Diario literario

Diario literario 2020, octubre (parte II): Schumann; Cratchley: La muerte de los filósofos; Los griegos y nosotros; Louise Glück

10/10/2020

Caracas, domingo 4 de octubre de 2020

Schumann

Retrado de Robert Schumann realizado por Adolph von Menzel | Wikimedia Commons

Nada más luminoso, en medio de las oscuridades del romanticismo alemán, que los primeros tres minutos del único Concierto para piano de Schumann; que escucho esta mañana gracias a Radio Classique, en la olvidada versión de Arthur Rubinstein registrada en 1958, bajo la dirección de Josef Kripps, para RCA en su entonces novedosa serie “Living Stereo”. Recuerdo que fue mi padre uno de los primeros, en aquella Valencia tranquila y armónica, en adquirir un equipo de sonido estereofónico. Era un acontecimiento familiar cada vez que llegaba a casa con sus bolsas de “La Electrónica” (una notable tienda  de música clásica) y sacaba los discos recién comprados con sus vistosas portadas de casas como DGG, RCA, CAPITOL, ANGEL o ARCHIVE. Por razones que desconozco, nunca estuvo en esas adquisiciones la versión del Schumann por Rubinstein, a pesar de ser uno de los pianistas más queridos por mi padre, quien atesoraba sus Conciertos para piano, de Beethoven. Es cierto que los lieder de Schubert son la esencia del romanticismo, con sus desgarramientos y visionaria escritura, pero estos tres minutos de Schumann son de una irrepetible luminosidad. Un esfuerzo sobrehumano por parte de un hombre que terminaría sus días hundido en las sombras de la demencia. En este momento, en otra emisora, Radio Classica Milano, la imponente Fantasía en re, en la versión juvenil y sonora de Yuri Gregorich. Sigo siendo fiel a la versión de Claudio Arrau de esta partitura, el más filosófico de los intérpretes del XX. El chileno no toca a Schumann, lo piensa.

 

Caracas, lunes 5 de octubre de 2020

La muerte de los filósofos

Detalle de La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio, que muestra a Heráclito | Wikimedia Commons

El profesor británico de la querida New School for Social Research, Simon Critchley, reúne buena parte de los atributos necesarios para ser un buen pensador. Cantante de rock frustrado, activista radical sin seguidores y mal poeta. Al final, lo esperaba su destino que era ser filósofo. Uno de los libros más difundidos de su amplia bibliografía es El libro de los filósofos muertos, una colección de 200 pequeñas biografías de autores de las más distintas tradiciones y confesiones: “La principal ambición de este libro es mostrar cómo a menudo la obra más importante de un filósofo es su manera de morir”. El cronista que reseñó el volumen para The Guardian hizo una selección de las diez que le parecieron más ilustrativas, estas son las primeras cinco:

  1. HERÁCLITO (540-480 aC). De acuerdo a sus instrucciones, murió cubierto con excremento de ganado confiando en sus propiedades curativas. La causa de muerte varía según la tradición. Ahogado en la pestilente materia, o de insolación cuando el excremento se solidificó y lo paralizó bajo el intenso sol de Efeso.
  2. DIÓGENES (m.320 aC). O bien por comer pulpo crudo en mal estado o por suicidio conteniendo la respiración.
  3. CRISIPO (280-207 aC). El más grande de los estoicos fue víctima de un vino dulce que tomó sin diluir en agua. Otros la atribuyen a un ataque de risas de fatales consecuencias.
  4. AVICENA (980-1037). Murió a los 58 años, a consecuencia de los repetidos enemas que ulceraron sus intestinos. Según su biógrafo, Al-Juzardi, el gran Avicena fue envenenado con opio por un ingrato sirviente que lo había robado.
  5. TOMÁS DE AQUINO (1224-1274). A pesar de no haber superado los efectos de una crisis mientras oficiaba en Nápoles el 6 de diciembre de 1273, que algunos atribuyeron a los efectos de una intensa epifanía y otros más incrédulos a un ACV, Tomás fue convocado por el papa al Concilio de Lyon. Moriría antes de llegar, víctima de las heridas producidas por una rama caída de un árbol del camino.

 

Caracas, martes 6 de octubre de 2020

Fotografía de Simon Critchley | Todd Kesselman | Wikimedia
Commons

Sigo en “Situación Cleo” ante el retraso en el envío de los resultados de mis radiologías de ayer. Hasta ahora sólo conozco los referidos a la cabeza donde se confirma que todo anda bien, pero aún falta todo lo demás, que no es poco.

Crichtley y la tragedia

A Critchley debemos también un excitante estudio sobre el teatro griego, La tragedia, los griegos y nosotros, donde ofrece una visual no del todo ortodoxa sobre el resbaladizo asunto. Un novedoso acercamiento que no excluye las alusiones a protagonistas contemporáneos de la cultura popular (David Bowie, p.e.) o los nuevos medios de comunicación virtual. El lenguaje del autor mantiene una prudente distancia del modo académico, y acude a la expresión de su propia emocionalidad más cerca de Nietzsche que de Willamowitz:

Mi pretensión al reflexionar sobre la tragedia y sobre lo que denominaré la
“filosofía de la tragedia” es hacer extensiva una invitación al lector,
animándolo a ser parte de este “nosotros que la tragedia antigua se encarga
de desafiar y poner en tela de juicio. Dicho de otro modo: cada generación
tiene que reinventar a los clásicos. Creo que es responsabilidad de cada
generación implicarse en esta reinvención. Y esta actitud es la opuesta a
cualquiera conservadurismo cultural en cualesquiera de sus diversas formas. Si
no aceptamos esta invitación corremos el riesgo de quedar estupefactos
ante el presente y de arremeter sin freno alguno contra el futuro… Considero
esta lectura (de los clásicos) como la responsabilidad ineludible de cada
generación: ir al encuentro de un pasado profundo y desconocido que nos
diga algo acerca del presente y que nos contenga, aunque sea momentáneamente
frente al empuje irresistible del futuro. Si una de las cristalizaciones de la
ideología en nuestra sociedades pasa por el rechazo al pasado mediante la
producción incesante de novedades, entonces puede decirse que la tragedia
nos proporciona un recurso duradero y eficaz para una crítica de esta
ideología; crítica que, como mínimo, abre a la imaginación un abanico
alternativo de posibilidades humanas.

 

Caracas, jueves 8 de octubre de 2020

Louise Glück

Louise Glück en la ceremonia de los National Book Awarsa en Nueva York en 2014. Fotografía de Robin Marchant | Getty Images | AFP

Apenas media hora después del anuncio de la concesión del Premio Nóbel a Louise Glück, Ricardo Alfredo Bello, desde Sevilla, me hace llegar sus Poems 1962-2012, A Village Life  (2009), Averno, una de sus colecciones más reconocidas, y el cuidadoso estudio del profesor Daniel Morris, The Poetry of Louise Glück. Esta vez, la Academia Sueca escogió de manera inobjetable. En el fondo, se trata de un reconocimiento inexplicablemente (es una de las tradiciones de la Academia) postergado a la poesía norteamericana contemporánea, una de las mejores, más ricas y novedosas tradiciones líricas después del XIX. Con la excepción de T.S. Eliot (ese brillante híbrido anglo-USA), fueron reiteradamente ignorados los nombres de esas cumbres de la poesía universal que son Ezra Pound, Wallace Stevens, Robinson Jeffers, William Carlos Williams, Marianne Moore, Louis Zukofsy, Carl Rakossi, Allen Tate, Robert Lowell, Anne Sexton, John Ashbery, Mark Strand, Philip Levine, Charles Wright o W.S. Merwin, para mencionar sólo a algunos.  Bob Dylan no se cuenta en este grupo. He frecuentado la poesía de Glück y la he admirado con altibajos desde hace unas tres décadas. En ocasiones me aleja de ella la escogencia de una dicción alusiva y oscurecida, y regreso cuando la claridad expresiva e imaginista modelan la comunicación poética, como en A Village Life. El primero de sus libros que compré fue House of the Marshland donde no era disimulado un prudente distanciamiento del confesionalismo extremo del último Lowell o la primera Plath. La suya es la cuarta generación de poetas norteamericanos del XX, tan interesante y rica como las otras tres. Recuerdo la emoción que me produjo la aparición de su Vita Nuova en la vitrina de la legendaria librería Gotham Books Mart de la calle cuarenta y cuatro de Nueva York. El título hacía referencia a la nueva vida que se le abría después de su divorcio. Enseñé su poesía en diversas ocasiones en la Escuela de Letras y varios integrantes de esos cursos se dedicaron a traducir sus poemas, como la poeta Beverly Pérez-Rego a la cual debemos la publicación de una estupenda selección de su poesía. También en España Glück, esta vez, ha sido afortunada. Desde 2008, por lo menos, la editorial Pre-textos ha venido publicando, en cuidadas versiones, los mejores de sus libros. Lo que sigue es una mínima selección de este afortunado proyecto editorial:

 

La decisión de Odiseo

El gran hombre le da la espalda a la isla,
su muerte no sucederá en el paraíso,
ni volverá a oír
los laudes del paraíso entre los olivos,
junto a las charcas bajo los cipreses.

Da comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez
ese latido que es la narración del mar,
cuando su atracción es más fuerte.
Lo que nos trajo hasta aquí
nos sacará de aquí; nuestra nave
se mece en el agua teñida del puerto.

Ahora el hechizo ha concluido
Devuélvele su vida,
mar que solo sabes avanzar.

(de Praderas,1996. Trad. Andrés Catalán. Pre-Textos 2017)

 

El vestido

Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación.
Sedienta, siguió adelante.
Crispada, no por la soledad sino
por la desconfianza,
el resultado de la violencia.

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;

el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?

Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido
demasiado grande para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.

(de Vita Nova 1999. Trad. Mariano Peyrou. Pre-Textos 2014)

 

Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas.
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero con mi hermana la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche
de mi madre a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos
junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es a veces muy caluroso,
y a veces un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, tan solo en un día,
eran tan frágiles…

(de Ararat, 1990. Trad. A. Gragera López. Pre-Textos 2008)


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