Diario literario

Diario literario 2020, septiembre (parte IV): Nadia Boulanger, Velázquez misterioso, Ermanno Olmi, Pasando el tiempo

26/09/2020

Caracas, domingo 20 de septiembre de 2020

Nadia Boulanger & Astrig

Si alguna leyenda es digna de ese nombre en la historia de la música del XX, ésa debe ser Nadia Boulanger. Su biografía, que no es breve, hasta ahora ha estado signada por sus trabajos docentes por la cantidad y calidad de sus alumnos. Durante sesenta años recibió, en sus salones del apartamento familiar en el 36 rue Bullot de París, a más de mil estudiantes todos destacados y algunos, como Pierre Henri, Eliot Carter, Copland, Barenboin, Quincy Jones, más conocidos que otros. De todos ellos, hoy quiero recordar a otros tres: George Antheil, Philip Glass y Astor Piazzolla. Tres compositores que representaron distintas maneras de expresar el inspirado modelo de los maestros futuristas, marcado por la atracción de lo desconocido y la utopía, el culto de la imagen y las experiencias límites, la zona misma que trata el poeta en su poema. A los jóvenes compañeros de Marinetti, el visionario no el bufón, como Russolo, Pratella o Casavola, deben los occidentales el descubrimiento de las infinitas posibilidades de la percusión. Después vendrán todos los demás, desde Varese hasta Henri. Georges Antheil, con su Ballet Mecánico, exploró todas las posibilidades escénicas de esta música. De qué manera Boulanger influyó en el carácter de ruptura de la música de Antheil, Glass y Piazzolla es algo que no sé. Nunca fue muy radical “Mademoiselle”, que es como la conocían, en sus gustos musicales. No asimiló a Schoenberg, Berg o Webern. No se trataba en todo caso de Olivier Messiaen, el preferido por radicales como Varese o Boulez. Entre los nuevos, se limitó a Strawinsky, de quien fue su gran amigo. En un día cualquiera del año que pasó, mencioné en este diario la estupenda grabación que la joven cellista Astrig Siranossian realizó de los Conciertos para cello de Khachaturian y Penderecki. Hablé del lirismo de su sonido, especialmente en una pieza tan compleja y “varonil” como el concierto del gran Aram. Ahora, gracias a la amiga común, Nathalie Tollot-Beaut, me entero de que la firma disquera de Astrig anuncia para noviembre la aparición de un registro que no puede ser más excitante. Con la colaboración en el piano de Nathanael Gouin y el mismo Daniel Barenboin, y con el nombre de Mademoiselle. A Tribute to Nadia Boulanger, incluye las siguientes obras: las muy líricas Tres piezas para cello y piano de “Mademoiselle”, con su melancólica belleza y su nostalgia por todo lo perdido, que incluye la de su hermana, compositora e intérprete también, muerta a los veinticuatro años. La tristeza de los primeros movimientos, con su algo o mucho del mundo de Proust y Fauré, será seguida por un allegro que refiere la fascinación de la vida urbana, con sus secuencias rítmicas que recuerdan los Broadway de Mondrian, realizados mucho después. El álbum es complementado por El gran tango, de Piazzolla; la Suite italienne, de Strawinsky; la Sonata para cello y piano, de Eliott Carter; Tissue No. 7, de Philip Glass; de Michel Legrand, su Medley para cello y piano, para terminar con Soul Bossanova, de Quincy Jones. Difícilmente un elenco más brillante para rendir un homenaje a Boulanger que en manos de Astrig Siranossian; seguramente será una ocasión memorable.

Las Hilanderas. Diego Velázquez. 1656

Caracas, martes 22 de septiembre de 2020

Velázquez el misterioso

Pocos artistas con más secretos que Velázquez. Zonas oscuras que van desde lo biográfico a lo puramente creativo. Lo primero es tan inquietante como lo segundo. Que hacía el gran maestro en palacio entre uno y otro retrato de la familia real que, por desgracia, no fueron muchos. Nunca fue el sevillano un Rubens quien, en los ocho meses de su estancia madrileña, realizó, entre otras cosas, cincuenta bocetos para una colección de mitologías. La parsimonia de Velázquez exasperaba incluso a su soberano, quien, en carta a una de sus consejeras, se quejaba de que el pintor “lo había engañado más de mil veces”. Y si engañaba al “Rey planeta”, ¿qué podían esperar el resto de los mortales? En esto, en lo secreto, no en lo incumplido, recuerda a Shakespeare que no dejó nada escrito para conocer de su vida fuera de las tablas. No fue muy explícito Velázquez y tampoco lo fueron sus biógrafos de la era franquista; los cuales hicieron lo posible para disimular, más bien ocultar, que, durante sus segundos años en Roma, se había amancebado con una joven italiana, con la cual tuvo un hijo, y que ella debe haber sido la modelo de su Venus, y al volver a España se olvidó de ellos para siempre. Todo pintor se pinta siempre a sí mismo, decían los viejos teóricos italianos. De una figura tan enigmática no se podía esperar un arte diáfano, como el de Rafael o Murillo. Aunque es probable, como reconoció el profesor Jonathan Brown después de décadas estudiando la obra, que en Las meninas no haya ningún misterio, nuevas generaciones de estudiosos seguirán analizando la tela hasta aclarar lo que no puede ser aclarado. Lo mismo con Las hilanderas, sobre la cual se han escrito artículos tan inteligentes como refutables. La razón es que se trata de responder la pregunta equivocada. El asunto no es qué quiere decir la obra, con las acostumbradas alusiones a Metamorfosis,  para llegar a conclusiones tan vagas como los hilos de la rueca, sino por qué Velázquez, que conocía a Ovidio desde sus tiempos como alumno de Pacheco, escogió esta mitología y no otra. ¿Qué fue lo que tanto le impresionó del lamentable cuento de la pobre Aracne, víctima del abuso de autoridad de la implacable Minerva? Tanto habría de atraerlo que una versión del mito, basada en Rubens, aparece en Las meninas, su supuesto testamento. Sólo seis mitologías pintó Velázquez, ocho si incluimos las de Meninas, de las cuales dos reiteran el mito de las jóvenes tejedoras convertidas en arañas, ambas ejecutadas al final de su carrera.

Fotograma de La leyende del santo bebedor. Ermanno Olmi (1988)

Caracas, miércoles 23 de septiembre de 2020

Una joya olvidada

Ermanno Olmi es digno de los mejores recuerdos. Al gran realizador neorrealista italiano, nacido en Bérgamo, no lejos de Milán, pero de antepasados campesinos, le debo dos experiencias cinematográficas memorables: la conmovedora El árbol de los zuecos y la inquietante La leyenda del santo bebedor, con Rutger Hauer, basada en la conocida historia de Joseph Roth. No debe ser casual la escogencia de la narración de Roth. El estilo narrativo de Olmi tiene la sencilla elegancia de la prosa del austríaco, su claridad e inteligencia. La convicción que nos queda de que no se podían narrar los episodios de una mejor manera, algo que no siempre ocurre ni con escritores ni directores. Lo lograron, entre los primeros, Tolstoy o Joyce; entre los segundos, John Ford o Antonioni. A pesar de mis deudas con Olmi, muerto en 2018, han sido muchos los años pasados sin que volviera a sus películas. Esos descuidos que nos llenan de rabia y vergüenza. Así las cosas, hasta que hace un par de días, advertido por mi sobrino  Luchino, cuyo profesor en la Universidad de Nueva York hizo de la película de Olmi objeto de análisis, he podido ver con admiración Il posto, estrenada en 1961, con guion del mismo Olmi y Ettore Lombardi, y elocuente fotografía de Lamberto Calmi. Fue reconocida en Venecia con el Premio de la Crítica. La película cuenta la historia del jovencito Domenico, quien tuvo que dejar los estudios para buscar trabajo en la Milán del llamado “sorpasso”, que es como le decían a la demorada reactivación económica de la Italia de la posguerra, el país que, aún más que Alemania, fue sometida a los “desastres de la guerra” (fue tanta la devastación que, cuenta Malaparte, un general norteamericano, al cual sirvió de guía, se disculpó por la destrucción del Coliseo). Efectivamente, después de ser sometido a humillantes pruebas psicotécnicas, Domenico consigue trabajo como ayudante de conserje, para luego ser “ascendido” a burócrata de ínfima clase, cuyo destino final, antes de la jubilación, sería la primera fila de humildes burócratas de una corporación eléctrica. Ominosamente, se nos hace saber que la vacante que va a ocupar Domenico estuvo ocupada por un trabajador aspirante a escritor que se suicidó. La cinta es puro Olmi, sin los excesos de pathos que en ocasiones recorre el mundo neorrealista. Una de las grandes películas del cine europeo de la década dorada de los años sesenta, una joya injustamente olvidada.

Caracas, jueves 24 de septiembre de 2020

Nuevos poemas de Pasando el tiempo:

ALONDRA

La vida
quiere ser
redonda
y cruzar
el cielo
con la
dulzura
de la alondra.
La vida
vuela
con miedo
hacia
el borroso
horizonte,
cada día
es una estrella
que se va
sin decir
dónde.

*

ARENA 

Solo
tu cuerpo
blanco
en la noche
sin pasos.
Y bajo el techo
raso,
donde no hay
estrellas,
tu piel
de miel y arena,
retrasa del tiempo
su fatal
carrera.


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