Diario literario

Diario literario 2021, marzo (parte I): Schumann, La lechuza de Sciascia, Byun-Chul Han, Ricardo III

06/03/2021

Robert Schumann. 1839. Josef Kriehuber

Milán, domingo 28 de febrero de 2021

Schumann

Literalmente, me despierto con las notas de la Fantasía en Do de Schumann, y de nuevo tengo veinte irresponsables años y escucho alucinado esta pieza en la versión de Willhelm Kempf, cuya seriedad adornaba la carátula de aquel disco Deutsche Grammophon que seguramente guardo en las cajas donde he conservado mis acetatos. Pocas partituras  afectaban tanto mi lábil emocionalidad juvenil. Acaso algún cuarteto tardío de Beethoven o la Sonata para piano, de Franck o La noche transfigurada, de Schoenberg. De esa manera cumplía con el sagrado deber de ser romántico, y de todos los excesos no lamento ninguno, como diría la canción francesa. Cincuenta años después, escucho, con más admiración que emoción, ¡helas!, esta música conmovedora. El comentarista de Radio Classique me entera de que la intérprete es la argentina Marta Argerich, discípula preferida de Arturo Benedetti Michelangeli. Su versión es más vertical y conceptual, como la de Arrau, que la más lírica, o al menos así lo recuerdo, de Kempf. La composición de Schumann puede confundirse con ese título que poco dice a la sensibilidad contemporánea, para la cual una fantasía es algo poco serio, indigno de mayor atención. No así para los románticos, quienes confiaban en la fantasía tanto como Kant confiaba en la razón. A punto de llegar a los setenta y tres, siento que esta amada pieza de Schumann es la mejor para la ocasión. Al fin y al cabo, privilegiado por su belleza, he pasado la mayor parte de esos años.

Sciascia y su lechuza

Il giorno della civetta (El día de la lechuza) se tiene como la mejor novela que se ha escrito sobre la mafia. Y debe ser así. En apenas ciento ochenta páginas, y bajo el formato de una novela policial, el autor siciliano nos revela la vida profunda de la secular organización criminal. Y lo hace con una inmediatez que afecta al lector de la misma manera que el que coge por primera vez un puñado de arena. Cualquiera puede hacerse de un conocimiento enciclopédico sobre la materia donde aterrizan los mares, pero no la conocerá tan bien como el que la tiene y deja resbalar entre sus dedos. Como todos, he leído no poco sobre la mafia y he sentido una perversa fascinación por esta muestra de las capacidades del mal. También he visto películas (la última El traidor, de Monicelli, es una de las mejores) y documentales que hablan de los procedimientos de la Cosa Nostra, pero nada tan físico, táctil como lo de Sciascia. Los olores de Sicilia, que van desde las arenas del Sahara que trae el Scirocco hasta sus mazapanes y naranjas rojas, sus húmedos y podridos aromas barrocos, el largo mar con sus erizos y sirenas, su música mestiza, su exquisita comida híbrida y la sensación de que lo que se ve no es todo lo que pasa. Fue lo que sentí, a mediados de los ochenta, durante una visita a la remota Monreale a admirar  sus estupendos mosaicos en la iglesia. Justo en ese momento se festejaban las bodas de una pareja del lugar. Todo el mundo estaba invitado, incluso nosotros los visitantes. Recuerdo un vaso de espumante tibio y algunos dulces típicos. La alegría era colectiva pero no contagiosa. Me sentí, en el fondo, tan cohibido como el resto. Los únicos realmente felices eran los contrayentes y un orondo y gordo hombre sentado en su silla y rodeado de caras serias. No había que ser un experto para entender que el simpático obeso era algo más que el padre de la novia. El olor a mafia opacaba los aromas que han hecho famosa a la isla desde los tiempos de Cartago. Exacerbado en esa época por el desplazamiento de la “civilizada” mafia palermitana por la más salvaje y primitiva mafia corleonesa.

En una reedición de Il giorno della civetta de 1972 para los estudiantes de secundaria, Sciascia recuerda a los jóvenes lectores que, en 1960 cuando fue publicada, las autoridades no reconocían oficialmente la existencia de la mafia. Como si no nombrándola fuese suficiente para que dejara de existir. La historia de la organización es larga y difusa. Uno de sus momentos críticos ocurrió durante la época de Mussolini, cuando fue duramente atacada por el exprefecto Cesare Mori, quien estuvo a punto de erradicarla hasta que el Duce, presionado por sus propios seguidores en Sicilia, terminaría sustituyéndolo. Malherida al final de la Segunda Guerra, sería curada y recuperada por el gobierno norteamericano, que la consideró necesaria para interrumpir un eventual auge del comunismo en Sicilia. En la “advertencia” a la edición de 1972: “Pero la mafia era, y es, otra cosa: un sistema que en Sicilia contiene y mueve los intereses económicos de una clase que aproximadamente podemos llamar burguesa; y no surge  ni se desarrolla en un vacío de Estado (esto es cuando el Estado, con sus leyes y funciones, es débil o no existe) sino dentro del Estado. La mafia, en resumen, no es otra cosa que una burguesía parasitaria, una burguesía que no invierte sino disfruta. El día de la lechuza, en efecto, no es sino un por ejemplo de esta definición. Lo escribí con estas intenciones, pero acaso también sea un buen cuento”. Una versión distante y episódica de la novela fue filmada por Damiano Damiani en 1962, donde, aparte de la belleza de Cardinale, se destaca la actuación de Lee J.Cobb.

Milán, martes 2 de marzo de 2021

Llego a los setenta y tres en medio de una situación inédita -en realidad, cada nuevo día es una situación inédita-, en la cual no tengo idea de dónde voy a estar viviendo en los próximos meses, aquí, en Italia, o en Venezuela. Hasta ahora me era posible programar y disponer el año en ambos países, seis meses aquí y seis allá. La pandemia, por una parte, y la bizarra situación política, por la otra, me han condenado a la incertidumbre y el suspenso. Sin la vacuna antiviral no es prudente, para mí al menos, desplazarme de un país a otro. Y, ante un eventual regreso, no hay garantías de que pueda volver a viajar al exterior. Una versión tropical de “catch-22”, la expresión gringa que refiere a una situación sin salida. Mi vida ha estado signada desde hace mucho por la escisión. Primero, me tocó vivir lo que llamó el inglés “a life of two cities”; ahora, se trata de una vida en dos países. Ambos necesarios. El país afectivo, donde vivo ahora, privilegiado por el afecto de mi familia; y el distante donde, como se decía en mi adolescencia, he derramado lágrimas de hombre a hombre. Cuando estoy aquí, cuando estoy allá. Al parecer, no nací para estar completo en ninguna parte. Lo cual no hace sino confirmarse reducido al estrecho confinamiento que impone la mortal virosis.

Maurice Ravel. 1925. Fotógrafo desconocido

Una sonata de Ravel

El atento melómano, además de obsesivo cineasta, Daniel Labarca, me hace llegar, como regalo de cumpleaños, la grabación de una pieza que desconocía o había olvidado. La Sonata No. 2 para Violín de Ravel, escrita, me imagino, durante la primera postguerra. Se trata de lo que un comentarista distraído como yo llamaría una muestra de “clasicismo contemporáneo” en la mejor tradición francesa de su tiempo. El segundo movimiento, “Blues”, es un homenaje a las magníficas posibilidades de la música jazz y de su tratamiento en un contexto “académico”. No fue Ravel el único ni el primero en destacarlo; no obstante, el conocido virtuosismo de Ravel se extrema en estos ocho minutos de gloria musical. Un momento embriagante donde Rameau comparte con el espíritu de New Orleans.

Milán, miércoles 3 de marzo de 2021

El dolor de Byung-Chul Han

Durante los veintiséis años que llevo escribiendo este diario literario he rehusado a las largas citas, que se lean el original los interesados. Esta vez, por razones acaso terapéuticas (mis cinco años de Medicina), he traducido del italiano algunos comentarios de Byung-Chul Han, que, en estos tiempos de incertidumbre y pandemia, deberían ser considerados. Pertenecen al libro apenas publicado, La società senza dolore. Perchè abbiamo bandito la sofferenza dalle nostre vite. (La sociedad sin dolor. ¿Por qué hemos desterrado el sufrimiento de nuestras vidas?). Byung-Chul es un filósofo coreano que escribe en alemán, circunstancia nada obvia, pero suficiente para llamar la atención. Además, es un crítico lúcido y original de todo neoliberalismo, al cual atribuye la culpa de la banalización de nuestros sentimientos; su lectura resulta obligatoria, al menos para mí. A propósito de la edición de su libro por Einaudi, concedió una reveladora entrevista a Marco Ventura, destacado profesor de la Universidad de Siena. Éstos son algunos fragmentos publicados en La lettura de Il corriere della sera:

MARCO VENTURA: La sociedad estaría entonces dominada por la “algofobia”, un miedo generalizado al dolor. Somos hipersensibles, como la princesa del guisante, y tendemos a vivir en un “estado de anestesia permanente”. ¿En qué sentido nuestra es una sociedad sin dolor?

BYUNG-CHUL HAN: No digo que vivimos en una sociedad sin dolor. De hecho, hoy tenemos una epidemia de dolores crónicos. Digo que el dolor tiene una dimensión social y que, por lo tanto, toda crítica de la sociedad debe enfrentarse con el dolor. En cambio, hoy el dolor está limitado a los aspectos médicos y farmacológicos. Y si se reduce solamente a la medicina, no lo entenderemos.

MV: Usted acusa al neoliberalismo.

B-CH: En la sociedad posmoderna neoliberal, las tensiones psíquicas aumentan mediante las presiones en busca de la eficiencia y esto puede conducir a dolores crónicos. He comparado la autoexplotación neoliberal a un siervo que le quita el látigo al patrón para azotarse él mismo, para ser como el patrón; es decir, para sentirse libre. Esta presión neoliberal por la autoexplotación y la eficiencia nos enferma.

MV: ¿Nuestro problema con el dolor está relacionado con la soledad?

B-CH: El contacto con el otro “seda” el dolor. Hoy vivimos en una sociedad afectada por una soledad creciente, sin contacto ni dedicación con humanos. ¡El distanciamiento social! Me pregunto si el dolor no es sino el grito del cuerpo que pide cercanía y dedicación.

MV: Usted denuncia la “sociedad paliativa” cómplice de una “ideología del bienestar permanente”. Pero querer liberarse del dolor, querer por lo menos limitar el dolor, ¿no es una aspiración legítima?

B-CH: Toda experiencia intensa es dolorosa, también lo es el amor intenso. Hoy evitamos toda intensidad por miedo al dolor. Hoy en día incluso el amor debe ser evaluado de acuerdo con una receta dirigida al consumo y al disfrute. Cada percepción intensa es dolorosa. Dolorosamente bello no debe entenderse como una contradicción. Hoy percibimos el mundo a través del smartphone, que todo lo hace consumible y accesible, y reduce todo a las dimensiones de la pantalla. Creo que el smartphone es un analgésico digital… Cada dolor nos sorprende como una corriente navegable que lleva al mar. El dolor nos parece una vía sin salida. Mi libro llama fuertemente la atención sobre el hecho de que el dolor es un elemento de la vida humana. Cuando la separación hace sufrir, la relación que la precedió se revela como auténtica. Sólo la verdad duele. Si la separación no hace sufrir, las relaciones no eran auténticas… No soy pesimista. Al contrario, espero más de la vida que la simple sobrevivencia. Una sociedad dominada por la histeria de la sobrevivencia es una sociedad de “no muertos”. A menudo digo: estamos demasiado vivos para morir y demasiado muertos para vivir. Cuando sólo nos preocupamos de salud y sobrevivencia nos parecemos al virus, un ser no muerto, que se multiplica, es decir, que sobrevive sin vivir… No glorifico el dolor. Diría: la vida humana es incompleta sin el dolor. Dolor y felicidad, como dice Nietszche, son hermanos gemelos, que crecen juntos o juntos se quedan chiquitos. Si se inhibe el dolor, la felicidad se aplana sobre una sorda sensación de placer.

MV: Me parece advertir el eco de un “dolorismo”, muy problemático desde el punto de vista ético.

B-CH: El dolor también forma parte de nuestra relación con los otros. Un capítulo de mi libro está dedicado a la ética del dolor. Hoy a menudo hablamos de la desaparición de la empatía. Me pregunto: ¿de dónde viene esta creciente pérdida de la empatía? ¿Por qué somos cada vez menos receptivos a los otros? Sostengo que hoy en nuestro ego convertimos al otro en algo disponible, listo para el consumo. El otro como objeto no experimenta el dolor… La pandemia refuerza la desaparición de la empatía. El otro es ahora un posible portador del virus, del cual es conveniente distanciarse. La creciente sensibilidad por el otro, el poder sufrir con él tiene algo de doloroso. El amor como relación empática con el otro nos agrede y hiere. Por el contrario, el dolor como consumo no implica dolor. Sin dolor no tenemos ningún acceso al otro. Por esto hablo de dolor “hacia” el otro. Hemos perdido la capacidad de percibir al otro en su otredad. Y el otro, despojado de su otredad, se convierte en un producto de consumo.

Fotograma de RIcardo III- 1955. Lawrence Olivier y Claire Bloom interpretando a Ricardo III y a Lady Ana

Milán, viernes 5 de marzo de 2021

Traduciendo Ricardo III

Después de conquistar el corazón de Lady Ana (“Frailty…”), el pérfido y contrahecho duque de Gloucester, esa suma de todo lo malo que puede desplegar la naturaleza humana, el futuro Ricardo III se pregunta cómo pudo haber ocurrido, que la dolida viuda, justo al lado del cadáver de su suegro, asesinado por su pretendiente, pueda haber cedido. La secuencia en el cine, protagonizada por Lawrence Oliver y Claire Bloom, puede ser de alguna utilidad para entender el brusco cambio de conducta de la joven.

ANA

Eso es más de lo que mereces. Pero,
como me has enseñado a adular,
imagina que ya me he despedido.

(Sale Ana).

CABALLERO

¿Vamos a Chertsey, noble señor?

RICARDO

No, hacia Whitefriars y espérenme allí.

(Salen con el féretro)

¿Fue jamás una mujer de esta manera
cortejada? ¿De esta manera conquistada?
La haré mía, pero no la guardaré
por mucho tiempo. ¿Cómo es posible?
Yo, que asesiné a su esposo y su suegro,
me he apoderado de ella cuando
más me odiaba con la boca llena
de maldiciones  y de lágrimas
los ojos, cerca del ensangrentado
objeto de mi odio. Con Dios y su
opinión en mi contra, y todas esas
objeciones. Yo sin más amigo
que el demonio y las falsas miradas.
Y, no obstante, la he conquistado con
todo el mundo en mi contra. ¡Ah! ¿Acaso ha olvidado
ya a aquel valiente príncipe, Eduardo,
su esposo, al cual, hace sólo tres meses,
en un ataque de furia, apuñalé
en Tewkesbury?  El ancho mundo no podrá
producir de nuevo un caballero
tan amable y gentil, formado por
la más pródiga naturaleza, joven,
valiente, sabio y sin duda de sangre
real. Y, no obstante, ¿ella posa sus ojos
en mí, que he mutilado la dorada
primavera de este dulce príncipe,
que la hice viuda y condenada al
doloroso lecho? ¿En mí, que, entero,
no llego a igualar la mitad de Eduardo?
En mí, cojo y deforme. Mi ducado
por el centavo de un mendigo a que todo
este tiempo me he equivocado al juzgar
mi persona. Por mi vida, que ella ve
en mí lo que yo no veo, un hombre
correcto y maravilloso. Voy a gastar
en un espejo, y contratar a unos
cuarenta sastres para que estudien
la manera de adornar este cuerpo.
Ahora que me he insinuado en mis propios
favores, voy a hacer unos pequeños
gastos para mantenerlo. Pero vamos
a enterrar este pobre diablo, para
regresar gimiendo ante mi amada.
Brilla, sol, hasta que compre un espejo
para ver mi sombra mientras me alejo.


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