Literatura

Diario literario 2020 (noviembre #4): Goethe immer; pasando el tiempo; Bruno Snell; Opus 132; Thanksgiving

28/11/2020

Milán, lunes 23 de noviembre de 2020 

Días de luminoso otoño después de varias jornadas atrapado en la niebla milanesa. También en Roma, el tiempo se muestra espléndido, de acuerdo a las fotografías enviadas por la amiga Marcella Filippi, mi impecable traductora al italiano. No es comparable a la de Roma esta luz prealpina de Milán, pero es que pocos espectáculos comparables a la dorada luminosidad de la urbe. Este es el mejor tiempo, también, para la cristalina luz del valle de Caracas, una luz de exquisita transparencia. No pocas veces la luz de la capital venezolana recuerda  la que encontró Bernal Díaz del Castillo, “Insigne conquistador de América”, cuando, acompañando a Hernán Cortez, se asomó sobre la planicie de Teotihuacán y, con fortuna, la llamó “la región más transparente del aire”. Escribo estas líneas a las 4.45 pm, hora de la puesta del sol. Ya los días del hombre son dramáticamente cortos, pero en este hemisferio durante el invierno la brevedad alcanza dimensiones trágicas.

Goethe en Sicilia

Durante la crisis “existencial” que me llevó a dejar los estudios de medicina cuando debía comenzar el quinto año, y de abandonar, por vergüenza, sin que nadie me lo pidiera, la casa paterna, y de vivir un par de semanas a cielo abierto, alternando sitios para dormir que incluyeron noches en el húmedo y frío prado del parque Los Caobos de Caracas, otras en la fundaciones de la torre Phelps, de la misma ciudad, en plena construcción, y donde un solidario obrero con su casco amarillo, me despertaba con un humeante cafecito de su termo todas las mañanas; otras a escondidas (siempre son descubiertos) como polizón en la residencia de un amigo pintor, y por fin en el apto de la amiga de mi hermana, de donde tuve que salir precipitadamente por los celos de su compañero.

Después esas dos o tres semanas de Hades, encontré refugio para mi psique confundida en el apoyo de mi novia; en la amistad protectora de Eugenio Montejo y en la lectura de Goethe. Ante lo que para mi familia y amigos constituía un asalto a la razón, la racionalidad del poeta de Frankfurt estimulaba un necesario equilibrio a aquel desorden juvenil. Una escogencia que se ha mantenido y que se materializó, por aquellos años, en la monografía que preparé durante mis primeros semestres en la Escuela de Educación. Un trabajo que la estulticia de un docente convirtió en pérdida irreparable al extraviar la única copia. Allí comentaba las obras de Goethe que había alcanzado a leer; Clavijo, Egmont, Gotz, Herman y Dorotea, Tasso, Ifigenia, Afinidades electivas, Werther, los dos Fausto (la primera parte también en francés en la diáfana traducción de Nerval); el Ur-Fausto, la primera parte de Wilhelm Meister y los primeros capítulos de su estupenda Teoría de la Luz. Además de las mejores expresiones de su poesía lírica: el Diván, las Elegías romanas y sus dos últimas Elegías. Nada, por desgracia, de su Correspondencia, pero sí buena parte de Vida y poesía y su insoslayable Viaje a Italia; y, a instancias de Eugenio, el tesoro de sus Conversaciones con Eckermann, en la edición pulcra pero incompleta de Clásicos Jackson. Desde entonces, Goethe ha sido uno de mis escritores como para otros es Voltaire o Proust o Tolstói. Homero, Shakespeare y Goethe, si tuviera que escoger tres autores.

Goethe. Pintura de Joseph Karl Stieler

Recuerdo al ministro de la corte de Weimar a propósito de Peter Stein. Y en verdad que pocos dramaturgos le han dedicado tanta atención a la obra del gran poeta como Stein. En 2000, por ejemplo, presentó su versión de Fausto que, nada raro en Stein, se extendió durante veintidós horas repartidas en dos días. En esta oportunidad, presentará, en el próximo Festival de cine de Torino, su documental, Tras las huellas de Goethe en Sicilia, escrito por su sobrino, más comedido, que se extiende apenas por noventa minutos. “En Sicilia”, de acuerdo con el influyente director de escena (su Don Carlos de hace un par de años para la Scala es un montaje memorable), “Goethe busca el sentido de su misión como artista. Allí piensa encontrarse con la propia Grecia. Su mirada está dirigida sobre todo al pasado. No es que lo moderno no le interese, pero necesitaba una imagen concreta de lo clásico para lograr su propósito de renovar el arte y la literatura. Quiere encontrar a Grecia en Sicilia, no solo el arte sino también la naturaleza, paisajes como aquellos donde Homero recontó sus historias. El primer encuentro con Magna Grecia es traumático. La primera etapa en Pestum fue una desilusión, nada que ver con su ideal. Solo en Agrigento, delante del templo de la Concordia puede escribir que se encontraba a gusto. Taormina fue como una epifanía, no le interesan tanto los restos como el paisaje en el cual está construido el teatro”. Como decía Susan Sontag: con Goethe “everything goes well”. Y más que nunca en el caso del teatro griego de Taormina, un escenario mítico, sagrado, con el cerúleo Mediterráneo a la izquierda y las cumbres nevadas del humeante Etna en el centro.

Milán, martes 24 de noviembre de 2020

Bruno Snell

Estupendo ensayo de la profesora Brooke Holmes (Princeton) sobre The Discovery of the Mind (“El descubrimiento del espíritu”, no recuerdo el título de la edición castellana), el discutido, esclarecedor, a ratos iluminado y siempre influyente tratado de Bruno Snell, un clásico de los estudios de origen del pensamiento occidental, y uno de los volúmenes que no dejaría atrás en caso de una hecatombe. En las primeras líneas de su estimulante trabajo, Holmes se detiene en la gestación del famoso tratado:

Die Entdeckung des Geistes de Bruno Snell fue publicado en 1946 en Hamburgo,
producto de un escalofriante período en la historia alemana. El capítulo sobre
“el origen del pensamiento científico” apareció en el Philosopher Anzeiger en
en 1929, mientras se profundizaba la crisis de la República de Weimar y el nacional-
socialismo estaba en auge. Para finales de 1945 Hitler había muerto y
Hamburgo estaba en ruinas después de la tormenta de fuego de la Operación
Gomorra. Ese mismo año, Snell asumió el cargo de vice-decano de la Facultad
de Filosofía de la Universidad de Hamburgo. En medio de este escenario
podemos ver porqué aspiraba que su libro fuese el fundamento de un sentido
de comunidad para una Europa reunificada que pudiera levantarse de las
cenizas de la Segunda Guerra Mundial y dejar atrás criminales nacionalismos
buscando una herencia común en la Antigua Grecia. 

Siempre me ha parecido el libro de Snell uno de los pocos acercamientos inevitables a la hora de entender algo tan resbaladizo como la civilización griega, sobre la cual desconocemos todo o casi todo, en el cálculo de distraídos optimistas. Holmes no deja de referirse a las numerosas, y a veces irrefutables, críticas que se han hecho a las tesis del profesor de Hamburgo. Pero reconoce, y esto es difícil de cuestionar, que Lo irracional y los griegos de E.R. Dodds y El descubrimiento se complementan en sus variados puntos de vista sobre la “cuestión” griega. Un asunto, la Antigüedad clásica, que nos obliga a pensar en el buen San Jerónimo, cuando decía que el problema de la existencia de Dios es como una anguila, que mientras más se aprieta más rápido se nos escapa de las manos.

Opus 132 

En Radio France Musique, la tercera y más exquisita de las radios que me proveen de música clásica por lo menos veinticuatro horas al día (la dosis recomendada por psiquiatra para mi latente neurosis), un fragmento musical inconfundible, al cual me he referido de manera reiterada a lo largo de los treinta y cinco tomos, la mayoría inéditos, de estos diarios. Hablo del tercer movimiento, “Molto Adagio”, del Cuarteto #15 Op. 132 de Beethoven. Durante cincuenta y tantos años lo he venido disfrutando en una serie de interpretaciones que se corresponden con algunas etapas señaladas de mi vida. La primera es la del Cuarteto Juilliard, impecable y abundosa de decoro, pero tal vez demasiado respetuosa, sin insistir el existencial lirismo que Aldous Huxley reconoció en el Cuarteto. Es la versión de mis confundidos veinte, que por primera vez escuché, como un “homeless”, con Eugenio Montejo. “Homeless” él también, en la casa de un amigo que no sólo nos introdujo a la impresionante pieza de música de cámara, sino que nos permitió pasar la noche en las camas, casi cunas, de sus dos hijos (diez años después, le rendí homenaje a los intérpretes del Juilliard con los seis recitales de los Cuartetos en el Alice Tully Hall). Años después, ya empleado y con cama propia, preferí las interpretaciones del Cuarteto Amadeus, también impecables, además de aproximarse más al inquietante mundo emocional del compositor durante una de sus etapas más difíciles. Durante mis años neoyorkinos habría de descubrir la lectura del Cuarteto Italiano, un clásico, algo permanente, que no se negaba a las honduras desconcertantes de la psique de Beethoven, sin perder el control, sin dejarse llevar por la invitación de una partitura que parece de todo menos clara. Los virtuosos italianos, como el profesor Giorgio Colli, con Nietzsche, habían entendido como nadie el retorcido y luminoso recorrido del maestro por el mundo atormentado de su existencia; era, para mí, la versión “definitiva”. Así las cosas, hasta que una noche, por azar, como todo lo que realmente importa en la vida, me tocó escuchar, gracias esta vez a Radio Classique, una interpretación del Op.132 que me pareció epifánica. No mejor que la del Cuarteto Italiano, que parece improbable, sino distinta. Más “contemporánea”, si esto quiere decir algo. Sentí que los desconocidos virtuosos iban más allá del último Beethoven convencional (sordo, medio loco, arruinado, viviendo mal en una buhardilla mal iluminada y peor calentada en el invierno; el Beethoven que amó el siglo XX, en suma). Iban más allá del desgarramiento presuicida que tanto había impresionado a Huxley. Notaba, por primera vez, algo que  podría llamar dulzura en mi amado Cuarteto. Menos expuesto, menos enloquecido y más sereno, un Beethoven con la serenidad de los místicos después de alcanzar la “gran experiencia”. “Contemporáneo” como lo son, en estos años del XXI, Fauré o Chopin. Y esto es lo que he vuelto a sentir esta mañana cuando France Musique difundió el “Molto Adagio” del Op.132 interpretado por el Cuarteto Alban Berg, responsable de la versión de esta etapa de mi existencia. De aquella noche epifánica en Caracas, me quedaría el regalo que atesoro de la grabación integral de los Cuartetos por el Alban Berg, que complementa la del Cuarteto Italiano como el Yin complementa al Yang.

«Portrait of Ludwig van Beethoven when composing the Missa Solemnis». Pintura de Joseph Karl Stieler

Milán, miércoles 25 de noviembre de 2020 

Pasando el tiempo 

Estrella fugaz (borrador)


Pasa
del hombre
la vida
más rápido
que el tiempo.
La mía,
de más
de veinte mil
días,
es, como todas
las vidas,
un tren bala
sin regreso.
Tantas horas
que han sido
y que ahora
no son más de una
en lo que llaman,
recuerdo,
esa manera
sublimada
de nombrar
el silencio.
La vida
no es solo
un sueño,
es una estrella
de arena
que,
por un segundo,
brilla
en lo alto
del cielo,
antes
de escaparse
entre
los dedos. 

 

Milán, jueves 26 de noviembre de 2020

Thanksgiving

Hoy, para los norteamericanos, es uno de los días más respetados del calendario. Celebran (lo que lamentarían después los millones de nativos sacrificados en la conquista del inmenso territorio) la llegada a las costas americanas en su fuga de la persecución religiosa antipuritana que se había instalado en las islas británicas. Hoy, más que nunca, tienen buena razón para estar agradecidos a la Providencia. Haber salido del mandatario que durante cuatro años tuvieron es una ocasión afortunada. Venezuela no ha sido tan feliz. Nuestro día de acción de gracias está todavía por llegar. Un día sea, de acuerdo a la expresión del vate Juan Sánchez Peláez.

Mientras, aquí en Milán, centro neurálgico de la pandemia en Italia, las cosas comienzan a encontrar alivio. El número de contagios ha disminuido, lo que presagia el fin próximo de este inesperado contraataque del formidable enemigo viral. Las cosas no seguirán cambiando porque ya todo está cambiado. Nada volverá ser como fue por lo mismo, porque ya no es. Todos hemos sido afectados. Millones de manera irreversible, y el resto de variadas maneras. Es tanto lo que se ha perdido, relaciones que ya no serán lo que fueron; negocios, proyectos, empresas, formas de vida, condiciones materiales; y sus consecuencias, caídas del alma, fracturas de la psique, cuerpos disminuidos, sueños rotos, ahogadas ilusiones. Antes de la llegada del virus, mantenía en pie varias posibilidades editoriales. Nada parecía contradecir estos designios. Mis Poemas de la luna líquida serían publicados a finales del año por mi editorial española; Razones y ficciones, una holgada selección de mis ensayos y reseñas sería publicada en Venezuela; también allí, una limitada edición de mis “Exilios” con exquisitas ilustraciones realizadas por Harry Abend después de leerlo (Harry sabe mejor que nadie de lo que se canta y cuenta en esos poemas cuyo único asunto es el destierro); en versión italiana la misma serie sería publicada en edición limitada por unos amigos piemonteses; y al francés, traducidos por una destacada profesora de la Universidad de Lyon, sería editada en un convenio con ese ateneo. De todo eso no quedó sino el polvo del camino de las ilusiones perdidas. No son comparables mis pérdidas con las de millones que lo perdieron todo. Y antes que quejarme, consigno en este diario mis bajas particulares, insignificantes ante el gigantesco de agradecer a los dioses, en este día de Acción de Gracias, la posibilidad de estar con los míos, la esencia de mi existencia.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo