Diario literario

Diario literario 2021, junio (parte III): Alessandro Gotardo, el soldado de Stravinsky, Khotstater, Dante en marionetas

19/06/2021

Iglesia de San Gotardo, Milán. Fotografía de MarkusMark | Wikimedia

Milán, sábado 12 de junio de 2021

Alessandro Gotardo

Ya nueve años del pequeño Alessandro, cuyo nacimiento se vio demorado unos días. Recuerdo que pasamos por la iglesia de San Gotardo durante la misa, y le recé al que llaman el Altísimo para que propiciara el alumbramiento. Esa noche, Constanza sintió los dolores de parto y al día siguiente daría a luz. Desde entonces, el buen Gotardo es uno de mis santos más queridos, y si en Italia fuese costumbre extendida el uso de un segundo nombre, el nieto se debería llamar Alessandro Gotardo. He dejado en Venezuela los dos volúmenes del fascinante La leyenda dorada, donde su autor, Jacoppo da Varagine, da cuenta de los grandes santos medievales de los primeros doce siglos de cristianismo. Gotardo fue un monje benedictino, canonizado en el siglo XIII y especialmente querido en las regiones alpinas, cuyo culto tiene su centro en Trenzano, donde se conserva la sagrada reliquia de su corazón, de seguras propiedades curadoras según los vecinos de esas alturas.

Milán, domingo 13 de junio de 2021

Historia del soldado

En la RAI 5 TV, un interesante montaje de la Histoire du Soldat, de Stravinsky/Ramuz, el primero que veo de una pieza raramente montada. En la versión de hoy, estrenada en 1978, se siente la marcada influencia de la ideología “arte poverista” de los sesenta, aunque todavía influyente para la época del estreno. De hecho, a comienzos de los ochenta, el director de escena, Carlo Quartucci participó en un proyecto multidisciplinario con Germano Celant, teórico del arte-povera, y dos de sus mejores exponentes, Gino Paolini y Jannis Kunellis. Si hubiese en la escenografía un iglú, habríamos dicho que su autor era Mario Mertz. Más de cuarenta años después, la mise-en-scene, aunque algo “demodé”, es rescatada por la excitante música del compositor y el extraordinario texto de su amigo Ramuz. Es una obra de algo más de una hora que, después de un largo período en el “purgatorio”, seguramente será actualizada en cualquier momento. Sigue siendo uno de los espectáculos líricos más interesantes de la ya anticuada modernidad del siglo pasado.

Dresde después del bombardeo. Fotografía de Deutsche Fotothek | Wikimedia

Milán, lunes 14 de junio de 2021

Noticias de Hans Joachim Khotstater

Ante las infundadas sospechas de alguna malpensada lectora que sugirió que había inventado al personaje de Khotstater, me veo en la necesidad de revelar lo poco que conozco sobre él: nació en Viena, en el barrio de Baumgarten, en mayo de 1873, y murió en Dresde en 1945, durante uno de los criminales bombardeos aliados. Fue una figura desconocida en vida y después de muerto. Por lo menos hasta mediados de los noventa del siglo pasado, cuando un interesado encontraría, al azar, una caja con toda su obra en un puesto de libros y papeles de viejo en la improbable ciudad de Bressanone, en el Tirol italiano. Cómo llegaron allí es otro de los misterios de este enigmático personaje, cuyo archivo oficial, con todo el material inédito, no se encuentra ni en Viena ni en Dresde, sino en Milán. Entre los numerosos manuscritos con ensayos, poemas, correspondencia y ensayos científicos, se encontraron cuarenta y un cuadernos de su diario, que van desde 1903 hasta su muerte; “Cuadernos negros” los llamó su autor. Hasta ahora, sólo han sido publicados los dos primeros cuadernos. Y, para contribuir a la confusión general, y las sospechas de mi lectora, no existe edición alemana, sólo pueden ser leídos en italiano en la estupenda traducción de Carla Bianchi. El de Khotstater es lo que se debería conocer en psicopatología como “egofagia”, individuos que escogen el más radical de los anonimatos, eliminando cualquier seña de identidad que pueda identificarlos, negándose a firmar cualquier documento y molestos, o por lo menos incómodos, cuando los llaman por su nombre, llegando al extremo de rechazar la posibilidad del seudónimo por no considerarlos seguros. Creo que Khotstater se animó a publicar un solo libro, prefiriendo acumular sus innumerables inéditos. Hay mucho de inquietante en esta tragicidad autonegativista. Nuestro personaje era asiduo a los encuentros psiquiátricos, tan frecuentes en la Viena de su tiempo, pero o no se inscribía o lo hacía con otro nombre. Vivió en las antípodas de las afanosas relaciones públicas de hombres como Freud o Jung. Su anonimia radical incluye la ausencia de certificado de bautismo en la catedral de Santo Stefano, donde le correspondía recibir el sacramento. Una voluntad de cancelarse (cancellare en italiano es borrar) que se extenderá más allá de la muerte, según su expresa voluntad de no permitir que su nombre fuese mencionado en los cincuenta años sucesivos a su desaparición física: “pido la mayor reserva sobre la difusión de cualquier noticia referida a mi persona”. Hasta en sus relaciones amorosas, Khotstater parece salido de una ficción de Stefan Zweig, su contemporáneo. Conocemos el nombre de su amada, Karen, y poco más. Probablemente casada, como todas las heroínas de Zweig, bella y reservada, se las ingeniaba para pasar días con Hans en Viena o en la casa de la que era dueña en las montañas del Tirol. En la hermosa entrada que le dedica en el Cuaderno negro 1903-1904, Khotstater refiere una visita que debe haberse prolongado por varias jornadas. El primero de los días juntos termina con estas líneas escritas por el poeta tardo romántico que nunca dejó de ser: “Ya es de noche. Karen descansa en mi lecho con una misteriosa sonrisa en el rostro. He querido releer por última vez algunas de sus cartas. Llenas de silencio como el silencio que me está adormeciendo, como los ecos que se apagan tragados por las sordas montañas, como el recuerdo de algo que nunca ha sido”. Karen muere trágicamente de parto en 1913 y nos quedamos, por supuesto, sin saber si el padre era  Hans Joachim Khotstater, autor de algunas de las intuiciones más interesantes escritas alguna vez sobre lo que llamó las “fronteras de la locura”. (Cf. I quaderni neri 1903-1904. Moma Editrice. Bergamo 2010)

Louis Viardot. Ilustración de Émile Lassalle

Milán, miércoles 16 de junio de 2021

Todo tiene que ver con todo

Emmanuelle Carrère está por todas partes, algo en lo que no parece ser del todo inocente. Su escritura, clara y precisa, puede ser traducida y leída con menos obstáculos que la de contemporáneos como Kraznahorkay o Amis. Su vida privada es sensacionalista y los detalles los conocemos de primera mano (él mismo). La fortuna le ha sonreído a este escritor que se dio a conocer de la manera menos prevista con un roman-verité a la manera del Capote de treinta años antes. ¿Sabía Carrère en ese momento que estaba reinventando un subgénero? Seguramente sí, lo que no sospechaba era el éxito que iba a tener en la empresa. Me encuentro ahora con el narrador francés en una interesante entrevista donde recuerda las bondades de la traducción clásica del Quijote al francés (la que se ha debido leer Borges si no lo entendía en  castellano, como tantos, en lugar de leerse la más convencional al inglés de J.M. Cohen). El autor de la traducción es el novelesco Louis Viardot, uno de los protagonistas del estudio de Orlando Figes, Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita. Las otras dos vidas son las de su esposa, la apreciada cantante lírica Pauline García y la del gran Ivan Turguenev, amante de Pauline. Escribe Figes sobre el ingratamente olvidado Viardot que recuerda, con justicia, Carrère en su entrevista para Il corriere della sera:

Su traducción francesa de Don Quijote (1837), en la que dio plena expresión al color y los detalles etnográficos de la novela para generar una vívida impresión de España, fue de vital importancia para el descubrimiento romántico de la literatura española; la leyó Prosper Mérimée, autor de Carmen, y su amor por esta traducción fue el punto de partida de su interés por España. Fue un éxito de ventas. Reeditada muchas veces, sirvió de base para posteriores traducciones a otros idiomas.

El temprano interés de Viardot por la presencia árabe y judía en la formación de la cultura española no sería bien vista, por su puesto, por la asfixiante iglesia española. Una actitud que no sería sino fomentada por la dilatada influencia del franquismo a lo largo de los sesenta últimos años del XX. Y, mucho me temo, su nombre en este nuevo siglo no es que se encuentre entre los autores más traducidos del francés al español. A pesar de haber escrito una pionera Historia de los árabes y moros en España. De su vida fascinante se ocupa largamente Figes en Los europeos.

Fotografía de Piccolo Teatro

La Divina Commedia de Giorgio Colla

Una de las compañías de teatro más querida por los milaneses, tanto como las de la Scala o el Piccolo Teatro, es la fundada y dirigida por Giorgio Colla hasta su muerte en fecha reciente. En el amplio programa de conmemoración que se despliega en Italia con motivo de los 700 años de la desaparición de Dante Alighieri, el Piccolo Teatro ha invitado a la compañía Colla para una representación de la Divina Comedia con sus impresionantes marionetas. Como de costumbre, el espectáculo es lo poco que nos queda de maravilloso en estos tiempos de pandemia. No es simplemente la impecable puesta en escena, ni el asombroso manejo de las figuras que a ratos nos hacen olvidar que son solo muñecos y no seres humanos. Lo memorable es la oportunidad que nos brinda el espectáculo de acceder a la magia, de compartir como cotidiano lo maravilloso. Son minutos en los que los límites asfixiantes de lo real desaparecen, y nos hacen lamentar que toda la existencia no sea así, abierta a la imposible, a la reconciliación de lo irreconciliable, a un plano de la existencia donde el homo ludens que somos no desaparezca a medida que crecemos. Nunca para mí los paisajes y criaturas de Dante han sido tan reales. Nunca había sentido el deseo de invitar a Dante a tomar una copa de Chianti después de su regreso del cielo, para conversar sobre su participación en la batalla donde sus güelfos humillaron a los odiados gibelinos. O sobre Arnaut Daniel y su encuentro con Sordello en el Purgatorio. Como todo el mundo, el rostro severo de sus retratos siempre me mantuvo a distancia. Con sus marionetas, la gente de Colla realizó el milagro de convertir al poeta en uno más de nosotros, con igual número de dones y limitaciones. El milagro consistió, como en la parábola de Colli, en convertir a un muñeco de madera en un Dante humano y, por primera vez, cercano.


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