la sonora cohorte que los acompaña. Apenas antes del mediodía, hacia las 9:30, el canto solitario de un pobre pajarito enjaulado tratando, como yo, de comunicarse con los demás pájaros. Les habla en su propio idioma, pero ni así. Lo que literalmente me aterra es que se acerca el invierno, época de migraciones hacia el sur de estas aves musicales. ¿Es que están en huelga? Se supone que, en este momento, cuando la temperatura ha dejado de ser muy caliente y no llega a ser fría, estén por aquí, cumpliendo todos los días con su trabajo, como hago yo con el mío. Hoy he sido tomado, solo por segundos por fortuna, por un malsano pensamiento: si estos pajaritos no trabajan, entonces yo tampoco.
Milán, viernes, 10 de septiembre de 2021
Helena de Troya curadora y pérfida
De Helena, semejante a Artemisa, se ha dicho de todo, y mucho me temo que todo sea verdad. Su propia hermana, Clitemnestra, también hija de Leda, montada por un cisne, la maldice como causante de la muerte de Ifigenia, la menor de sus hijas. A ella se atribuye la pérdida del alma del gran Fausto, quien prefirió un día a su lado que la infinita dicha del Paraíso. A ella le dedicó el sabio doctor alemán (escritas por Christopher Marlowe) algunas de las mejores líneas escritas en inglés:
Was this the face that launched a thousand ships
And burnt the topless towers of Ilium?
Sweet Helen, make me immortal with a kiss:
Her lips sucks forth my soul, see where it flies!
Come, Helen, come, give me my soul again.
Here I will dwell, for heaven be in these lips
And all is dross that is not Helena!
I will be Paris, and for love of thee,
Instead of Troy, shall Wittenberg be sacked.
Dante es relativamente generoso con Helena y la mantiene en el segundo círculo infernal, el tibio espacio donde también residen sus amados Paolo y Francesca. Pero, para siempre, el imaginario cristiano la asociará con la lujuria y el engaño, a pesar de que Homero la redime y la regrese, con su rueca de oro, a una hogareña existencia. Así la encontró Telémaco mientras celebraba con Menelao la doble boda de sus hijos. El hijo de Ulises había salido, en la primera de estas búsquedas, el gran asunto de la literatura occidental, a buscar a su padre y no lo ha encontrado. Las memorias de Menelao (“Ay, ay, qué gran amigo mío era el hombre cuyo hijo ha llegado a mi casa, quien por mí padeció numerosos dolores”) han entristecido a los participantes de la reunión, “…en todos ellos avivó un anhelo de llanto. Lloraba la argiva Helena, nacida de Zeus. Lloraban Telémaco y el atrida Agamenón. Y ni siquiera el hijo de Néstor mantenía sus ojos sin lágrimas”. La depresión se ha hecho endémica y se ha apoderado del ánimo de todos, empañando las celebraciones en el palacio de Menelao. Helena, quien la tradición prefiere recordar por sus pecados (Jesucristo hubiese salido en su defensa con los mismos argumentos que empleó para defender a Magdalena) minimizando sus bondades. Como cuando intervino como curadora en ese momento de tristezas bajo el techo de su palacio: “Entonces Helena echó en el vino que estaban bebiendo una droga contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar todos los males. Quien la tomare, después de mezclarla en la crátera, no logrará que en todo el día le caiga una sola lágrima en las mejillas, aunque con sus propios ojos vea morir a su madre y a su padre o degollar con el bronce a su hermano o su mismo hijo. Tan excelentes y bien preparadas drogas guardaba en su poder la hija de Zeus por habérselas dado la egipcia Polidamna, mujer de Ton, cuya fértil tierra produce muchísimas, y la mezcla de unas es saludable y la de otras nociva”. Hasta donde conozco, se trata del primer psicofármaco de la literatura occidental, y fue Helena la primera en utilizarlo con éxito revelando la otra cara de su naturaleza, la de curadora, con la que compensaba los muchos males que, en momentos de descuido (la carne es débil), eventualmente causaba a la humanidad. Lástima que no nos dejara la fórmula de esta medicina, el primer ansiolítico de la literatura occidental. Pero Helena dejaría de ser Helena de Troya si todo hubiese terminado aquí. Y de seguidas narra a sus ilustres huéspedes una de las historias más infames de la Guerra de Troya, una que involucraba, por una parte, al ambiguo nieto de Autólico y, por la otra, a Helena en su papel acostumbrado:
No podría narrar ni referir todos los trabajos del paciente Odiseo y contaré tan solo esto, que fuerte varón ejecutó y sobrellevó en el pueblo troyano donde tantos males padecieron ustedes los aqueos. Infirose vergonzosas heridas, échose a la espalda unos viles andrajos, como si fuera un siervo, y se entró por la ciudad de anchas calles donde sus enemigos habitaban, Así, encubriendo su persona, se transfiguró en otro varón (polytropos), en un mendigo… Y con tal figura penetró en la ciudad de Troya. Todos se dejaron engañar y yo sola lo reconocí e interrogué, pero él con sus mañas se me escabullía. Mas cuando lo hube lavado y ungido con aceite, y le entregué un vestido, y le prometí con firme juramento que a Odiseo no se le descubriría a los troyanos hasta que llegara nuevamente a las tiendas y a las veleras naves, entonces me refirió todo lo que tenían proyectados los aqueos. Y después de matar con el bronce de larga punta a buen número de troyanos, volvió a los argivos, llevándose el conocimiento de muchas cosas. Prorrumpieron las troyanas en fuertes sollozos, y a mí el pecho se me llenaba de júbilo porque ya sentía en mi corazón el deseo de volver a casa y deploraba el error en que me había puesto Afrodita cuando me condujo allá, lejos de mi patria, y hube de abandonar a mi hija, el tálamo y un marido que a nadie le cede ni en inteligencia ni en gallardía.
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Alejandro Oliveros
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