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Diario literario 2021, abril (parte 4): La desesperación de Kierkegaard, mini-homo ludens; Kissinger; Ovidio; pasa el tiempo

Monumento a Søren Kierkegaard en Copenhague, Dinamarka. Fotografía de Arne List | Wikimedia

24/04/2021

Milán, domingo 18 de abril de 2021

Inestable como un adolescente, la primavera es la más variable de las estaciones. Después de una semana de tiempo espléndido, llevamos varios días de bajas temperaturas y cielos grises en la mañana y menos grises en la tarde. Uno, criatura de los trópicos, suele olvidar que, en estas ciudades del norte, el frío no se limita al invierno. Llevamos siete meses con termómetros que no pasan de 20 ºC, y todavía queda mayo, cuyas temperaturas suelen ser las más variadas. Detesto el calor y me siento a gusto con estos fríos prolongados. Cuando veo la primera golondrina me aterro y deprimo.

La desesperación de Kierkegaard

Pertenezco a la última generación de kierkegaardianos. Una deriva que se inició a comienzos de la segunda década del siglo XX cuando Heidegger, sin razón, se molestaba porque alguien notaba la influencia de Kierkegaard en su pensamiento. Se mantuvo en forma más o menos discreta en el período de la l’entre deux-guerres, y se exacerbó después de la Segunda Guerra, cuando los intelectuales franceses se apoderaron de sus ideas y las adaptaron a un vago sistema que llamaron existencialismo. En esas condiciones, pasado por Francia, me tocó conocerlo a mediados de la década de los sesenta, mientras estudiaba Medicina. Recuerdo muy bien las portadas verdes de sus libros y el entusiasmo de mi hermana Alicia cuando me los comentaba. Estudiaba segundo o tercer año de psicología, mientras yo me encargaba de disecar el cadáver asignado en la cátedra de Anatomía. Acompañaba mis lecturas con una exégesis de Jean Wahl que me resultó iluminadora. Me atraía Kierkegaard por su pesimismo y porque había influido en Camus. Y en ese entonces yo era un pesimista (ahora no recuerdo por qué) y Camus era mi ídolo absoluto desde que, en marzo de 1963, mi padre me regaló La peste por mis quince años. En estos días de encierro he vuelto a Kierkegaard gracias a su mejor lector, Friedrich Dürrenmatt. Por desgracia, ya no en los libros forrados en verde hoja que mantengo en mi biblioteca, sino en las ediciones online proporcionadas por los amigos. A los cuales debo también la lectura del brillante ensayo de Noreen Khawaja, “Heidegger’s Kierkegaard” (The Journal of Religion, Chicago U.P.) donde se precisa la esquiva actitud y las deudas no pagadas del autor de Ser y tiempo con el torturado y escurridizo pensador danés (dejó a su prometida, Regina Olsen, con los “crespos hechos”. Dios que todo lo sabe compensaría a la señorita Olsen encontrándose para marido a uno de los Schlegel). Sólo en uno de sus libros me he detenido en estos días. El difundido Tratado de la desesperación, del cual son estas líneas:

Como no existen personas enteramente sanas, al decir de los doctores, podría también decirse, conociendo bien al hombre, que no existe uno exento de desesperación, en cuyo fondo no habite una inquietud, una perturbación, una desarmonía, un temor a algo desconocido o a algo que no se atreve a conocer, un temor a una eventualidad externa o un temor a sí mismo; así como dicen los médicos de una enfermedad, el hombre incuba en el espíritu un mal, cuya presencia interna se le revela, por relámpagos y en raras ocasiones, de un modo inexplicable. Y en todos los casos, nadie ha vivido nunca y no vive fuera de la cristiandad sin estar desesperado, ni dentro de la cristiandad, si no es un verdadero cristiano; pues si no lo es íntegramente, queda siempre en él un grano de desesperación.

Ricardo III: 3718

Después de unos días de forzado distanciamiento, vuelvo a mi traducción del Ricardo III. Esta tragedia, que no es ninguna tragedia a pesar del título (qué puede tener de trágica la muerte de semejante psicópata), es la cuarta más extensa de todas las piezas del Bardo. La primera, como es de esperar, es el Hamlet del Folio (existen otras versiones): 4030 líneas; Ricardo III, 3718; Rey Lear, 3499; Romeo y Julieta, 3093; Mercader de Venecia, 2662; Julio César, 2636; Macbeth, 2477; La tempestad, 2274. La más corta: la temprana Comedia de las equivocaciones con 1785. No es casual que dos de sus tragedias más acabadas, Julio César y Macbeth, se encuentren entre las menos largas. La sola tercera escena del primer acto de Ricardo III se prolonga por 355 interminable líneas, y el solo primer acto excede las mil.

Milán,  lunes 19 de abril de 2021

Mini-homo ludens

Esperando a que traigan a mi nieto Alessandro de la escuela, a donde ha regresado después de semanas sin clases. Ya era hora. Este mini-homo ludens necesita del juego con los compañeros tanto como los pequeños pájaros del aire. Es la mejor manera de crecer y ser. La pandemia los ha afectado de una manera que será determinante en el desarrollo psíquico, en su evolución psicológica, como diría el maestro Mirá y López, fundador de la psiquiatría moderna. Por lo pronto, el inconsciente va acumulando experiencias ingratas que reciben por la hipertrofiada información sobre la pandemia. Este reencuentro con sus compañeros es una cura. A su edad, un día como hoy de 1956, me preparaba para participar en aquellos ridículos y extenuantes desfiles de la “Semana de la Patria”, como  el dictador de turno, bautizó a las actividades que durante esos días, todos los años, se organizaban ad maiorem gloriam. La dictadura actual, atenta a las órdenes emanadas desde las Antillas, ha minimizado el interés colectivo por las grandes fechas de la gesta de independencia. Se observa con más atención la fecha del nacimiento del difunto dictador caribeño, que la de los padres fundadores, Miranda o Bolívar. Dentro de todo, agradezco a los dioses por la dictadura que me tocó; agradecimiento que incluye, sobre todo, la circunstancia de que Alessandro, a esta edad, no viva en mi país natal.

Henry Kissinger y Mao Zedong con Zhou Enlai en Beijing. Fotografía de Oliver Atkins | Wikimedia

Milán, martes 20 de abril de 2021

Kissinger on China

En la vida de todo lector existen libros que nunca pensó en leer y, sin embargo, por las más raras circunstancias, termina leyendo. Mientras son otros los que siempre ha querido leer, pero, o nunca lee, o lo hace de manera lamentablemente postergada. Fue lo que me pasó con las Memorias del general De Gaulle. Nunca se me ocurrió en aquellos años dedicados a la fundación de una revista de poesía  que alguna vez iba a comprometerme con la lectura de ese libro. Pero ocurrió. Un buen día mi padre entró en mi habitación con el libro en la mano: “Sé que no es lo que a ti te gusta, pero deberías leerlo”. Así que, más por solidaridad filial que por genuino interés, terminé leyendo aquella apología de mí mismo, el general De Gaulle, el hijo más importante de Francia (según él con su usual modestia) después de Napoleón. Bien escrito, eso sí, dejaba clara la participación de su ministro de cultura, André Malraux, en la redacción de los mejores pasajes, como los que describen su comarca natal y sus años de formación. El caso no agrega nada a la corona de las luces y el volumen duerme en el limbo de mi biblioteca esperando tiempos mejores. Un claro ejemplo de un libro que no pensaba leer pero leí. Con el libro de Kissinger On China me ocurrió lo contrario. Desde su publicación, en 2011, hace ya una década, siempre quise tenerlo entre las manos. Fueron varias las circunstancias que me alejaron de su lectura durante estos años. No obstante, como me ocurrió con el de De Gaulle, el estudio del exsecretario de Estado de Nixon me habría de llegar de manera inesperada, esta vez siguiendo la improbable ruta Estados Unidos-Sevilla-Milán. La misma que tomó la inolvidable novela de Ma Jiang, Beijing’s Coma. Apenas leídas las primeras cien páginas del libro de Kissinger, encuentro confirmadas mis sospechas de que se trata de un libro estupendo. Uno de esos que siempre tendrá que consultar cualquier interesado en una aproximación a las insondables motivaciones de una cultura que, con la musulmana, terminará compartiendo la dominación planetaria en un futuro no tan distante. Desde su primera página, es una experiencia apasionante. Al terminar de leerla, nos enteramos de que, a diferencias de todas las culturas y civilizaciones conocidas, la china es la única “sin origen”. Ningún mito fundacional. Nada que se parezca a Quetzalcoatl o a Gea, mucho menos al pintoresco Yahvé. Revela Kissinger que antes de su “fundador”, el mítico Emperador Amarillo, el héroe fundador, ya China existía: “Cuando el Emperador Amarillo aparece en el mito, la civilización china se encontraba en el caos… Armando un ejército, el nuevo héroe pacifica el reino y es nombrado Emperador… En el mito fundador, él está reestableciendo, no creando, un imperio”. La intuición de que China ha existido desde siempre, ha modelado el pensamiento chino hasta nuestros días. Para ellos al parecer nunca hay prisa, a diferencia del estrés occidental que lo quiere todo para ya: llegar a la India y conquistar el mundo; reunir a las potencias europeas bajo la corona imperial; liberar de España a todos los países colonizados por España, y cosas así. El libro de Kissinger no es un tratado de historia china. Estos comentarios históricos son apenas el escenario donde el autor, en sus seiscientas páginas, va a reunir a los protagonistas del gigantesco drama del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre China y los Estados Unidos: Mao, Chou, Nixon y sus ayudantes. Todo contado con una elegante prosa de Harvard, por alguien que realmente “estuvo allí”. En resumen, la más grata de las experiencias: leer un libro que uno siempre ha querido leer, que es como probar un vino que uno siempre ha querido probar. O un Macallan.

900

Literalmente fascinado con la obra de algunos de los artistas que, en 1923, participaron en la muestra “Pintores del 900”, organizada por la inefable Margherita Sarfatti en la Galería Pesaro de Milán. En especial, la de los olvidados maestros, Leonardo Duvreville, Anselmo Buci, Achille Funi, Piero Marussig y Ubaldo Oppi.

Simone Beta. Fotografía de Liceo Giulio Casiraghi

Milán, miércoles 21 de abril de 2021

Libros gratis y casi

No sé cómo será en el resto de los países europeos, sólo sé que aquí, en Italia, el acceso a los libros es el más liberal. A lo largo del año, los grandes diarios gratifican a sus lectores con libros a precios muy reducidos o, esto es nuevo, gratis. Se trata de la más reciente iniciativa de Il corriere della sera, de acuerdo con la cual, con la compra de la edición del lunes, el lector recibe, sin costo adicional, un título de la colección, “Grandes mitos griegos”. El de esta semana está dedicado a Ulises, una edición de bolsillo de ciento sesenta páginas preparado por el especialista Simone Beta, de cuyas traducciones de poetas griegos y latinos se incluye una pequeña selección al final. La sección “Variazioni sul mito” es la más excitante. Refiere la profesora Beta las más diversas versiones del mito, desde la inquietante de la Divina Comedia hasta las de Pessoa y Robert Lowell. La visita de hace dos días a mi edicola (puesto de periódicos) fue la más afortunada. Por un euro apenas pude regresar a mi casa con el precioso Ulises y otros dos libros, una selección de cuentos de David Foster Wallace y El teniente Sturm, de Ernst Jünger. Los dos últimos corresponden a una oferta de otro diario italiano, 24 ore, que los ofrece a sus lectores, o no, por cincuenta centésimos.

Ulises y Penélope. Francesco Primaticcio. 1563

Milán, jueves 22 de abril de 2021

De Penélope a Ulises

En su estimulante breviario sobre Ulises, el profesor Simone Beta incluye un fragmento de las Heroidas, de Ovidio, una compilación de largas e imaginarias cartas, en dípticos elegíacos, supuestamente escritas por las grandes heroínas de la Antigüedad. La más conocida, por ser la más bella, es la de Dido a Eneas, de cuya impecable exégesis se ha ocupado el joven catedrático venezolano Juan Pablo Gómez. La primera de estas misivas, como debe ser, es la que le escribe una desconsolada, pero también molesta, Penélope al acontecido esposo, el esforzado Ulises, cuyo regreso ha sido demorado por los ocho años transcurridos bajo las sábanas de Calipso y Circe, circunstancia que Penélope ignora pero tal vez sospecha. Recibió noticias y sabe que, después de diez años de guerra, la ciudad de Príamo ha sido vencida y reducida. Teme ahora por algún accidente en la travesía de retorno que explique la inexplicable demora. La situación en Ítaca es insostenible. Los pretendientes están cansados de esperar y exigen una decisión suya con la cual elija al sucesor de su esposo en el lecho y el trono. La noble princesa ha visto pasar los diez mejores años de su vida pendiente de los hechos de Troya. Los diez siguientes los ha tomado la interminable espera. Que veinte años no es nada, le recordaría algún consejero porteño. Pero no ignora la casta Penélope que, después de dos décadas, ninguna mujer puede lucir la misma. Su sola compañía han sido un envejecido Laertes y su hijo Telémaco ya no más un niño, sino un joven de veinte años que ha crecido ayuno de figura paterna. Ovidio, el mismo de Tristia, donde cantó las miserias del destierro, fue el mejor psicólogo de los poetas de su tiempo. De allí la modernidad de no pocas de sus Heroidas. Las líneas que  reproduzco han seguido de cerca la traducción de la profesora Beta, con visitas al original en la edición Loeb.

Tu Penélope, Ulises, te dirige esta carta
por lo demorado de tu regreso. Que me
respondas no es necesario, prefiero que lo hagas
personalmente. Troya, ciudad aborrecida
por las griegas mujeres ha caído, lo sabemos.
Ni Príamo, ni la misma Troya, valían
la pena. Preferible que las aguas del mar
se hubiesen cerrado sobre Paris -adúltero
y traidor-, cuando hacia Esparta navegaba para
seducir a Helena. No habría yo quedado
sola, en el frío lecho, abandonado y desierto.
No pasaría del tiempo quejándome de los
días que no pasan nunca. No le daría
tanta fatiga a mis manos de viuda, tejiendo
la tela para engañar a la noche interminable.
Con miedo siempre a peligros más serios que los
que te ha tocado enfrentar. En el fondo, ¿qué es
el amor? Algo lleno de angustiosos temores.
En mi imaginación veía a los troyanos
que, con gran violencia, te acosaban y capturaban.
Empalidecía cuando alguien pronunciaba
el nombre de Héctor.

(…)

¡Regresa pronto, te lo ruego, tú que eres el puerto,
el altar de tus seres queridos! Tienes un hijo
(ruego a los dioses que no lo hayas olvidado),
un hijo, que de niño ha debido aprender de ti
cómo enfrentar el mundo. Piensa en Laertes, tu padre,
quiera dios que seas tú el que cierre sus ojos,
pues el día de su muerte está cada vez más cerca.
Y a mí, que era joven cuando te marchaste a Troya,
encontrarás, no importa lo rápido que regreses,
irreversiblemente envejecida.

Milán, viernes 23 de abril de 2021: San Jorge

Día de San Jorge, Cervantes y Shakespeare

Buen día para terminar Flota el tiempo, un poemario escrito al paso del confinamiento. El que sigue es el último de sus textos:

TORMENTO

Desde que
me despierto
hasta que
me acuesto,
no es otro
el tormento:
ni los sueños
deshechos,
ni el reino
perdido,
que para mí
fue hecho,
sino
este pájaro,
sordo y mudo
en su vuelo,
que llamamos
tiempo.


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