Diario literario

Diario literario 2021, enero (parte IV): Dürrenmatt poeta, traduciendo a Ricardo III, un gran arquitecto olvidado: Alessandro Rimini

30/01/2021

Frederich Dürrenmatt. Ilustración de Richard Rebmann | Flickr

Milán, sábado 23 de enero de 2021

Dürrenmatt poeta (1)

Cada día lamento más no haber profundizado en la lectura de Dürrenmatt, cuya obra conocí cuando era estudiante de Medicina y participaba en las actividades del Teatro Universitario de la Universidad de Carabobo. En esos años de finales de los sesenta, su teatro era conocido a través de las ediciones Losada (La visita) y Nueva Visión en su estupenda colección Teatro Universal, ambas en la culta Argentina predictadura. Es muy probable que su obra narrativa haya también sido publicada, pero en aquel momento no le presté atención. De su poesía, dificulto que haya existido edición castellana. Después de estas lecturas, me dispersé en cantidad de autores y literaturas, y Dürrenmatt dejó de estar entre mis prioridades que preferían orientarse hacia los otros dos escritores suizos no Premios Nobel, Max Frisch y Robert Walser. Y no fue sino hasta hace poco, aquí en Milán, cuando regresé a la lectura de Dürrenmatt, estimulado por una estupenda reseña de Pietro Citati sobre la que consideraba la cima del género policial del novecientos, Il giudice e il suo boia publicada por Adelphi (en español: El juez y su verdugo). Si no la cima, seguramente una de las cinco cimas de una cordillera que ha conocido en estos años una profusión tal de pequeñas elevaciones que las más elevadas se ven cada vez más altas. La narrativa detectivesca de Dürrenmatt es, también, el instrumento para expresar su sistema filosófico, mezcla de existencialismo, ética protestante y absurdo. Hace unas semanas, me encontraría al azar con otro de sus policiales, La promesa, a la cual dediqué unas entradas de este confinado diario literario. Ahora, en la entrega de ayer del suplemento literario del Frankfurter Allgemeine Zeitung,   una muestra de la poesía de Dürrenmatt, la cual conozco apenas. Es un poema escrito en verso libre, con una exigua puntuación (una o dos comas, más nada) y juegos de palabras que dificultan su traducción a nuestro idioma. Sigo trabajando en una versión decente al castellano.

Milán, lunes 25 de enero de 2021

El tiempo es el enemigo

Lo mismo. ¿Cómo puede el tiempo, sin parar un punto, ser tan cruel? Hoy comienza la última semana de un mes que se inició, hasta donde he podido darme cuenta, hace apenas un par de días. Los poetas de todos los tiempos y regiones planetarias han cantado esta trágica circunstancia. “No me preguntes cómo pasa el tiempo”, pedía el gran vate chino de la dinastía Tang; y aquel poeta francés y delincuente se cuestionaba amargamente: “¿Dónde estaban las nieves de antaño?” Lo que, a su manera tan castellana, hacía el gran Manrique, conmovido por la muerte de don Rodrigo, su padre: “¿Qué se fizo el rey Don Juan?/Los infantes de Aragón qué se fizieron?” El tiempo es el único asunto de la poesía, lo demás son golosinas, como diría un recordado poeta de Delta Amacuro, mientras otro bardo venezolano se inmortalizaría con una intuición irrefutable: “No hay como el tiempo para pasar”. Heidegger lo entendería como la razón del ser, y su mejor intérprete español, Antonio Machado, advirtió en una de sus tantas desoídas advertencias que la poesía “es palabra en el tiempo”. Pound, en su radicalismo filosófico, llegaría a la conclusión final: “el tiempo es el enemigo”.

Dürrenmatt poeta (2)

He podido leer, en poco felices traducciones al castellano, algunas piezas de la obra poética de Dürrenmatt. Hasta donde es posible apreciar, su lírica no le hizo demasiadas concesiones al criterio dominante de la modernidad, según el cual lo bueno tiene que ser oscuro, y si incomprensible, todavía mejor. El autor de la Suiza alemana nunca pensó que la fractura de la comunicación poética fuera una virtud literaria. Su dicción poética, como la de su teatro y narrativa, es precisa, que para eso es suizo, directa, despojada de babosa emoción, y ocupada por los grandes temas: el tiempo, la justicia, la patria tierra, la soledad, la incomunicación, el absurdo. Dürrenmatt estudió jurisprudencia y filosofía, conocimientos que se reconocen en

todo lo que escribió, lo mismo que su ética protestante. Es muy probable que no se hubiese inmortalizado como poeta; pero el que, como yo, lo lee setenta años después de publicar sus versos, le agradece que haya cantado su propio tiempo, con mucho de absurdo, pero menos manipulado y errático que el nuestro. Y que lo haya hecho de manera inteligible. Lo que sigue es un fallido intento de traducir una de sus poesías.

LAS REGLAS DEL JUEGO

Ante lo inexorable
no pidas lo imposible
y observa las reglas del juego

No juzgues a los que son juzgados
eres uno de ellos
no te involucres, ya estás dentro

Es algo humano, aléjate
cada uno dispara su propia flecha
y no puedes proteger a nadie

Lo malo no pasará
aunque sea terrible

Lo que pasa
te lo mereces

La formación calvinista de Dürrenmatt se siente en cada una de sus expresiones. La serie de negaciones (“no pidas”, “no lo juzgues”, “no interrumpas”, “no puedes”) es su abreviada versión del predeterminismo de la doctrina. A pesar de todas tus intenciones y proyectos, si Dios te ha escogido para el mal, nada puedes hacer: “Lo que ocurre/te lo mereces”. Un amigo a quien le envié la página del Frankfurter me anota, a propósito de las limitaciones del autor suizo como poeta, una inquietante e irrefutable frase de Ernst Jünger: “Cuando el contenido es más importante que la forma hay que aguantar las deficiencias estilísticas”. Otro viejo

amigo, cuyas observaciones sobre la traducción he tomado en cuenta, me recuerda que, entre todas las versiones de la iglesia protestante, los calvinistas son los más radicales. Aunque matizada, la influencia del influyente Calvino la siento en todo lo que he leído de Dürrenmatt, desde su teatro hasta sus novelas policiales y, ahora, en su poesía.

Ricardo III perseguido por visiones aterradoras. S. XIX. Nicolai Abildgaard

Traduciendo Ricardo III (1)

Traducir a Shakespeare (imagino que igual ocurre con Homero) es una de las experiencias más frustrantes y excitantes que puede ofrecer la literatura. No tanto por su grandeza (también lo son Dante, Goethe, Racine y Camoës), sino por las propias dificultades de un texto que no contó con la supervisión del autor cuando fue publicado. El Bardo escribió en una lengua todavía en formación, diacrónico, como dirían los lingüistas, en oposición a la sincronicidad del francés de Racine o el alemán de Goethe. No existía un inglés canónico en tiempos de la reina Isabel, y habría que esperar todavía medio siglo para que Samuel Johnson publicara el primer diccionario de la lengua en tiempos de la Ilustración. La diacronicidad del inglés de finales del XVI y comienzos del XVII estaba hecha a la medida para el desorganizado genio de Shakespeare (leyó poco a Aristóteles y aristotélicos de su tiempo como Corneille). Su formación no debe haber pasado de la escuela primaria, un hándicap que convertiría en envidiada virtud. Su precaria educación formal la compensaría con una hidrópica lectura que, como ocurre con el autodidacta, incluía libros de ornitología y jardinería, traducciones de textos clásicos, irregulares tratados de jurisprudencia, olvidados libros de viaje, geografía e historia universal, pero también de marinería, quiromancia y todas las mancias, algún Montaigne, mucho Séneca y Maquiavelo, traducciones del italiano de autores remotos o más conocidos como Boccaccio; tal vez una traducción no oficial de Le roman de la rose, y todo cuanto se había escrito y se escribía en su idioma materno, en especial sus historiadores y cronistas. Pero al mundo clásico nunca tuvo acceso directo por su poco latín y menos griego. Libre de toda restricción canónica, adoptaría todas las palabras y términos que consideraba oportuno, algunas sólo por su musicalidad y otras por necesidad, siempre tuvo necesidad de palabras su desbordada elocuencia. Un desbordamiento que, con razón, criticaría duramente Voltaire. Lo mismo con historias, personajes históricos, paisajes, de los que escuchaba hablar a universitarios como Jonson, Kyd o Marlowe, todos de Cambridge. La Cambridge del Bardo fueron las tabernas, circos y muelles de aquel Londres al que había llegado de la ultra provinciana y bucólica Stratford on Avon. De ese mundo surgió Shakespeare, primus inter pares de una de las generaciones de intelectuales más brillantes desde los tiempos de Pericles o Augusto. Cada línea de Shakespeare es una aventura de la música y el significado. Es improbable, como sí lo es con Dante, Petrarca, Goethe o Racine, avanzar en una traducción digamos cuatro cinco líneas seguidas. Una es suficiente para sentirnos satisfechos, lo cual no ocurre con la frecuencia deseada. Una vez Schlegel, su mejor traductor al alemán, reconocía que traducir un solo verso en ocasiones le llevaba una jornada de trabajo. Y lo creo y lo envidio. Nunca estaremos seguros de lo que quiso decir el poeta con su expresión más conocida. ¿Debe “To be or not to be” ser traducida como “Ser o no ser”, o “Existir o no existir”, habida cuenta de lo que considera el atormentado príncipe es la posibilidad del bithanatos, como alguno de sus geniales contemporáneos llamó al suicidio. También escribieron sin diccionario todos los dramaturgos y poetas de su época, pero ninguno, desde Kyd a Webster, presenta tantas dificultades a la hora de ponerlo en otro idioma. Cada intento de traducir uno de sus pentámetros es una aventura en lo desconocido.

Calle de Milán. Fotografía de Richard Evea | Flickr

Milán, martes 26 de enero de 2021 

La de ayer es una de las noches más claras y dulces que me ha correspondido desde que paso parte de mis días en esta capital lombarda. Las estrellas, contentas en aquella despejada inmensidad, se reproducían como finos puntos de cristal de una exquisita musicalidad. En creciente, la fúlgida luna del mes de enero, iluminaba las heladas cumbres alpinas. Hasta la gélida temperatura era grata y saludable, y se respiraba la pureza de un tiempo original. Recordé, en las antípodas, otra noche igualmente milagrosa en las afueras de Caicara del Orinoco en pleno macizo guayanés. Noches que llevan a una reflexión sobre las situaciones límite, aquellas que, de acuerdo con la lucidez de Karl Jaspers, dan origen a la filosofía. Y a la gran poesía, habría que agregar: “En una noche oscura,/con ansias en amores inflamada,/salí sin ser notada/estando ya mi casa sosegada”. Hoy la claridad de la noche se ha prolongado en el día con una transparencia que anima la suave luz de un sol invernal. Todavía más nítidas las alturas de las montañas, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida confinada.

Primera página de Ricardo III del First Folio de las obras de William Shakespeare. Fotografía de Cowardly Lion | Wikimedia

 Milán, miércoles 27 de enero de 2021

 Traduciendo Ricardo III (2)

 Desde hace unos pocos días cuento con una de las mejores ediciones en inglés del texto de Ricardo III, que está muy lejos de ser la única autorizada; igualmente notables son las de Cambridge (del legendario J. Dover Wilson), Penguin, Riverside, Oxford (el discutido Gary Taylor), Pelican, Everyman, RSC, Folger, Yale y pare de contar. A la que me refiero es a la edición The Arden Shakespeare, el admirable proyecto que iniciaría a finales de la década de los ‘30 el respetable W.J. Craig (1899-1944), que insistiría en la necesidad de ediciones anotadas para facilitar el acceso al texto shakesperiano. Pero la historia de las ediciones Arden no termina donde la dejó el profesor Craig, eso era apenas el comienzo. Desde entonces, las versiones son revisadas, revisiones que se producen cada diez años aproximadamente y que son llevadas a cabo por nuevos especialistas. La que recibí hace poco es la del docente de Boston James R. Siemon (2009) que consta de 500 pp, y que no es la que utilizaba para mis clases en la UCV, que era la muy notable del profesor Hammonds, de 1981 y con “solo” 400 pp. Ni tampoco la más reciente (2017), a cargo de Richard Proudfoot y que llega a 600 pp. En resumen, en este momento se encuentran en el mercado tres ediciones del Ricardo III solamente bajo el sello Arden y no quiero imaginarme cuántos otros Ricardos tiene la “industria Shakespeare” circulando en estos días. Para tener una idea de la anatomía de estas ediciones: el texto de la pieza no debe llegar a las ochenta páginas, el resto, 300 a 500 pp corresponden a las notas e introducción. Pero esto no es todo. La misma Arden ofrece un libro de casi 300 pp, que da cuenta de doce de los mejores montajes que, exclusivamente, en el Reino Unido se realizaron del Ricardo durante el siglo XX. Hubiese sido imposible consignar todas las producciones que se hicieron en los distintos países del globo. De ser así habrían dado cuenta del ajustado montaje presentado en Caracas, a mediados de los ochenta del XX, con el memorable protagonismo de Héctor Mayerston. Las dificultades del canon shakesperiano son como el rayo de Miguel Hernández: no cesan. Ricardo III sería publicado en tres ediciones individuales hasta conocer una cuarta integrada a la primera edición de las obras completas del Bardo de 1623, siete años después de su muerte. Es decir, existen cuatro textos diferentes. El último incluye más de 120 líneas que no están en el primero, pero éste a su vez cuenta con unas cuarenta que no están en el cuarto. La crítica moderna se ha parcializado por el de las obras completas, el First Folio de 1623, que es la que aparece en la edición que estoy utilizando para mi intento de traducción de la “tragedia”.

Torre Snia Viscosa. Fotografía de MSacerdoti | Wikimedia

Milán, jueves 28 de enero de 2021

Un gran arquitecto olvidado

Ayer, una joven amiga, estudiante de arte y diseño, me sorprende con la increíble historia de Alessandro Rimini, uno de los arquitectos que más influyeron en la renovación urbana de Milán durante las primeras décadas del novecientos. Suyo es el primer rascacielo de la ciudad, la Torre  Snia Viscosa, al comienzo de Montenapoleone, adelantándose un par de décadas al Pirelli o la Torre Velasca. Su existencia novelesca sólo es imaginable en un siglo como el XX, con sus reiterados genocidios; dos grandes y muchas pequeñas guerras, refugiados, dispersos y otras fiestas. Alessandro Rimini es el nombre de este brillante ingenio, nacido en Palermo en una familia judía, educado en Venecia y que pasó la mayor parte de su vida en esta Milán que colaboró como pocos a modernizar. Sin Rimini no es probable un acercamiento serio a la arquitectura europea de la modernidad. Su nombre es indisociable del de Gio Ponti, y su caso personal ayuda asimismo a conocer mejor la ambigua, y no por eso menos culpable, política de Mussolini frente a los judíos italianos. Hasta 1934 permitió que un arquitecto judío, como  Alessandro Rimini, fuera responsable de importantes obras públicas, como la del imponente hospital Antonio Cardarelli de Nápoles.

Traduciendo a Ricardo III (3)

 En este intento de traducir a Ricardo III puedo apreciar mejor la llamada “inmadurez” de la dicción shakesperiana hacia 1592, cuando escribió la “tragedia”. Las diferencias con el Julio César que traduje el año pasado son notables. también es verdad que Julio es una de sus piezas mejor acabadas. Pero lo que más impresiona es que aun sin la plenitud expresiva de su producción posterior, el dominio del inglés por parte del joven dramaturgo tiene que asombrar. La aparente facilidad para asociar palabras y exprimir el significado de estas asociaciones no es obvio ni siquiera en poderosos talentos como el de Milton. Shakespeare no es normal, lejos de.

Representación del Rey Ricardo III y la Reina Anna en un vitral hallado en el castillo de Cardiff

Milán, viernes 29 de enero de 2021

 Han regresado los grises, que contradicen la luminosidad de la última noche que fue de una claridad mozartiana, del Mozart de su tardío Quinteto para clarinete. Olvida uno que el invierno en estas geografías se dilata por seis meses y no tres, como enseñaban en la escuela. Por fortuna, estos días de ceniza alternan con otros de la dorada luminosidad alpina.

Traduciendo Ricardo III (4)

 Éste es un borrador, una primera versión del parlamento de Lady Ana, viuda de Eduardo, hijo de Enrique VI, los dos muertos a manos del terrible trío de los hermanos York, Eduardo, Jorge y Ricardo. Por exigencias puramente teatrales, Shakespeare hace culpable sólo a Ricardo de los crímenes. El monólogo de Lady Ana es lo que se conoce como un “Lament Speech”, una larga queja de uno de los protagonistas. Se trata de uno de los tantos recursos que los isabelinos tomaron de Séneca y convirtieron en convención dramática. No era obvio una tragedia que no tuviera por lo menos uno de estos ingeniosos discursos. El primero en emplearlo fue Thomas Kyd cuando, en su Tragedia española, encarga al protagonista, Jerónimo, de recitar sus lamentos por la violenta muerte del hijo. Más tarde los encontraremos en Marlowe, Shakespeare et al. Los de Marco Antonio y Hamlet son los más celebrados. En algún momento, Ana recuerda a Antonio cuando habla de las heridas de su muerte en términos forenses.

RICARDO III

ACTO PRIMERO. ESCENA II

Una calle de Londres. Entra el féretro de Enrique VI escoltado por guardias con alabardas; Lady Ana, de luto, acompañada por Tressel, Berkeley y otros caballeros.

 ANA

 Bajen, bajen la honorable carga,
si es que el honor puede envolver un cadáver,
mientras tristemente lamento la precoz
caída del virtuoso Lancaster. Pobre
imagen helada de un santo rey;
ah, pálidas cenizas de la casa
Lancaster, restos sin sangre de esa real
sangre que se me permita invocar
tu espíritu para que oiga los lamentos
de la pobre Ana, esposa de tu hijo
Eduardo, tu asesinado hijo, muerto
apuñalado por las mismas manos
que causaron estas heridas. Sobre
esas ventanas por las cuales se escapó
tu vida, derramo de mis ojos
el inútil bálsamo. Ah, maldita sea
la mano que hizo estos orificios;
maldito el corazón que tuvo el corazón
para hacerlo; maldita la sangre
que derramó esta sangre; consecuencias
horribles padezca ese odiado infeliz
que nos ha hecho infelices con tu muerte,
más de las que puedo desearle
a lobos, arañas, sapos y toda
venenosa criatura que se arrastra
por la tierra. Que si un día tiene un hijo
sea monstruo prematuro, nacido mucho

antes de tiempo, cuyo horrible aspecto
contra natura aterrorice a la madre,
esperanzada y que sea heredero
de sus desgracias. Que si alguna vez
tiene esposa, que sea tan miserable
con su muerte como lo he sido yo
con la tuya y con la de mi joven señor.
Sigamos hacia Chertsey con la santa
carga que hemos traído de San Pablo
para ser enterrada allí. Pero antes,
tómense un descanso mientras me
lamento frente al cuerpo del rey Enrique.

Ha podido ser más discreta la joven Lady Ana con sus expresiones. El destino se encargará de mostrarle que hablaba de sí misma cuando hablaba de la eventual esposa de Ricardo II.


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