Diario literario

Diario literario 2021, agosto (parte I): Faulkner & Kerouac, Patrizia Cavalli

07/08/2021

Izq: William Faulkner. Der: Jack Kerouac

Milán, domingo, 31 de julio de 2021

Faulkner (IV): Kerouac

Releer a Kerouac y su On the Road, al mismo tiempo que reviso algunas novelas de Faulkner, es una reveladora experiencia. Después de la narrativa patricia y sin concesiones del viejo maestro, quien entregó sus horas a una obra que aspiraba al perfeccionismo clásico y con reiteradas intenciones épicas, la narrativa de Kerouac pareciera ser su negativa. Entenderlo así es entenderlo poco. Detrás del desenfado y aparente descuido, el joven Kerouac se propuso, asimismo, una disparatada épica. Era una expresión de la triunfante  sensibilidad de la segunda posguerra norteamericana, un proyecto imperial que se prolongaría por décadas. Se trataba de cantar una nueva sensibilidad acudiendo a una dicción también novedosa. En poesía, Ginsbergh, Ferlinghetti, Corso. A contracorriente de los grandes protagonistas de la modernidad, Kerouac, a su manera,  prolongaba esta tradición, la hacía nueva (“make it new”, había dicho Pound) y posible para la nueva generación. El estilo de Faulkner fue el de sus contemporáneos en Europa y Estados Unidos. Una prosa trabajada con insistencia flaubertiana en busca de la “palabra justa”. Y ocupada de los grandes temas: la guerra, la paz, el amor, la muerte, la cultura occidental, el arte. La escritura de Kerouac quería, en apariencia, ser lo contrario. Una dicción espontánea, sin detallados planes ni elaborada estructura. Uno debe escribir como uno quiere no como exigen los críticos y profesores universitarios. Y los críticos y académicos le pagaron excluyéndolo de planes de estudio y grandes reconocimientos. Con la lectura de algunas líneas de las primeras páginas de Sartoris (1929) y On the Road (1947) es suficiente para apreciar las divergencias.

Sartoris:

Liberada del tiempo y de la carne la presencia de John Sartoris resultaba mucho más real que la de los dos ancianos que permanecían sentados, tratando, sucesivamente, de penetrar a gritos en la sordera del otro, mientras en la habitación contigua los asuntos del banco seguían su marcha y los clientes de las tiendas vecinas escuchaban el alboroto de voces que les llegaba a través de las paredes. John Sartoris resultaba mucho más palpable que aquellos dos ancianos, unidos por su sordera común a una época que se hacía cada vez más tenue con el lento desgaste de los días… John Sartoris aún seguía presente en el cuarto, por encima y alrededor de sus hijos, con su rostro barbado y su perfil de halcón, de manera que, mientras el viejo Bayard seguía sentado con la pipa en la mano… le parecía escuchar la respiración de su padre, como si el otro fuera mucho más palpable que un simple trozo de barro transitoriamente dotado de movimiento, y capaz de penetrar en el infranqueable reducto de silencio en que vivía su hijo.

On the Road:

Conocí a Dean poco después de que mi mujer y no nos separamos. Acababa de superar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, exceptuando que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto. La aparición de Dean Moriarty dio inicio a una parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera (On the road). Previamente había fantaseado con cierta frecuencia en ir al Oeste para ver el país, planeando siempre vagamente y sin llevarlo a cabo nunca. Dean es el tipo perfecto para la carretera porque de hecho había nacido en la carretera cuando sus padres pasaban por Salt Lake City, en un viejo camastrón, camino de Los Ángeles. Las primeras noticias suyas me llegaron a través de Chad King, que me enseñó unas cuantas cartas que Dean le escribió desde un reformatorio de Nuevo México. Las cartas me interesaron enormemente porque en ellas, y de modo ingenuo y simpático, le pedía a Chad que le enseñara todo sobre Nietzsche y las demás maravillas intelectuales que Chad sabía.

Villasimius, lunes, 2 de agosto de 2021

Por fin un poco de mar después de dos largos años. Nunca he sido una criatura solar y marina, a pesar de los orígenes porteños de mi madre. No obstante, tanto tiempo sin los aromas y esplendores de la mar salada eran demasiado.

Villasimius. Fotografía de laura_aura71 | Flickr

Villasimius, martes, 3 de agosto de 2021

La experiencia mediterránea es tan distinta de la caríbica como El cementerio marino de Valéry puede serlo de Cumboto, de Ramón Díaz Sánchez. Todo aquí, en esta isla del Mediterráneo, hasta el aire, parece recorrido por un tono de racionalidad (no hablo de los pobladores ni de aquí ni de allá) que en la geografía del Caribe se convierte en magia, real o imaginada. Desde hace años, desaparecieron de estas costas las criaturas del mito, mientras que en las nuestras nada más vivo que las leyendas y fantasías, muchas de ellas traídas por los esclavos en su épica sin héroes. Los cantos de la nostalgia se transformaron en una música todavía desaprovechada por los compositores de la academia. En estas riberas mediterráneas siento, y seguramente lo siento mal, la edad de un mar que sirvió de autopista a los fenicios, quienes dejarían una guía Michelín de las rutas de navegación para que Ulises la utilizara, como ha precisado en cuatro tomos  Victor Bérard, tan leído por James Joyce y tan poco por los admiradores del irlandés. Nada mejor para esto que el fascinante estudio, ya casi centenario, de Stuart Gilbert, amigo de Joyce y comentador insuperado de las adaptaciones homéricas de Joyce. Al Mediterráneo lo conoció el irlandés en una de sus grandes encrucijadas culturales, la mestiza Trieste, donde se encontraría con Ítalo Svevo, uno de los “raros” de la saga de la modernidad.

Patrizia Cavalli

Patrizia Cavalli

La primera vez que escribí sobre esta destacada poeta italiana fue hace justo veinte años. En esa oportunidad, traduje varias piezas de su colección recién aparecida, Teatro siempre teatro, y las publiqué en Verbigracia, el suplemento literario de El Universal, de Caracas, que, de la manera más acertada, dirigía la  poeta venezolana Patricia Guzmán, asistida por una atenta Mireya Damas. Tuve un acceso privilegiado a sus páginas gracias a mi larga amistad con su directora, y a que Mireya era mi apreciada alumna en la Escuela de Letras de la UCV. Nunca, en mi vida de escritor, fui tan favorecido por un órgano impreso. Cavalli (1947) en este par de décadas ha publicado sus traducciones de Shakespeare (Sueño de una noche de verano, Otelo, Noche de reyes  y La tempestad) y varios volúmenes de poemas en la prestigiosa colección de poesía de la editorial Einaudi, creada por Pavese durante sus años como director literario de la casa. En estos veinte años, Cavalli se ha distinguido como una de las voces más leídas e influyentes de la lírica italiana contemporánea. Su escritura, sin embargo, sigue siendo la misma, con su ajustada dicción, el uso particular de la puntuación y un sano equilibrio entre la tradición y la innovación en la disposición de sus versos. Su protagonista es una mujer de mi generación, en Italia, que ha pasado por profundas crisis sociales y no menos comprometedoras aventuras espirituales. Como buena parte de las poetas de su tiempo, el cuerpo para Cavalli es una especie de cédula de identidad que el tiempo  transforma  sin la autorización de su dueña, «Yo estoy bien, el que envejece es mi cuerpo», le escuché una vez a una destacada escritora venezolana. Otros asuntos, en este tiempo, han sido tratados en la lírica de Cavalli, no obstante, su dicción no abandona ni la voluntad de forma ni su insistencia en la superación del hermetismo ya decadente, de algunos de sus contemporáneos, en Italia y fuera de ella. Una controversia que en Inglaterra se presenta con la mejor definición. Por una parte, autores como Paul Mooldum, heredero de Hughes y Seaney, con un tono neooracular. Y los “claros, los que insisten en que la poesía es cosa cordial” y que mantienen la tradición de Tomlinson o Hamilton o Hugo William. Poetas como Robin Robertson, que han releído a Machado y lo han encontrado más contemporáneo que moderno. El riesgo de la oscuridad, como se sabe, es el onanismo, y el de la claridad la no menos detestable banalidad. Uno de los méritos de Cavalli es su tratamiento de los grandes temas con una  melancólica claridad. La vuelvo a traducir después de veinte años y me parece, como traductor, que son textos que pueden haber sido escritos en cualquier momento de este dilatado intervalo.

Poemas de Patrizia Cavalli

El corazón nunca está seguro, de modo
que no presumas, incluso en tu silencio,
de la victoria o la indiferencia. Rinde honor,
no obstante, a lo que has amado, aun cuando
te parezca que ya no lo amas. ¿Te sientes
satisfecha? ¿Estás tranquila? Después de años
de una certeza sin gloria, de ansiedad y humillaciones,
podrás cambiar los papeles y ser tú la que ordena
y humilla? No lo hagas, más bien finge
el amor verdadero que sentías, y vence
a la naturaleza. El amor cansado
tal vez es el único perfecto.

(de Datura, 2013)

Villasimius, miércoles, 4 de agosto de 2021

Ayer, rápido paseo por Cagliari, más cosmopolita de lo que se puede esperar de una capital en una isla del Mediterráneo. Ciudad abierta, como todos los puertos, pero más luminosa que otros puertos más conocidos, como Génova o Palermo, y, por lo mismo, menos misteriosa que la urbe lígure o sícula. Tal vez esa sea una de las razones por las que su tradición literaria no sea la más rica y que, según recuerdo, ningún poeta importante haya nacido en Cagliari.

Villasimius, jueves, 5 de agosto de 2021

Nuestra Señora de las Nieves

Hoy es el cumpleaños de Constanza y el día que, además, la iglesia católica celebra uno de los milagros más sorprendentes (los milagros siempre son sorprendentes) de la leyenda. Se trata del acontecimiento improbable de una nevada que, en un día como este, del más tórrido verano, cayó sobre Roma en una demostración del poder divino sobre los asuntos de meteorología. Aquí, en la isla, no se conoce de nevadas por lo menos desde la última glaciación. Aunque no es descartable que un mini período glacial haya estado en el origen de la migración de este pueblo de la mar que llegó aquí en busca de climas más tolerables. Como casi todos los otros pueblos de la mar, es seguro que este habitaba tierra adentro. Algo que se siente incluso en la culinaria, la cual insiste más en los productos de tierra adentro que en los de la pesca. Tan solo una nevada yo quisiera. ¡Auguri, Consta!


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