Diario Literario

Diario literario 2021, marzo (parte IV): Chinos, Canibalismo rojo, Bigongiari, Versiones homéricas: Oswald & Logue

Ma Jian. Fotografía de JOEL SAGET | AFP

20/03/2021

Milán, sábado 13 se marzo de 2021

Chinos

Amanezco con dos nuevos libros sobre la mesa enviados por Ricardo Bello; regalo de cumpleaños, me dijo. Comparto con Ricardo un hidrópico interés por casi todo; desde las formas de las Elegías romanas hasta el arte de la cuchillería. Intercambiando comentarios sobre estos temas y otros (las posibilidades de la cocina puertorriqueña, los distintos montajes del Anillo, de Wagner, Mahler en el teatro, Strauss y Zweig o los aportes de Bartolo de Sassoferrato a la jurisprudencia moderna), hemos pasado varias décadas. Hace unos años escribí el prólogo para su Año del dragón, una especie de diario de lecturas que, a pesar de su indeclinable lucidez y preciosas y eruditas aproximaciones, en Venezuela apenas llamó la atención del editor y la mía. No obstante, sigue siendo uno de los títulos más interesantes publicados en aquel país en los últimos años. Mis dos libros nuevos son de autores chinos contemporáneos: Beijing Coma (Pekín en coma, en la edición española de Random House), la monumental novela de Ma Jian (1953). Y La Cina en dieci parole, de Yua Hua (1960), ampliamente traducido, y más conocido por la lograda versión cinematográfica que Shang Yimou realizó de su Vivir (2009)

Milán, lunes 15 de marzo de 2021

Canibalismo rojo

En la página sesenta y dos de la versión al inglés de su formidable novela Beijing Coma (Pekín en coma), Ma Jian describe los impensables e impensados cambios de la sociedad china post-Mao. Una realidad marcada por el trauma de la década que se tomó la delirante Revolución Cultural. De la crónica de los excesos de este movimiento no son pocos los autores que se han ocupado. Pero ninguno, hasta donde había leído, refirió horrores de esta Revolución como los que hace Ma Jian apenas al comienzo de su narración de más de seiscientas páginas. Como esta sesenta y dos, son muchas las otras que dan cuenta del horror conradiano promovido por aquella criatura monstruosa que fue el presidente Mao:

Aquí en Guangxi, fue el odio y no el hambre lo que llevó a la gente al canibalismo. Sucedió en 1968, uno de los años más violentos de la Revolución Cultural. En Guangxi no era suficiente con asesinar a los enemigos de clase, así que los comités revolucionarios locales obligaron a la gente a comérselos. Al principio sus cadáveres eran hervidos en enormes ollas con perniles de cerdo. Pero, a medida que avanzaba la campaña, los cuerpos se acumulaban, así que sólo cocinaban el hígado, el cerebro y el corazón… Liu Ping apenas tenía dieciséis años cuando la asesinaron. Era la chica más hermosa de la granja. Sabía bailar y tocar el violín. La noche que mataron a su padre, los milicianos la violaron y luego la estrangularon con una cuerda. Una vez muerta le cortaron los senos y le sacaron el hígado, que frieron en aceite y se lo comieron.

Desde temprano, desde el mismo 1968, me enteré de los excesos y demencial conducta de los jóvenes guardias maoístas. De las espeluznantes cifras de víctimas fatales me iría enterando con el tiempo. No obstante, del canibalismo rojo apenas he tenido conocimiento ahora que he comenzado a leer la novela de Ma Jian que, en buena hora, el buen  Ricardo me enviara desde Sevilla.

Piero Bigongiari. Venecia, 1960. Autor desconocido

Piero Bigongiari

Piero Bigongiari (1914-1997), hoy menos leído que durante los 70 y 80 del siglo pasado, cuando era reconocido ampliamente en Francia y traducido por Philippe Jacottet, y algunos de sus poemas publicados por la Nouvelle Revue Française, fue uno de los grandes intelectuales italianos de su tiempo. Traductor nada menos que de la obra completa de Conrad, escribió apreciaciones notables sobre la lírica y la crítica contemporánea. Profundo conocedor de la pintura del Barroco, le dedicó a sus manifestaciones florentinas un volumen que sigue siendo reconocido por sus lectores especializados. Su admirable actividad lo llevó a mantener dilatadas correspondencias con mayores y contemporáneos, como Ungaretti y Luzi. Fue, además, docente la mayor parte de su vida y terminaría retirándose como uno de los catedráticos más respetados de la Universidad de Florencia, ciudad donde se mantuvo como uno de los mejores animadores del llamado “Hermetismo”. Su cuidada poesía pasa en estos tiempos por el natural purgatorio reservado a los grandes antes de alcanzar el jardín de la inmortalidad dantiana. Roberto Galaverni, uno de los críticos de poesía más alertas de Italia, resumió recientemente la situación de Bigongiari: “Ensayista, teórico, crítico de arte, traductor (tradujo la obra completa de Conrad al italiano), pero sobre todo poeta, desde hace años se encuentra en suspenso entre ser incluido o no en el canon más estricto de la poesía italiana del siglo XX. Por una parte, no le faltan los críticos, especialmente entre los que sostienen que la poesía debe acercarse a la prosa, el registro coloquial, las expresiones comunes. Y, por la otra, están los que le reclaman no haberse querido adaptar al minimalismo imperante por todas partes. Entre los unos y los otros, sin embargo, la conclusión más generalizada ha sido aquélla del típico “ni”, es decir, una aprobación general no sin reservas considerables”.

Cuervo Blanco

Una ilusión verde que baja del negro
de los cañizos se extiende,
sube del negro arrugado:
gravedad de la ilusión sin centro en el sol,
primavera, mi primavera última,
mi primera, que regresa entre las espinas
de la tierra para arrastrarse entre las zarzas
y las fuertes sombras de las nevadas
blancuras: los prados esperan
el bramido de los ciervos, el polvo
fresco del bosque donde late
frenético el carpintero y el viento
parece escarcha. Ábranse, estrellas,
el ojo de la noche del corazón,
revélense, ilusiones, dejen la rama,
desciendan, desciendan a la tierra
aún verde, no con el seco crujido
rojizo del otoño. El cuervo blanco
hundirá su pico en la hierba
de una eterna estación: al igual
que un copo de nieve cayendo desde
lo alto del cielo. Golpea el martillo
contra las tablas sueltas. ¿A dónde,
primaveras, han ido a florecer?

(12 de mayo de 1954)

Milán, martes 16 de marzo de 2021

Madrid-Milán

Mientras aquí, en Milán, estamos limitados a una salida al día para visitar estrictamente a los familiares -y los bares, restaurantes y museos siguen cerrados, y los pocos comercios abiertos tienen el acceso reducido a una persona a la vez-, en Madrid parece vivirse la primavera a plenitud. Al menos es lo que se desprende de las noticias que me hace llegar Herman Sifontes, quien realizó una envidiada visita al homenaje que la reina Sofía rinde al notable artista argentino León Ferrari, muerto hace unos años. Debe ser la primera muestra que se dedica en España al que fue uno de los creadores más excitantes de los años sesenta y setenta en Occidente. Ya esto, aparte de los amigos y el vino, me habrían movilizado a pasar unos días en la ciudad que menos me atrae de la geografía europea (prefiero, de España, la mediterránea Valencia, sin vacilaciones). Para completar su jornada, Herman, un verdadero maníaco de la letra impresa (colecciona bibliotecas, no libros, y, cuando no las consigue, las publica) se fue de librerías. Y desde una de ellas me advierte la aparición de un estudio biográfico de Marinetti, que considera inevitable para el curso que preparo sobre Arte italiano del 900. Se trata del libro que Maurizio Serra le dedicó al visionario poeta y teórico italiano. Serra es un destacado diplomático (embajador de Italia ante la Unesco) y biógrafo. Suyo es el estudio sobre Malaparte que le valió el premio Goncourt de biografía. La edición de su Marinetti, en España, cuenta con una introducción de Juan Bonilla, poeta interesante y autor de una premiada novela. Para consolarme, Herman se compromete a enviarme el libro por correo.

Bigongiari (2)

Otro poema de la antología L’enigma innamorato, que Paolo Frabrizio Iacuzzi preparó para la legendaria editorial Vallecchi (publicaron por primera vez Sentimiento de tiempo, de Ungaretti), con una introducción de Milo de Angelis. “Un po’ crudele” es como se llama, escrito hacia el final de la vida del poeta y casi cuarenta años después de “El cuervo blanco”. La dicción ha cambiado. En lugar de las retorcidas expresiones de su período hermético (el Hermetismo fue el importante movimiento literario italiano, inspirado en Mallarmé o Ungaretti, que reunió a poetas como Mario Luzi y el mismo Bigongiari. El copioso intercambio epistolar, 1942-1970, entre Ungaretti y Bigongiari fue publicado en 2008 con el título La certeza della poesia), nos sorprende con una sintaxis más fluida y directa, más preocupada por el restablecimiento de la soslayada comunicación poética. Un rasgo olvidado por la mayoría de los poetas occidentales de la segunda parte del novecientos, desde Char (uno de los poetas más admirados por Bigongiari, sobre el cual escribió apreciaciones que le valieron una invitación del francés para que lo visitara en su casa de Isle-sur-Sorgue) a Celan, grandes gurús de la deriva, hasta Paz o Silva Estrada. “Un poco cruel” se siente más cerca del último Williams quien, hablando como suele hablar con el vecino, evitó la banalidad a la cual se han reducido tantos poetas en exceso claros y comunicativos. La crítica reconoce un cambio en su escritura a partir de 1971, después de su larga estadía en los Estados Unidos. No obstante, la aparición de la antología de Vallecchi, y el reiterado reconocimiento de Milo de Angelis, uno de los líricos italianos contemporáneos más considerados, podrían ser signos de que la temporada purgatorial de Bigongiari se encuentra en sus últimos momentos.

Un poco cruel

El amor es dulcísimo y misterioso,
una hoja que se separa de su pecíolo
revelando a la mirada eterna, por un
minuto, su desconocido verdor.
Así llegan las cartas de amor,
medio escritas, medio besadas
semiabiertas, semicerradas,
semillas de no sé qué imaginario evento,
la corriente del corazón no sabía nada más.
Cartas casi anónimas, escritas o leídas
por ninguno. El que no las leía o no
las escribía era astuto en su ignorancia.
Astuto, tierno, un poco cruel,
adelantándose a sí mismo,
¿esparciendo miel o hiel?
No sé lo más mínimo.

(4 de enero de 1990)

Milán, miércoles 17 de marzo

Busto de Homero. Copia romana en mármol de un original griego del siglo II a.C.

Versiones homéricas (1)

Soy, desde hace muchos años, un adicto a lo que George Steiner llamó “versiones homéricas” en Homer in English, una de sus obras verdaderamente notables. Con ese nombre se refiere a los diversos tratamientos que se han escrito de los asuntos tratados en Ilíada y Odisea. El Canto XXVI del Infierno   es uno de los casos más conspicuos y tal vez más influyentes. Mi afición a este subgénero me animó a escribir varias versiones homéricas que quisiera no haber escrito. En literatura comparada se dice que la primera gran deuda de un escritor con Homero fue Virgilio con su Eneida, donde el mantuano, imitando al griego, escribió el más original de los poemas del latín. El estudio y compilación de Steiner en Homer in English se explica porque él mismo se confiesa un adicto, y porque la tradición anglosajona de “versiones homéricas” es, con mucho, la más distinguida. Ya Chaucer, en plena Edad Media, escribió la suya sin haber leído Homero, en un gesto que sería imitado por Shakespeare, quien, al parecer, tampoco lo leyó. Y no han cedido los escritores de lengua inglesa en su cultivo de este ejercicio. El siglo XX conoció muchas, desde Pound hasta Logue y Walcott. Y el XXI insiste, y lo hace de  manera brillante, como es el caso de Alice Oswald, cuya estupenda “versión”, Memorial. An Excavation Of Iliad acaba de ser publicada en Italia, en edición bilingüe, por la editorial Archinto.

Christopher Logue

Milán, jueves 18 de marzo de 2021

Versiones homéricas (2)

En un cuaderno de hace unos trece o catorce años de este Diario, que permanece inédito, recuerdo haber escrito sobre el poeta británico Christopher Logue (1926-2011), quien haría su fortuna literaria con sus afortunadas adaptaciones la Ilíada para la BBC, que terminarían siendo consideradas, sin duda que con razón, como lo mejor de su producción poética. Para Steiner, sin embargo, eran “traducciones de genio”, mientras que para Henry Miller, siempre hiperbólico y siempre Henry Miller, le gustaron tanto como el original griego. Tal vez lo más sensato sea reconocerlas como “imitaciones”, en el sentido en que Catulo imitó a Calímaco, Samuel Johnson a Juvenal o Robert Lowell a Bécquer. Del primer volumen de las imitaciones de Logue, War Music (1981), he intentado traducir un fragmento de lo que llamó “Patrocleida”, y que en Homero se corresponden con los Libros XVI_XIX,  donde se canta y cuenta la muerte de Patroclo. Logue escogió el verso libre para su empresa de poner a Homero en el inglés de su tiempo, que es, o debería ser, la esencia de todo ejercicio de traducción:

La mano de Apolo llegó por el este,
toda la eternidad concentrada en su muñeca;
y cada átomo de su mítico peso suspendido
entre el puño y la pierna izquierda doblada.
El casco de Aquiles se oyó resonar desde lejos
bajo los cascos de acero  de los caballos
troyanos, y tú a pie… asombrado,
atónito, en medio de la masa de muertos,
muriendo también, aturdido por el brillo
en tus ojos. El sonido, como el de una lejana
represa, empujando tus estupefactos dedos
hacia el vómito en tu pecho.

Y los troyanos se detuvieron a contemplarte;
apuntalados, contemplaban; sintiéndose
tan benditos como tú te sentías maldito.
Todos detenidos contemplándote; uno de ellos,
un muchacho, Tactas, atravesó con su jabalina
tus pantorrillas, sujetando las rodillas y caíste
sin sentir dolor, tratando de arrastrarte hasta
la nave y sintiendo el tobillo de Tactas. Pero
no era el tobillo de un muchacho sino el de ¡HÉCTOR!
Parado encima de ti, su máscara de bronce
riéndose cuando hundía su lanza, ¡ay!
diciendo, “¿Por qué lloras, Patroclo? ¡¿Creíste
que ibas a incendiar Troya y arrastras sus mujeres
hasta las naves y luego a tu casa?! ¡Me lo imagino!
Tú y tu maravilloso Aquiles, quien te habría dicho:
PATROCLO, NO MUESTRES POR AQUÍ TU CARA
HASTA QUE NO ESTÉ MANCHADA CON LA SANGRE DE HÉCTOR.
Y Patroclo con lo que le quedaba de voz a Héctor:
“¡Charlatán! Fueron necesarios tres para vencerme:
un dios, un muchacho y por último un héroe.
Escucho la muerte que pronuncia mi nombre,
pero de lejos parece que dijera Héctor.
Y, ahora que cierro los ojos para siempre,
veo el rostro de Aquiles, y su voz que es la de la muerte”.
Estoy diciendo, murió Patroclo. Y mientras su alma
escapaba por la arena, Héctor retiró su lanza y dijo:
“Tal vez.”

Este fragmento se corresponde con las líneas 783-862 de la Ilíada. Se “corresponde” solamente porque del original se conserva apenas el episodio de la muerte de Patroclo y poco más. Pero ese poco más es lo que es Homero. La intensidad, la violencia de las imágenes, la estridencia de la música, la oralidad (originalmente fueron escritos para la radio), el tono demótico, están presentes en el texto de Logue como no lo están en las traducciones convencionales a cualquier idioma. El modelo de Logue fue el Homenaje a Sexto Propercio de Pound; menos Propercio que Pound y, al mismo tiempo, más Propercio que cualquier otro Propercio fuera del original. Así es el de Logue, el más homérico de los Homeros en inglés.


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