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Diario Literario 2021, junio (parte I): Dante y la vita activa, Il milione de Marco Polo, Pan y el profesor Santillana

04/06/2021

Dante entre el Purgatorio y la ciudad de Florencia. Detalle de La commedia illumina Firenze de Domenico di Michelino. 1465

Milán, viernes 28 de mayo de 2021

Dante y la vita activa

Admirador de Aristóteles, y especialmente de la Ética a Nicómaco, que Brunetto Latini había popularizado en la segunda sección de Il tesoro, Dante asumió la vita activa de acuerdo con la descripción del pensador griego. Es decir, poniendo sus talentos al servicio de la polis. Y fue lo que hizo, o pudo hacer, en la Florencia de su tiempo. Durante casi un siglo, la sana conversación había sido desplazada por la guerra civil, el peor de los males para la república. Dante tomó las armas, como caballero armado, en distintas ocasiones. Una vez, con éxito, en contra de los Güelfos Negros y, más tarde, sin fortuna, en contra de los Güelfos Blancos de su propio partido. La política del alto medioevo estuvo marcada por el enfrentamiento entre Gibelinos, partidarios del emperador del Sacro Imperio Romano Germano, una institución pesada como su nombre; y Güelfos, defensores del papado. En Florencia, el partido güelfo después de derrotar y expulsar de la ciudad a los gibelinos, no encontró nada mejor para pasar el tiempo que dividirse entre blancos y negros. Dante fue blanco con éxito y negro en una decisión imprudente. Durante más de una década, el vate de Beatriz pasó más tiempo afilando su espada que sacándole punta a sus plumas. Así, hasta 1304, cuando, dejado de lado por blancos y negros, fue condenado a muerte y conminado al exilio. Al final de su participación en la vita activa, confundido en medio del más implacable destierro y abandono, debe haber pensado que más le hubiese valido acogerse a la otra forma de vida propuesta, en la Ética a Nicómaco, como alternativa a la vita activa, la única que podía acercarlo a la Eudaimonia, y que llamó bellamente Vita contemplativa, cuyo espacio no es la plaza pública, sino el silencio y la meditación.

Radda in Chianti, domingo 30 de mayo de 2021

Haciendo uso de las nuevas medidas de cuarentena que permiten los desplazamientos dentro de Italia, y después de la visita ritual a “Bibbe”, la trattoria preferida por Montale en Florencia, llegamos a esta vieja casa de piedra en medio de los olivares y viñedos de Radda in Chianti. Siempre acertado, o casi siempre, Ezra Pound reconocía a Toscana como uno de los dos lugares indicados para vivir. El otro es Provenza. A estas regiones privilegiadas por el clima mediterráneo, atribuía el surgimiento de la cultura renacentista y de la civilización occitana. La luz, como el aire, el viento, las flores y los vinos, en estos lugares es realmente bendita. Se llena el cuerpo de esta luminosidad y los pulmones respiran su ligereza. Es un regalo de los dioses cada hora que uno se detiene en estas geografías. Se olvida uno de que, a unos 30 km, se encuentra Florencia con sus iglesias, palacios y museos. A pesar de la opinión de Hegel, la presencia de la naturaleza es suficiente. Al fin y al cabo, estos paisajes toscanos animaron la producción de la mejor pintura que se ha producido en Occidente desde Apeles. Y no son raros los momentos en los cuales se llega a pensar que en el diseño de estos paisajes está metida la mano de Piero, Angelico, Leonardo, Sandro y, por supuesto, Buonarrotti. Los poetas hicieron lo suyo y, con Guido y Dante, escribieron bellas rimas en el llamado “dolce stil nuovo”. En estos pueblos toscanos o se produce vino o se cultivan verduras o se cazan liebres y jabalíes o se pinta y escribe poesía. Todo esto lo perdió el pobre Dante, y sabía lo que perdía, cuando fue arrojado a su trágico exilio sin fin.

Caravana de Marco Polo. Ilustración del Atlas Catalán de Carlos V, 1375

Radda in Chianti, martes 1 de junio de 2021

Marco Polo

Signori imperadori, re e duci e tutte altre gente che volete sapere le diverse generazioni delle genti e le diversità delle regioni del mondo, leggete questo libro dove le troverete tutte le grandissime maraviglie e gran diversitadi delle gente d’Erminia (Armenia), di Persia e di Tarteria (de los Tártaros), d’India e di molte altre province. E questo vi conterà il libro ordinamente siccome messere Marco Polo, savio e nobili cittadino di Veneggia, le conta in questo libro e egli medesimo le vide…

De esta manera comienza el relato que Marco Polo dictó, en prisión genovesa, a su compañero de celda Rustico de Posa entre 1298 y 1299, quien lo transcribió en prosa en una lengua que conocen los filólogos como franco-italiana. Conocido como Il milione (Emilione es una referencia familiar de Marco), conoció una extraordinaria difusión y fue precozmente traducido al toscano, catalán, francés, alemán, bohemio, castellano. Entre sus lectores se contaron Carlos de Valois, hermano del rey de Francia y enemigo de Dante. Más tarde lo cargaron en su equipaje Enrique el Navegante, Toscanelli y Cristóbal Colón. Marco Polo murió en 1325 y fue enterrado en la iglesia de San Lorenzo en su Venecia natal; cuatro años después de que, alejado de su nativa Florencia y sin haber leído Il milione, muriera Dante Alighieri.

Es muy emocionante poder leer la primera traducción al toscano del libro de Marco. Fue publicada durante la primera década del XIV, precisamente cuando se iniciaba el destierro de Dante y comenzaba en serio a escribir la Commedia (alguna leyenda quiere que ya tenía listos los siete primeros Cantos). Como ocurre con Bercero, son de utilidad las notas textuales que actualizan lo que iba a ser el italiano moderno. El original de Il milione, el que le dictó al inefable Rustico en prisión, fue escrito en una forma dialectal fronteriza franco-italiana. Releyendo, pero por primera vez en “toscano”, este tratado de maravillas que es la narración del viajero veneciano que se detuvo diecisiete años en tierras orientales y fuera embajador del Gran Khan, que volvía con sus reseñas de todo lo visto y escuchado, recuerdo Las ciudades invisibles, el hermoso libro de Ítalo Calvino, en parte inspirado por las crónicas de Marco Polo y en parte por las “espacialistas” esculturas de Fausto Melotti, de la cuales la inquietante “Madre Nápoles” es sólo una de ellas.

Radda in Chianti, miércoles 2 de junio de 2021

¿Pan o Cristo?

Una de las historias más inquietantes, y fascinantes, de los primeros tiempos del imperio es la que cuenta Plutarco en su Moralia. En el ensayo sobre las limitaciones de los oráculos, narra el episodio de una navegación por el Egeo según el cual el timonel de una nave escuchó, en su puesto en la popa, unas voces que llegadas de la costa decían: “El gran Pan ha muerto”. No se ha escrito poco sobre la anécdota, y casi siempre bien. A Borges, sin embargo, que yo recuerde, no parece haberle llamado la atención, ni a Paz, pero puedo estar equivocado, ni a  Lezama. Y a Alfonso Reyes, no sé. Hasta hace un par de décadas, la Moralia no estaba íntegra en castellano y  conocí la narrativa en las confiables ediciones de Loeb Classics. Con todas las bendiciones que Toscana recibe del Mediterráneo, no puedo decir que desde esta villa se vean sus aguas. La leyenda de Plutarco comentada me la he encontrado en uno de los libros más excitantes publicados a finales del siglo XX. Sus autores, Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, le dedican un memorable capítulo al cuento de la muerte de Pan. Il mulino di Amleto es como se llama, en italiano, lo que en  el original inglés literal es Hamlet’s Mill. Si el nombre es extraño (no se le conoce molino al héroe de Shakespeare), no menos atractivo es el subtítulo. Nada menos que An Essay on Myth and the Frame of time (“Ensayo sobre el mito y la estructura del tiempo”). La versión al italiano, publicada en 1983 (el original es de 1969) es ejemplar (la española apareció en 2013). Lo de Santillana-von Dechend es menos un libro que una biblioteca. Se pueden pasar unos años, si no décadas, en la lectura de sus páginas, ricas en asociaciones tan inesperadas que parecen “ficciones” borgianas. De un cosmólogo como Santillana se puede esperar cualquier cosa, lo mismo que de su discípula y colaboradora, cuya tesis de grado se encargó de reseñar el nada obvio asunto de las “representaciones de la constelación de Sagitario en la Antigüedad, en China y en América precolombina”. Los temas de Santillana no son menos improbables, como lo fue su existencia. Nacido en Roma en 1901, su padre David Santillana, fue uno de los grandes especialistas del derecho islámico, a pesar de sus orígenes hebreos. Fue profesor (en lengua árabe) de la Universidad del Cairo y luego de Derecho Musulmán en la Universidad de Roma. Giorgio heredó la vocación erudita del padre que lo llevaría convertirse en uno de los grandes cosmólogos e historiadores de la ciencia de su tiempo. Después de enseñar en Milán, ocupó en Roma la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia hasta 1936, cuando las leyes antirraciales de Mussolini lo llevaron a los  Estados Unidos. Rápidamente el MIT lo incluyó en su nómina de docentes, donde se mantuvo hasta el final de su vida, en 1974. Especialista en filosofía y cultura del Renacimiento, cuenta en su bibliografía con estudios sobre Galileo y sobre los orígenes del pensamiento científico, todos traducidos al italiano y casi siempre por Adelphi.

En el capítulo “El gran Pan ha muerto”, Santillana y la von Dechend se dedican a la búsqueda de insospechadas relaciones con el mito que cuenta Plutarco, el que me parece uno de los más fascinantes e inquietantes de los comienzos del imperio:

Al atardecer, cuando se encontraban cerca de la isla de Equinadi, la nave fue llevada, sin viento, por la corriente hasta Paxos… De improviso, se escuchó una voz, que venía de Paxos, de alguien que gritaba el nombre de Tamo. Todos los que estaban a bordo quedaron impresionados. Tamo era el timonel egipcio que ninguno conocía por su nombre. Dos veces la voz del hombre lo llamó y él permaneció en silencio. A la tercera respondió, y, en voz todavía más alta, el hombre de Paxos dijo: “Cuando llegues a Palodia, anuncia que el gran Pan ha muerto. Cuando por fin llegaron, Tamo, desde la popa miró hacia la costa gritando, “El gran pan ha muerto”. No había terminado de decirlo cuando se escuchó un enorme gemido, no de una persona, sino de muchas tomadas por el asombro.

Plutarco continúa diciendo que la historia se difundió por toda Roma y llegó a oídos de Tiberio, quien hizo comparecer a Tamo y luego encargó a sus eruditos que indagaran sobre este Pan. Los filólogos de la corte llegaron a la conclusión de que se trataba en efecto de Pan, el hijo de Hermes y Penélope. Una versión que para muchos se trata de un mito repelente. Santillana, al comienzo de su ensayo, menciona las dos versiones más difundidas. En la primera, la gran criatura de la foresta, la encarnación más atractiva del paganismo, se habría dado por vencido ante lo sobrenatural. En la segunda, la leyenda, situada el año décimo noveno del reino de Tiberio, se refería a la muerte de Cristo, “hijo de Dios, que lo es todo. Alfa y omega y era identificado con pan, el Todo”. Hasta aquí nada de extraordinario. Estas teorías son conocidas por todos los lectores de Plutarco y sus comentaristas. Lo que tiene de extraordinario, casi todo lo suyo parece serlo, el ensayo de Santillana son las impensadas relaciones que encuentra con mitología posteriores, como las recogidas por Jacob Grimm y “sobre todo” Mannhardt. En algunas  narraciones folklóricas ha encontrado correspondencias o analogías con la historia de Plutarco. Sin decirlo, sugiere que se trataría de una situación arquetipal, en la cual se presentan voces (sueños, imágenes) que revelan hechos extraordinarios. El timonel Tomo del somos todos y, si sabemos escuchar, alguna vez sentiremos una voz con una historia memorable. Las insólitas revelaciones de Santillana se prolongan por unas cuantas páginas. Pero no son las únicas. No debe ser fácil encontrar una sola de las 600 páginas de El molino de Hamlet que no sea efectivamente reveladora.


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