Diario literario

Diario Literario 2021, febrero (parte III): Nieves metafísicas, Bewitched, Ricardo III, Inmateriales

20/02/2021

Solitudine. 1908. Matteo Olivero

Bormio, lunes 15 de febrero de 2021

Nieves

Las bajas temperaturas no han sido impedimento para disfrutar la belleza de estas cumbres heladas, cuya pureza desmiente la infección que nos obliga al confinamiento y el miedo. Montañas cubiertas por esa blancura metafísica de los paisajes de Matteo Olivero. Paisajes límites, como las extensiones marinas, donde lo terrible se siente claramente debajo de la superficie. También los que conocen de desiertos y descampados perciben esta ambigua naturaleza. En una ocasión, una colega de la UCV, especialista en Rulfo, me comentaba que Knut Hamsun, el más alto cantor de las cumbres, era uno de los autores más leídos por el mexicano Juan Rulfo. Por otra parte, esta luminosidad del aire, como saben los residentes de la montaña mágica, es la mejor para mis heroicos pulmones, que han soportado cuarenta años de cigarrillos y veinte de habanos. Uno respira agua cristalina que lava bronquios y bronquiolos. Lo percibe también el alma, que también respira, como todo ser vivo. Se trata de mi primera experiencia que pueda llamar al aire libre después de casi un año de confinamiento. Quiere el azar que mi última vez, mi última salida, hace justo un año, haya sido en estas montañas alpinas pero más hacia el este, en Cortina, al pie de los Dolomitas, los cuales Primo Levi asegura haber distinguido desde el patio del campo de concentración. Fue este el “locus” de una epifanía que le haría entender el significado profundo de las últimas palabras de Ulises, de acuerdo a la versión del florentino. Poco después de estos días de montaña sería el apresurado regreso a Venezuela, el encierro y la incertidumbre.

Traduciendo Ricardo III (3)

No me resulta sencillo, a pesar de las comodidades de la cabaña donde estamos alojados, traducir a Shakespeare en medio de las vacaciones. Ricardo III no presenta las dificultades de piezas como Hamlet o Tempestad, pero ocurre con Shakespeare lo mismo que con los grandes compositores, nada en ellos es sencillo. El K. 545 de Mozart se conoce como “Sonata para principiantes”. “Para principiantes como él”, me dijo un profesor de música. El que traduce a Shakespeare, como el que lo hace con Dante, Goethe o Leopardi, no debe tener otras pretensiones como no sean las de poner en su idioma lo que dice el original y hacerlo de la manera más decorosa. De algo puede estar seguro, su versión nunca será tan buena como la original.  La versión que hizo Octavio Paz de “Asfódelo”, el largo poema de Williams, es muy buena, pero no tan buena como la original. No es que sobren, pero hay excepciones, naturalmente: Catulo y su Calímaco; Nerval y su Primer Fausto; Schlegel y Shakespeare; Hölderlin y Sófocles; Pound y Propercio; Pérez Bonalde y Poe. Que el traductor sea un poeta notable no es una garantía. La traducción que realizó Eliot del “Anábasis” de Perse es perfectamente prescindible.

Richard Rodgers sentado al piano con Lorenz Hart a su derecha. 1936. World Telegram staff photographer

Bewitched, Bothered, and Bewildered

En Radio Clásica Milano, la voz bendita de Kiri Te Kanawa cantando una de las canciones más difundidas del repertorio de la música de Broadway. “Bewitched, Bothered, and Bewildered” fue escrita hacia 1940, por Lorenz Hart, amigo de Richard Rodgers desde sus tiempos en Columbia University, quien le pondría música a la inquietante letra. Se puede decir que Hart llevaba la poesía en la sangre. No de balde se es descendiente directo de Heinrich Heine, basta con ponerle atención a la letra de esta canción. Las referencias al alcohol no son literatura. Hart murió de tanto beber. Su corazón no aguantó tantas visitas a la atractiva barra del Sardi’s.

Bormio, martes 16 de febrero de 2021

Nieves metafísicas

Livigno, a pocos kilómetros de aquí, es una de las poblaciones alpinas que he encontrado menos grata, pero el paisaje de montañas que marca el estrecho y para mi sofocante valle es dramático y, hoy, cubierto por más de un metro de la más pura nieve, tiene mucho de irreal, como deben ser irreales las extensiones subsaharianas. Es una blancura que se corresponde, las inquietantes correspondencias de Baudelaire, con las superficies “monocromas” de Rothko. Esas telas donde los colores hablan de cosas serias al espíritu; rojos y naranjas que han perdido sus valores retinianos para convertirse en invitaciones a la reflexión sobre situaciones límites. Así, los blancos de las nieves de esas alturas son elocuentes como una página de Mallarmé o un silencio de Cage. Son blancos que no son blancos, y uno siente que mucho de oscuro hay debajo de estas superficies alpinas.

De regreso, Constanza me señala una cabaña en medio de la montaña en uno de los “arpegios” donde los pastores permanecen durante meses, a finales del verano, aprovechando los pastos altos de la zona. “Como en la novela que me contaste”, refiriéndose, claro a Cumbres de espanto, el libro mitad poesía y mitad prosa que el gran Ramuz dedicó a esa experiencia.

Los inmateriales

Para estos días de montaña, primera experiencia al aire libre después de un año de confinamiento en Caracas y luego Milán, me traje, aparte del infalible Ricardo III, dos novelas, Il giorno della civetta, del siciliano Leonardo Sciascia, y Los inmateriales del guaireño Oscar Marcano. De la primera, llevo sólo leídas las primeras páginas; de la segunda, cuatrocientas de sus quinientas veintinueve. Se trata de su libro más ambicioso, y seguramente resultado de largos años de trabajo, viajes y documentación. Desde el comienzo sentimos el apenas velado homenaje que el escritor rinde a dos de sus ídolos literarios: Cortázar con su Rayuela y Patrick Modiano con todo lo que ha escrito. Del argentino, el asunto del libro, un latinoamericano en París; de Modiano, la dicción, periodos breves donde el predominio del punto y seguido es inevitable. La de Marcano siempre ha sido una prosa ágil y afectiva, administrando el adjetivo con prudencia y tan pendiente de su sonido como de su sentido. Marcano pertenece a una generación signada por Rayuela; no es el único, estoy seguro, al que le hubiese gustado ser el autor del mítico libro. En Los inmateriales, nuestro autor parece haberse propuesto imitarlo haciéndolo distinto. No sé, ni debería importarme, si son más las convergencias que las divergencias. El perseguidor Charlie Parker es desplazado por Chet Baker y, hacia el final, por Bill Evans, por supuesto. En lugar de la mítica y desgarrada Maga, una ninfómana Tristia, cuyo nombre no se corresponde con su vida disoluta. Pero la misma adición al jazz y el cine de cinemateca. No falta bebé Rocamadour en la figura de Mirabelle, la niña muda de cuatro años de cuyos cuidados se encarga el protagonista, Raimundo, durante su temporada parisina. La apoteosis del culto cortazariano se concreta con la visita a la piedra verde de la tumba del escritor argentino en Père Lachaise. La veneración por Modiano es tal vez menos obvia aunque siempre constante. Para el Premio Nobel francés, todo lo que ocurre de interesante ocurre en el reducido espacio de un café, frecuentado por la única gente en el mundo que tiene algo que contar. Y es precisamente en dos de estos establecimientos, la versión francesa de los bares, más o menos, donde el protagonista, venezolano de 23 años en 1985, expoeta, estudiante de arquitectura y mochilero, se tropieza con dos desconocidos, un compatriota y un colombiano que le darán la razón a Modiano. Lo que le cuentan al protagonista de la novela se encuentra entre lo más memorable del libro. El venezolano, miembro del PCV, fue uno de los más activos, y el más conocido, de los jóvenes que se opusieron a la invasión soviética a Praga. El cuento del neogranadino, piloto de helicópteros, es digno de uno de los impresionantes libros de Oliver Sacks. Las tres páginas que ocupa en Los inmateriales es la mejor muestra que conozco de la innata capacidad de Marcano para la narración. Sería un gran comienzo para el proyecto de unas Mil y una noches latinoamericanas. En todo caso, ya lleva una. Después de las primeras 400 pp, y a pesar de la movilidad del protagonista, uno siente que el verdadero protagonista, como en Modiano, es el mapa que utilizó el autor para situar sus personajes. Me encuentro entre los que le agradecerían la inclusión, en próximas ediciones, del dichoso mapa. Sobre el cual se marcan los desplazamientos del otro ídolo del protagonista, el escurridizo Henry Miller. El extraño título de la novela hace alusión, aunque no encontré muchas correspondencias con la novela, a la episódica muestra organizada de manera oracular por el rive gauchista profesor Lyotard, miembro prominente de la banda de intelectuales parisinos que se encargarían, lo cual no parece difícil, de oscurecer el oscuro pensamiento de Martin Heidegger.

Bormio, miércoles 17 de febrero de 2021

Los inmateriales (2)

Después del placer de lector de dar cuenta de las ciento y tantas páginas restantes de la última novela de Oscar Marcano, siento que su protagonista, a pesar de todo, un personaje literario. La intención no parece haber sido la de crear un personaje con su carne y con sus huesos, como el inolvidable padre de Punto de sutura. No creo que se haya propuesto ofrecer un Horacio Oliveira venezolano. Más bien, como su maestro Modiano, su aspiración parece haber sido la de crear un espacio, una ciudad propia, con sus estados de ánimo y sus modales, sus apariencias, olores y sabores. Le era necesario un topo donde situar la odisea de su pequeño burgués héroe. Con la que seguramente es la prosa más grata de la narrativa venezolana, Marcano lleva a sus personajes a cumplir las diversas tareas del héroe homérico, con sus Calipso y Circe, sus temibles cíclopes en el metro, su Néstor, y hasta un Orfeo traído de la Argonautidae. No sé si lo reconoce, pero con la agilidad de su prosa, su precisa sintaxis y una dicción impecable, Marcano escribe como escribe Simenon en sus mejores momentos. La confirmación de las afinidades, voluntarias o involuntarias, qué importa, entre la mítica de Homero y la del novelista guaireño, se confirma con la aparición, en Los inmateriales, la figura de Penélope. En la fábula griega, la Penélope constante es una fantasía del héroe; en la de Marcano es la más inmaterial, la madre prematuramente muerta: “De vuelta del tanatorio (por sanatorio) hice una suerte de juramento: siempre la tendría presente. Más, mucho más que cuando vivía. La llevaría en la mente. Le desearía bienestar donde quiera que estuviese. A cambio me protegería. Me seguiría ofrendando su amor, me ayudaría en circunstancias de apremio y, llegado el momento, me daría la bienvenida en el mundo de la muerte”. Después de seis o siete meses, el héroe, convertido en antihéroe, cumple los ritos de la individuación. Se gradúa, se casa, encuentra trabajo como periodista y el pasado es una aventura no muy distinta a la que cantara Fernández Shaw: “Cuando era joven y me embriagaba / con ilusiones de las que hoy me río… Luego la vida que enseña tanto / calmó del todo mi desvarío».  Difícilmente una mejor compañía en estas alturas que este libro de Marcano que lo asegura como uno de los novelistas más interesantes de su generación en lengua castellana.

Ilustración de Jean-Baptiste Réville del acto 4, escena IV de Ricardo III. Comienzos del s. XIX. Folger Shakespeare Library

Bormio, jueves 18 de febrero de 2021

Ricardo III

Aunque no se trata de lo que Bradley llamó una de las grandes tragedias de Shakespeare, por escribir no más que la Cuarta Escena del Cuarto Acto muchos dramaturgos hubiesen dado la vida. Es el afilado y revanchista intercambio entre dos mujeres que fueron reinas y una duquesa que engendró dos reyes. Todas seducidas por el poder que, en verdad, es lo que lamentan cuando lamentan la muerte de esposos e hijos. Estas “sollozantes” inglesas están tan lejos de la sollozante Virgen María como Jesús puede estarlo de Ricardo III. No sólo no lo anheló la de Nazaret, sino que hubiese querido eximir a su único hijo de tal aspiración, aquí en la tierra, donde todo poder es efímero, como en el reino de los cielos, donde puede ser eterno. Ni de espinas ni de oro, hubiese querido para su hijo una corona, aquel unigénito que había salvado de las huestes de Herodes. Todo conocimiento es dolor, implica un acercamiento a la verdad última de nuestras limitaciones, un pensamiento origen de toda melancolía. Como madre sollozante, no quería para su hijo tantas desgracias. Un día más (“Te quiero más que un día más”) en la humilde carpintería de Belén, a cambio de la eternidad en el reino de los cielos. Los sollozos y lamentos de las mujeres de Shakespeare no son menos desgarradores. Lamentan la pérdida del reino que estaba para ellas, que se prolongaría más allá de la muerte en las sienes de sus respectivos Eduardos (para contribuir a la confusión general, y por una vez no es obra de Shakespeare, los hijos herederos de la vieja Margarita y la joven Isabel se llamaban Eduardo). La corona en Shakespeare es el “lugar donde la muerte tiene su corte”. Margarita fue despojada de la corona que heredó de Enrique VI, su esposo, y fue a dar a las sienes de Isabel, de donde le sería arrebatada por Ricardo III para coronar a su esposa Lady Ana, donde no permanecería más allá de un par de años. En el parlamento que sigue, Margarita se lo recuerda a Isabel y le recuerda la fugacidad de la gloria terrenal:

RICARDO III

Acto IV. Esc. IV

REINA ISABEL

Oh, tú que profetizaste que el día
vendría de pedir tu ayuda para que me
ayudaras a maldecir esa araña
hinchada, ese sucio sapo deforme.

 REINA MARGARITA

Te llamé efímero producto de mi gloria,
mísera sombra, reina de cartón,
pobre representación de lo que fui;
complaciente índice de un siniestro desfile;
algo que se eleva sólo para ser
derribado; madre
de dos lindos niños que son
una burla; triste sueño de lo que
fuiste; flamante bandera para ser
blanco de todos los disparos,
un simulacro de dignidad, un soplo,
una burbuja; una reina de mentira
para llenar una escena.
¿Dónde está tu esposo ahora?
¿Y tus hijos y tus hermanos?
¿Dónde tu dicha se ha acabado?
¿Quién te suplica, inclinado,
diciendo Dios salve la reina?
¿Dónde los pares adulando
a tu paso? ¿Y las tropas
desmedidas que te seguían?
Olvídalo todo y ve lo que ahora
eres, en lugar de feliz esposa,
una viuda desdichada,
en vez de una madre alegre,
una que al solo nombre llora;
quien tanto fue suplicada
ahora es la que suplica,
quien fue reina con corona,
de dolor está coronada,
la que de mí se burlaba
ahora por mí es burlada;
la que fuera de todos tan temida,
vive temiendo sólo a uno. La que
mandó a todos, nadie obedece.
El curso de la justicia
ha cambiado y ahora del tiempo
eres la presa. Nada te queda
sino de lo que fuiste el recuerdo,
que te tortura cuando ves lo que eras.
¿Usurpaste mi lugar y te rehusas
a usurpar mi dolor? Tu orgulloso
cuello comparte ahora la mitad
de mi yugo, del cual mi cansada
cabeza apartó para dejártelo todo.
Adiós, esposa de York, y reina
de las desventuras. Estos dolores
ingleses me harán reír en suelos
franceses.

Cincuenta años después un jesuita español se lo recordaría a sus contemporáneos en medio de la espantosa decadencia de la monarquía castellana: 

Éstas que fueron pompa y alegría,
Despertando al albor de la mañana,
A la tarde serán lástima vana
Durmiendo en los brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
Será escarmiento de la vida humana:
¡Tanto se aprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron
Y para envejecerse florecieron:
Cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Todos los hombres sus fortunas vieron:
En un día nacieron y expiaron;
Que pasados los siglos, horas fueron.

Bormio. Fotografía de giuliaduepuntozero | Flickr

Bormio, viernes 19 de febrero de 2021

No pasa en la montaña el tiempo menos rápido que en las ciudades. Llegado el sábado, ya hago maletas para regresar mañana. Lo lamento. En especial porque no siento que, esta vez, haya podido hablar lo suficiente con estas alturas en las cuales lo bello es sólo el comienzo de lo terrible. Lo más triste es que, con el próximo, inevitable, confinamiento, no sé cuándo pueda regresar. Debo decir, en mi descargo, que tampoco en esta oportunidad las montañas estuvieron muy elocuentes. La situación de pandemia es un obstáculo formidable. He pasado la mayor parte del tiempo recogido y, aunque las veo desde la ventana, no alcanzo a oírlas ni ellas a mí. Todavía me queda la mitad de este viernes para intentar reanudar el diálogo.


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