Perspectivas

Diario literario 2021, septiembre (parte I): nuevas notas sobre Ulises; San Agustín, Mutti-Strehler, Pound, Tsvetáyeva, Zweig

04/09/2021

Ulises entre las sombras. Antigua pintura romana.

Milán, viernes, 27 de agosto de 2021 (4:30 p.M.)

Nuevas notas sobre Ulises (1)

Ulises es el más universal de los mitos griegos. Pocos queremos ser Hércules o Jasón o, por lo mismo, Fedra o Antígona, pero todos hemos sido Ulises alguna vez. El hijo de Laertes es un concentrado de todas las virtudes y vicios del ser humano. Eso que a Shakespeare, el único que lo ha conseguido, le llevó más de treinta piezas de teatro y un par de poemas dramáticos. De Ulises se puede decir que fue violento como Macbeth; inseguro como Hamlet; celoso como Otelo; arrogante como Coriolano; enamorado como Cleopatra; sangriento como Ricardo III; vengativo como Próspero; humillado como Andrónico; manipulador como Lady Macbeth; noble como Bruto; carismático como Julio César; arrojado como Marco Antonio; brillante como Enrique V o fiel como Enobarbo, y generoso como Timón. Homero lo sabía y no se propuso lo que no era posible: agotar el personaje, de la misma manera que es inagotable el fenómeno humano. Nunca un mito ha sido tan revisado y reescrito como el de Ulises. Y tenemos la seguridad de que no se ha escrito todo. Es probable que Aquiles, como quería Hölderlin, haya sido el más delicado de los héroes, pero ninguno tan humano como Ulises, demasiado humano. Es mucho lo que se ha escrito sobre el príncipe de Ítaca y se seguirá escribiendo. Esta es una de las pocas certezas literarias con la que podemos contar. Sobre Ulises no se ha dicho todo. Que Ulises es el más contemporáneo de los personajes del mito es un axioma que se reitera desde hace un par de siglos. Coleridge lo sintió así y, después Baudelaire, dos de los más altos ingenios del XIX. En el XX son muy pocos los escritores que tenían algo que decir que no sintieran la gravitación del personaje de Homero. El siglo XXI no parece ser muy diferente. Ulises somos todos, queramos o no.

Nuevas notas sobre Ulises (2)

Nunca conoceremos las fuentes utilizadas por los aedas homéricos para la creación del mito Ulises. Mucha oscuridad en los siglos en que a los griegos se les olvidó escribir y todo lo confiaron a la transmisión oral. Algo sobre Troya seguramente fue conocido por estos bardos más tarde reunidos bajo el nombre de Homero. La realidad histórica de la urbe de Príamo fue establecida hace casi doscientos años. Y si alguna vez hubo Troya, entonces también hubo Ulises, pieza fundamental para que el mito se cumpliera. La misma ola siempre desde Troya. Fue la transmisión oral efectivamente la que permitió a esta serie de cantantes de cuentos (Singers of Tales) ponerse en contacto con una literatura que, primero, fue escrita en cuneiforme y, luego, difundida, oralmente, a lo largo de la geografía mesopotámica y del Mediterráneo oriental. Una historia habría de interesarles especialmente a los que iban a componer, no a escribir, Ilíada y Odisea. Esa historia en la que cuenta la aventura de un príncipe en busca del conocimiento. Gilgamesh es el nombre de este héroe, origen de muchos héroes helenos (Circe Diomedes) y, especialmente, de Ulises. Su itinerario tomó la forma de un círculo que obliga al protagonista a volver al punto de partida. En lo sucesivo, la tarea heroica culmina con su “homecoming”, “el círculo se cierra, ¿ves?” Eneas no lo hará, pero esa es otra historia. Con Gilgamesh comparte Ulises el destino aventurero, la tentación hegemónica, la experiencia de más allá y el retorno a la patria. A pesar de todas las afinidades, nunca dos concepciones del mundo fueron más divergentes. En la aventura babilónica, eros es una vía de conocimiento. Es lo que permite a Enkidu, el compañero del héroe, acceder a la condición humana, después de seis días y sus noches compartiendo el lecho con una mítica prostituta. Para Ulises, la mujer de la aventura es una “femme fatale”. Calipso desvía al héroe de su destino durante siete años; mientras que Circe, cuyas intenciones son bien conocidas, es una especie de Bárbara Stanwyck “avant la lettre”, que terminará, después de un año de lecho incesante, consintiendo en que Ulises vuelva a la aventura. Pero no es esta la única y ni siquiera más notable divergencia. Después de la muerte de Enkidu, su compañero de ruta, Gilgamesh, conmovido, emprende la verdadera búsqueda, la empresa definitiva que lo llevaría a la inmortalidad. El resultado es la derrota, pero eso es irrelevante. Lo que importa es la diferencia con el mito homérico. Ulises, como buen griego, no cree en otro paraíso que no sea la vida entre los hombres el disfrute diario de la vida. Este es el único paraíso de hombres y mujeres de Homero. Por eso rechaza el ofrecimiento de Calipso, no le interesa ser inmortal, lo que anhela es vivir lo que le queda en la tierra día a día, minuto a minuto.

Invierno en verano

Un frente frío escandinavo ha oscurecido los cielos y bajado las temperaturas en estas últimas semanas del verano. Un clima aburrido que no es ni una cosa ni la otra, algo cada vez más frecuente en este pobre planeta maltratado por todos. El futuro llegó y sus habitantes viven en el pasado. Algunos productores de vino, los que se han dado cuenta y pueden hacerlo, compran terrenos más al norte donde el sol es menos inclemente. Las últimas cosechas exageradamente pródigas en sol han llevado sus caldos a gradaciones insólitas de 14.5 y 15º de alcohol. “Vamos a tener que echarles agua”, me dijo no del todo en broma un joven enólogo del Valle d’Aosta. Fin de mundo. En nuestros trópicos estos cambios han convertido las playas en pequeños infiernos en horas del mediodía, con temperaturas subsaharianas donde hasta hace un par de décadas el sol podía ser agradable. Los dermatólogos advierten un aumento alarmante de los malignos melanomas producidos por la excesiva exposición a este sol que cae sin control. Las investigaciones en inteligencia artificial no tienen otra finalidad, se trata de sustituir una inteligencia natural fallida por una nueva inventada por el hombre, en una de esas manifestaciones de arrogancia que los griegos llamaban hybris.

San Agustín. Philippe de Champaigne. 1645

Milán, sábado, 28 de agosto de 2021

San Agustín

Hoy es el día de este santo, uno de los más elitescos de todo el santoral. No estuvo entre los discípulos, no fue evangelista ni se le garantizó el cielo con el martirio. Aparte de que no le conozco ningún milagro, como no sea el de su prodigiosa memoria, envidiada por Montaigne y todos los que lo hemos leído, que deberíamos ser más. Porque no es un santo para rezarle, sino para leerlo. Llegué a él tardíamente, y sería gracias a T.S. Eliot que lo cuenta entre las fuentes de uno de sus poemas más conocidos. El gran poeta refiere en sus notas un fragmento de Agustín, una línea más bien, en la cual habla de su regreso a Cartago, su país natal en el vasto Imperio y de la pérdida de un ser querido. La cita corresponde a las Confesiones, uno de los libros más hermosos de la Antigüedad tardía y uno de los más influyentes de la cultura occidental. Fue el modelo de Rousseau para su libro del mismo nombre, publicado doce siglos después y con el cual inventó el romanticismo, fuente de todos los males de la vida moderna. La influencia del de Agustín fue menos desestabilizadora. Más sincero que el ginebrino, menos paranoico y exhibicionista, el hijo de santa Mónica nos habla bellamente de los movimientos de su psique que lo llevaron de la dispersión al recogimiento y la gnosis. Lo tengo como uno de mis libros más queridos y es uno de los que más lamento su ausencia. Mi ejemplar, en la ajustada y bilingüe edición de la B.A.C, lo compré en una vieja librería de Nueva York a mediados de 1978, mientras trabajaba en un ensayo sobre T.S. Eliot. Me siento privilegiado de estar viviendo en esta ciudad italiana donde Agustín, después de la revelación del jardín, y de la mano de Ambrosio, el formidable obispo de Milán, fuera bautizado. Este es Agustín en el Libro V de las Confesiones sobre su llegada a Roma:

Y resulta que soy recibido allí por el azote de una enfermedad corporal. Y ya me iba a los infiernos, acarreando todas las malas acciones que había cometido, tanto contra ti como contra mí y también contra otros, muchas y graves, además del vínculo del pecado con el que todos morimos en Adán. Cierto que ninguna de ellas me la habías condonado en Cristo ni había él deshecho en la cruz de las enemistades que yo había contraído contigo por mis pecados. Pues ¿cómo las podría deshacer él en la cruz de una ensoñación, que es lo que yo creía sobre él? Por tanto, igual de falsa que se me presentaba la muerte de su carne, así de verdadera resultaba la de mi alma, e igual de verdadera que era la muerte de su carne, así de falsa la vida de mi alma, que no creía eso. Y al empeorarse las fiebres estaba ya a punto de irme y de perecer.

Un buen observador no dejaría de advertir el componente psicosomático de esta experiencia. Agustín llega a la ciudad del Apóstol temeroso e inseguro. Un sentimiento agudizado por la mentida manera en la que se había separado de su madre. Esta hiperestesia agustiniana se manifiesta de manera desgarrada en uno de los episodios más conocidos de las Confesiones. Se trata del lamento, una verdadera elegía, ante la muerte temprana del amado amigo:

Con este dolor se cegó de tinieblas mi corazón y todo cuanto veía era su muerte. Y mi ciudad natal me resultaba un suplicio, y la casa paterna una extraña infelicidad, y todo cuanto con él había compartido, sin él se había tornado una cruel tortura. Lo aguardaban mis ojos por todas partes, y no se me ofrecía. Y odiaba todas las cosas, porque no lo tenían ni me podía decir: “ahí viene”, igual que cuando vivía, siempre que no estaba conmigo. Yo mismo me había convertido en un gran interrogatorio y preguntaba a mi alma por qué estaba triste, y por qué se ensañaba tanto conmigo, y no sabía responderme nada… Creo que cuanto más lo amaba tanto más odiaba y temía, como encarnizada enemiga, a la muerte que me lo había arrebatado… Lo cierto es que me sorprendía que los restantes mortales viviesen, porque aquél, a quien había querido como si no fuese a morir, había muerto. Y más me sorprendía de que yo -pues era la otra parte que me quedaba- viviese estando muerto aquél. Con acierto llamó uno a su amigo, “la mitad de su alma”. Sí, yo también sentí que mi alma y el alma de aquél fueron una sola alma en dos cuerpos. Y por ello me causaba pavor la vida, porque no quería vivir a medias. Y quizá por ello temía morir, para que no muriese del todo aquél a quien mucho había amado.

La desgarrada exposición de Agustín es una de las “confesiones” amorosas más estremecidas que conozco. Aparte de ser el origen de toda la moderna literatura “confesional”, desde Jean-Jacques a Snodgrass, Lowell, Plath o Carrère.

Fotografía de Hangar BIcocca

Cattelan en el Bicocca

Maurizio Cattelan es uno de los artistas más inquietantes del arte actual. Y de los más raros, de los pocos que utiliza el humor como instrumento de expresión de su crítica visión del mundo. Ahora, en los desmesurados espacios del Hangar Bicocca se presenta una muestra de tres de sus obras. Una de ellas ya conocida en una Biennale. Se trata de miles de pichones disecados puestos a todo lo largo de una gigantesca sala. La amenazante experiencia se corresponde con la de Hitchcock en su película. Solo que aquí no estamos frente a una pantalla sino en una penumbra inquietante de la cual solo quisiéramos salir cuanto antes. Y lo hacemos para encontrarnos con otra experiencia límite cinematográfica. Una forma monolítica negra de más de diez metros de alto, en cuyo extremo superior se ha incrustado un avión en una clara alusión a los sucesos del 9/11. Se trata de un monumento fúnebre, un memorial para que no olvidemos. La pieza que abre la exposición es una pareja en mármol blanco de un hombre que duerme de medio lado acompañado de su perro, a poca distancia. Nunca he visto dos criaturas tan solitarias, una sensación que subraya la sala a oscuras de más de veinte metros de alto. En las tres obras las referencias son meramente literales, episódicas. El logro de Cattelan, una especie que está en el tratamiento de los épicos espacios, una alegoría de la vida absurda en medio de la gran nada del universo.

Milán, domingo, 29 de agosto de 2021

Páginas del diario

Hablando de proyectos editoriales. Animado por el poeta Néstor Mendoza y su esposa Geraudí, quienes dirigen un estimulante proyecto editorial en Cali, Colombia, pienso publicar, cada dos años, una selección de mis diarios, habida cuenta de que completos exigirían un esfuerzo demasiado ambicioso. Comenzaremos con mi Diario literario 2019 y, después, el Diario literario 2020-2021. Como me dijera una vez un querido estudiante y tesista, quien ahora enseña en la India, “El problema, profesor, es cuando tenga que editarlos”. Y en eso ando. Y, las más de las veces, no estoy seguro de qué debo eliminar y qué debo dejar, convencido de que nada debería publicar. Mucho me temo, conociendo la obstinación de los editores, de que este proyecto va a ser llevado a cabo más temprano que tarde.

Don Giovanni

En RAI 5 TV, uno de los tres grandes montajes de Don Giovanni de todos los tiempos. El de la Scala de Milán de 1987 que reunió a los genios de Giorgio Strheler y Riccardo con Mutti con solistas como Tomas Allen (Don Giovanni) y Edita Gruberova (Donna Anna). Es difícil que el mismo Mozart y su guionista Lorenzo da Ponte pudieran encontrar objeciones a esta espléndida mise en scene. Es ejemplar la utilización de los espacios y las luces, mientras los cantantes, dirigidos por ese genio de la dirección que fue Strehler se convierten de manera casi mágica en consumados actores. Cada uno de los gestos es un signo de puntuación de una escritura actoral que roza la perfección. No hay una mirada, un paso, un movimiento de la mano que no haya sido preparado de la manera más obsesiva como en una tela de Vermeer. La dirección de Muti, recuerda por la precisión y musicalidad, la legendaria de Fritz Busch en Glyndebourne 1937 y, por su brillo e inteligencia, la de Carlo Maria Giulini de los años sesenta. No recuerdo haber visto una transmisión televisiva más admirable que esta que ofrece la RAI en una fría mañana del verano de 2021.

Milán, lunes, 30 de agosto de 2021

Pound y Pound

A pesar de ser una de las obras de más difícil lectura de la poesía del siglo XX, tanto por su extensión (casi 800 páginas), como por su dicción, a menudo fragmentaria y siempre culterana, los Cantos de Ezra Pound han tenido una rara fortuna en castellano, una fortuna que no han logrado sus grandes contemporáneos como Wallace Stevens o William Carlos Williams, y otros no menos grandes, aunque menos conocidos, como Robinson Jeffers o el inglés John Betjeman. Una primera versión del epos poundiano, hasta ese momento considerado intraducible, fue la del mexicano José Vázquez Amaral, quien frecuentó a Pound en el manicomio de St. Elizabeth y aceptó, en un momento de locura, como me confesó (nada difícil en ese lugar) el reto del poeta, “¿Por qué no traduces mis Cantos, Vázquez Amaral?”, lo que parecía más una orden que una pregunta. Después de una decena de años de trabajo y de reiteradas consultas, y no menos postergaciones, el volumen salió publicado en México, demasiado tarde, sin embargo, para que Pound lo viera. Se trata de una traducción con no poco de ejemplar. El admirable dominio del inglés por parte del traductor le permitió una literalidad impecable. Su castellano, no menos notable, hizo que la “imitación” en castellano fuera fluida y gratificante. Su musicalidad se resiente y no podía ser de otra manera. Nadie puede encontrar un equivalente sostenido de esa música, porque la musicalidad de Pound era como la de Rubén Darío, inigualable. Cuarenta años después, otro traductor se atrevería con los Cantos. Jan de Jager (1959) es un poeta argentino radicado en Holanda. Su versión fue publicada en 2018 después de diez años de sostenido empeño. Aunque apenas habré leído el primer Canto, no es difícil sentir una musicalidad más lírica que la de Vázquez. Su justificación de esta nueva versión, muy elotiana y recomendable, es que cada generación necesita su propia versión de los clásicos. Y si de algo puedo estar seguro es que, después de 50 años y de la penetración de la técnica en el parlar humano, el castellano de Vázquez Amaral, a quien conocí y quise, no es el mismo que habla mi hija con su nieto. No menos influyentes son los diversos orígenes de ambos traductores. La formación mexicana de Vázquez, marcada por el respeto virreinal al idioma, es muy diversa a la argentina, menos vertical signada por la penetración de otras lenguas en la formación de un idioma más plástico y abierto. Desde ayer, cuando recibí la versión digital de la nueva traducción de los Cantos, he intercambiado opiniones con otros lectores como Igor Barreto o el joven poeta y traductor Daniel Oliveros. Ambos prefieren la de Jager. Hasta que no avance en la lectura y pueda tener una idea más clara, me mantengo fiel en mis preferencias por la de Vázquez Amaral. Amistad constante más allá de la muerte, habría dicho Quevedo.

Milán, martes, 31 de agosto de 2021

Silencio de pájaros

La aurora tempranera y de rosáceos dedos en estos días es la más silenciosa. Todos los pájaros de la zona se han marchado, tal vez huyendo del calor y la sequía. Son mañanas mudas, donde apenas el graznido disonante de un lejano cuervo alcanza la ventana. Mudas también, las rondinelas que se han ido a otra parte a anunciar los cambios de estación. Siento una soledad chiquita cuando me despierto y no escucho nada. ¿Cómo se fueron sin avisarme? “Ya regresamos, Alejo, no te preocupes”, o algo parecido, es lo que esperaba de ellos, un aviso, una promesa, una fecha de retorno. Como no estoy acostumbrado a los ciclos en estas latitudes, no tengo idea de cuándo van a regresar. Me entristece pensar que mañana va a ser lo mismo y pasado. Y, como no tengo el teléfono de la oficina de pajaritos cantores para llamarlos y preguntar, quedo a la espera de su regreso a una hora imprecisa.

Marina Tsvetayeva. Fotografía de Pyotr Ivanovich Shumov

Un poema de Marina Tsvetáyeva

¡Oh lágrimas de los ojos!

¡Oh llanto de amor y rabia!

¡Oh lágrimas de Bohemia!

y ¡oh, sangre de España!

 

¡Oh negra montaña

que has opacado todas las luces!

Y es hora es hora es hora

de devolver el boleto al Creador.

 

Me niego a existir

en la algarabía de los no humanos,

me niego a vivir

con los lobos en las plazas,

 

me niego a gritar

con los tiburones en la llanura

me niego a nadar corriente

debajo de espaldas.

 

No me hacen falta orejas

ni ojos premonitorios.

A tu mundo sin sentido

el rechazo es la única respuesta.

Milán, miércoles, 1ro de septiembre

Del diario de Stefan Zweig

Lunes, 11 de noviembre de 1918

… No hay trenes ni periódicos. La situación es grave: la ola se alza sobre el mundo entero. De Holanda y Suecia llegan las mismas noticias. La guerra se ha cobrado una terrible venganza contra quienes la deseaban: emperadores, reyes, diplomáticos, militares, capitalistas… su mundo se desmorona. Las grandes potencias nunca son destruidas: se destruyen ellas mismas. Nos hallamos frente a un cambio como el de la Revolución francesa, con la única diferencia de que todo ha adquirido unas dimensiones monstruosas. Tendremos que aprender a vivir de otro modo, no queda más remedio.

Miércoles, 13 de noviembre de 1918

De vez en cuando me entero de algún detalle. Se ha formado el armisticio, Victor Adler ha muerto, el emperador Carlos I de Austria ha abdicado… En otros tiempos nos habríamos quedado sin habla, pero ahora tan sólo estamos cansados. Ya han pasado tantas cosas y quedan tantas por pasar… Uno ya no da más de sí. Al menos yo consumo la mitad de mis fuerzas pensando en los espantosos escenarios que se avecinan, en que el odio entre clases y estamentos inundará el mundo.

(Editorial Acantilado)

Por desgracia, Zweig abandonó el diario después de escribir, en Montreux, Suiza, la premonitoria entrada del miércoles, 13 de noviembre. Impresiona que un escritor de una tan envidiada disciplina haya postergado hasta 1931 el regreso a su escritura.


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