Diario literario

Diario literario 2021, agosto (parte IV): Ferragosto, Faulkner y el incesto (5), “Newton”, Claudel y Sucre, los poetas del sur, Florencia

21/08/2021

Stintino, domingo, 15 de agosto de 2021

Hoy es Ferragosto, la fecha que señala el comienzo oficial, solo oficial, de las vacaciones en Italia que, para muchos, comenzaron antes. Todo el que tenía pensado tomarse la fecha para salir de las ciudades lo hace hoy. Una especie de ocasión mítica, de celebración pagana del triunfo del sol, efímero por lo demás, contra la niebla y el frío. Es la restauración de Dioniso en esta geografía con tanto de dionisíaco. Dino Risi lo entendió en todas sus repercusiones cuando dirigió a Gassman en su clásico Il sorpasso. Para nosotros, que salimos hace quince días, es lo contrario. Significa el regreso a la ciudad la semana que viene después de unos días en Toscana. Ya el 24 tengo un compromiso para una conferencia sobre el siempre difícil y fascinante William Faulkner, y luego unos cursos sobre Ulises y Shakespeare.

Mapa de Yoknapatawpha dibujado por WIlliam Faulkner. 1946

Faulkner (5) y el topos del incesto

A pesar de lo escabroso, el incesto es uno de los grandes asuntos de la literatura. No podía ser de otra manera, cuando se cuenta y canta las peripecias de una tribu, como la humana, que en sus orígenes aceptaba el incesto como una necesidad. Los griegos no fueron tímidos y basaron su teología en las relaciones endógenas. La literatura fue más discreta. Los héroes homéricos raramente fueron incestuosos, exceptuando el conocido caso de Edipo, ampliado y extendido hasta sus últimas consecuencias por Sófocles. Los romanos, si bien no lo cantaron como los griegos, siempre más pragmáticos, lo practicaron y fueron incontables los incestos en las dinastías imperiales. Dante no incluye a ningún transgresor del tabú en su Comedia, y Paolo y Francesca no aparecen en el Canto Sexto como incestuosos, sino como adúlteros. Shakespeare lo asume de la manera más inquietante, como todo lo suyo. En Hamlet, y, para muchos, no solo psicoanalistas, toda la tragedia del príncipe se debería a unas relaciones incestuosas mal asumidas. Otros dramaturgos isabelinos serán más explícitos, como John Ford en Lástima que sea una perdida. Lope de Vega, en la decadente España, donde hasta el rey asumirá la responsabilidad de este tipo de relaciones, hará del asunto una obra de teatro en lo que no sería sino una metáfora de las relaciones con su hermana. Algo parecido encontraremos en Moliere. El XIX ingenió las formas más sofisticadas de enfrentar el asunto. Sería un norteamericano el encargado de escribir una de las versiones inquietante. En Pierre, la otra gran novela de Melville, el protagonista se presenta como el novio de su madre y no de otra manera lo asume la progenitora. Al final terminará, para su mal, convertido en amante de su media hermana.

En su micromundo particular, Faulkner no podía dejar de ocuparse de los topos. Yoknapatawpha es el sur de los Estados Unidos reducido a 26.000 millas cuadradas y a casi 17.000 habitantes, y todo lo que es humano se encuentra entre sus límites. Una organización endógena donde el incesto y las “miscegenation” (cruce racial) eran poco menos que inevitables. Nada de negros y nada de yankees. En esa organización, el incesto era poco menos que inevitable. A pesar de las transgresiones y violencia de muchas de sus historias (en Santuario, Popeye, un representante de la maldad en términos casi absolutos, viola a la protagonista con una mazorca de maíz antes de encerrarla en un burdel), el incesto en sus novelas es la más de la veces apenas sugerido. Todos sabemos que Desdémona nunca le fue infiel a Otelo, pero las sospechas para el malhadado héroe eran su única verdad  y condicionaron su conducta. Así, en Sartoris y Ruido y furia, no hay ningún indicio de que Quentin Compson se haya acostado con Caddie, su hermana. Es más que probable que Caddie se haya acostado con medio condado, pero nunca con su hermano. ¿Nunca? Esto es irrelevante. Quentin actúa y padece, y tal vez goza, como si hubiese tenido relaciones incestuosas. De hecho, no se le conoció ninguna pareja, y la búsqueda emprendida de su sobrina, que lleva su nombre, Miss Quentin, recuerda la de John Wayne también en pos de su sobrina, y posible hija, en The Searchers, la clásica épica de John Ford. Lo no vivido, la realización de sus ilusiones transgresoras, llevaron a Quentin al río Charles del cual no regresaría con vida.

Siete años después, y con la misma ambigüedad, Faulkner volvería al escabroso asunto. En Absalón Absalón, los hijos del malhechor, y héroe de la causa sureña, Thomas Sutpen, nacieron de un matrimonio “sin amor”, destinados a ser destruidos por el fantasma de las relaciones incestuosas. En el Sur del mito, el incesto se hizo tan frecuente que su aceptación se convirtió en fatalidad. Evitarlo exigía decisiones radicales. Gracias a uno de los monólogos en los que está escrita la novela, nos enteramos de que Sutpen tenía otro hijo habido en su primer matrimonio durante sus años de New Orleans. Charles Bon, como se llama, fue repudiado por el padre al enterarse de que la madre tenía un lejano ancestro de color. No importa cuán lejano, lo cierto es que más de una gota de “sangre negra” circulaba por su cuerpo. Suficiente para que no pudiera pertenecer a la sociedad de los blancos. En una versión sureña del tema de la búsqueda del padre, Charles Bon se presenta en la plantación Los Ciento de Sutpen y hace amistad entrañable con su medio hermano y eróticas con su media hermana. Todo marchaba bien, como marchaba todo en el sur, bien hasta cierto punto en una sociedad marcada por el pecado original de la esclavitud. Ante lo que considera una amenaza, no por la posibilidad del incesto, sino por la inevitable “miscegenation”, Sutpen le revela a su hijo la identidad de Charles Bon, quien no solo no era blanco, sino que, repitiendo la suerte del padre, se había casado con una “cuarterona” (mujer no cien por ciento blanca) y tenido un hijo. El enfrentamiento entre hermanos se produce a la entrada de los “Ciento” y Bon es muerto por su hermano aterrado ante la posibilidad no del cruce racial, sino del inaceptable incesto. No obstante, como en el caso de Quentin Compson, en el de Abasalón Absalón, los hechos están señalados por una ambigüedad donde lo no vivido es lo que en realidad decide el destino de los personajes. ¿Estaba enamorado Quentin de su hermana? ¿Estaba enamorada ella ciertamente de Charles Bon? Como quiera que sea, y precisamente por sus ambigüedades, el tratamiento del incesto por parte de Faulkner es uno de los más inquietantes de toda la literatura norteamericana, con el Pierre precursor del gran Melville.

Castello di Meleto, lunes, 16 de agosto de 2021

 De Flota el tiempo

NEWTON

 

Pasa el tiempo

aunque

no pase nada,

escribió Newton.

Pero

la vela

que se

desliza

blanca

sobre

la mar salada,

pasa y pasa

con mi vida

hacia la nada…

Gaoiele

Es bueno estar de nuevo en el continente. La experiencia insular, como en Margarita, tiene, para mí al menos, sus límites. Me siento fuera de casa cuando estoy en una isla, no importa su tamaño ni localización.

Afganistán. Fotografía de i Postcross | Flickr

Conrad y Afganistán

Gustavo Valle me hace llegar un documento donde se pide activa solidaridad con las mujeres que en este momento se siente seriamente amenazadas con el regreso, porque de eso se trata, del fanatismo al poder en el inexpugnable Afganistán. Sobre todo aquellas que asumieron la lucha por la independencia en un país donde esta experiencia no tiene ningún sentido de acuerdo a la ideología del grupo. Que no sea verdad nada de lo que suponemos, como diría Machado; de otro modo seremos testigo de una nueva insurgencia del horror como el que describió Joseph Conrad después de su descenso al corazón de las tinieblas.

Paul Claudel. Fotografía de Underwood & Underwood

Claudel & Guillermo Sucre

La última vez que me encontré con Guillermo Sucre hablamos de Paul Claudel. Nunca me lo había dicho en ninguna de sus cartas o conversaciones, pero intuía que era un buen lector del gran poeta olvidado. Le hablé del ingrato olvido al que había sido condenado por los secuaces de Bretón y del que me parecía uno de los mejores poemas escritos en el francés posbaudelaireno. Hablo del Magnificat, la estupenda relación, un cuento bien cantado, de su epifánica experiencia escuchando misa el 31 de diciembre en Notre Dame. Fue tan profunda la vivencia que el hasta ese momento dandy, que fue amigo de Verlaine y conoció a Rimbaud, se convertiría en un poeta religioso cuya poesía, de acuerdo al ingenio de algún crítico, tal vez el mismo Breton, apestaba a incienso. Guillermo me habló de las logradas versiones al castellano del argentino Ángel J. Battistusa, incluidas en un volumen tan precioso como olvidado, El poeta en su poema. Su opinión, siempre difícil de refutar, aunque no irrefutable, que nunca fue su aspiración, era que lo mejor de Claudel era su teatro. Y a este asunto le dediqué algunas páginas del diario hace un par de años. No sabía que el teatro del más grande de los poetas franceses del XX le interesara de tal manera. Me limitaba a intuir su interés y admiración por la lírica de un poeta como Claudel, sin el cual la obra de Saint-John Perse no hubiese sido posible. Y que Guillermo era admirador de Perse no era desconocido. Al fin y al cabo, fue el autor de algunas de las mejores versiones al español del premio Nobel de literatura, entre ellas las de Pájaros, publicada en Venezuela durante los años en los cuales mi país natal parecía haber dejado atrás la barbarie, wishful thinkings.

Magnificat

 

Mi alma glorifica al Señor.

¡OH, las luengas calles antaño amargas y los días

en que yo era uno y solo!

¡La caminata en París, esa calle larga que desciende

hacia Notre Dame!

¡Entonces como el joven atleta que al estadio

se dirige rodeado del grupo amable

de amigos y entrenadores.

Y este le habla al oído, y el brazo que abandona,

oro sujeta la venda que le ciñe los tendones.

Yo caminaba entre los pies precipitados de mis dioses!

¡Menos murmullos en el bosque durante

la fiesta de San Juan!

Menos alborozo en Damasco, cuando

al relato de las aguas que descienden en tumulto

de los montes, se une el suspiro del desierto

y la agitación en la tarde de los altos

areces ventilados por el viento.

¡Cuántas palabras en este joven corazón

colmado de deseos! ¡Oh, dios mío,

un hombre joven y el hijo de la mujer

te son más gratos que un tierno novillo.

Y fui ante ti como un luchador que se rinde

no porque se crea débil, sino por el otro

es más fuerte.

Me llamaste por mi nombre.

Como a algún conocido, me elegiste

entre todos los de mi edad…

 

(Trad. M.A. Flores)

 

Y así por otros cientos de versos no siempre tan felices.

Cuando vuelva a ver a Guillermo le voy a recordar que me puso a la orden su edición de las obras completas de Claudel en la colección La Pléiade.

Línea Mason-Dixon entre los estados de Maryland y Pennsylvania. Fotografía de deveynin | Flickr

Castello di Meleto, martes, 17 de agosto de 2021

Faulkner (6). Los poetas del sur

De acuerdo a algún distraído axioma, Walt Whitman sería lo más cerca de un poeta nacional que han tenido los Estados Unidos. Y puede que sea cierto, pero poeta nacional solo de algunos Estados Unidos. En ningún caso de los que se agruparon para fundar la Confederación después de la victoria de Lincoln. El autor de Hojas de hierbas ha sido el más exaltado y brillante de los vates que han cantado a la democracia. Por debajo de la línea Mason-Dixon, que dividía los estados del sur y el norte, esta democracia fue sometida a una profunda revisión. Por demos (pueblo) se entendía una sociedad formada por hombres blancos. Lo cual dejaba de lado no solo a todas las personas de color sino a todas aquellas que, aun siendo de piel blanca, tenían por lo menos una “gota de sangre de color”. En algunos casos, como el del Joe Christmas faulkneriano, la sospecha era suficiente. No contaron los habitantes del sur con nada parecido a Whitman, el bardo de la revolución industrial y las multitudes; entre otras cosas, porque no había revolución ni multitudes urbanas. Tuvieron que conformarse los lectores del sur, y no es poco consuelo, con un poeta que representaba todo lo que en poesía era lo contrario al vate de New Jersey. En efecto, Edgar Allan Poe, nacido al norte del sur, en Baltimore, Maryland, no se manifestó públicamente en contra de la democracia pero su poética era la menos democrática. La poesía no es inspiración sino composición, para resumirla. Una doctrina que sería acogida y revisada y perfeccionada por los poetas sureños contemporáneos de Faulkner. Los nombres de Allen Tale, John Crowe Ransom y más tarde Robert Penn Warren, coincidían en la necesidad de una lírica que, siguiendo de cerca el método de la composición de Poe, cantara, no el nuevo mundo de la democracia norteña, sino los valores de una cultura agraria amenazada. Y “Agrarios” fue como se llamaron algunos de estos vates conmovidos por el insuperable trauma de la posguerra y el no menos agobiante peso del pecado original de la esclavitud. Antes, los más destacados entre estos intelectuales, habían editado la revista Los fugitivos (1922-1925), una de las más influyentes de la literatura de su tiempo. Y lo fue precisamente por ser órgano de una reacción literaria que se enfrentaba a los criterios radicales de la modernidad. El objetivo era defender los valores de una tradición a pesar de todo racista y conservadora. La poesía que escribieron, buena parte de ella notable y entre lo mejor que se ha escrito en los Estados Unidos en el XX, rechazaba el verso libre y otras formas preferidas por la modernidad como el poema en prosa, y se acogieron a una sintaxis tradicional. El poema más difundido de esta tendencia es la legendaria Oda a los muertos confederados, de Allen Tate, donde, con un envidiable virtuosismo en el empleo de una dicción tradicional, canta la suerte indecisa de los soldados del sur muertos en combate. Pero es también una hermética reflexión sobre la existencia en tiempos de indigencia:

Oda a los muertos confederados

 

Fila tras fila con estricta impunidad

las lápidas abandonan sus nombres

a los elementos.

El viento sopla sin recuerdos.

En las hendidas zanjas las anchas hojas

se amontonan, casual sacramento

de la naturaleza

para la eternidad estacional de la muerte.

Y luego, arrastradas a su tarea en el

vasto aliento por el feroz

escrutinio del cielo

susurran el rumor de la mortalidad.

 

Otoño es la desolación en el campo

de mil acres donde crecen estas memorias

de los inagotables cuerpos que no están muertos

sino que se nutren fila tras fila

de rica hierba.

¡Piensa en los otoños que fueron!

El ambicioso noviembre con los humores del año,

con un celo particular por cada losa,

mancilla los ángeles que se pudren.

El complejo poema, a pesar de su tono elegíaco, es una sentida celebración de una gesta perdida. Cuerpos muertos que, como los del wasteland de Eliot no están muertos, como tampoco, en la conciencia del narrador la justicia de la causa peleada a muerte durante los años de la Guerra de Secesión, en la cual participaron grandes figuras faulknerianos como el coronel John Sartoris y Thomas Sutpen. La ambigüedad del protagonista del poema es la misma de los Compson, derrotados, arruinados, confundidos, de la saga de Yoknapatawpha.

No recuerdo ninguna alusión de Faulkner a este grupo de importantes líricos que trataban asuntos parecidos: la vuelta a una sociedad cristiana no amenazada por los ateísmos posindustriales; el rechazo a la vida urbana; la defensa de la pureza racial; la exaltación de las glorias del pasado y el culto a un pasado irrecuperable. A su manera, Faulkner, nieto de un general sureño que luchó en contra de la invasión norteña, escribió la épica de un mundo perdido. Tate, Crowe Ramson o Penn Warren hicieron lo mismo en el ajustado lirismo de sus versos. No obstante, es bueno recordar que el primer libro del gran novelista fue Fauno de mármol, algunas de cuyas piezas no son del todo indignas. Como “Cincuenta años después”, que prefigura al Faulkner nostalgioso de sus mejores momentos. Lo que dice la protagonista lo ha podido decir algún personaje de Absalón Absalón, o de alguno de sus cuentos.

Cincuenta años después

 

Su casa está vacía y su corazón es viejo,

y lleno de sombras y ecos engañosos.

Nadie la salvará, porque todavía trata de tejer,

con dedos ciegos y torcidos, las redes que nada

pueden sostener. Una vez los brazos de los hombres

se levantaron por ella, dijo, y rondaban

como pájaros blancos por sus caricias.

Una corona que podría haber tejido

con mechones de sus cabellos y sus dulces

brazos del oro de las brujas.

 

Sus espejos conocen sus testigos, porque allí

se puso de pie en los sueños de otros sueños

que dejaron su ternura, cuando se puso de pie,

coronada con suaves cabellos. Y con el corazón

encadenado inclinó sus ojos jóvenes y ciegos.

Él siente su presencia como una fragancia desprendida,

manteniendo su cuerpo y su vida dentro de la trampa.

Castello di Meleto. Fotografía de Vignaccia76 | Wikimedia

Castello di Meleto, miércoles, 18 de agosto de 2021

Después de reiteradas frustraciones con la publicación de mis libros (el fallecimiento de un distinguido amigo encargado de una antología bilingüe, castellano-italiano, de mis poemas; la desaparición en uno de esos black holes de mi selección de artículos y ensayos publicados en la página Prodavinci; del cierre de la editorial donde preparaba la edición de una plaquette con ilustraciones especiales de Harry Abend) me refugio en la prevista aparición, en Pre-textos, de mi Poemas de la luna líquida. En Venezuela, excepción hecha de la reedición de mis ensayos sobre poesía norteamericana, van para veinte (dieciocho para ser exactos) los años que llevo sin publicar nada inédito. La primera frustración fue con mi Voces ajenas, una colección de traducciones de poetas contemporáneos a partir de originales en cuatro idiomas, la cual, a punto de salir, fue víctima del arbitrario cierre por parte del régimen de la fundación que la propiciaba.

Santa María dei FIore. Fotografía de John Weiss | Flickr

Florencia, jueves, 19 de agosto de 2021

Desde la terraza de mi hotel en via dei Conti (“room with a view”), de derecha a izquierda, bajo la luz bendita del atardecer toscano, el campanile de Giotto, las cúpulas de Santa Maria del Fiore y de la Sagrestia Vecchia, de Bruneleschi; por último, la de la Sagrestia Nuova de Miguel Ángel, dos espacios integrados al cuerpo de la basílica de Santa Croce,  una construcción “turning point” de las edificaciones religiosas en la cual, Bruneleschi y Michelozzo, tomaron de los edificios romanos los elementos necesarios, la basílica fundamentalmente, para establecer los espacios de las iglesias cristianas a lo largo de quinientos años. Cuatro grandes arquitectos (el único que falta es el gran Alberti) representando momentos esenciales de la historia de la arquitectura moderna que se asoman a mis ojos privilegiados por esta visión. Como se sabe, Florencia es así. Levantas la mirada y estás frente a la casa de Dante; los bajas, y te encuentras con el sitio justo de la Piazza della Signoria, donde Savonarola fue ahorcado y quemado. Florencia es así y ha sido así desde que Cósimo el Viejo dedicara parte de su dinero usurero a la construcción de una nueva ciudad de acuerdo al humanismo cristiano de sus pensadores contemporáneos.

Milán, viernes, 20 de agosto de 2021

Esta mañana nueva visita a San Lorenzo de Florencia después de muchos años. El triunfo del racionalismo en arquitectura, que recuerda a esa otra gloria de la arquitectura renacimental que es Sant’Andrea, en Mantua, diseñada por Leon Battista Alberti. En una de las paredes de San Lorenzo, el estupendo fresco de Bronzino que narra el horrible martirio del santo. Más serenas, las dos palas del altar de Filippo y Ghirlandaio. Se respira razón en esta magnífica basílica, un olor que dejamos de sentir desde comienzos del romanticismo.


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