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Diario literario 2021, junio (parte IV): Shostakovich, solsticio y miedo, notas al Infierno, Ramón Cote, Hemingway en Lago Maggiore, amar a Dante
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Milán, martes 15 de junio de 2021
Shostakovich y la nostalgia de primavera
El siroco de ayer, con sus hirvientes e invisibles granitos de arena sahariana, parece haber pasado, y la de hoy es una mañana del cercano estío con temperaturas no muy altas y una grata claridad. Hay mucho de nostálgico en las últimas jornadas de esta fugitiva primavera del 2021, que me permitió estar varios días en las montañas alpinas, a la sombra de los grandes pinos, y otros en la amada Toscana de viñedos y olivares. El programador de Radio Classique, en París, seguramente ha sentido la misma nostalgia y ha escogido la mejor música para estos momentos de soleada melancolía. Me refiero a los Cuatro valses para flauta, piano y clarinete de Shostakovich. Al igual que Mozart, siento poca simpatía por la flauta, pero el segundo de estos valses del maestro ruso, para flauta sola, y los tercero y cuarto, que comparte con el clarinete, son pensados para estos días de paradójica nostalgia luminosa. El poeta del Siglo de Oro escribió: “la primavera ha venido/nadie sabe cómo ha sido”, lo que no expresó en sus claros octosílabos es que iba a pasar de manera alucinante. Desde mis años en Nueva York, no había tenido la experiencia de la estación de principio a fin, noventa días que amé con rara intensidad. La música de Shostakovich, sus Cuatro valses para flauta y clarinete, permanecerá, para mí, siempre asociada en la memoria con este milagroso y efímero espacio de tiempo.
Milán, jueves 17 de junio de 2021
El verano se instaló precozmente y el calor africano ha regresado a la ciudad. Mi acceso al aire acondicionado es limitado, y asumo como uno más de los males del destierro esta temporada en las proximidades del infierno. Los cambios planetarios, lo que llaman calentamiento total, producen estas condiciones extremas de mucho frío o poco calor. Por fortuna, y de manera impensada, la primavera transcurrió dentro de límites cercanos a la normalidad. No es improbable que haya sido por última vez.
Milán, lunes 21 de junio de 2021: solsticio de verano
Solsticio y miedo
El día más largo del año, que promete ser tan caluroso y agresivo como el de ayer. Después de año y medio de limitaciones, los europeos se alistan para abandonar estas ciudades contaminadas y traumatizadas en la honda psique. Especialmente la de los niños, que nunca podrán asimilar la rara secuela de acontecimientos para los cuales no estaban preparados; cierre de las escuelas, separación de los amigos, enfermedad y muerte de familiares. Todo al mismo tiempo. La reacción más natural es el miedo, que se expresa de tantas formas y que los acompañará el resto de la vida. No hay manera de reprimir hacia el inconsciente las experiencias que han tenido a lo largo de estos dieciocho meses. Mi nieto, imagino que como muchos otros niños de su edad, no es muy elocuente a la hora de expresar el miedo. Lo siente, sencillamente, y condiciona sueños que terminan en pesadillas. Todo con sus ingredientes de absurdo, como el uso de mascarillas día y noche mientras los contagios se siguen presentando. O el distanciamiento, en una etapa de la vida donde lo que se anhela es tener cerca a los seres queridos, y si al mismo tiempo, mejor. Me gusta creer que el solsticio de este año será el comienzo de los anhelados “tiempos mejores”.
Milán, martes 22 de junio de 2021
Inferno, canto I
La selva oscura y “selvaggia” con la que Dante comienza su épica se corresponde con el bosque nocturno de Sueño de una noche de verano. Es el espacio del mito frente al logo de las ciudades. El locus donde todo es posible, el triunfo de la irracionalidad y lo fantástico. Dante se introduce por una cueva y se encuentra en la periferia del submundo infernal. Algún personaje de Shakespeare, en una noche de junio, como la de ayer, se revela con una cabeza de asno y a todo el mundo le parece perfectamente normal. En Como quieran (As You Like It), el bosque es el escenario de las más extraordinarias experiencias trasvestísticas y la sexualidad más transgresora. En medio de la racionalidad urbana, Dante nunca hubiese dado con la puerta de acceso al más allá. Ni los personajes de Shakespeare hubiesen incurrido en las más atrevidas ocurrencias. Para muchos estudiosos lo que pasa en el bosque, o selva, es la verdadera vida. Lo demás es impostura. Los hermanos Grimm lo sabían cuando llamaron la atención sobre la literatura de esos espacios mágicos.
Milán, miércoles 23 de junio de 2021
Infierno, canto II
El imaginario medioeval es un cuestionamiento radical de la percepción visual. El hombre del período veía poco, pero imaginaba mucho. A pesar de lo acontecido de la demencial empresa de las cruzadas, los testimonios que conocemos no son tan generosos y reveladores como la crónica que se hizo del más allá en el medioevo tardío. El mismo Dante, guerrero de caballería, participante en batallas cruciales, político destacado y despiadado, exiliado durante dieciocho años, secretario de altos señores y gobernantes, no fue lo mucho lo que dejó escrito sobre estos episodios dignos del más grande aventurero. Como buen representante de la ideología de su tiempo, sabía que la gran aventura no es la que se vive, sino la que se imagina. De su participación en arriesgadas empresas militares no dejó escrita una línea, ni de sus viajes. Como el arriesgado traslado a Roma en tiempos de Bonifacio VIII, su mortal enemigo. O el que, enviado por su señor Polenta, de Ravenna, lo llevó a Venecia poco antes de morir. Se extiende, en cambio, en la narración de su encuentro con un florentino traidor (Bocca degli Abati), al cual hala de los cabellos de la manera más despiadada: “Yo le hundía los dedos en el pelo/y se lo iba arrancando a manos llenas,/y él ladraba y bajaba la cabeza”. El “otro mundo” es el gran tema de la literatura de la Edad Media. El mundo de acá era menos apasionante, indigno de una gran crónica como el “Infierno”.
Infierno, canto III
Como buen político, Dante sintió el más encendido desprecio por los pusilánimes. Para un partidario de la vita activa, lo único que justificaba el distanciamiento de la política era el ejercicio de la vita contemplativa, la de filósofos y artistas, los cuales a su manera participan en el designio del destino de la polis. El pusilánime no se incluye en ninguna de las dos grandes actividades distinguidas por Aristóteles en su Ética. Son hombres huecos, como los de T.S. Eliot, condenados, que ni siquiera el fuego o el hielo del infierno se merecen. Dante los deja afuera, como basura que nunca será incinerada. No tienen esperanza que perder, así que no son dignos de aquella entrada en cuyo arco se leía: “Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate”.
Milán, jueves 24 de junio de 2021
Festivales
Los pájaros, a excepción de las golondrinas, fueron hechos por el Hacedor en primavera. No toleran el duro frío del invierno ni el estío sahariano. En Milán, en sus numerosos parques, las más de las veces al margen del turismo, los pajaritos, en primavera, organizan festivales de música lírica cuyas representaciones se disponen en dos turnos. El primero comienza a las 6:30 p.m. y se prolonga durante las primeras horas de la noche. La principal atracción son los recitales del mirlo, con su elegante traje negro y su pico color tabaco rubio. Sus pulmones son espaciosos y su canto es tan generoso como el de Giuseppe di Stefano o Luciano Pavarotti. A su alrededor, un grupo de magníficas voces, cuyos nombres desconozco, y que tienen la presencia multicolor de los coros de Verdi al comienzo de Otelo o Traviata. No se cansan ni descansan, por lo menos hasta que la noche profunda va oscureciendo los escenarios vegetales. El segundo turno del Festival de Voces Emplumadas de Milán exige del público no pocos sacrificios. El más tremendo es el de estar en vigilia desde las cuatro de la mañana, pues la representación comienza puntualmente a las 4:30 p.m. No obstante, cualquier sacrificio justifica la actuación de los legendarios ruiseñores. Si no tan poderosa como la del mirlo, la voz de este pájaro venerado por los poetas (Shakespeare, Keats) es tan hermosa, misteriosa e inquietante como la noche misma y ¿qué sabe uno de la noche? El canto, igual que la rosa, es sin porqué, canta porque canta. Y lo hace como si cantara para las criaturas todavía celestiales, niños, vírgenes y ángeles, así como para un grupeto de privilegiados mortales. La envidia que sintió Keats por el melodioso canto del ruiseñor la hemos sentido todos los poetas desde entonces. Los dioses, en un gesto de generosidad, nos hacen llegar, todas las noches de primavera, el ticket de entrada para un espectáculo que, si no es porque estamos despiertos, diríamos que estamos soñando.
Milán, viernes 25 de junio de 2021
6:40 A.M.
Una mañana gloriosa la de hoy en la capital lombarda, con su luz líquida y cielos que llegan hasta el cielo. Anoche, un inesperado pero bienvenido mistral limpió la cartografía celeste para permitir, hoy, este espectáculo de transparencias y pureza alpina nada obvio en estos primeros días de verano. Venía postergando el comienzo de mis afanes hasta las 7:15-7:30 a.m., con lo que me perdía el mejor de los cielos, el del sol chiquito e incipiente, con su aurora que entra por la ventana “en punta de pie como una Pavlova”. Es la hora del “aere dolce che dal sol s’allegra” (Infierno, VII, 122). Es una fiesta que en mis trópicos natales se presenta a finales de año y el primer mes del año que le sigue. Lo que falta aquí, el perfume del mar salado, lo compensa un lejano aroma de pinos que desaparece en el verano. Pero un día como éste sólo huele a gloria, la gloria de estar vivos en el mejor de los mundos posibles.
Milán, domingo 27 de junio de 2021
Hemingway en Lago Maggiore
La última novela que leí de Hemingway fue durante mi segundo año de bachillerato en el colegio La Salle de Valencia, Venezuela. Era la cuarta (en realidad tres más El viejo y el mar) y me servirían de tema para la exposición oral que exigía el programa de Castellano y Literatura del curso. Mi profesor era un alemán nacido en Cuba, el hermano Gustavo Hömmerlein, lector de autores contemporáneos que lo distinguían del coro de docentes franquistas cuya insistencia en los autores peninsulares era una estrategia infalible para ahuyentar a sus alumnos de la literatura. Su insistencia justificada en los clásicos era una injustificada manera de mantenernos apartados de los autores modernos. El hermano Gustavo era diferente. Conocedor de varios idiomas, hacía gala de un cosmopolitismo mal visto por el resto de sus colegas. Para mi exposición, me había valido de una pequeña biografía del autor norteamericano que había encontrado en la sucursal de la librería Las novedades. Las novelas las había leído en editoriales como Claridad o Plaza & Janés, cuyos méritos pongo en duda. De acuerdo con el protocolo no podía extenderme más allá de los siete minutos finales de la clase. Había preparado bien el asunto y creo que nunca me he sentido tan preparado en mis cincuenta años como catedrático y conferencista. Había leído y discutido con mi padre y mi madre, experimentada maestra de escuela, mis lecturas, y además contaba con la solidaria y supina ignorancia de mis compañeros de clase. El día de mi exposición lo recuerdo con claridad. Una clara y calurosa mañana de un mes entre marzo y junio. Al llamado del profesor, me presenté ante la clase con mi camisa blanca reglamentaria y pantalones azul marino. Algo había ocurrido ese día que demoró el comienzo de la jornada y los tiempos no eran los normales. Lo cierto es que apenas comenzaba con mi exposición cuando se escuchó, más alto que nunca, me pareció, el timbre que daba fin a la sesión. Hasta el sol de hoy, en esta Milán lejana, me he quedado esperando para que me llamen para reiniciar mi interrumpida exposición. Los menos optimistas de mis amigos dificultan que una segunda oportunidad se vaya a presentar. Con el tiempo, he terminado por darles la razón. Ésa fue la última vez que me leí una novela de Ernest Hemingway. No obstante, sigue siendo uno de mis autores más queridos y admirados. Mi primer gran escritor. Zweig, Dostoievski, Balzac, Mann, Shakespeare y así por el estilo no eran míos, eran de mis padres, de mi hermana mayor o del profesor Hömmerlein. Mucho después pude leer en original otras obras del norteamericano, A Moveable Feast (París era una fiesta), un volumen nada memorable de sus artículos periodísticos y algún tomo de su correspondencia.
Pensaba en esto hoy en la mañana durante un paseo en barca por el Lago Maggiore. Este lago alpino de origen glacial es el escenario de una de las secuencias más dramáticas y bien escritas de la literatura contemporánea. El protagonista de Adiós a las armas es un soldado norteamericano combatiendo al lado de los italianos contra los austríacos en la Primera Guerra. Herido en una pierna conoce a una compatriota enfermera con la que va a establecer una intensa relación amorosa. El soldado se convierte en desertor y decide huir con su amada a Suiza. Lo que sigue es la descripción de aquel viaje nocturno por las procelosas aguas del Lago Maggiore a bordo de un pequeño bote de remos. Después de no pocos miedos y con ya flacas esperanzas, llegan al amanecer a la costa helvética, en las cercanías de Locarno, en una de cuyas clínicas, meses después, la joven va a morir durante el alumbramiento. No recuerdo el destino de la criatura, lo que no puedo olvidar es la imagen de aquel héroe derrotado por el destino. Pocas veces me he encontrado con un hombre más solo en los no muchos libros que he tenido el privilegio de leer. No sé por qué pienso en Gilgamesh a su regreso sin éxito de la aventura. El de Hemingway es un Orfeo que regresó del gélido infierno de las aguas nocturnas de Lago Maggiore con las manos vacías. Me siento bien después de escribir estas apresuradas notas sobre el gran novelista de un improbable Illinois, que se quitara la vida con la misma escopeta con la que sacrificaba fieras en las faldas del Kilimanjaro. Es primera vez que escribo sobre él. Siento que me libero de un tabú, de un fantasma reprimido en lo más lejano de mi psique, que tuvo su origen en aquella frustrada exposición, cuando estudiaba segundo año de bachillerato en el colegio La Salle de Valencia.
Milán, lunes 28 de junio de 2021
Varias semanas atrás reproduje en este cuaderno algunos textos del destacado vate colombiano, Eduardo Cote Lamus, director de la revista Mito y amigo de varios colegas de Venezuela. Hoy transcribo cuatro poemas de su hijo, Ramón Cote Baráibar, no menos destacado y no menos amigo de algunos poetas venezolanos. Fueron recogidos en Libro de averías, reconocido con el Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros.
Álbum
La muerte tiene una especial predilección
por los álbumes de fotos familiares.
Con sumo cuidado pasa cada una de sus páginas
y solo se detiene para señalar con su dedo
al elegido.
Ahora que lo sabes, considera muy seriamente
la posibilidad de que en este preciso momento
esté meditando acerca de cuál de todos aquellos
que sonríen a la cámara será su próxima
víctima.
Los solitarios
«Parece que nuestras vidas sean un recuerdo
que alguna vez tuvimos en algún lugar»
– Charles Wright
Los solitarios caminan por sus apartamentos
hasta altas horas de la noche y sus ventanas
son las últimas en apagarse en toda la ciudad.
Allá en lo alto se preguntan por sus vidas,
repasan las infinitas posibilidades perdidas
de ser feliz, reconstruyen el rompecabezas de sus equivocaciones
y con el mayor sigilo y sin hacer el menor ruido
revisan los cajones, miran viejos álbumes de fotografías,
abren varios libros y leen renglones subrayados a lápiz
que ya nada les dicen, dedicatorias que no comprenden,
y hunden sus manos en lo profundo
de los bolsillos de las chaquetas buscando algo
que les dé razón de su extravío. Así suceden sus días
y sus noches comprobando con amargura
que la vida se les perdió de vista en algún lugar
y que hasta ahora nadie da cuenta de su paradero.
Después de su acostumbrada ronda de pesquisas
que no arrojará ningún resultado,
en la soledad de sus cuartos a oscuras
se preguntarán por la vida que alguna vez tuvieron
y seguirán mortificándose por la que quisieron tener.
Los versos de Vinicius
Como si estuvieran en la cubierta de un trasatlántico
que atraviesa en diagonal y de noche el mar Caribe,
las parejas que bailan lentamente en una terraza
una tanda de bossa novas de Jobim, se detienen
por un momento para brindar por las primeras luces
de los fuegos artificiales de mediados de diciembre.
Después de celebrar hasta el amanecer
una a una irán a sus casas a hacer ferozmente
el amor, como escarmiento hacia ese vecino nocturno
que también desde su ventana ha repetido
en sus labios los versos de Vinicius,
y que a su vez ha levantado su copa solitaria
para brindar por las últimas luces
de la ciudad agonizante.
Luto
«Muchacha lasciva y enlutada»
– Gonzalo Rojas
Por qué te atraviesas con tu negrura
destilando en tu luto un aroma
a sacrilegio, ahora que te diriges
a la velación de un pariente lejano
y te veo subir las escaleras de la iglesia
intentando por todos los medios disimular
tu hermosura entre todos los presentes
con unas gafas negras y un abrigo hasta los tobillos,
para no desviar la atención del recién
desaparecido.
La belleza siempre crea una confusión entre los mortales
y es capaz por un instante de alterar el eje de la tierra,
de desviar la dirección de las aves migratorias,
por eso no me extrañaría que alguien,
al final de la ceremonia, cayera en la tentación
de ofrecerte un clavel blanco
que acabara de robar de una de las coronas funerarias.
Milán, miércoles 30 de junio de 2021
Hemingway en tv
Los ruidos inusuales de unos camiones en la calle me despiertan poco antes de las 6 a.m., una circunstancia que no me desagrada, más bien lo contrario. Mientras escucho algo de Haendel en Radio Classica Milano, algo especialmente bello, leo un artículo en The Guardian precisamente sobre Hemingway. Es una reseña del último documental de Ken Burns, director de reportajes memorables (Viet Nam). El dedicado a Hemingway se presenta en seis entregas para televisión, distribuido en Inglaterra por la BBC. De acuerdo con el comentario, la película explora las dos caras de la bien acuñada moneda de la vida del novelista. La del hombre y la del escritor, si es que son distintas. Como es su costumbre, Burns solicita los comentarios de algunos de los mejores conocedores del asunto. Como Edna O’Brien: “Lo que más me gusta de Hemingway es su capacidad para enamorarse. Y lo hizo varias veces pero terminaba arruinándose a sí mismo cuando lo hacía.” O Michael Katakis: “El hombre es mucho más interesante que el mito”. No sé si esta reincidencia de la figura de Hemingway en los últimos días tiene algún secreto significado, pero si me tropiezo al azar con algunos de sus libros no dudaré en adquirirlo. Me siento, por fin, con ganas de volver a leer una novela de Hemingway.
Milán, jueves 1 de julio de 2021
El sueño de Giacoppo
A Dante le sobrevivieron Iacoppo y Pietro, los dos hijos habidos en su matrimonio con Gemma Donati. Y una hija, de madre no conocida, y para la cual no se le ocurrió otro nombre que el de Beatriz, tal vez una de las razones por las cuales Gemma no acompañó al vate en su exilio ni estuvo a su lado cuando murió. Quienes sí estuvieron fueron los dos varones, mientras la hermana, convertida en monja, se quedó rozando por su alma, imagino, en el claustro de Santo Stefano degli Ulivi. Cuenta Boccaccio en su Trattatello in laude di Dante, y lo reproduce Alessandro Barbero en su reciente biografía, esta historia maravillosa. Apenas enterrado el poeta en el cementerio de Ravenna, los hijos se dieron a la búsqueda de los trece últimos cantos inéditos de la Divina Comedia. Ante el reiterado fracaso de la empresa, algunos amigos y, sin duda, malos consejeros, animaron a los hijos a encargarse ellos mismos de terminar la magna obra, habida cuenta de que ambos habían publicado algunos poemas. Después de ocho meses de frustradas investigaciones, ocurrió lo extraordinario. En sueños, se le apareció Dante a Iacopo y lo condujo a la que había sido su habitación donde, en un escondrijo, se encontraban los cantos desaparecidos. Al despertar, Iacopo fue en busca de un amigo de su padre, ser Piero Giardini, con el cual inspeccionó el cuarto hasta encontrar un rollo de papeles cubiertos por el moho y a punto de perderse, donde se encontraron los cantos perdidos, los más memorables de la Divina Comedia. De haberse extraviado, la literatura occidental habría quedado huérfana de algunas de sus mejores páginas, entre ellas las dedicadas a Ulises, Montefeltro, Gianni Scchichi, Bertran de Born o Ugolino della Gherardesca.
Milán, viernes 2 de julio de 2021
Hoy es la última sesión de mi curso sobre el Infierno. Cuatro sesiones apenas para un recorrido tan largo y accidentado. Sigo creyendo que la mejor manera de ponerlo en otro idioma es la prosa o el verso sin medida fija. De este modo, sin aspiraciones a emular la musicalidad del original, es posible mantenerse más cerca de los significados originales, los cuales corren el riesgo de perderse ante la obligatoriedad impuesta de rimar un terceto o completar un endecasílabo. Si bien se pierde la poesía, que es lo primero que se pierde en cualquier traducción, al menos el lector se queda con una adecuada transcripción del asunto de la narrativa. Nunca me había sentido tan cerca del florentino como ahora cuando, por primera vez, lo siento en carne y hueso, aunque no por eso, o precisamente por eso, lo encuentre más simpático o tolerable. Como diría Petrarca, quien lo conoció de niño (su padre era viejo conocido del poeta y güelfo blanco desterrado como él), si hubiese sido su amigo habría sido una amistad efímera. No obstante, la lectura de la biografía de Alessandro Barbero antes del curso ha sido de gran ayuda. No es que ahora lo ame, pero lo conozco mejor, si la ocasión de amarlo se presentara.
Alejandro Oliveros
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