Diario literario

Diario literario 2021, febrero (parte II): Triumphans; Jesús y el fariseo, Ricardo III, Dostoievsky 140, Zhen, Corea

13/02/2021

Judit y Holofernes. 1599. Caravaggio

Milán, sábado 6 de febrero de 2021

Judith Triumphans

Me levanto tarde, pero a tiempo para la temprana transmisión (sólo en Italia la televisión transmite óperas a las ocho de la mañana) de una de las óperas más difundidas de Vivaldi. Se trata de una versión “en concierto”, sin el aparato escenográfico, lo cual no es grave en esta obra que es más un oratorio que otra cosa. Y menos todavía cuando la escena es la del legendario teatro Olímpico de Vicenza, una de las glorias de la arquitectura renacimental, el primer teatro moderno, donde Palladio fijó el ordenamiento de la escena que conocemos. Se canta, más que cuenta, el triunfo de la sanguinaria Judith sobre el tiránico Holofernes. Judith triumphans fue terminada 1716, a tiempo para celebrar el triunfo de Venecia sobre la flota otomana. La alegoría es clara, la joven es la Republica Serenissima y el tirano el imperio turco. La historia de la joven que derrota al monstruo fue preferida del Barroco, y no fueron escasos los artistas que se ocuparon del asunto; Caravaggio y Artemisia son apenas dos de ellos. No se entiende la poca difusión de esta música del muy popular Antonio Vivaldi, una muestra generosa de las posibilidades de la ópera en el siglo XVII. La descubrí hace muchos años, en uno de mis primeros viajes a Roma en una venta callejera de discos cerca de Piazza dei Fiore. Durante años, la escuché en mis viajes en solitario cubriendo la ruta Valencia-Caracas-Valencia todas las semanas, y, para siempre, la asocio no con la laguna veneciana, sino con las montañas y calores de los Valles de Aragua. La impecable versión de Judith, que hoy está presentando el canal cultural de RAI desde el deslumbrante Teatro Olímpico, estuvo a cargo de Francisco Erle, y contó con solistas tan notables como Vivica Genaux y Sara Mingardo. Difícilmente una manera más alentadora de comenzar este primer sábado de febrero de 2021, día, en Italia de San Paolo Miki.

Don Chisciotte

Para concluir esta mañana privilegiada, la transmisión RAI5 del ballet Don Quijote en la versión Petipá actualizada por Nureyev cuando era director del ballet de la Scala, cuyo cuerpo de baile es el encargado de este montaje en la casa de ópera en 2015. Que cuenta con el protagonismo alucinante de Natalia Ossipova y Leonid Sarafanov. Se trata de un maravilloso espectáculo donde todo en escena es glorioso. Cada pas des deux semeja un acto de arriesgado (no exagero) malabarismo. Un homenaje a las posibilidades del cuerpo en movimiento, su delicada y apolínea belleza. No resulta fácil dar crédito a lo que vemos cuando vemos a Ossipova haciendo fácil lo inimaginable. Todo con una desenfadada gracia, un instrumento de la divinidad para alegrar el alma destartalada en estos tiempos de pandemia. Saarafanov, partner y esposo, mantiene viva la muscular tradición de los grandes bailarines rusos como Nijinsky, Barisnikov y el Nureyev que, de manera iluminada, reescribió el Don Quijote de esta emocionada mañana de febrero.

Milán, lunes 8 de febrero de 2021

Una mañana helada pero radiante con un cielo altísimo y una luz tan dulce como los veinte años. Difícilmente un ambiente más propicio para comenzar una semana, especialmente después de las nieblas y lluvias de días pasados. El aire es tan liviano y líquido como el agua de los arroyos. Uno respira profundo y agradece tanta belleza en medio de las amenazas de una pandemia que, al menos aquí en Italia, se lleva la vida de quinientas personas todos los días. No obstante, una mañana como ésta nos devuelve la confianza en esto que llamamos vida.

Cristo en la casa de Simón el fariseo. 1620. Peter Paul Rubens

San Lucas con Alessandro

Ayer, bajo la gélida lluvia, me ofrecí para llevar al nieto a la segunda misa de su vida, dentro de los preparativos para una primera comunión inevitable en el país donde vive nada menos que el Papa. Ya no sé cuántas décadas podía contar sin asistir a una de estas ceremonias, y recordé mis domingos a los 8 años, la edad de Alessandro, que comenzaban con la misa de 10 a.m. en una pequeña iglesia del norte de la Valencia venezolana. Los procedimientos han cambiado, y ahora el oficiante y otros sacerdotes se acercan a los asistentes ofreciendo la hostia consagrada, un gesto que sentí que no podía rechazar y, después de casi sesenta años, comulgué como casi todo el mundo. Al aceptar la oblea consagrada, sentí que me la merecía, no por no tener pecados, sino por tener demasiados. Mi decisión se vio respaldada por el fragmento del Evangelio correspondiente a la fecha. Se trata del famoso episodio que cuenta San Lucas, y que es uno de los más fascinantes que se reseñan de la vida de Jesús. Es aquel en el cual el Maestro acepta una invitación a comer por parte de Simón el fariseo, una ocasión que es interrumpida por la llegada de una prostituta, que le lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos antes de derramarles el perfume de su frasco de alabastro. Como buen oráculo, Jesús confunde al fariseo hipócrita y tramposo al decirle que, a pesar de todas sus faltas, aquella pobre mujer es digna de perdón por haber amado tanto. No pude menos que sentirme como la pobre meretriz, perdonado, no por no pecar, sino por haber pecado en exceso. Para Alejandro, tengo hoy un cartón animado con imágenes que explican los alcances de la memorable parábola, sin alusiones personales.

Milán, martes 9 de febrero de 2021

Sol y Niebla

El clima “è mobile”, diría el tenor de Rigoletto, y, después del espléndido lunes, este martes de grises, como recién salidos de una foto-pintura de Gerhard Richter. ¿Qué se hizo el sol de ayer? ¿A dónde se fueron sus luces y colores? ¿Qué fue de la transparencia del aire y de la mozartiana luz de sus cielos? El invierno de Milán, como el verano profundo de Venezuela, es inclemente. Por eso, una tregua como la de ayer, la celebran los nativos como una fiesta donde el sol invicto es considerado en toda su luminosa belleza.

¿Ruiseñor?

Desde hace unos cuatro días, sorprendido por el retorno de los pajaritos a este tranquilo barrio donde vivo. La primera señal irrefutable la recibí el sábado a las 4:45 a.m., cuando por la ventana entró el canto de un pájaro solitario. Un destacado solista al cual se unirían poco más tarde las voces de sus compañeros. El canto solitario y de rara belleza de un pájaro madrugador que se burlaba del invierno al cual animaba con sus notas. No estoy familiarizado con las costumbres migratorias de estas aves del septentrión, sólo sé lo que todos saben, que huyen al sur cuando bajan las temperaturas y regresan para primavera. La aparición de este tenor alado, en medio de las sombras heladas del invierno milanés, todavía me sorprende; y se la atribuyo al alarmante recalentamiento del planeta, el mismo que confunde plantas y animales, ante estas manifestaciones precoces de primavera. No pude darle continuidad a su canto después de caer dormido, como regularmente estoy a esas horas; pero hoy, de nuevo, me despertó mi amiguito, como diría mi sobrina Danella, con su afinado canto. De nuevo como privilegiado solista, una especie de Caruso de los árboles, que hace esperar al coro mientras canta sus arias. Nunca había conocido algo parecido. Los pájaros en mi país nunca comienzan tan temprano, y ninguno, a esas horas de la madrugada, anda cantando solo por esos mangos y guayabos. Por si fuera poco, el alado Orfeo no vuelve a cantar a lo largo del corto día invernal. No estoy familiarizado lo suficiente como para aventurar que se trate de un ruiseñor, “nightingale”, como con precisión envidiable lo llaman los anglosajones; no obstante, si el atributo de la shakesperiana criatura emplumada es cantar en las sombras de la noche, mi amigo está muy cerca de serlo.

Margarita de Anjou, esposa de Enrique VI. 1945. Ilustración del libro de Talbot – Shrewsbuiry.

Las reinas de Ricardo III

En un correo reciente, la filósofa venezolana Sandra Caula (El exilio en la palabra es su libro más reciente), a propósito de mi traducción de Ricardo III, me recuerda las intuiciones de una colega suya prematuramente desaparecida, la influyente Nicole Loraux, quien cita el drama de Shakespeare al comienzo de su leído Mères en deuil (Madres en duelo) para escribir sobre el duelo de las mujeres que han perdido hijos y maridos. A la gran clasicista que fue Loraux no se le podían escapar las inquietantes afinidades (y muchas diferencias) entre algunas mujeres del mito griego y las que Shakespeare presenta en el Acto Cuarto de Ricardo III. Una tercera colega, Anne François Laurence, lo resume en su precisa reseña en un número viejo de Annales: “Las madres son convocadas desde el inicio en este breve libro en el cual Nicole Loraux prosigue su investigación de lo femenino. Al comienzo, somos llevados al teatro donde se representa Ricardo III. Sobre el escenario, tres reinas (casi), tres madres a las cuales les han matado sus hijos. El odio, el duelo, la imprecación, pero también la pasión por el poder a través de los esposos y los hijos. Loraux se interroga sobre la Grecia que parece tan próxima a través de las terribles figuras de Deméter, Clitemnestra o Hécuba… (Asimismo) Loraux se refiere a las diferencias manifiestas entre Shakespeare y los griegos”. La queja, el lamento, el duelo, en Ricardo III, es una función exclusivamente femenina. El mismo Ricardo recuerda que de “sus viriles ojos apenas si ha escapado con desdén alguna lágrima”. Y lo dice en la escena crucial, emblemática, en la cual aparece otra mujer, Lady Ana, en su función de “lamentante”, portadora del duelo. Es ella la que conduce, en la más precaria procesión, el cadáver de su suegro, el rey Enrique VI, infortunado hijo del heroico (Kenneth Branagh) Enrique V, al cementerio. No así en Grecia. Loraux refiere la descripción que deja Tucídides de un cortejo fúnebre en la Atenas de su tiempo, en el cual no estuvo permitida la presencia de las “deudas” del muerto. Sin conocer en persona a los dramaturgos griegos ni a Tucídides, Shakespeare, en esa muestra del más puro teatro, que es la escena de las reinas “lamentantes” (Act, IV; esc. iv), nos ofrece su versión del arquetipo de la “pietà”, madres, como Isis o la Virgen María, que sollozan la muerte de sus hijos o esposos. Como unas Troyanas isabelinas, o como las “Tres Marías”, y en una secuencia donde la presencia femenina es de una avasallante y abrumadora asimetría, aparecen tres mujeres en el escenario, una duquesa y dos reinas: a) la duquesa de York, madre del rey Eduardo IV y Ricardo III, suegra de la reina Margarita, y huérfana de un hijo; b) la reina Margarita, viuda de Enrique VI y huérfana del príncipe Eduardo; y c) la reina Isabel, viuda de Eduardo IV y huérfana de dos hijos, entre ellos el efímero Eduardo V. Al recién coronado Ricardo, se le atribuye la responsabilidad de la muerte de por lo menos cuatro de esos muertos: Enrique VI y su hijo, y los dos hijos (sus sobrinos) de Eduardo IV y la reina Isabel. No serían los únicos de su breve (1483-1485) y ensangrentado reinado. Mi traducción del fragmento inicial de la escena:

Isabel Woodville, reina consorte y viuda de Eduardo IV. 1471. Autor desconocido

ACTO CUARTO Esc. IV

DRAMATIS PERSONAE

Reina Margarita, su esposo el rey Enrique VI (Plantagenet), y su hijo, el príncipe

Eduardo, fueron asesinados por Ricardo III (también Plantagenet).

Reina Isabel, viuda del rey Eduardo IV (Plantagenet). Sus dos hijos, el breve Eduardo V, y su hermano, fueron asesinados por Ricardo III.

Duquesa de York, madre de Eduardo IV, Ricardo III y Rutland, muerto, lo mismo que su esposo, el duque de York, bajo las órdenes de Margarita.

La acción frente a la Torre de Londres, donde han sido llevados los hijos de Isabel.

 Entra la reina Margarita

REINA MARGARITA

La bonanza comienza a madurar
y los frutos caen en la podrida
boca de la muerte. A este apartado rincón
he venido furtivamente para observar
el crepúsculo de mis enemigos. Soy
testigo de un nefasto preámbulo
y me iré a Francia, esperando que lo
que sigue sea todavía más amargo,
trágico y oscuro. Escóndete, pobre
Margarita. ¿Quiénes son éstas?

Cecilia Neville, duquesa de York, madre de Eduardo IV
Ricardo III. 1450. Autor desconocido

Entran la duquesa de York y la reina Isabel

REINA ISABEL

¡Ah, mis pobres príncipes! Ah, tiernos
niños, mis retoños, mis flores aún sin
brotar, perfumes apenas vertidos,
si todavía vuestras almas vuelan
por el aire y no están fijas por el
juicio eterno, vuelen a mi alrededor
y escuchen el lamento de su madre.

REINA MARGARITA (Aparte)

Vuelen a su alrededor y díganle
que la justicia, clamando por justicia,
ha convertido en vieja noche oscura
la infantil mañana de ustedes. 

DUQUESA

Tantas miserias han quebrado mi voz
de manera tal que, cansada de lamentos,
mi lengua se ha quedado inmóvil y muda.
Eduardo Plantagenet, ¿por qué tenías
que morir?

REINA MARGARITA (Aparte)

Un Plantagenet paga por un Plantagenet,
y un Eduardo su mortal deuda paga
con otro Eduardo.

REINA ISABEL

Oh, Dios, vas a abandonar a estos dulces
corderos y arrojarlos en las entrañas
del lobo? ¿Dónde dormías cuando
semejante acto se llevó a cabo?

REINA MARGARITA (Aparte)

¿Y cuándo el santo Enrique VI y mi
dulce hijo murieron?

DUQUESA

Vida muerta, vista ciega, pobre fantasma
aún vivo, nefasto escenario, vergüenza
del mundo, atributo de la muerte
usurpado por la vida, breve epítome
y crónica de lamentables días,
reposa tu fatiga en este lícito suelo
de Inglaterra (Se sienta en el suelo), obligado
ilícitamente, a embriagarse con inocente
sangre.

REINA ISABEL

Ah, ¿por qué no nos concedes una tumba
con la misma rapidez con que nos concedes
estos melancólicos asientos? Podría
esconder aquí mis huesos en lugar
de reposarlos (Se sienta). ¡Ah, quién
más que nosotras razón tiene de quejarse!

Milán, miércoles 10 de febrero de 2021

Ruiseñor

Mi amigo, el pajarito madrugador, comenzó hoy más temprano (4 a.m.) con su canto. Todo un espectáculo de hermosos sonidos que iluminan la noche de invierno como fuegos de artificio. La intensidad de su canto es inaudita, así como la riqueza de sus acordes. Todavía no sé si es o no un ruiseñor, pero más le vale que lo sea.

Ejecución simulada en la plaza Semionov. 1849. Dibujo de B. Pokrovsky

Dostoievsky 140

Ayer, 9 de febrero, se recordaron los ciento cuarenta años de la muerte de Fedor Dostoievsky, graciosamente demorada por el zar después de haber estado a punto de perderla en plena juventud frente a un pelotón de fusilamiento. Recuerdo cómo me impresionó esta increíble circunstancia en mi temprana adolescencia, cuando leí su Casa de los muertos en las precarias ediciones de la Editorial Sopena, con sus páginas a doble columna. Fue lo primero que leí del gran escritor, no porque me interesaran especialmente las causas de su encarcelamiento y condena a muerte, sino porque, con Noches blancas, era el menos largo de sus libros. En el mismo mueble de la biblioteca de mis padres, me esperaban los dos tomos de Karamazov y el no menos largo Crimen y Castigo. Hablando de recuerdos, me topé ayer, por azar, ayer mismo, en una edición vieja de La lettura, el estupendo suplemento literario de Il corriere della sera, con un trabajo donde Nuccio Ordine, con su envidiable prosa, recuerda su lectura del difundido ¿Tolstoy o Dostoievski? de George Steiner (la última entrevista, para ser publicada de manera póstuma, la concedió Steiner a este pensador italiano). Comienza Ordine con el comienzo del libro donde Steiner, con su exquisita arbitrariedad, afirma: “Pregúntenle a una persona si prefiere a Tolstoy o Dostoievski y así conocerán el secreto de su corazón”. Y termina con estas líneas, que reproduzco en homenaje a un escritor que, me gusta creer, influyó como pocos en mi visión del mundo. Dice Ordine:

Pero es en la concepción misma del ser humano que Dostoievski se distingue de Tolstoy: fascinado por la presencia del mal y de las perversiones, concentra su atención en los conflictos interiores de los protagonistas quienes, como en una obra de teatro, son lanzados al total designio de una impredecible acción. Y, a pesar de la importancia de Cristo, Dostoievski nunca ocultó su angustia ante la existencia de Dios, a tal punto que Steiner percibe una mística pura que no encuentra equivalente en las concepciones religiosas de Tolstoy. Un enfrentamiento rico en ideas y reflexiones. Pero desprovisto de una respuesta definitiva. Steiner deja al lector la escogencia personal entre uno y otro de los dos grandes novelistas.

Milán, jueves 11 de febrero de 2021

Chen Zhen

Después de un año de encierros, me atreví a visitar la monumental exposición de Chen Zhen en los épicos espacios del Hangar Bicocca; que fuera en una época parte de una fábrica de locomotoras y ahora es una de las más activas galerías privadas de Europa. Chen, muerto en París a los cuarenta y cinco, víctima de una penosa anemia autoinmune, es uno de los artistas más influyentes de su generación. Sus grandes instalaciones no quieren ser sólo retinianas sino declaraciones conceptuales, manifiestos sobre su visión del mundo. Un mundo de una inquietante actualidad. Sus imágenes son cantos, élogos, a la China de su infancia, pos Den y precapitalista. Presintió la desaparición de la China del ábaco y la bicicleta, con sus rituales confucianos que habían sobrevivido la orgía de la revolución cultural. El exilio es la historia de una nostalgia. Durante sus catorce años en París, Chen se dedicó a la empresa de fijar una realidad en fuga. Sus melancólicas instalaciones evocan sonidos, texturas y estructuras de un mundo en extinción. Las milenarias tradiciones que Mao no consiguió erradicar no sobrevivirían la imposición de un capitalismo obligatorio. En sus novelas policiales, Qiu Xialong, estricto contemporáneo de Chen, describe en detalles el envilecimiento de la cultura china posmoderna. Den Xiao Ping, como el aprendiz del brujo, no sabía lo que hacía, con toda su sabiduría, cuando dejó a las escobas el trabajo de los hombres. Chen lo vio claro desde su existencia comprometida. El desarrollo económico compulsivo es la atrofia del alma, que es lo que sobra en esta inquietante muestra, la única que he visitado en un año, y con la que holgadamente puedo resistir otro.

Chick Corea en el festival de jazz de Kongsberg 2018. Fotografía de Tore Sætre | Flickr

Milán, viernes 12 de febrero de 2021: año nuevo lunar

Chick Corea

Un par de líneas, se merece un libro, para recordar a Chick Corea, uno de los músicos más interesantes de las últimas décadas, muerto ayer a los setenta y nueve. Tuve la ocasión de verlo en un Concierto en Lincoln Center. En aquella época, andaba Corea inmerso en investigaciones de música electrónica, y no creo que me haya sentido muy gratificado con la presentación. Tampoco Orlando José Hernández, el estupendo poeta puertoriqueño y gran conocedor de la obra del músico, quien me acompañó en aquella ocasión. La reconciliación no demoró mucho. Las diminutas piezas de Corea para piano son lo mejor que se ha escrito en ese formato desde Erik Satie. La muerte de un músico es la muerte de uno de esos pajaritos que cantan sus notas au point du jour.


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