Diario literario

Diario literario 2021, enero (parte I): Zweig-Montaigne, humanismo y revolución, Eliot y los Reyes Magos; Pascal, Dürrenmatt y Beckett

Monumento a Stefan Zweig. Salzburgo, Austria, Fotografía de Franz Jachim

09/01/2021

Milán, viernes 1 de enero de 2021

Aunque dista de ser la primera vez que recibo el año nuevo fuera del país natal, sí es la primera en la cual todavía no sé qué voy a hacer con mis blancos huesos. Un sentimiento difundido ampliamente entre los venezolanos que se encuentran dentro o afuera. El futuro, para la mayoría, se ha convertido en eterno presente. La línea del horizonte se ha perdido y, como me decía una amiga hace unos meses, desde Venezuela, “aquí el futuro es como su niebla milanesa, profesor, no se ve nada”. A la circunstancia nefasta de un régimen que sólo ha hecho progresos en su inefable crueldad, se agrega la de una pandemia que se resiste a desaparecer. Al país natal desmantelado regresaré cuando “las circunstancias lo permitan”, y esto nadie sabe cuándo será. Sin embargo, recibo este 2021 en el mejor de los mundos posibles, al lado de Constanza, Alessandro y una botella de rojo Borgoña, enviado desde Savigny-les-Beaune, por su productora, la querida Nathalie Tollot-Beaut.

Milán, sábado 2 de enero de 2021

Zweig-Montaigne

A propósito de la excitante biografía de Montaigne, me escribe Luis José García sobre las afinidades que encuentra entre su autor, Stefan Zweig, y Erasmo. Es cierto, entre todos los brillantes autores de lengua alemana de la “entreguerras” (Brecht, Musil, Döblin, Hesse, Benn, Kussak, Roth, Heidegger, Jaspers, Adorno, Benjamin, los Mann, Döblin, Hoffmannsthal) fue Zweig el más interesado, como en su tiempo el gran Erasmo, por el destino, no sólo de aquella Alemania que ocupaba la atención y los desvelos de sus ilustres colegas, sino de Europa. Zweig encarnó la cultura europea con una elegancia y lucidez ejemplares. Y prefirió quitarse la vida que asistir a su naufragio, cuando el mundo de ayer le pareció irrecuperable. La del vecino Brasil fue la geografía escogida por el autor para terminar sus días. Cada lector tiene su escritor. Cada lector de Zweig tiene su Zweig. Para mí, su suicidio brasileño fue el primer suicidio de mi vida. Mis padres eran sus devotos lectores, y su autobiografía uno de los libros más respetados, con La montaña mágica, en mi casa. Mi madre, maestra “federal”, fue la encargada de rebelarme, muy niño, la terrible suerte del autor. Una muerte que me resultaría extrañamente dolorosa, más incluso que la de mi amable bisabuela, fallecida por esos días. Me parecía tan extraño que alguien se quitara la vida, como que viajara de Europa a Brasil para hacerlo. Todavía hoy sigue siendo una circunstancia tan oscura como penosa. Hace unos cuantos años pude ver las fotografías tomadas por las autoridades policiales en el lugar de los hechos. Allí estaba Zweig, con su arreglada corbata, al lado de su joven esposa. El más trágico, con Benjamín, de los miembros de su generación. Ninguno de los dos aceptó alternativas para aquella Europa a punto de colapsar ante las pretensiones de los totalitarismos. La Europa en crisis del XXI, surgida de la hibris y el prejuicio, haría bien en releer los visionarios testimonios de estos dos pensadores.

Gustav Mahler retratado por Moritz Nähr

Milán, domingo 3 de enero de 2021

En Radio Classique, temprano en esta mañana indecisa del invierno milanés, la sección coral de la Tercera de Mahler en la versión que me parece impecable del Bernard Haitink y su orquesta holandesa. Por primera vez he sentido en esta música algunas resonancias de la producción de Kurt Weil, en particular Mahogany, su ópera de 1930. No tendría nada de raro. Ambos músicos, de origen hebreo, formaron parte de aquellas irrepetibles generaciones de músicos austríacos y alemanes cuya evolución, como la de los futuristas en Italia y la Vanguardia en Rusia, colapsó con el resonante triunfo del infame trío de genocidas.

5000 páginas

He comenzado de la manera más natural a escribir el tomo #26 de este Diario literario. Calculo que son poco más de 5000 páginas de un proyecto que comenzó en 1995, en medio de la crisis existencial que me produjo la confirmación de la enfermedad terminal de mi madre. Fue el recurso que encontré para distanciarme (algo que no logré, por supuesto) emocionalmente de la trágica circunstancia. Lo que sí logré fue una forma de terapia para los estragos de un preduelo que se prolongó a lo largo de aquel año. Lo que no tenía previsto es que seguiría aferrado a estos cuadernos después del 23 de diciembre, cuando falleció. Y lo hice, en principio, por razones más terapéuticas (la literatura cura) que literarias. Escribir a diario espantaba, y sigue espantando, los fantasmas de la locura. No sólo es el centro de mi dedicación a la poesía y literatura; son, asimismo, el instrumento de una necesaria catarsis, no muy diferente a la del paciente que habla con su terapista. Ya no creo que alguien se interese en publicarlos (nadie en castellano, hasta hace muy poco, lee diarios literarios), lo que sí es seguro es que los seguiré escribiendo, 5001, 5002, 5003…

Milán, lunes 4 de enero de 2021

Humanismo y revolución

En los tiempos más interesantes del marxismo occidental (el marxismo siempre es interesante hasta que a alguien se le ocurre ponerlo en práctica), una de las cuestiones más comentadas se refería a la esencia humanista del pensamiento político de Marx. El asunto propició las más estimulantes reflexiones entre los pensadores de izquierda y derecha. El asunto era de justificada urgencia. Si se proponía como alternativa a la deshumanización del capitalismo, debería ser claro que, en el centro de la praxis marxista, estaba la preocupación por las necesidades espirituales, amén de las materiales, del hombre. Muchos se mostrarían escépticos (Aron, Poper, Camus), pero los más intransigentes serían los “renegados”. Aquéllos que, como Kazantzakis, Koestler, Orwell, Gide, después de simpatizar con el comunismo soviético, se habían convertido en sus más implacables críticos. Para otros, como Sartre, Garaudy, Aragon, Eluard, Machado, Rivera, Tosquelles, el marxismo era, fundamentalmente, un humanismo. En resumen, se trataba de una teoría social que, más que transformar la sociedad, se empeñaría en “cambiar la vida”. Por fortuna, los países europeos, donde estas discusiones estimularon un consumo impensable de café en las universidades y bares aledaños, no pagaron con su propio pellejo las consecuencias de aquella falacia. En Venezuela, no tan afortunada, el comunismo, después de interesantes discusiones y desastrosas tácticas, terminó por ser sustituido por un socialismo (el monstruo enemigo mortal de Marx) que propiciaba una concepción integral del ser humano. Todos los intelectuales fuimos invitados a participar, de aquí y de afuera (me tocó presentarle a Teodoro Petkof a Juan Goytisolo durante su estadía en Caracas). Una buena parte de la población se acogió igualmente al llamado, pero no fue suficiente como para asegurar el triunfo electoral del socialismo. Una lástima, porque, como se sabe ahora, fue la última oportunidad que la historia nos ofreció para evitar el, de otra manera inevitable, ascenso al poder del carismático de turno, portador de la catástrofe. El cual, con la ristra conocida, se encargaría de torcer y hundir el destino de la nación. Una de las acciones menos esperadas, aunque previsibles, era la confirmación de la tentación genocida propia de toda tradición totalitaria, confirmando lo que todos sabíamos, que el comunismo no es un humanismo sino todo lo contrario. Y no hubo que esperar mucho para que la pulsión genocida estimulará las políticas más deshumanizadas: el hambre, la enfermedad, el crimen, el destierro, la mengua.

Fragmento del Atlas catalán de Cresques Abraham mostrando a los Reyes Magos. 1375

Milán, martes 5 de enero de 2020

Journey of the Maggi

Comienzo este día de las Vísperas de Epifanía de 2021 con una música adecuada. Cierto, la suite de El caballero de la rosa tiene la elegante majestad de la escena de la Visitación en las versiones de Gentile da Fabriano o Benozzo Gozzoli. Tres adornados reyes con magníficos presentes para el mesías apenas nacido. Lo que escucho en Radio Classica Milano es una magnífica síntesis, la Suite preparada por Antal Dorati a partir de la dilatada partitura. Aun sin las voces, es una extraordinaria experiencia. Nadie, a lo largo del XX, tuvo el oído de su autor, Richard Strauss, para la melodía y orquestación. A pesar de su nacimiento alemán, el compositor escogió Viena como base de operaciones y toda su producción está marcada por esta decisión. Tengo como una de mis experiencias musicales más memorables, su Arabella en un palco de la Ópera de Viena hace pocos años. Para la mayoría de sus óperas contó con la colaboración de dos distinguidos escritores austríacos, Hoffmansthal y el mismo Stefan Zweig. Al último trató de salvarlo del acoso de los nazis. Recuerdo un par de cartas de Strauss, marcadas por el candor, en las cuales le hacía saber al ministro de propaganda de Hitler que el escritor judío le era necesario para seguir escribiendo sus óperas. No sé qué le respondió Goebbels, pero sí sé lo que le pasó a Zweig cuando se vio obligado a dejar Austria. El día de Reyes celebra la majestad de un pobre recién nacido en un establo en una de las colonias romanas del Medio Oriente. Pero no todos los cristianos lo entenderían de esa manera festiva. En uno de sus vibrantes y reveladores sermones, el pastor inglés Lancelott Andrewes (1555-16269) se encargaría de leer la historia de la Epifanía con típico fatalismo protestante. Los Tres Magos no tenían nada que celebrar. En realidad, no habían asistido a un nacimiento sino a una muerte. Con sus capacidades para la profecía, vieron en aquella cunita improvisada en un pesebre, una prefiguración de la cruz en el Gólgota. T.S. Eliot partiría de Andrewes para escribir su propia versión del acontecimiento en El viaje de los Magos, uno de sus poemas más permanentes. Ha pasado mucho tiempo desde que estuve por primera vez en contacto con el celebrado texto. Y me ocurrió de la mejor manera, no leyéndolo sino escuchándolo en la acoplada voz del poeta venezolano Luis García Morales, en un programa de radio que conducía el no menos inspirado vate Alfredo Díaz Estrada.

No he olvidado una expresión de Eliot en la voz de LGM, “Con esas voces cantando en nuestros oídos diciendo/ que todo era una triste locura”. Ese adjetivo, “triste”, para definir la locura (como la de mi tía Yolanda) me parecía la más inquietante. Nunca había pensado que fuera triste la enfermedad de la hermana de mi madre. Pero, en lo sucesivo, no pude verla de otra manera. Y no sólo con aquella locura familiar sino con todas las locuras que vi durante mis estudios de medicina y los que me tocaría ver cuando me dedicara al ejercicio de la psiquiatría, lo cual, al final, no hice. Poco después, en la inolvidable Librería Internacional del Edificio Galipán de la avenida Miranda de Caracas, encontré (tenían un envidiable stock de libros de Faber & Faber y Oxford University Press) la edición oficial en inglés de las poesías completas de Eliot. Después de la inolvidable experiencia inicial de tener aquel tesoro en las manos, otra experiencia me estremecería no menos. En ningún momento, en su “Journey of the Maggi”, el poeta hablaba de “triste locura”. Se limitaba a decir folly, sin el adjetivo que tanto me impresionara: “With the voices singing in our ears, saying / This was all folly…” Poco después, en Buenos Aires, encontraría la versión leída en la radio por García Morales en una antología de Eliot. No recuerdo el nombre del traductor, pero, por una vez, pienso que el traductor no fue un traidor.

El original inglés del poema de Eliot inicia con estas aladas palabra de envidiada imaginería:

“A cold coming we had of it.
Just the worst time of the year
For a journey, and such a long journey.
The ways Deep and the water Sharp,
The very dead of Winter”.

Las comillas no son suficientes para advertir que el texto original es de Andrewes en su  visionario “Sermón de la Navidad”, leído en Westminster, no el 6 de enero, sino el 22 de diciembre de 1622. Eliot, sin aclarar su procedencia, tomó de manera textual unas líneas del discurso y lo puso en versos. De allí en adelante, en una “apropiación indebida” de lo más posmoderna, el texto dejó de ser del predicador Andrewes, contemporáneo de Shakespeare, y pasó a ser de Eliot, contemporáneo nuestro.

Milán, jueves 7 de enero de 2021

El misterio de Jesús

Aunque en apariencia nada tiene que ver con Epifanía, me encuentro por azar con uno de los textos más estremecidos y visionarios de la a menudo estremecida y visionaria escritura de Blaise Pascal. Se le ha conocido como el misterio de Jesús que, en las ediciones modernas, se incluye en sus Pensamientos. Y fue escrito en la Semana Santa de 1656 o 1657, y aunque nada tiene que ver con su biografía, parece una proyección espiritual. Pascal asume el rol de espectador de un episodio central de la leyenda cristiana. Lo que sigue es una versión incompleta de la traducción al italiano, tal como la publicó el profesor Alberto Peratoner en su Antología del pensador de Port Royal:

Jesús, en su pasión, sufre los tormentos que le procuran los seres humanos, pero en la agonía sufre los tormentos que se provoca a sí mismo. Turbare semetipsun. Se trata del suplicio producido por una mano no humana sino omnipotente, y necesario es ser omnipotente para soportarlo. Jesús busca un consuelo al menos entre sus queridos amigos, pero estos duermen. Les pide que soporten un poco con él, pero lo abandonan con total negligencia, con una compasión tan precaria que no les impide seguir durmiendo ni siquiera por un instante. Y así fue Jesús abandonado, solo, a la ira de Dios. Jesús está solo en la tierra, no solo para sentir su propio dolor, sino para poder conocerlo. Sólo él mismo y el cielo están al tanto. Jesús está en un jardín, no de delicias, como el de Adán, donde este se perdió y perdió a todo el género humano, sino en un jardín de suplicios, donde encontró su salvación y la de todo el género humano. Sufre este abandono y esta pena en el horror de la noche. Creo que Jesús solo se quejó en esta oportunidad. Pero ahora se queja como si no hubiese podido soportar el excesivo dolor. Está triste de muerte. Jesús busca compañía y consuelo de parte de los hombres. Circunstancia única en toda su vida, pero no los recibe porque sus discípulos duermen. Así, Jesús seguirá agonizando hasta el fin de los tiempos. Que no nos quedemos dormidos mientras tanto.

Pascal cuenta lo que cuenta con una inmediatez estremecida. Como un testigo presencial. No fue el único pensador cristiano en hacerlo en aquel barroco siglo de iluminados y visionarios. El mismo Lancelot Andrewes, en su Sermón de Navidad, cuenta lo de los Reyes Magos como si hubiese estado allí esa noche. Es la impresión que nos deja Pascal, la de haber estado en el Huerto de los Olivos cuando Jesús, la única vez en su vida, se quejó de su suerte, “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”

Milán, viernes 8 de enero de 2021

Después de largos días de grises luces y cielos, ha llegado la dulce luminosidad alpina con sus aromas de nieve y altísimos azules. Un día espléndido. Siento de nuevo la música de las alturas blancas y respiro la pureza de la montaña alpina. Mientras en Venezuela el sol se prodiga con una generosidad legendaria, aquí su brillo es uno de los lujos más codiciados. Hoy se anuncia sol para todo el día (un día que dura hasta las 4:40 p.m. apenas). Dan tantas ganas de salir del confinamiento y manejar por un par de horas hacia el norte, atravesar el túnel del Montblanc y pararse en alguna fonda a por un poco de vino caliente y caminar por alguno de los elevados valles. Después de nueve meses de encierro, el alma quiere volar por encima de los pinos y aspirar el viento cristalino de las cimas. En cambio, apenas puedo ofrecerles más música de mis emisoras preferidas y la luz cristalina que entra por la ventana. Y en un par de horas, a más tardar, un vaso de buen tinto piemontés.

Los reyes de Cernuda y Claudio Rodríguez

El atento lector que es Daniel Labarca, profesor de Ingeniería y cineasta, me hace llegar las versiones de la historia de los Reyes Magos que escribieron Rubén Darío y, en España, con una distancia de muchas décadas, los vates españoles Luis Cernuda (1902-1963) y Claudio Rodríguez (1934-1999). De la del primero, claramente influenciada por Eliot, son estos rimados versos:

Vimos la estrella hacia lo alto
que estaba inmóvil, pálida como el agua
en la irrupción del día, una respuesta dando
con su brillo tardío del milagro
sobre la choza. Los muros sin cobijo
y el dintel roto se habrían hacia el campo,
desvalidos. Nuestro fervor helado
se volvió como el viento de aquel páramo.

Y esta estrofa es la segunda del texto, escrito en pleno franquismo, de Rodríguez:

Yo recorrí en mi infancia
de noches inefables
los extraños países
en que habitabais,
yo cambié de postura
para veros en sueños,
Baltazar y Gaspar y Melchor.

La de los Reyes Magos es una historia inmortal. Quiere la leyenda que fuera aquí, en Milán, después de mucho peregrinar, donde vinieran a morir los queridos sabios coronados.

Friedrich Dürrenmatt retratado por Elke Wetzig

Últimas palabras sobre La sorpresa

No han sido pocos los lectores y críticos (entre los cuales me cuento) que incluyen La sorpresa de Dürrenmatt entre las diez mejores novelas policíacas del siglo XX. Otros existen (entre los cuales también me incluyo) que tienen a Esperando a Godot como una de las diez mejores obras de teatro del novecientos. No debe ser casualidad que se puedan percibir una serie de correspondencias entre la narración del suizo y el drama Samuel Becket. Godot es de 1955 y La promesa de 1958. En ambas obras, el o los protagonistas esperan a alguien que nunca existió o ya no existe. Es lo que los críticos, como el influyente Martín Esslin, llamaron teatro o literatura del absurdo (Dürrenmatt además es un notable dramaturgo). El absurdo se convertiría en una noción esencial del llamado pensamiento existencialista, algunos de cuyos autores, como Camus, relacionaba la inutilidad de la condición humana con figuras del mito como Sísifo, condenado a empujar una enorme piedra hasta la cima de una montaña sólo para ver, de manera reiterada, cómo volvía de manera cruel al punto de inicio. Con Becket, hicieron teatro del absurdo otros estupendos escritores como Adamov o Ionesco. En la novela policial Dürrenmatt fue el más brillante exponente de esta tendencia.


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