Diario literario

Diario literario 2020, noviembre (parte II): El saxo de Debussy

Miuccia Prada. Fotografía de Anne-Christine POUJOULAT | AFP

14/11/2020

Milán, lunes 9 de noviembre de 2020

El saxo de Debussy

A las 5:40 a.m., sin los bancos de niebla de otras madrugadas, una rara música que no logro identificar en Radio Classica. Quiero decir que no había escuchado antes porque raramente logro identificar lo que escucho. Lo que me parece inusual es que se trate de una composición para saxo y orquesta, un saxo alto hasta donde entiendo. Es primera vez que escucho una partitura para este metal generalmente identificado con música de jazz. Espero que termine, no demasiado impresionado, para que el programador diga que se trata de la Rapsodia para saxo y orquesta de Claude Debussy, cuya Rapsodia para clarinete es justamente reconocida. De acuerdo con la información transmitida por el locutor, lo que animó al francés, en 1901, a escribirla fue el dinero de una rica bostoniana fanática del instrumento. La buena dama, me enteré luego, a pesar de ser ella misma música, olvidó que “música paga no suena”, un acierto que parece pensado para Debussy quien, después de dieciocho años de promesas, murió sin cumplir el encargo, que fue finalizado por uno de sus discípulos. Por lo demás, “el caso no agrega nada a la diadema de las musas”. 

Milán, martes 10 de noviembre de 2020 

Inteligencia artificial y Miuccia Prada

Mientras, como en etapas que creímos superadas a comienzos de los ochenta, los países del meridiano se hunden fatalmente en el atraso cultural y tecnológico y sus líderes, en la mejor tradición bananera, vuelven a hacer de la corrupción el signo de sus gestiones. Y los intelectuales parecen convencidos de que el XXI es el XX, que, en el fondo, no es más que una extensión del XIX, las regiones planetarias septentrionales, incluso en medio de una pavorosa pandemia, se ocupan de reflexionar sobre las consecuencias de un impredecible desarrollo tecnológico. Las inversiones de talento y dinero, en sumas no calculables, van dirigidas a precisar los alcances de la inteligencia artificial en el destino de la ciencia, el arte y la cultura. La conclusión más temprana es que la IA es una fatalidad, algo inevitable. Miuccia Prada es la conspicua presidenta de la Fondazione Prada, la cual, con sus sedes en Milán y Venecia, y bajo la tutela del lamentado Germano Celant (coronavirus a sus activos ochenta) ha dedicado sus holgados espacios, durante los últimos quince años o más, a explorar y exponer lo más excitante de la plástica contemporánea. Cuenta esta típica soixante-huitard, en una entrevista de hace un par de días para Il corriere della sera, que fue, efectivamente, durante lo que ya se conoce como el “primer confinamiento”, que se dio cuenta de la necesidad de orientar los generosos recursos de la Fundación a estimular una discusión sobre la urgente cuestión de la inteligencia artificial. No es una vocación científica lo que ha caracterizado las actividades de la brillante y culta diseñadora, formada en los ambientes literarios de Milán y Nueva York. No obstante, la presión de los desarrollos de tecnología la ha animado a emprender un proyecto de largo alcance que ha llamado Human Brains (cerebros humanos). A tal efecto ha convocado un brillante grupo de científicos e intelectuales para organizar un simposio por internet que, a lo largo de siete días, se dedicará a considerar los alcances de la IA. En la primera fase del proyecto, “Cultura y conciencia”, los invitados se ocuparán de discutir lo que todo intelectual debería discutir cuando entienda que el siglo XX, como diría Borges, se parece cada vez más al XIX y que el siglo XXI no es el futuro, sino el presente:

Desde hace años he venido pensando en un proyecto centrado en la ciencia. La dificultad es abordar el pensamiento científico en una institución creada para las artes visuales. Me dirigí a Massimo Cacciari que me ha ayudado a entender por dónde comenzar. Me señaló la neurociencia como un asunto crucial del presente y el futuro… Se trata de un proyecto que ninguna institución dedicada a las artes visuales había hecho hasta ahora. Aun con un éxito parcial, el intento habrá valido la pena. Porque la Fundación debe ser útil de algún modo y estar vinculada al mundo actual. La cultura no es una flor en el hojal, sino algo que te sea útil en la vida. Hoy la cultura es cuestionada, las élites culturales son vistas como enemigas del pueblo. Pero nosotros queremos ayudar al público a acercarse a la ciencia…

La inteligencia artificial es el tema más interesante del futuro. Hoy en día el celular es una extensión de nuestra mano y nuestra mente, es como andar siempre con una enciclopedia.

En el futuro, bastará con insertar un chip en nuestro cuerpo para saber todos los idiomas. Es algo que a mi generación le da pavor. El problema es cómo administrar esta revolución. Peligrosa, pero útil… Crecí en un mundo relativamente pequeño: blanco, europeo, norteamericano. Y estoy envejeciendo en un mundo global, al cual se suman centenas de países, etnias, culturas y religiones. Todo está conectado… Crecimos en la dialéctica de los patrones y la clase obrera, hoy el poder se dispersa en miles de vertientes.

Las actividades del Simposio serán desarrolladas en colaboración con un comité presidido por el notable neurólogo Giancarlo Comi e integrado por nombres como Jubin Abutalebi, Massimo Cacciari, Viviana Kasam, Udo Kittelmann, Andrea Moro o Daniela Perani.

Milán, miércoles 11 de noviembre de 2020

Un país en la niebla

A las 6:30 a.m., desde las ventanas del apartamento, la vista de un muro sólido, como el concreto armado y tan impenetrable, de gris niebla asfixiante y paranoide. Una buena amiga, cuya amistad es tan resistente que ha soportado la lectura semanal de estas notas, me escribe, después de leer unas de mis reiteradas alusiones a la neblina milanesa, para decirme que no de otra manera se encuentra el país natal. Una nación sin horizonte ni porvenir. Nada se mueve, salvo el destierro que sigue siendo el destino escogido por millones de compatriotas. “Aquí no se ve nada, querido profe, sólo niebla”. En Milán, la niebla comienza a disiparse a media mañana. En Venezuela, el asfixiante gris del horizonte no hace sino crecer e invadir la conciencia colectiva. Noche y niebla (Nuit et brouillard, “Nacht un Nebel”), como escribió el poeta Jean Cayrol para referirse a los exterminios nazis. 

Hedy Lamarr. Fotograma de The Heavenly Body. 1944

Hedy Lamarr y la inteligencia artificial

En el mismo periódico donde se publicó la entrevista a Miuccia Prada, varias reseñas sobre títulos recientes dedicados a la inteligencia artificial: uno del jurista Frank Pasquale, New Laws of Robotics. Defending Human Expertise in the Age of AI (Harvard University Press, 2020), y otro coordinado por Stefano Quintarelli: Intelligenza Artificiale. Cos’è davvero, come funziona, che effetti avrá (Bollati Boringhieri, 2020). Para el primero no me siento preparado; del segundo, que recibí ayer, apenas he leído el primer capítulo, donde se le hace un reconocimiento a Markey Kedi Kiessler, conocida para el mundo como Hedy Lamarr, la hermosísima beldad de Éxtasis (1933), donde protagoniza, haciéndole honor al título del film, el primer orgasmo y los primeros desnudos del cine. Pero no son estas apariciones inolvidables las que justifican el homenaje que abre el volumen preparado por Quintarelli. Entre un matrimonio y el otro (seis de ellos), una fuga hitchcokiana de su primer marido, seis divorcios y no menos de treinta cintas casi siempre dignas del olvido. Hedy dedicó su tiempo a la invención, al lado del también genial músico futurista George Antheil, de un sistema de guía inalámbrica de torpedos lanzados por submarinos; el que iba a ser el primer, y muy avanzado,  proyecto de inteligencia artificial, a partir del cual se iban a elaborar los actuales GPS y el WiFi. Incapaz de entender el alcance del invento de Lamarr, el ejército norteamericano, en una de sus reiteradas muestras de estulticia, archivó el proyecto que sería sólo rescatado y aplicado durante la crisis de los misiles cubanos de 1963. El invento Lamarr/Antheil, patentado en 1942, precede a los de Alan Turing, otro de los padres fundadores de la IA.

Vino y pecado

Mi vida
son los vasos
de vino
que contigo
he compartido;
el pecado nuestro
ha sido
no haberlo
hecho
más seguido.

Bernart de Ventadour. Ilustración del S. XII. Autor desconocido

Milán, jueves 12 de noviembre de 2020

El pajarito de este edificio no es tan madrugador como el de mi calle en Caracas. Si aquel, desde la 5:30 a.m., está cantando, esta alada criatura milanesa comienza su labor solo hacia las 6:30. También es verdad que el sol perezoso del otoño se demora más en hacer su aparición. El canto también es diverso, si más alegre el suramericano, el de aquí es más agudo, menos sinfónico si se quiere, casi monocorde y vertical, como las estalactitas de alguna cueva alpina. El rostro de aquel lo imagino como un Pico de Plata o una privilegiada Reinita, el de aquí no tengo idea. Quiero imaginármelo con el nada refinado plumaje pero altivo porte de una alondra, ave oficial del poeta moderno desde que, en el Renacimiento del siglo XII provenzal, el gran Bernart de Ventadour le dedicara sus famosas endechas, cuyos primeros versos, escritos en langue d’Oc son estas:

Can vei la luzeta mover
de joi sas als contra l. rai,
que s’oblid e. s. laissa chazer
per la doussor c’al cor le vai,
Ai! tan gran enveya m’en ve
de cui qu’en veya jauzion,
meravilhas, ai car desse
lo cor de diezier n m.fon. 

“Cuando veo la alondra mover
de alegría sus alas contra el sol,
que se olvida de todo y se deja caer
por la dulzura que siente en el corazón,
me da tanta envidia
de ver a alguien tan contento
que me maravillo de que mi corazón
en ese momento de deseo no se detenga”.

Este monumento de la poesía occidental fue de los pocos cuya partitura, como corresponde a toda la lírica trovadoresca hecha para ser escuchada y no leída, se ha conservado. Recuerdo una grabación gloriosa de esta, y otras composiciones, registrada por DG, en su colección Archives, a mediados de los sesenta del novecientos. Una experiencia memorable. Mucho después, el siempre inspirado Percy Shelley, le dedicará una emocionada oda a la alondra.

A las 4:45 p.m. camino por la terraza y me llega un sonido familiar que no sincronizo con esta hora del día, cuando se viven los últimos quince minutos del tímido sol de este jueves de otoño. Pronto me doy cuenta de que se trata del canto de mi pajarito madrugador, lo que me confirma que se trata del mismo que cantó el gran Bernart, la alondra que en ocasiones me despierta a las 6:30 a.m. Es un atributo de la alondra ser el primero de los pájaros en emitir su música, justo antes de la salida del astro rey, y el último en hacerlo para acompañar el tramonto. No puedo menos que sentir la misma envidia del gran trovador, y  poder volar, como la alondra, para sentir cómo el corazón en estos tiempos de indigencia se me llena de dulzuras.

Milán, viernes 13 de noviembre de 2020

La alondra, a la cual me referí ayer con tanto fervor, parece que decidió acogerse a la cuarentena y se quedó hoy en su casa, porque desde las 6:20 a.m. estuve listo para saludarla y me dejó con pocillo de café en la mano. Espero verla más tarde, antes del ocaso, si es que se atreve a salir, para averiguar que la mantuvo lejos de sus deberes cotidianos. También es verdad que la crónica ausencia de sol de estos días no es muy estimulante e inútil si, como dice el poeta provenzal, quisiera mover “de joi sas als contra l.rai”.

Paura

Este fonema de oscuras resonancias, paura, es el que utiliza el italiano para nombrar el miedo. Con 37978 nuevos casos en Italia, de los cuales 9291 corresponden a Lombardía, la región de la que Milán es capital, y con pronósticos nada alentadores, no es otra cosa sino paura lo que siento en estos días. Una experiencia no desconocida durante los siete meses de encierro en Venezuela, pero que aquí se ha hecho más inmediata, más “el próximo puedes ser tú”. Una percepción que se hace agobiante al considerar la situación de alto riesgo de las personas de mi edad. Hasta ahora las autoridades italianas no han acudido a la cuarentena radical de la primavera pasada a pesar de las cifras. Que registraron ayer 636 fallecidos y contando. Y acercándose a los impensables, e impensados, 969 del 27 de marzo. El “lockdown”, como se empeñan en llamarlo ahora, permite que Alessandro vaya a su colegio a recibir sus clases de tercer grado, y que Constanza haya salido a su trabajo después de dos agobiantes (trabaja en Astra Zeneca) semanas de labor a distancia. Mis salidas, limitadas a buscar cerveza en un mercado cercano y los domingos al puesto de periódico a comprar La lettura, el estupendo papel literario de Il corriere della sera. Es de esperar, es lo que todos aquí esperamos, que esta vez el virus adopte una conducta similar a la de meses pasados cuando, después de un mes de “plateau” comenzó a disminuir su virulencia. En aquella oportunidad, se tomó alrededor de un mes. Un mes, como se sabe, es mucho menos que treinta días, cada uno de los cuales con sus veinticuatro largas horas en las cuales todo puede suceder.


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