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Diario literario 2021, diciembre (parte III): cine y resistencia, el partido y el estado, poesía y narración
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Milán, domingo, 12 de diciembre de 2021
Cine y resistencia (1)
En su última actividad para el 2021, el Cine-Club Ambrosiano, la sede milanesa del Luxor Cine-Club de Caracas, y siempre con la asesoría de Rodolfo Izaguirre y Daniel Labarca, programó el mini ciclo “El cine y la resistencia francesa”. No son muchos los directores franceses que se han encargado del incómodo asunto de la resistencia. René Clement, Max Ophüls, Jean-Pierre Melville, Louis Malle y Claude Chabrol son autores de algunas de las versiones más conocidas. El Cine-Club Ambrosiano escogió tres de las más notables. La de Melville, L’armée des ombres, que pasa por ser la mejor, y tal vez lo sea; Línea de demarcación, de Claude Chabrol, y Lacombe Lucien, que pasa por ser la más inquietante, y sin duda lo es, de Louis Malle.
Sobre L’armée des ombres, el Luxor Cine-Club publicó una reseña el año pasado en ocasión de un homenaje a Jean-Pierre Melville, su director. Ligne de démarcation (Línea de demarcación) fue el término utilizado para señalar la frontera entre la Francia ocupada y, en el más glorioso de los eufemismos, la Francia Libre, el efímero esperpento geopolítico según el cual los alemanes “concedían” a los franceses el gobierno de más o menos una tercera parte del hexágono. La historia de la resistencia francesa es una de las narrativas más intervenidas de la reciente historia europea. Recuerdo haber leído en El País una reseña en la cual se recordaba la ingrata reacción de De Gaulle ante la aparición de la llamada Brigada Nueve, en el patio del Hotel de Ville (Municipio) de París un día antes de que la ciudad fuese oficialmente liberada “por sí misma, por su pueblo con la colaboración de los Ejércitos de Francia”. Coco Chanel puso su granito de arena al resignarse a perder a su amante, el apuesto oficial de la wehrmacht, con el que había compartido su suite en el Ritz. De Gaulle entre otras cosas, ordenó la destrucción de todas las fotografías que hicieran alusión a la presencia de los cuadros españoles (los más activos de toda la resistencia) en el triunfante desfile del general Leclerc en la ciudad liberada.
Ligne de démarcation es una película “medioeval” en el sentido de que se trata de una extendida alegoría, la forma expresiva preferida por los poetas de la Edad Media, desde Le roman de la rose a la Divina Comedia. Ya la topografía de la historia que se cuenta, un pueblito de la región de Jura, dividido en dos porciones por el río, que allí sirve de línea, es una alegoría de la Francia dividida. Como lo es el protagonista, un conde, capitán del ejército, que regresa derrotado y cojo a su propiedad, para encontrarla ocupada por la Wehrmacht. La secuencia que describe su paso de un lado a otro por el viejo puente es memorable. Un plano secuencia donde aparece el hombre cojeando y cabizbajo como la misma Francia después de la humillante derrota. También alegórica su esposa, una ajustada Jaen Seberg que hace de británica nacionalizada y que, a diferencia del marido, como la misma Inglaterra, no se resigna ni se rinde y se suma a la lucha al lado de la resistencia. El médico amigo de la pareja es una metáfora de los intelectuales franceses quienes, como Desnos o Camus o Char, entendieron el compromiso como parte de la función del ser. Por otra parte una familia judía que será explotada y entregados por un francés, un “passeur” (que pasaba, a cambio de grandes sumas, a los perseguidos del sector alemán al francés), miembro de la clase eterna que se beneficia con la miseria del semejante, y que será ultimado por un campesino al servicio de los mejores intereses. Chabrol trata de ser objetivo y lo consigue. Nada de heroísmos ni sectarismos ciegos. El mayor de la Wehrmacht encargado del pueblo es un oficial de carrera digno de su uniforme aunque sometido a la siniestra voluntad de los agentes de la Gestapo. Nadie gana en La línea de demarcación. Los hombres de la resistencia, como lo presentó Melville en su L’armée des ombres, no son santos ni patriotas exaltados. Sin el colaboracionismo de los franceses, la represión hubiese sido más difícil. Colaboracionismo y resistencia eran hermanos gemelos con intereses encontrados. Al final, el conde, representante de una Francia incapaz, se sacrifica, en el mismo puente, para dar paso a una nueva generación con un sentido más serio del patriotismo. El film es un logro de dirección, actuación y de fotografía, cuya impecable dirección se la debemos a Jean Rabier, compañero de Chabrol en la gran mayoría de sus proyectos.
Lacombe Lucien fue terminada por Louis Malle en 1974 después de diez años de versiones y revisiones. Para la versión final tuvo la fortuna de encontrarse con un joven Patrick Modiano, coautor del interesante guión. La película al poco tiempo de su estreno se convirtió en lo que a los franceses les gusta llamar un “succes d’escandal”. Estimulando polémicas que provocaron la intervención de monstruos sagrados de la cultura parisina rive gauche, como Dumézil y Foucault.
Milán, lunes, 13 de diciembre de 2021
Un día de invierno espléndido. De los Alpes vecinos ha descendido sobre la ciudad la musical transparencia de las cumbres, esas colinas (en este caso picos) musicales de las que hablaba Sánchez Peláez en una de sus poesías. El imponente Duomo sentía la ligereza del aire y, a media mañana, flotó por instantes, a unos veinte centímetros del suelo. En lo más alto, la dorada imagen de la Madonnina sonreía con la benevolencia acostumbrada. Un día propicio para ocasiones memorables, como la que me hizo vivir mi nieto, Alessandro, al recitarme de memoria una de las traducciones al italiano realizadas por la amiga Marcela Filippi. El texto seleccionado por él, “Has cambiado de apariencia tantas veces” (“Metamorfosis” de Magna Grecia), parecía una canción de cuna (que está lejos de serlo, en realidad) en su voz cristalina de nueve años. La intervención de la Madonnina en esta circunstancia memorable la doy por descontada.
Milán, martes, 14 de diciembre de 2021
Estado y revolución
En una de sus últimas apariciones, el revelador filósofo italiano de formación marxista Salvatore Veca (1943-2021) recordaba que en las revoluciones en partido se hace Estado. Lo que implica el colapso de las instituciones que sostienen el Estado tradicional. Y cuando, como en la revolución bolivariana, las instituciones no desaparecen son como los pueblos del lejano oeste hollywoodense, solo fachadas con nada detrás. En consecuencia, es infantil aspirar a que esas seudo instituciones garanticen el cumplimiento de la ley y el respeto a los derechos humanos. Es como pretender que las fachadas de las películas nos puedan proteger del sol, la lluvia o la nieve. Es por lo que no deja de ser patético cuando observamos a líderes y dirigentes exigiendo del Tribunal Supremo, la Asamblea o el Consejo Electoral que acceda a sus justos reclamos. No hay que confundir la apariencia con la esencia. En una revolución comunista, no olvidemos lo que nos recordó el profesor Veca, el partido es el Estado.
Milán, miércoles, 15 de diciembre de 2021
Aquí estamos, a quince días para que termine este 2021 recién comenzado. Quiere decir que han transcurrido hasta 350 jornadas desde el primero de enero, cuando comenzó. No es mucho lo que queda de lo vivido. La memoria, la pobre, es tan limitada que no puede recordar el futuro, como tampoco el presente, y del pasado muy poco. ¿Qué se hizo el rey Don Juan? O, en el francés de Villon, mais où sont les neiges d’antan? Mientras, hoy se está yendo sin parar un punto.
Poesía y narración
A pesar de haber logrado su primera expresión de largo aliento en los romances, la poesía narrativa en castellano no ha tenido la más brillante de las fortunas. Creo que lo mismo se puede decir de la escrita en francés o italiano. En una conversación con Álvaro Mutis, Octavio Paz reconocía que la lírica del siglo veinte se le había olvidado contar, limitándose a cantar. Y lo decía con conocimiento de causa. Su poesía es solo canto, no siempre del mejor, y tal vez sea eso lo que la haga limitada para el lector contemporáneo. Por otra parte, la de Muti, de inalterada vigencia, fue casi siempre un cuento cantado. Antonio Machado, que no Juan Ramón Jiménez, insigne representante de la poesía-puro-canto, se dio cuenta de la indeseada tendencia y escribió, sin mayor influencia por desgracia, un largo poema narrativo, La tierra de Alvargonzález: “Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional (…) pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se contaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla”. Con mayor fortuna, lo hizo también Lorca. Pero dos golondrinas no hacen verano, y las repercusiones de estos dos intentos admirables no fue ni larga ni permanente. En Venezuela, varios vates han incursionado en la poesía narrativa. Ramos Sucre ha sido el mejor de ellos. Vicente Gerbasi también, con relativa fortuna, y Ramón Palomares, mucho menos afortunado, son algunos de los que recuerdo. Pero, la mayoría de los poetas más conocidos se limitaron a insistir en la preeminencia del canto, llegando al dislate de considerar al poema narrativo como una muestra de la falta de inspiración de su autor; el poeta canta y el novelista cuenta, se limitaron a sostener a lo largo de un siglo que vio cómo los lectores se alejaban de manera alarmante de sus poetas. Que la poesía norteamericana haya sido la más rica y notable del último siglo debemos atribuirlo a la insistencia de los autores en las posibilidades de la poesía narrativa. En la actualidad este modo sigue siendo tan actual como lo fue en tiempos de Lee Masters o Frost. El más reciente Pulitzer de poesía fue concedido a la poeta aborigen Natalie Díaz, cuyos mejores poemas son cuentos cantados.
En las montañas de Cachemira
mi hermano mató a muchos hombres,
hizo estallar cráneos en carnes morenas,
tiñó de rojo la blanca arena del desierto.
¿Qué se le puede decir a un hombre
que ha recorrido un mundo como ese,
cuyas manos y ojos
lo han traicionado?
¿Por allá había flores?, pregunté.
Esta fue su respuesta:
En una aldea, un grupo de hombres
envolvió a una mujer en una sábana.
La mujer no se resistió.
Sus descalzos pies se arrastraron por el polvo.
La acostaron sobre el camino
y la apedrearon.
El primero era su padre.
Le lanzó dos piedras, una tras otra.
En el camino, el hermano mayor de la mujer
le había llenado los bolsillos de piedras.
La multitud era un enjambre
de abejas enloquecidas. La lluvia
de piedras contra su cuerpo
ahogo sus gemidos.
La sangre estalló en la sábana
como un ramillete de violetas,
como cien rosas en flor.
(Versión A.O)
Este es un magnífico ejemplo de poesía narrativa. Díaz nos cuenta un cuento que a su vez se lo contó el hermano soldado. Lo que cuenta no tiene nada de extraordinario, aunque sí mucho de espantoso, la historia la conocemos por los despachos noticiosos o los reportajes televisivos. Nada hay de fantástico en la historia tampoco, ocurre a cada rato. Lo que hace poesía de este cuento es la imagen final, tres cuentos que distancian para siempre la prosa de la poesía. Lo que ha hecho la poeta es lo que hicieron Homero y Virgilio antes de ella, cantar un cuento. Que es lo que es la poesía. A los poetas del siglo XX se les olvidó que contar era tan necesario como contar. El siglo XXI se está encargando de reparar el dislate.
Milán, jueves, 16 de diciembre de 2021
No sé si atribuirlo a la niebla de la mañana, la primera de este invierno, o la partida de mis pajaritos milaneses por el “frío cane” de los últimos días; pero, en medio de la oscuridad cerrada del amanecer, me preguntaba por mi condición actual, ¿debo considerarme un exiliado o, más bien, un viajero a quien el regreso se le ha demorado más de los previsto? Para todos los propósitos prácticos debo contarme entre los primeros. Llevo un año fuera del país natal y no considero un regreso inmediato. No obstante, me resisto a considerarme en esa condición. Nadie quiere ser exiliado, esa perniciosa manera de dejar de ser lo que éramos para convertirnos en algo que nunca seremos. Tal vez la publicación francesa de mi Exilios, una colección de catorce poemas sobre el doloroso asunto, con la niebla matutina, y la ausencia de mis cantoras criaturas, hayan estimulado esta reflexión inesperada.
Cine y resistencia (2). Lacombe Lucien
El Cine-Club Ambrosiano dio término a su ciclo “El cine francés y la Resistencia”, con la proyección de Lacombe Lucien, estrenada por Louis Malle en 1974, después de una decena de años de visiones y revisiones. Para la versión final, el realizador tuvo la fortuna de contar con un joven Patrick Modiano, que se convertiría en coautor del magnífico guion. Desde los primeros días, la película se convirtió en un éxito de taquilla y crítica. Pasaría a ser una de las películas más discutidas del cine francés contemporáneo. Todo el que tenía que decir algo lo dijo incluyendo, por supuesto, a luminarias de la universidad francesa como Foucault y Deleuze. El principal sujeto de la discusión, el comportamiento del protagonista no era, sin embargo, el más interesante. Al fin y al cabo, Lucien no es más que un joven psicópata sin tratamiento, incapaz de empatizar con nada, excepto con un caballo muerto, de sentir culpa y proclive a la más acentuada violencia contra todo lo que se moviera sobre la tierra, gallinas, liebres, pajaritos, seres humanos. El asunto que más debería importar es la sociedad en la cual se mueve este desorientado de diecisiete años. Y esto fue lo que más molestaría a los franceses. Malle y Modiano son implacables en el retrato de los colaboracionistas franceses, una parte nada desestimable de la población. En especial, con los integrantes de la siniestra “Carlinga”, asistentes de la Gestapo en su caza de que judíos, comunistas, ingleses, norteamericanos y pare de contar. El joven protagonista es atraído por esta organización precisamente por lo que decía Marx, y que Malle recordaba en una entrevista, el nada infrecuente colaboracionismo del lumpen proletariado con las fuerzas de la represión, donde encuentran una revancha social. La película es larga y sin la precisión de Melville; no obstante, el ritmo de las secuencias, a menudo puestas una al lado de la otra, como en la pintura japonesa, acompaña la caída inevitable del oscuro personaje, cuya vida, apenas iluminada por la atracción sexual de una joven judía, estaba signada por la tragedia. La amartya de Lucien fue haber nacido. El realismo de Malle es el de Jean Renoir, pero el autor de la historia no es un Maupassant, claro y directo, sino un ambiguo Modiano, apenas comenzando su ilustre carrera. La elocuente fotografía es de Tonnino delle Colli (Passolini, Fellini, Sergio Leone, Polansky) y la música de Django Reihardt. Acosado por la crítica conservadora de la muy conservadora y católica Francia, Malle tuvo que marcharse a los Estados Unidos donde, entre otras cosas, se casaría con Candice Bergen.
Alejandro Oliveros
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