Diario Literario

Diario literario 2021, junio (parte II): Navillod en primavera, Hans Joachim Khotstater

12/06/2021

Valle d’Aosta. Fotografía de Tinelot Wittermans | Wikimedia

Navillod, viernes 4 de junio de 2021

Primavera en Valle d’Aosta

Para mantener a distancia el calor del fin de semana en Milán, Constanza nos ha traído a la pequeña casa que suele alquilar en esta zona. No es la primera vez que vengo y guardo los mejores recuerdos de estas permanencias. Navillod es un villorrio de 21 habitantes que forma parte de la Comuna de Antey-Saint-André, en la provincia de Aosta, de la región de Valle d’Aosta. Los nombres franceses son comunes en esta zona, que estuvo a punto de ser anexada por Francia después de la Segunda Guerra Mundial. Una pretenciosa aspiración por parte de un país cuyo esfuerzo bélico, como se recuerda, había sido mínimo. No obstante, la reducida población es en su mayoría bilingüe. No es ésta la única comuna de Valle d’Aosta con tan pocos habitantes. Se trata de la región menos poblada de Italia por las dificultades de clima y terreno. La agricultura es poco obvia, y viven de la producción de lácteos y, sobre todo, del turismo. Desde hace unos treinta años los vinos han mejorado y hoy producen excelentes caldos como los de la familia Anselmet, cuya distribución incrementará los ingresos de los valdostanos. Cultivan varios vitiños autóctonos, entre ellos el fumin, con el que producen un tinto elegante, de moderados taninos y justa acidez. La pobreza de los suelos es compensada por uno de los paisajes más hermosos de todos los Alpes occidentales. Sus prados para la cría parecen ilustraciones de almanaques turísticos, y recuerdan a los escenarios donde cantaría con su hermosa voz Julie Andrews en una celebrada cinta. En esta oportunidad, las nieves han sido desplazadas por el verdor de la primavera. Verdes oscuros, profundos y aterciopelados, con el aspecto que otorga a Dante a su selva oscura. Y no muy distinta a la de los bosques inquietantes de Knut Hamsun.

Navillod, sábado 5 de junio de 2021

Soledad, mi sola compañía

Para este fin de semana apenas cuento con unos relatos de David Forster Wallace y uno, el primero, de los Cuadernos negros de Hans Joachim Khotstater, que conseguí la semana pasada en Rada in Chianti, en su versión italiana (desconozco si existen en castellano). En la entrada correspondiente al 28 de julio de 1903, el doctor Khotstater (1873-1945), médico psiquiatra e interesado, como buen vienés, en las investigaciones del psicoanálisis, refiere el caso de un muchacho, identificado como F.I., afectado por una obstinada logofagia. Desde sus cuatro años, ignoraba la presencia de los seres humanos y dedicaba su atención a los objetos que tenía cerca. Mantenía animadas conversaciones con tazas, azucareras o galletas, sin dignarse a hablar con los que lo rodeaban, incluyendo a Khotstater. Lo mismo con los alimentos:  hablaba con ellos como si de seres vivos se tratara. No dice el diario a qué edad murió F.I., pero seguramente a causa de inanición. La autopsia demostró que los pocos alimentos que había tomado no habían sido ni masticados ni digeridos, “por un inconsciente rechazo a acogerlos en su interior”. Termina el autor su conmovedora relación: “Poco antes de expirar, fui llamado por el sacerdote que me lo había presentado. Llegué justo a tiempo. Ni siquiera se fijó en mi presencia. Al final, estremecido por un último suspiro, se dirigió a alguien o algo. ‘Gracias’, murmuró, ‘por haberme acompañado hasta ahora’. Me dio la sensación que le hablaba a la soledad que lo afligía”.

Cara sur del monte Cervino. Fotografía de Francofranco56 | Wikimedia

Navillod, domingo 6 de junio de 2021

Primavera en la montaña

Después de dos días indecisos, una mañana gloriosa en el pequeño valle de Navillod, con el poblado y la punta del campanario de la iglesia flotando sobre la niebla que va desapareciendo. Al fondo, por primera vez en estos días, la visión magnífica del monte Cervino, uno de los picos más altos de la cordillera alpina, tallado como un puntiagudo diamante y de una majestuosidad casi religiosa. La líquida luz hace que se destaque sobre el azul inmaculado y transparente. Tanta vitalidad despliega que no me extrañaría que se moviera emprendiendo un viaje de visita a las otras alturas como las del Mont Blanc. Ayer, una larga caminata por el bosque que la primavera hace menos amenazante y más grato que en el blanco invierno. Quedan pocas semanas para el comienzo del verano, cuando los criadores traerán el ganado a pastar en estas alturas. Hombres y ganado permanecerán por semanas aislados en sus establos y estaciones. Una actividad que es descrita con detalles por el suizo C.F. Ramuz en sus Cumbres de espanto. Caminamos por las veredas de las montañas de la vecina Torgnon, un paseo privilegiado por el aire puro y curador. Es un privilegio caminar escuchando las voces del bosque, el murmullo de los pinos y el susurro del musgo. Nunca lo había hecho en primavera, siempre en invierno o en verano. Como el del 2015, cuando Constanza me trajo a pasar una corta temporada en esta geografía después de una operación y el devastador tratamiento. Antes, en Venezuela, una querida amiga con su esposo me había acercado al mar con el mismo propósito sanador. No es un dislate afirmar que estas dos salidas fueron tan curadoras como el resto de la terapia.

Hans Joachim Khotstater (2)

Sigo impresionado, y el paisaje de estas alturas estimula este sentimiento, con las anotaciones de  Khotstater en el primero de los volúmenes de su diario. En la entrada correspondiente al 15 de diciembre de 1903, se pregunta el autor por el origen de su interés en la locura y sus pacientes. Y lo atribuye a su “deseo de entender el mundo del espíritu y en la presunción de acercarme al conocimiento de Dios”. Nunca había leído o escuchado algo tan inquietante referido a la psiquiatría. He estado en contacto directo con la demencia desde mi infancia, y con la psiquiatría desde mis dieciocho cuando estudiaba medicina, pero de nadie había escuchado o leído esta aspiración a una gnosis tan inquietante. Ni siquiera a mi sabio maestro, el doctor José Solanes, lo escuché expresarse en estos términos, demasiado racional para pretenderlo.

Milán, lunes 7 de junio de 2021

El chocante calor todavía a raya gracias a unas bondadosas lluvias tardo-primaverales que mantienen bajas las temperaturas. Sin embargo, las imprudentes golondrinas han comenzado a aparecer, signo de lo que nos espera. Aun cuando no debería pluralizar, en estos países fríos la gente ama el calor y se preparan para las vacaciones en el dilatado litoral de la península. Si tuviera que decidir, cogería mis cuadernos y plumas, un sacacorchos y un par de libros, y me refugiaría en esta montaña hasta la llegada del otoño.

Cuadernos negros

Anoche recordaba que, hacia el final de su vida, Freud le había dedicado unos controversiales estudios al asunto de Moisés, Akenatón y el monoteísmo. Sus tesis, como bien puede y suele suceder con el médico vienés, han sido las más discutidas. Nada extraño cuando recordamos que Freud era judío, y que una de las fundaciones del ensayo es su teoría según la cual Moisés no era de origen hebreo sino descendiente de los faraones: “Quitarle a un pueblo el hombre a quien honra como el más grande de sus hijos”. Judíos si habrían sido sus seguidores fuera del dominio faraónico, los cuales, en una acción desesperada, le dieron muerte. Un crimen que estaría en el origen del secular complejo de culpa de los judíos. Es mucho más que esto el libro de Freud, que me leí cuando era demasiado joven en una traducción al castellano de cuyo autor no me quisiera acordar. Lo que el polígrafo fundador del psicoanálisis escribió es un tratado de religión, a la manera de Mircea Eliade o el Frazer posclásico. Un tratadista que no escribe como un religioso o un místico, preocupado, según recuerdo por las implicaciones éticas del rol de Moisés. Como místico, por otra parte, sí escribe Khotstater, un brillante exponente del tardío romanticismo alemán. Y lo hace en una prosa de rara belleza, incluso en la traducción a otro idioma, como el italiano. Con un estilo más afín a la escritura en prosa de Hölderlin que a la de Goethe o Schiller. Su interés en la psiquiatría es en buena parte epistemológico, un instrumento para acercarse al conocimiento supremo, la esencia de la vida, el distanciamiento de dios, el absurdo del vivir, la verdad. “¿Tiene algún sentido que nada tenga sentido?”, se preguntaba cuarenta años antes de Camus o Beckett. En una de las últimas entradas de este que estoy leyendo, Khotstater se detiene a reseñar el caso de un prisionero enviado por un juez. A sus cuarenta y tantos años, Simon C. es reo confeso del asesinato de tres personas. La preocupación del magistrado, y por la cual consulta al psiquiatra, es que la aparente locura del prisionero, que lo liberaría de la horca, no sea más que una impostura. La exposición de motivos que hace Simon C. al médico puede leerse como una mínima ontología:

Loco o no loco, no es mucho lo que importa. Lo que cuenta es quién soy en realidad. Yo soy realmente un asesino. Ésta es la verdad. Esto es lo único que me atrae, lo que sé hacer mejor. No crea que se trata de una actividad arbitraria, inconsulta, casual. La eliminación de una persona cambia el curso de la historia. Puede ser una historia grande o una pequeña, no importa. Pero altera el flujo del tiempo, el destino de los hombres, como una avalancha que no deja nada a su paso.  No es por un afán de poder que he tomado este camino. Sino para saber. Ahora sé que no existe la libertad en el hombre. Me parece que lo que existe  es un equilibrio, inmutable, eterno. Y nada puede cambiar el curso insondable  de las cosas. Hundo mi cuchillo en la víctima y el mundo en torno a ese  acontecimiento enloquece como un hormiguero atravesado por un bastón. Parece el fin del mundo, pero después de algunas semanas, todo retoma su curso. Un nuevo  curso, es cierto, pero no muy distinto al anterior. Incluso ahora, cuando me  sepultarán vivo en un manicomio, o muerto en el cementerio, todo se cerrará encima  de mí, como el mar sobre la nave que naufraga. Como si nada hubiese ocurrido.  Esto es lo que sé, en conclusión: que no hay nada que saber. ¿No le parece  que hay una perfección absoluta en todo esto? Y que yo, usted, el juez, el carcelero  podemos o no existir sin que esto marque ninguna diferencia?

Friedrich Dürrenmatt no pudo leer los cuadernos de Khotstater, pero parece haberlo imaginado. Los personajes de sus novelas policiales, en especial su obra maestra, El juez y su verdugo, hablan como el criminal Simon C. Menos preocupados por las consecuencias penales del crimen que por la propia esencia del hecho nefando. ¿Qué es lo que es la vida cuando alguien, de la manera más arbitraria, pueda acabar con la vida de otro? Cuando eso ocurre, el orden del universo se altera para seguir siendo el mismo poco después. Después de transcribir las palabras del homicida, Khotstater anota: “No resolví la duda del juez, lo cual, como diría Simón, ‘no haría ninguna diferencia’”. No obstante, le hizo llegar a la autoridad judicial un escrito suyo publicado hacía unos años, con estas líneas subrayadas: “La narración de un individuo enajenado resulta siempre perfectamente incorrecta, en su incomprensible locura, para cualquier persona normal. La narración de un individuo normal resulta siempre perfectamente correcta, en su incomprensible lucidez, para cualquier persona enajenada. Por lo tanto es difícil establecer, desde un punto de vista imparcial, cuál entre ellos tiene la mayor capacidad de comprensión”. Confieso que no es obvio contradecir las inquietantes afirmaciones de Simon C. De este modo, como advirtió el filósofo, sólo un dios podría darle sentido a nuestras vidas.

Página de un cancionero del s. XIII que muestra una representación de Arnaut Daniel. Biblioteca Nacional de Francia | Wikimedia

Milán, miércoles 9 de junio de 2013

Poesía oral vs. Poesía escrita

Después de una semana con Khotstater y sus experiencias más allá de los límites de la locura, vuelvo al Dante del exilio. Lo cual no quiere decir gran cosa porque, como ocurre con Shakespeare, es muy poco lo que se sabe, a pesar de que fueron los años en los que el Sumo Poeta escribió su Comedia, el primer gran poema compuesto para ser leído y no escuchado. En una oportunidad, en el apartamento neoyorkino de Humberto Díaz Casanueva, José Vázquez Amaral, insuperado traductor de Dante, me comentaba su tesis, una de las más inquietantes que he conocido, sobre el vate florentino. En su opinión, habría sido Dante el culpable de que la poesía renegara de su esencia, que es la de ser cantada. Al optar por la escritura, contrariando la práctica de los trovadores provenzales, que consistía en cantar y contar con el acompañamiento de una exquisita música. Dante, quien conocía bien esta poesía y hablaba su lengua y admiraba a sus exponentes (“Fu miglior fabbro del parlar materno”, decía de Arnaut Daniel), condenó la lírica occidental a ser disfrutada por una minoría alarmante, la de los pocos que, en su tiempo, sabían leer. Comenzó así el penoso distanciamiento entre el vate y su público que, originalmente, fue la tribu humana, hasta llegar a la lamentable realidad del actual divorcio entre los poetas y el resto de los mortales. Concluía Vázquez Amaral con una afirmación nada fácil de contrariar, “Si Dante hubiese cantado, todos los poetas que le siguieron habrían hecho lo mismo”.

Milán, jueves 10 de junio de 2021

Vivo los últimos días de una primavera que me ha sido muy grata con las primeras salidas fuera de Milán en nueve meses. Dos veces a la montaña y una vez a Toscana, suficientes para aligerar un aislamiento sólo interrumpido por las luminosas presencias de Constanza y Alessandro, quienes han sabido compensar la ausencia de los amigos desde hace año y medio. El verano se insinúa, sin embargo, en estas jornadas que anuncian calores y días que por fin se terminan a las nueve y media de la noche. El aire acondicionado en estos países es limitado y costoso. Por fortuna, el apartamento donde vivo está felizmente orientado hacia el norte y el inclemente Sol Invictus sólo se siente durante unas cuantas horas. En los jardines de la ciudad florecen las atractivas hortensias, la última de las flores de la estación; mientras cambio mi ingesta de vinos tintos a rosados provenzales, con menos taninos pero más frescos y perfumados.

Ishiguro

Un buen amigo y fiel lector de estos diarios me hace llegar la versión al castellano del libro de Kashuo Ishiguro que comenté aquí en días pasados. No pude pasar, literalmente, de la primera página. Me pareció tan patética y devastadora que decidí dejar para tiempos mejores la lectura de Klara y el sol, la tensa narración  protagonizada por una adolescente enferma y su robot, cuya melancolía es demasiado humana.

Milán, viernes 11 de junio de 2021

Calor serio hoy con temperaturas cercanas a los 30 °C. Por fortuna, la evaporación no es alta y el bochorno de nuestros trópicos no se ha sentido hasta ahora. No es lo normal porque todo el valle del Po es una enorme maquinaria de vapor. Las temperaturas más altas de mi vida no las he sentido ni en Puerto Cabello ni en la mítica Maracaibo, sino aquí, en Italia, y con más precisión en Toscana, en las cercanías de Florencia, en la población de Lastra, donde se efectúo una batalla decisiva entre güelfos negros y blancos, con la participación de Dante en el lado perdedor. En las semanas de verano que pasé en esa zona sentí por primera y última vez el calor como una presencia física, tangible y terrible.

Saxo Gramático. Ilustración de Louis Moe

El molino de Hamlet

Todos los profesores de literatura recuerdan que Saxo Gramático es la fuente más segura del Hamlet shakesperiano. Saxo escribió, en el latín del siglo XII, una larga crónica en 16 volúmenes sobre la historia de sus compatriotas daneses. Amleth, como llama a su protagonista, anticipa las etapas de la aventura del héroe del Bardo, ahorrándole su trágico final. La Gesta Danorum fue traducida al inglés tempranamente y leída con entusiasmo, incluso en la actualidad a pesar de sus arcaísmos y dificultades léxicas. Son muchas las convergencias entre uno y otro personaje, y no menos las divergencias. El profesor Geoffrey Bullough, entre otros, se ha encargado de precisarlas en uno de los ochos tomos de su precioso Narrative and Dramatic Sources of Shakespeare Plays. Lo que no destaca Bullough, porque no tiene ninguna repercusión en Shakespeare, es lo que ha estimulado la infinita curiosidad del profesor Giorgio Santillana, y lo expone en el libro que lleva precisamente ese título, Hamlet’s Mill, y se trata de un enorme remolino llamado así. El Hamlet del título, sin embargo, no parece ser el de Shakespeare, a quien no se le conoce como propietario de un molino, sino el de las gestas danesas.

La primera vez que dicté un curso sobre Hamlet en la Escuela de Letras de la UCV, le dediqué las dieciséis semanas del calendario regular, y aun así nunca supimos cómo terminaba la historia. Pienso en esta circunstancia verídica cuando vuelvo a la bibliografía del libro de Santillana-von Dechend. Son esos tratados para cuya lectura comentada un semestre regular es insuficiente. Las consultas bibliográficas van, por ejemplo, desde los nueve volúmenes que K. Krohn dedicó a la mitología nórdica entre 1906 y 1908, o los siete de S. N. Kramer donde se comentan los grandes temas de la mitología sumeria. Sin mencionar las más improbables publicaciones periódicas, como la Revista de estudios cuneiformes de la Universidad de Yale, o la francesa Revista de asiriología. El molino de Hamlet es uno de los libros más admirables publicados a finales del siglo XX, una grandeza que es sólo comparable con el decoro y discreción de sus autores.


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