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Diario literario 2021, noviembre (parte III): Beethoven en Borgoña, Verlaine, Martín Espada, Crouch y su posdemocracia
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Meursault, sábado, 13 de noviembre de 2021
De regreso del tercer concierto del Festival Beethoven que se realiza todos los años en Beaune, regularmente en la primavera, pero este año retrasado por la pandemia. Se trata de una iniciativa privada en la que participan algunos productores y comerciantes de vino de la zona. En el programa, obras de Beethoven correspondientes a tres momentos de su evolución. No obstante, lo que determinó la escogencia de las composiciones no fueron razones puramente cronológicas. El nombre escogido para la presentación es elocuente: “Los mecenas”; con la Sonata “Waldstein” Op.63; uno de los Cuartetos “Razumovsky” Op.8, y el Trío “Archiduque” Op.97. Waldstein era el conde Ferdinand, mecenas y músico distinguido, que había conocido y admirado a Mozart a través de Haydn. Sorprendido, como todo el mundo, por el genio del joven Ludwig, financió su traslado de Bonn a Viena, donde recibiría, en su propia expresión, el espíritu de Mozart de las manos de Haydn. El archiduque es Rodolfo, el hijo del emperador austrohúngaro, poderoso y generoso protector del músico, el cual le dedicó otras trece composiciones. El Festival Beethoven de Beaune no es solo una iniciativa estupenda, sino un acontecimiento inesperado; incluso para alguien que viene visitándola desde 1992, por razones solo en pocos momentos relacionados con la cultura. Ahora Beaune ya no es solo la capital de los vinos de Borgoña, sino la sede de un importante festival de música. Sin la intervención directa del Gobierno, un grupo de ciudadanos se organizó para dotar a la pequeña urbe de una admirable actividad cultural. Tal vez a esto sea a lo que se refiere el profesor Colin Crouch cuando habla de “posdemocracia”.
Meursault, domingo, 14 de noviembre de 2021
Después de visitar el castillo medieval de Chateauneuf, uno de los tantos castillos construidos en la región, cuando los duques de Borgoña eran más poderosos que el rey de Francia, vuelta a Beaune para la última sesión del Festival Beethoven. El escenario no podía ser más fascinante. Uno de los grandes salones, la Salle Nicholas, de los Hospices de Beaune, el hospital que hiciera construir Nicolas Rolin, canciller de los duques, con su esposa Guigone de Salins, en 1451. Contando con una acústica impecable, los organizadores programaron piezas tardías del compositor, que terminaron con el imponente, tanto dramático como filosófico, Cuarteto para cuerdas Op.132, al cual me he referido de manera recurrente en estos diarios desde que comencé a escribirlos en el lejano 1995. Imposible una manera más ajustada de concluir con un acontecimiento tan lleno de gratificaciones como el Festival Beethoven de Beaune, una actividad que se llevó a cabo en medio de los viñedos benditos de Borgoña, una circunstancia que no habría podido sino alegrar al huraño genio de Bonn.
Milán, miércoles, 17 de noviembre de 2021
Días de ocupación invernal en el otoño milanés, frío y lluvia a lo largo de varias jornadas, las cuales se hacen dramáticamente cortas a medida que nos acercamos al solsticio. Sin embargo, no es improbable que el sol invicto haga su reaparición durante los próximos días.
Paul Verlaine
En la página informativa del Museo Carnavalet de París, aparece Paul Verlaine en una fotografía de Dornac. Se trata de un trabajo extraordinario, aun en su impudicia o precisamente por ella. Podemos ver al “maldito” poeta, sentado en el rincón de un bar en la más melancólica de las meditaciones. En la mesa, los instrumentos de su oficio, plumas y papel, al lado del vehículo de su ruina, un imponente vaso de lo que seguramente es ajenjo, el difundido brebaje que causó más bajas en el París del Segundo Imperio que la tuberculosis y la sífilis. La imagen es una alegoría de la sociedad imperial, decadente, corrupta, reaccionaria y torpe, al tiempo que brillante y excitante, la propia capital del XIX, como decía Benjamin. Verlaine, a seis años de su prematura muerte, es la misma imagen de sus palabras: “La independencia siempre fue mi deseo; la dependencia siempre fue mi destino”. El poeta tenía cincuenta y dos años cuando murió en 1896. Tenía veintisiete cuando se enteró del Desastre de Sedán, asistió a la caída de Napoleón II, vivió la instauración de la primera república comunista, se horrorizó ante su final, diezmada por las tropas prusianas, cordialmente invitadas por las autoridades francesas para que sofocaran el espíritu comunero.
Aunque el retrato más difundido de Verlaine es el que le hiciera Eugène Carrière en 1890, el de Dornac es más expresivo. Tanto que le permitiría a uno decir: “Verlaine era así”.
Milán, jueves, 18 de noviembre de 2021
Niebla y sol
Después de un amanecer cubierto por la espesa niebla, terminó imponiéndose el astro rey con una mañana espléndida de otoño, con sus azules altísimos y la bendita luz líquida que nos llega de los cercanos Alpes. Hay, no obstante, un dejo de nostalgia en todo esto. La luz, a pesar de su transparencia cada vez es menos intensa. En su inclinación, la tierra se balancea hacia el lado opuesto de la fuente universal de luz. Siento, con una dulce melancolía, el languidecer de la iluminación celestial.
Everything matters. Martín Espada
Adaptándose con entusiasmo de conversos a las nuevas sensibilidades del público norteamericano que comentábamos hace un par de días, el comité que otorga los National Book Awards, uno de los más prestigiosos reconocimientos a la labor de los escritores de los Estados Unidos, se ha inclinado este año por una “post-white” representación que incluye a varios afroamericanos, un latino-norteamericano y un chino-norteamericano. El de poesía fue concedido a Martín Espada, el vate puertorriqueño nacido en Brooklyn en 1962, por su libro Floaters, que es como los guardias fronterizos designan a los inmigrantes que mueren ahogados en las aguas del Río Grande, el Aqueronte fronterizo donde han naufragado las esperanzas, con las vidas, de miles de refugiados, entre ellos un creciente número de venezolanos. La lírica de Espada es definitivamente siglo XXI, con todas las virtudes que la modernidad consideró estigmas intolerables: directa, comprometida, “patética” política y, en ocasiones, lo que llamaban “panfletaria”. Una muestra del estilo de Espada en estos dos textos de su libro de 2016, Viva To Those Who Have Failed.
LOS LATIDOS DEL CORAZÓN DEL RELOJ PULSERA
Mi padre trabajaba como mecánico para la Fuerza Aérea
y los motores de los aviones le aullaban en los oídos todos los días.
Una mañana desapareció el reloj pulsera que le había dado su padre.
Al próximo día vio a otro soldado con el reloj puesto.
No había nada que pudiera decir: nadie le creería
a un mugriento mecánico de aviones en la base de la Fuerza Aérea
de San Antonio. Fue una noche y se emborrachó
y arrancó los tablones de una barraca vacía para hacerse una fogata.
Encerrado en el calabozo no tuvo cómo saber la hora.
Cuando murió me robé el reloj pulsera de mi padre.
Escuché los latidos del corazón del reloj.
El corazón del reloj continuó latiendo mucho después
que el corazón de mi padre dejara de latir. En algún lugar
el hijo del hombre que en la fuerza aérea le robó el reloj pulsera
a mi padre se lleva el reloj al oído y escucha
latir el corazón del reloj. Conserva el reloj
en un lugar sagrado donde nadie más puede oírlo.
Así el hijo busca consumar la resurrección del padre. La Biblia
se equivoca al contar la historia: somos nosotros
los que buscamos consumar la resurrección del padre.
Escuchamos los latidos del corazón y oímos el aullido.
GACELA PARA UN JOVENCITO ESPIGADO DE NUEVA HAMPSHIRE
para Jim Foley, periodista decapitado
en un video de ISIS, el 19 de agosto de 2014
Los periodistas me llamaron y me preguntaron: ¿usted lo conocía?
Fui su profesor, dije muchas veces ese día. Sí, lo conocía.
Una vez fue maestro también, enseñaba en uno de esos pueblitos
de los que desaparecieron las fábricas de algodón y de textiles. Ahí lo conocían.
Les enseñaba a los refugiados de una isla a quienes lo único
que los terratenientes les dejaron fueron las manos. En español lo conocían.
Deletreaban el inglés haciendo que las lisiadas letras
caminaran por la página para él y todo solo porque lo conocían.
Comía de su arroz y porotos, acunaba a sus niños, posaba para la foto
de su graduación de la escuela. Pregúntenles cómo era que lo conocían.
Beliza, Mónica, Limary: escribieron con él un poema sobre cascadas
y ranas que cantan de noche para que las conociera como ellas lo conocían.
Sabemos que sus palabras se convierten en lluvia en la selva del poema.
No podemos decir cuáles palabras son suyas, aunque lo conocíamos.
Su cara en la portada vendió periódicos en los kioscos.
Sus verdugos y su presidente hablaron de él como si lo conocieran.
El periodista que cargaba una cámara me preguntó si había visto el video
que sus asesinos querían que viéramos. Murmuré entre dientes: no. Yo lo conocía.
Una vez fue un jovencito espigado de Nueva Hampshire de pie en mi puerta.
Hablaba español. Quería enseñar. Yo lo conocía. Nunca lo conocí.
(Traducción Oscar Sarmiento)
Milán, viernes, 19 de noviembre de 2021
Animal de costumbre
Me había acostumbrado de tal manera a mis cursos o talleres a distancia que siento que, en lugar de estar viendo viejas y magníficas películas del cinema noir argentino, debería estar preparando clases. Cierto es que ahora me dedicó con menos presiones a mis poesías y traducciones (trabajo en un nuevo libro, Cantos y memorias, y he regresado al preterido Richard III); pero el hombre es, se dice, un animal de costumbre y yo soy un animal de dar clases. No creo que pase enero sin volver a mis andanzas pedagógicas.
¿Post-postmo?
Desde que el profesor Lyotard utilizara la, hasta ese momento inocente, partícula “post”, conjugándola con el concepto de modernidad, postmodernidad, no son pocos los estudiosos que se han mostrado incapaces de resistirse a la fascinación de la palabrita. En una de mis lecciones sobre poesía norteamericana, me escuché a mí mismo hablando de “post-All-White American Poetry”, para referirme a tradiciones de la lírica de ese país hasta hace poco desconsideradas: chicana, aborigen, afroamericana y varias otras. Recuerdo que, en Venezuela, se utilizó la expresión para hablar de postchavismo, aludiendo, de la manera más ilusa, a lo que se iba a hacer después de que el dictador fuera desplazado del poder. La muerte se encargaría del asunto, y el amo del poder cambió para que todo siguiera siendo igual. La lección no ha sido olvidada, tal vez lo único que no ha sido olvidado por la política opositora, y el “post” ha caído, felizmente, en desuso en la política criolla. No obstante, a nivel mundial, la partícula ha seguido teniendo actualidad y aplicada a las más diversas circunstancias: postapocalíptico, posthumanista, postsociedad. Tal vez la más excitante de estas versiones sea la postdemocracia, de la cual viene hablando el profesor Colin Crouch por lo menos desde 2003. Por razones inconfesables, nos cuesta aceptar las vinculaciones dialécticas entre dictadura o tiranía y democracia. Unas relaciones perversas que tuvieron su origen allí mismo donde nació la democracia, en la Atenas de Solón. Algo no está bien cuando algunas de las dictaduras más aborrecibles del siglo XX surgieron y se gestaron en el seno de la democracia: la república de Weimar, que engendró a Hitler; la de Chile, que nos dejó a Pinochet, y la democracia venezolana que lo hizo con Chávez (lo de Argentina era un bufo de democracia antes de que llegaran los generales). Ni Stalin ni Mao ni Mussolini ni Pol Pot fueron el producto de un gobierno de libertades. Pero no se refiere Crouch a este accidente de democracias pervertidas, sino al estado actual de las democracias occidentales. A menudo mal entendido, Crouch, quien está en Milán para la presentación de su último libro, ha dejado bien claro que, en su concepción original de postdemocracia, “post” no significa “no”. “En una post-democracia las condiciones que existían antes del ‘post’ continúan existiendo en el fondo, influyendo en la nueva situación, que no es todavía independiente, casi como una parásita. Para mí post-democracia es importante que todas las instituciones continúen, aunque debilitadas”. Para Crouch, la preeminencia de los partidos políticos está pasando, lo cual no quiere decir que deban eliminarse. Solo que en la postdemocracia jugarán un papel no de generadores de ideas, sino lo contrario, serán ellos los que reciban el ideario político generado por otros: “Los partidos deben permanecer porque no veo la posibilidad de enfrentamientos pacíficos entre posiciones diversas sin la presencia de algo como los partidos”. La cuestión es quiénes son los que van a producir esas ideas políticas, ¿las grandes empresas y los fondos multibillonarios? ¿O hay un espacio para un rol estratégico que represente el interés de los pobres, los marginados, los más débiles, los amenazados por el cambio climático? “¿El futuro de la democracia depende de la respuesta a esta pregunta?” Crouch está claro: sabemos de dónde venimos, pero no dónde estamos. Ante todo epidérmico pesimismo, el profesor de Oxford recuerda al italiano Gramsci: “El pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”. La postdemocracia de Crouch, y aquí el “post” se justifica, es una democracia que debe superar el período crítico de la postdemocracia.
Corona-19, un virus postmoderno
Me siento en una situación que me gustaría llamar “a partir de cero”. Después de año y medio esperando por las dosis de vacuna que me proporcionarían una estimable inmunidad, vuelvo a la incertidumbre ante la decisión de las autoridades sanitarias. De acuerdo con sus últimas consideraciones, ya no son suficientes las dos dosis recomendadas, una tercera debe ser recibida a la brevedad, que para mí significa el 14 de enero de 2022. Hasta entonces, debo volver a los cuidados que me mantuvieron aislado durante un largo año en el cual mis contactos se limitaron a mi reducida familia. Hasta ahora, los virus respondían a un comportamiento hasta cierto punto previsible. Aquí, en Italia, la vacunación anual contra el virus de la influenza nos mantenía a salvo de los síntomas de la peligrosa enfermedad. Lo que tiene de “postmo” el coronavirus es lo que dice el profesor Crouch: “Sabemos de dónde venimos, pero no dónde estamos, no lo entendemos”.
Alejandro Oliveros
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