Diario literario

Diario literario 2021, abril (Parte 1): Berio, Ungaretti, Alice Oswald, Ma Juin y Calvino, Cavafy & Ungaretti

Giuseppe Ungaretti

03/04/2021

Luciano Berio. Autor desconocido

Milan, sábado 27 de marzo de 2021

Luciano Berio

En el programa de los sábados dedicado a la música contemporánea, Radio Classica Milano ha escogido fragmentos de la extensa producción de Luciano Berio (Imperia 1925 – Roma 2003), a propósito de la publicación de un volumen donde se recoge parte de sus escritos sobre música. Y es mucho lo que tiene que decir Berio, el más activo de los músicos de la generación de la segunda post-guerra, y entre los cuales se encuentran los que protagonizaron el más excitante período de la música desde el romanticismo. Un período que asistiría al desarrollo de las visiones del futurista Luigi Russolo (música concreta, electrónica, música total) y al agotamiento de las posibilidades del dodecafonismo. Un panorama marcado por las ideologías y la adhesión de algunos (Luigi Nono y un poco el mismo Berio) al espejismo de la utopía comunista. Pero signado también por el desarrollo, por parte de los más jóvenes, del minimalismo que se entiende como un cuestionamiento a la ideologización de la música. Berio se dividió entre los Estados Unidos (profesor en Harvard y Julliard), Francia (encargado del departamento de música electrónica de CRMC) y su nativa Italia, donde fundó con Bruno Maderna un centro de investigaciones acústicas. En este momento escucho en mi radio Auna fragmentos de la Sinfonía de Berio, un mosaico disonante que me recuerda la pintura de Boccioni, La ciudad se levanta, con sus sonidos, ruidos y colores, sus voces lanzadas al viento de la ciudad y sus luces de neón a lo Fontana y Merz. En 1979 pude ver a Berio en el escenario de Carnegie Hall, a donde había sido invitado por Lorin Maazel, después de haber dirigido a la legendaria Sinfónica de Cleveland en la interpretación de su a ratos disonante (la disonancia fue reiterada por los compositores de su tiempo) Concierto. Me impresionó la humildad con la que el influyente compositor bajó de su palco y se presentó para recibir nuestros aplausos. No menos conmovedora me pareció la admiración que expresó el director por el maestro italiano, tratándose de un director celebrado por sus interpretaciones de textos clásicos. Más tarde me enteraría de la inclinación de Maazel por la música contemporánea y de sus incursiones en el cine amateur. Una noche para no olvidar, y que me viene nítida, como un cortometraje a color, ahora que he sido privilegiado por Radio Classica con este homenaje al gran Luciano Berio.

Milan, martes 30 de marzo de 2021

Ungaretti (2)

Siguen los luminosos días de primavera temprana con su luz ya no tan alpina pero un poco más mediterránea. Una luminosidad apropiada para releer a Ungaretti, quien, en una de sus epifanías, escribió, “M’illumino /d´inmenso”. La luz del Mediterráneo es la luz de Ungaretti. La conoció a ambos lados del cerúleo mar, en Egipto y luego en Italia. A su nativa Alejandría dedicó parte de su poesía temprana y su recuerdo lo llevó a todas partes. De sus primeros años es su amistad con otro alejandrino por accidente (era de familia libanesa), Mohammed Sceab, compañero de escuela y luego en París, con quien compartió sueños y soledades. Más insoportable la de Mohammed, que lo llevaría al suicidio en 1913. A su infortunado amigo árabe dedicaría Ungaretti dos poemas; el primero, “Claroscuro”, tal vez menos conocido; y el segundo, “In Memoria”, uno de los textos más permanentes de la poesía europea del XX.

CLAROSCURO

Hasta las tumbas han desaparecido

Negro espacio infinito que cae
desde este balcón
al cementerio

Me ha venido a encontrar
mi compañero árabe
quien se suicidó la otra noche

El día se repite

Regresan las tumbas
aplanadas por el verde desolado
de las últimas sombras
en el verde turbio
de la primera claridad

En su primera versión, publicada en la legendaria revista Lacerba, fundada por Giovanni Papini, a continuación de la séptima línea seguían otras tres que quizá no han debido ser eliminadas:

Fue enterrado en Ivry
con sus espléndidos sueños
que se llevó a la oscuridad

Es probable que el poeta haya estimado que estos versos introducían en el texto un cierto patetismo que consideró impropio. La expresión del pathos en el arte y la poesía era anatema para el arte moderno. Y Ungaretti, sin pausa, fue uno de los mejores representantes de la lírica moderna. Hoy, menos alérgico al patetismo, prefiero “Claroscuro” en su versión original.

El segundo poema a Mohammed fue escrito en 1916, en las trincheras cercanas a Gorizia donde el ejército italiano se enfrentaba al austríaco. La dicción del poeta ha cambiado precozmente, y ha comenzado a componer versos con la sintaxis que los distinguirá del resto de los poetas de la primera parte del XX, y que influirá en no pocos de los líricos de la segunda parte, Paul Celan, entre otros. Se trata de una escritura precaria, desprovista de la de la magnífica elocuencia de Claudel o Perse, de la comedida retórica de Valéry y de la violencia expresionista de Trakl. Su “fragmentación” la percibo más cercana al Eliot de Tierra yerma y al Pound (que fue su amigo) de Mauberley y los primeros Cantos. Una poesía donde el silencio hace contrapunto con la palabra, y los blancos del espacio de la página con el negro de la letra impresa. A partir de sus textos escritos durante la Gran Guerra, Ungaretti expresa esa incomunicabilidad que Benjamin precisaba como resultado de la experiencia en las trincheras, un horror que enmudeció a toda una generación sometida a la estupidez de unos cuantos, y que dejó su voz o su existencia, peleando por “una vieja puta desdentada” (Europa) como dijo Pound. Tres años esperó Ungaretti, para volver al recuerdo del amigo árabe. Está fechado en Locvizza, hoy Eslovenia, en pleno frente de batalla, el 30 de septiembre de 1916.

IN MEMORIA

Se llamaba
Mohammed Sceab

Descendiente de emires nómadas
suicida
porque
se quedó sin
Patria

Amó Francia
y cambió de nombre

Se hizo Marcel
pero no era francés
y ya no sabía vivir
en la carpa de los suyos
donde se escucha la cantinela
del Corán
saboreando el café

Y no supo
desatar
el canto
de su abandono

Lo acompañé
con la patrona del hotel
donde vivíamos
en París
en el número 5 rue des Carmes
un triste callejón en bajada

Reposa
en el cementerio de Ivry
barrio que parece
vivir siempre
un día
de destartalada feria

Y acaso
solo yo
sepa todavía
que vivió

Constantino Kavafy fotografiado en Alejandría. Fecha y autor desconocidos

Milán, miercoles 31 de marzo de 2021

Ultimo día, Miércoles Santo, de este mes de marzo de 2021 que pasó, como siempre, alucinante, a pesar de la calma chicha con el que se pasa nuestra vida, limitada por una pandemia insidiosa y obstinada. Así se van los días; y los veo irse, impotente, desde la trinchera donde llevo más de un año tapado para evitar, en lo posible, el fuego enemigo. Con marzo, se van las trece primeras semanas de un año que parece repetir al que ya pasó, y que nos mantuvo al margen de las grandes experiencias: la familia, los amigos, los bares, los viajes, los festivales de música y los museos. Así fue en Caracas y así ha sido en Milán, donde las restricciones, salvo una semana que me llevó a la experiencia de la montaña nevada, han sido las más estrictas. Me comporto como un pesimista mal informado, cuando creo que aquí, en Italia, las cosas andarán mejor a partir de abril, a pesar del paradójico verso de Eliot, “abril es el mes más cruel”. Y lo sigue siendo para los vivos, no para los muertos. Por desgracia, solo lo contrario se puede decir del país natal donde, salvo una minoría privilegiada, se vive la más humillante de las miserias, y del mes que comienza mañana los ciudadanos apenas si pueden esperar nuevas desgracias.

Ungaretti & Cavafy

El destino, que en ocasiones es generoso con los hombres, quiso que en la misma ciudad coincidieran dos de los poetas más notables del siglo XX. La ciudad es Alejandría, un mito como el de Troya, propicia para los grandes encuentros entre italianos y egipcios desde Julio César y Cleopatra. El que refiero ahora es el que se produjo, de manera reiterada, en una mesa del café del boulevard Ramleh de la ciudad de Alejandro. Los protagonistas fueron Constantin Cavafy, el vate greco-egipcio, y el poeta egipcíaco-italiano Giuseppe Ungaretti. En una prosa de 1957 el italiano evoca estas reuniones. No lo menciona esta vez, pero con ellos seguramente un joven libanés nacido en Alejandría y amigo del alma de Ungaretti. Se llamaba Mohammed Sceab. Este es el recuerdo:

(…) el primer grupo al cual me acerqué, mis coetáneos, fue uno al cual servía de órgano la revista Grammata. Nos sentábamos todas las tardes en el café y también lo hacía Constantin Cavafy, al que la crítica de todas partes los incluye entre los cuatro o cinco auténticos poetas del siglo XX. Tenía por lo menos veinticinco años más que nosotros que no pasábamos de dieciocho. Las conversaciones con él fueron para mí un aprendizaje inigualable, para él no tenía secretos su lengua de tres mil años, ni nuestra Alejandría, crisol de civilizaciones… Lo volví a ver en 1932 durante la última visita que realicé a la ciudad. Ya muy golpeado por la enfermedad que habría de acabar con él. Con estoicismo y la firme gentileza de ánimo, que no abandona nunca al verdadero poeta, quiso acompañarme a recorrer los lugares amados. Ya no tenía voz, el incontrolable cáncer había tomado su garganta. Y sus gestos y mirada eran formas de una bellísima luz.

Alice Oswald: Bosques

A la editorial Pre-textos de Luis Santángel 10 (Valencia, España), deben los lectores de lengua castellana el conocimiento (no suficientemente reconocido, lo contario, se podría decir) de Louise Glück, Premio Nóbel 2020. Durante una década, con una obstinación admirable, estuvo publicando los libros de la última Premio Nóbel, en su preciosa colección La Cruz del Sur. En la misma colección, y con la misma clarividencia, han sido los primeros en publicar un libro de Alice Oswald (1966), una de las voces más reconocidas de la poesía británica, y primera mujer en ocupar la Cátedra de Poesía de la Universidad de Oxford.

De su libro Memorial traduje en este diario algunos fragmentos. De Bosques, etc, la colección editada por Pre-textos en 2013, quiero reproducir un par de textos en este cuaderno. Las trabajadas traducciones son de Christian Law Palacín, que he tomado en cuenta al realizar estas dos versiones, aprovechando que, como es de rigor en Pre-textos, se trata de una edición bilingüe.

BUHO

Anoche en la articulación del amanecer
la llamada de un búho abrió la oscuridad

lejos de aquí, a medio mundo de este cuarto

y en seguida yo estaba de nuevo en el bosque,
lista, viendo vistos mis ojos,
oyendo mi escuchar escuchado

bajo un enorme árbol improvisado por el miedo

caían las ramas muertas y entonces una estrella
directa hasta Dios
fundó el bosque y lo fijó

después, hasta que tocó las luces de la ciudad
el en otra parte de un búho se hinchó y preguntó

un par de veces, como si te inclinaras y encendieras
dos cerillas en el viento.

 

CAFÉ SHAMROCK

Anoche pensé que debería pasar
por el café Shamrock, detrás de la tienda.

Un silencio de muerte, sólo yo,
mi servilleta y la taza de té,

estaba pensando en comprar uno de los grabados
en la pared del hombre de Neanderthal

cuando escuché un trémulo gemido, como
los que producirían en el mar el inicio

 de una tormenta o unas ráfagas huracanadas.
Miré espantada mi taza de té.

Para mi horror, había un pequeño bote
de remos hundiéndose en un remolino,

y alrededor del borde una espuma
de olas de té estrellándose en las sombras

que me bebí. De improviso,
una niña gorda bajó hasta el pie de la escalera

y se detuvo, agarrada al pasamanos
y balanceándose.

Milán, jueves 1 de abril de 2021

Hoy, a las 4.45pm, debo acompañar a Alessandro a una iglesia cercana, que es la de Santa Rita, para una actividad relacionada con la fecha de hoy, Jueves Santo. Al parecer, se trata de una reunión donde, en compañía de otros niños que se preparan para la primera comunión (en Italia, estos preparativos se llevan años), tomaran una merienda y recordaran el episodio fundacional de la iglesia cristiana cuando Jesús inventó la Eucaristía. Una ceremonia que los protestantes más sectarios criticaban por sus supuestas connotaciones “canibalistas”, “Coman todos de él (el pan) porque este es mi cuerpo”. Más sensatos los que relacionan la ceremonia con los viejos rituales de vegetación y los sacrificios de jóvenes mamíferos, que eran un desplazamiento simbólico de arcaicas prácticas homofágicas. Yo, mientras, me dedico desde muy temprano a la Pasión según Mateo, siempre en la versión de Karl Richter. Solo otra interpretación es digna de comparación: la Otto Klemperer, de 1959, quien contó con un onírico equipo de solistas: Christa Ludwig, Elizabeth Schwarkopf, Dietrich Fischer-Dieskau, Peter Pears y Nicolai Gedda. En este caso, lo más saludable es escuchar primero la de Otto y luego la del gran Karl Richter, ambas epifánicas. Richter, en la quinta y última de sus versiones, de 1980, se acompañó con el mismo e infalible Fischer-Dieskau, Janet Baker, Peter Schreier, Matti Salminen y Edith Mathis. No obstante, en la que escucho desde 1973 (el registro es de 1971), los solistas fueron Peter Schreier, también aquí de Evangelista, Ernst Scramm, Siegmund Nimgesrn, Helen Donath, Julia Hamari, Horst Laubenthal y Walter Berry (esposo de Christa Ludwig).

Lecturas de la semana mayor

Lo que queda de la pasión y muerte de Cristo es un cuerpo crucificado, torturado, mancillado y vencido. Lo físico como triste recuerdo de su aventura humana. Un saco de huesos coronado, se diría. También fueron mutilados y muertos Osiris y Dioniso, pero regresarían para recuperar sus cuerpos y regresarlos a la gloria. Cristo volverá al suyo solo por poco tiempo. Apenas para un poco de pan y vino con dos de sus discípulos en Emaus, para que dieran cuenta de la verdad de su resurrección, y basta. Sin el cuerpo no hay resurrección y sin el regreso de la muerte no hay dios que valga la pena. En su humillación, es el triunfo final del cuerpo sobre el espíritu. Durante estos días de Semana Santa, la literatura me ha obligado a las experiencias de dos cuerpos también extremos. Uno es el de Dai Wei, el protagonista de Coma en Pekin, un joven comatoso después de un disparo en la cabeza durante la desalmada represión estudiantil de la plaza de Tianamen. Desde su lecho de hierro, Dai Wei nos presenta su cuerpo reducido casi a la nada, como el de Cristo de las Siete Palabras. Como si no bastara, el azar, me puso frente a otra experiencia límite del cuerpo. En efecto, durante mi “guardia”, acompañando a Alessandro en sus video juegos, agarré el primer libro a mano. Se trata de El vizconde demediado, de Italo Calvino, cuyo protagonista, Medardo, vizconde de Terralba, después de ser gravemente herido por una bala de cañón, regresa a su castillo reducido a la mitad de su cuerpo, la otra mitad fue descartada por los cirujanos para salvarle la vida. Todo alrededor se verá, en lo sucesivo, reducido a la mitad, mitad pájaros, mitad peras, una especie de venganza por su reducida condición. Más adelante aparecerá su contraparte. Calvino es el más preciso de los narradores. Su relación de los horrores de la guerra y de las andanzas de aquel cuerpo medio-cuerpo, se me hicieron insoportables después de los primeros capítulos. Así como decidí alejarme por un tiempo de la novela de Ma Juin, he decidido hacer lo propio con la del italiano y dedicarme por un tiempo a Bonanza, la única serie de televisión que vale la pena. Algo en lo cual coincido con Jean-Luc Goddard, y no sólo en eso, también la Odisea, Lang, Moravia, Brigitte y la isla de Capri.


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