Diario literario

Diario literario 2021, abril (parte II): Bach, Ophüls, Ma Jian, el Vizconde de Calvino, Mao, Flota el tiempo, Elektra

Italo Calvino. Oslo, 7 de abril de 1961. Fotografía de Johan Brun | Flickr

10/04/2021

Milán, sábado 3 de abril de 2021

Oratorio de pascua y magnificat

Agobiado por la pesadumbre de las Pasiones de Bach y los libros que estoy leyendo (Alice Oswald tampoco es la más optimista de los poetas), me adelanto a la fecha y comienzo el día, que llaman aquí de Gesù nel Sepolcro, escuchando el Oratorio de Pascua seguido del Magnificat. De toda la música sacra de Bach no es el Oratorio de Pascua el más conocido. No ha tenido la popularidad del Oratorio dedicado a la Navidad y mucho menos la de las Pasiones. Sin embargo, es la más adecuada de sus composiciones para el día de mañana, domingo de Pascua y Resurrección, consagración de la primavera y del renacimiento de la tierra. Mientras los días aquí siguen siendo radiantes, y es una lástima este encierro que apenas si me permite llegar a casa de mi hija a unas cuatro cuadras. Por la ventana, que da al norte, llega una luz bendita que compensa y cura todas las caídas del alma.

Fotograma de Carta de una desconocida (1949). Max Ophüls

Ophüls

A pesar de no conocer la mayor parte de su producción, Max Ophüls sigue siendo uno de mis directores preferidos. Me parece su cine tan vienés, aun cuando nació en Alemania, como la música de Richard Strauss, quien nació también en Alemania. Para su expresión del alma compleja y fascinante, de Viena ambos extranjeros escogieron, y difícilmente podían escoger mejor, algunas de las historias de Stefan Zweig para sus películas y óperas. Acabo de ver en una copia impecable, Carta de una desconocida, el brillante melodrama que realizó Opuls (sin la h, cuando filmó en los Estados Unidos) en 1949, sobre un relato de Zweig convertido en inmejorable guión por Howard Koch y protagonizada por una estupenda Joan Fontaine de Havilland y un siempre confiable Louis Jourdan.

Milán, domingo 4 de abril de 2021, resurrección

Pascua florida

Gran fecha aquí la de Pascua. El arquetipo de la renovación se siente por todas partes. No escogieron mal los Padres de la Iglesia (casi nunca escogían mal) cuando escogieron estos días para la pasión y muerte de Jesucristo, acogiéndose a viejas tradiciones paganas de los pueblos mediterráneos. Hoy se celebra la Resurrección de Cristo, pero en realidad lo que conmemoran es que el frío y la oscuridad se han quedado atrás y el ciclo recomienza. Aun en medio de una dolorosa pandemia, que parece haber escogido Italia para desplegar todo su devastador poder, la gente, en grupos fatalmente reducidos, prepara especiales condumios y abre botellas de vino. No recuerdo nada parecido en la Venezuela de mi infancia y adolescencia, como si no fueran los huevos de chocolate que nos repartían. “Hoy es Pascua Florida”, decía mamá y eso era todo. La tradición española, siempre necrófila, quiere que se recuerde más la muerte crucificada que la gloria de la Resurrección, cuando, como lo imaginó Piero della Francesca mejor que nadie, Cristo reaparece después de un tiempo entre los muertos. Con su llegada también renace la vegetación que aparece en el fondo del gran fresco.

Ma Jian y Venezuela

Las últimas tres, de las 672 páginas de Beijing Coma, su formidable novela, las dedica Ma Jian a un epílogo que concluye con estas líneas escritas en 2019:

En su trigésimo, el levantamiento de la plaza Tiananmen sigue siendo una fuente de esperanza. Se trata de uno de los momentos más significativos del siglo XX. Como Budapest en 1956 y Praga en 1968, se ha convertido en un signo planetario de resistencia, que continúa inspirando las luchas pacíficas por la democracia desde Budapest a Venezuela. Aunque el levantamiento sigue siendo tabú en China todos los que estuvieron en la plaza recuerdan. Al final de Beijing coma, Dai Wei, el protagonista, recuerda cuando regresó al lugar donde, unas horas antes, su amigo había sido triturado por un tanque. Recuerda haber visto a lo lejos el cadáver aplastado y observó, “Como si negándose a ser triturada, la carne y los huesos se levantaron unos centímetros del pavimento”. Esta frase, que puede pasar sin ser notada por el lector es, sin embargo, la más importante del libro. El minúsculo levantamiento de la carne disminuida, representa el poder del espíritu humano para resistirse al olvido y la muerte.

Hoy en día Tiananmen es una plaza estéril, vigilada por soldados, policía secreta y miles de cámaras de reconocimiento facial. Si se camina actualmente por la plaza y se levanta la mano haciendo el signo de victoria, en pocos segundos uno será derribado y arrastrado para un interrogatorio. Pero es imposible silenciar los recuerdos para siempre. Debajo de sus bravuconadas, los tiranos tiemblan de miedo y un día serán derribados. Las gigantescas fotos de Mao y su cuerpo embalsamado serán removidos, la entusiastas multitudes retornarán y la Plaza volverá a ser el corazón del país, llena de demandas por la libertad y la verdad.

Esta no es una esperanza fácil e ingenua. Se trata del único final que puedo concebir.

Milán, lunes 5 de abril de 2021, pasquetta

Lecturas: Calvino

Después de leer la novela de Ma Juin, esa larga y conmovedora de sueños rotos, ilusiones perdidas y esperanzas trituradas  por los tanques de guerra al servicio del totalitarismo, apenas tengo a mano dos libros, uno de Italo Calvino, Il visconte dimezzato, y el otro de Fred Uhlman, L’amico ritrovato (Reunion, en la versión anglosajona original). Lo del italiano es la primera de una trilogía que completan El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959), puestos en castellano poco después de su publicación en Italia por Feltrinelli. Que Il visconte… ha sido escrito durante los años de la segunda posguerra es una circunstancia insoslayable. El protagonista de la novela ha sobrevivido a medias de una guerra, de modo no distinto al ocurrido con Italia, el país más devastado después de Alemania durante el conflicto. No quedó un solo pueblo o ciudad, desde Palermo a Milano, que no fuera, en mayor o menor medida, derrumbado, deformando para siempre su fisonomía. Todo lo que hay de feo en el paisaje urbano italiano es obra de una descuidada reconstrucción que dejó de lado los planos originales. Calvino, antes de la posguerra, conoció de cerca la guerra. En 1944, a los veintiuno, se incorporó a la activa y extendida resistencia contra el nazi-fascismo. Hasta la Liberación participó en no pocos enfrentamientos armados, incluyendo el muy relevante de Basardo, donde los “partigiani” recibieron apoyo aliado, algo inusual en una guerra de guerrillas. Conoció el olor de la pólvora y el color marchito de la sangre coagulada, algo que se siente desde las primeras páginas de Il Visconte… Pero no sería todo lo que le reservaba el fato inescrutable. La muerte de su padre, y el suicidio de su querido Cesare Pavese, oscurecieron los  primeros tiempos de la costosa y humillante paz.

Yu Hua. Fotografía de Ghormax | Chouca | Wikimedia

Milán, martes 6 de abril de 2021

Mao y la revolución

Como recordaba hace unos días, el amigo que me regaló la dilatada novela de Ma Juin, Beijing Coma, me hizo llegar también La Cina in dieci parole, de Yu Hua. Se trata de una interesante serie de ensayos, crónicas, anécdotas y memorias de la China en la cual se formó el autor, que fue la de la Revolución Cultural ingeniada por Mao ante la posibilidad de perder el poder. Yu Hua tenía apenas ocho años cuando se desató una colección de inimaginados horrores que hace palidecer cualquier otro genocidio contemporáneo. Cuenta en una de sus reseñas que, poco antes del comienzo de la insurgencia, el fracaso de las políticas económicas de Mao, había provocado, sólo en provincia de Hunan, la muerte por inanición de ocho millones de habitantes. Otros tantos millones, y más, serían las víctimas de la Revolución Cultural. Yu Hua nos recuerda una afirmación de Mao que no deberíamos olvidar:

La revolución no es una cena de gala, no es una obra literaria, un dibujo, o un adorno, no se puede llevar a cabo con delicadeza y cortesía, consideración y magnanimidad. La revolución es una insurrección, un acto de violencia a través de la cual una clase derriba a la otra.

El problema se presenta cuando la clase que desplaza a la que detentaba el poder es la más

corrupta, indolente, cruel y perversa de la historia de Latinoamérica.

…………………….

de FLOTA EL TIEMPO

NUNCA

Nunca ha estado

tanto tiempo

conmigo,

el tiempo.

En estos días

de mi largo

encierro,

lo he sentido

a cada segundo,

a cada minuto

prolongado.

Me mira siempre,

y yo no he dejado

de mirarlo.

Cuento sus horas

como el avaro

cuenta sus centavos.

No quiero

tenerlo

y no quiero

que se vaya

de mi lado.

Son ya

doce los meses

de encierro

que han pasado,

nunca tan cerca

he tenido

esa espina

en mi costado.

Lo veo

en este momento,

pero sé

que soy yo

el observado.

Nunca

había visto

tan de cerca,

la blancura

de sus manos…

Retrato de Richard Strauss. 1918. Max Liebermann

Milán, miércoles 7 de abril

Strauss-Hofmannsthal Elektra (1)

Mientras la primavera, con su luz bendita, cede por unos días ante la llegada de un frente del mistral que baja la temperatura a niveles de invierno, RAI5 TV ha dedicado su espacio de esta mañana (10 a.m.) a la difusión de una ópera de Richard Strauss, uno de mis tres compositores de ópera. Se trata de Elektra (1909), la más radical de sus óperas, con Salomé. Ambas, brillantes muestras de la poética de la modernidad, con sus disonancias, su violencia, su decadente poesía y su prefiguración de los grandes temas y formas de lo que será la música del XX. Fue escrita entre 1906 y 1909, a partir del brillante libreto de Hugo von Hofmannsthal, autor de otros guiones para Strauss de los cuales recuerdo el enigmático de La mujer sin sombra. La temprana modernidad del proyecto siempre me sorprende. Fue estrenada el mismo año del Manifiesto Futurista, de Marinetti, cuando todavía Schoenberg, con su segundo cuarteto para cuerdas, trataba afanosamente de dejar atrás la gravitación de Wagner, Zemlinsky y Mahler; y Stravinsky se atrevía con su Pájaro de fuego a una escritura moderna. Recuerdo mi lejano contacto con Elektra a través de la versión que George Solti, con la legendaria Birgitt Nilson, grabó para Deutsche Grammophon. Confieso que más que Strauss, del cual sólo conocía su Zaratustra, me  atraía su proyecto de ponerle música a una tragedia griega. A esos veinte años, desconocía que de la tragedia griega clásica apenas había quedado el argumento y que el tratamiento de Hofmannsthal la había transformado en teatro moderno. En aquel momento, no se supo entender la modernidad de la obra, tanta disonancia era para mí demasiado. Me recordaban la Primavera de Stravinsky que, a pesar de los elogios de mi padre, tampoco me interesaba mucho. En mi romanticismo prefería a Mahler y al Schoenberg de Noche transfigurada o Pierrot Lunaire. A diferencia de Salomé, que he tenido ocasión de ver en los montajes del Metropolitano y de la Bastille, Elektra no se me ha cruzado en el camino. Y me he limitado a sus transmisiones por televisión. Como ésta, la mejor hasta ahora, que Luca Ronconi, poco antes de morir, diseñó para la Scala en 2005. Con su escena minimalista y sus inquietantes referencias al arte povera. En la tercera escena, o lo que sería su equivalente, Ronconi traslada la acción del palacio de Agamenón, donde el único mobiliario era una mesa de disección ensangrentada en clara alusión al sacrificio del monarca, a un establo donde tres bueyes pastan tranquilamente, y recuerdo la célebre muestra de Jannis Kannallis de los años sesenta en el apogeo del poverismo donde presentó sólo un grupo de caballos vivos. Después de la salida de Egisto, Hofmannsthal reúne a Elektra y su hermana en una escena de una violencia más shakesperiana que griega. La colaboración entre el poeta austríaco y el compositor alemán se cuentan entre las más felices de la historia del género, con Verdi-Boito, Britten-Auden y algunos otros.

Milán, jueves 8 de abril de 2021

Las noticias que recibo de Venezuela no pueden ser sino malas. A la sensación de moderado temor del primer año de la pandemia, que permitía el encuentro de fin de semana limitado a pocos amigos, algún furtivo viaje a la playa e incluso algún restaurante, ha sucedido una experiencia inédita para la mayoría, que es la del terror. Hasta hace pocos meses vivíamos asustados por el coronavirus, ahora se vive aterrado. Nunca la muerte había pasado tan cerca para la casi totalidad de la población. A los terribles efectos sobre la salud de la virosis, se suma la precariedad de la asistencia sanitaria. La pública, apenas si existe, y la privada existe apenas para un puñado de privilegiados. El terror es el instrumento inevitable de todo totalitarismo. El terror a salir, a encontrarse en la calle, a ser víctima de la mortal plaga y, sobre todo, el terror a manifestar en público la disidencia. El totalitarismo venezolano, y no es el único, ha encontrado en el coronavirus un inestimable aliado. Cuando el terror se apodera de la psique colectiva, la modifica de manera preocupante. Aunque superemos los riesgos de la epidemia, en el fondo de la gaveta del inconsciente la marca quedará guardada para siempre. La liberación, cuando llegue, tiene que liberarnos también de esa incómoda piedrita en el zapato de la psique.

Hugo von Hofmannsthal. Fotógrafo desconocido

Elektra (2)

El libreto de Hofmannsthal se sirve más del mito que de las versiones de Esquilo y Sófocles. Esta desprovista de las connotaciones religiosas de la primera, que comienza con una solemne invocación a Hermes; y del humanismo de la segunda que, después de una mención a los dioses, se inicia con un diálogo de hombre a hombre entre Orestes y su Mentor donde se consideran las implicaciones que la conducta del héroe pueden tener en el colectivo, especialmente su proyecto de vengar la muerte asesinada de su padre: “¡Oh!, tierra de la patria”, en primer lugar la polis, luego los inmortales, así es Sófocles, “y, vosotros dioses del país, recibidme favorablemente; y tú también. Oh, casa paterna…”. La Elektra de Hoffmansthal es otra cosa. Su protagonista es la más psicópata de todas las Electras, histérica, obsesiva compulsiva, agresiva. Estamos en una Viena que, diez años antes, había leído, confundida, los estudios sobre la histeria publicados por el doctor Sigmund Freud, de Bergstrasse 19. La música de Strauss no podía ser pensada sino para ese texto. Sobre los dramas sobre Electra de Esquilo, Sófocles o Eurípides, han podido escribir las óperas más variadas los más distinguidos compositores, desde Monteverdi hasta Korngold; al texto de Hofmannsthal sólo le toca la música de Strauss. Desde las primera intervención del coro, formado por las siervas de palacio, la violencia se hace de la escena para no abandonarla. Y sólo acabará cuando Electra colapse después de unos pasos de la orgiástica danza para celebrar la muerte de su madre a manos de Orestes. También muere Egisto, pero eso no agrega nada a la corona de las musas.


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