Diario literario 2020, marzo (parte VI): Nuccio Ordine, Broadbent, Kiarostami

28/03/2020

El filósofo Nuccio Ordine durante su participación en el evento TED x Reus. Fotografía de TED x Reus | Flickr

Caracas, miércoles 25 de marzo de 2020

Nuccio Ordine

Un signo de la crisis, y que no debería ser olvidado so pena de recaer en urgencias más graves, es que la prensa, al menos en países europeos como Italia, Francia, Alemania y España, ha dedicado algunos de sus espacios a reproducir las opiniones de los mejores pensadores, teóricos, filósofos y escritores, sobre la grave situación que ha planteado la epidemia.

Son los viejos sabios de la tribu, los maestros de la verdad, quienes han sido relegados a los claustros y cubículos de las universidades y academias. En lugar de los fundadores de Amazon, Google, Microsoft, Apple y otros grandes gerentes de empresas tecnológicas, elevados a la categoría de oráculos -no por sus capacidades adivinatorias, sino por su insólito triunfo con el dinero-, estamos escuchando a los que siempre hemos debido escuchar. Hace días reproduje unas opiniones de Massimo Cacciari y, poco después, el alerta ensayista y notable poeta venezolano, Luis Pérez Oramas, le dedicó un artículo al no menos alerta filósofo italiano Giorgio Agamben.

Hoy me place reproducir las opiniones de Nuccio Ordine, italiano como los anteriores, publicadas en una edición reciente. Ordine es el más destacado especialista de nuestro tiempo en la obra del iluminado y carbonizado Giordano Bruno. Y es uno de esos raros pensadores capaces de proponer las más elaboradas consideraciones sobre un tema tan espinoso como el pensamiento de Bruno y, al mismo tiempo, escribir estudios menos comprometidos que lo han convertido en uno de esos peculiares best-sellers “serios”. Lo mismo con sus cátedras que, desde su lejana y nativa Calabria, ha proyectado hasta centros tan cosmopolitas como el Instituto Warburg de Londres, o el Max Planck de Berlín, lo mismo que Harvard y la Sorbona. Sus títulos han sido traducidos ampliamente y, en castellano, ha sido la exquisita Acantilados la encargada de difundir algunos de sus títulos. Para un diario español, el profesor calabrese:

Han cerrado las escuelas y universidades. ¿Cómo evitar la ruptura total entre
profesores y estudiantes? La única posibilidad son los cursos telemáticos,
a distancia. Yo soy contrario a esa enseñanza pero entiendo que es la única
posible en estos momentos. Sin embargo, he escuchado a rectores de univer-
sidades y pensadores que dicen que el Coronavirus es la oportunidad de darse
cuenta de que el “e-learning” es el futuro. ¡Menuda insensatez! Transformar
la educación de emergencia en algo normal es muy peligroso. La verdadera
educación no puede ser virtual, sino en el aula, con el profesor mirando a los
ojos del estudiante; sólo la mediación física, la palabra del maestro en clase,
puede cambiar la vida de los estudiantes. No es sólo comunicar un contenido,
sino la experiencia humana que se tiene conjuntamente en clase. Leer
el Quijote en pantalla no es lo mismo que leerlo en el papel. Los neuro-
científicos demuestran que, aunque el texto de Cervantes sea el mismo,
la concentración del lector es muy diferente. En la pantalla hay más
distracciones y una menor distracción del texto que en el papel.

La tendencia es la que critica el profesor Ordine, desde los primeros niveles de la primaria se obliga a los alumnos al uso de modernos ordenadores que disminuyen la presencia física de los maestros. Imagino mal, tal vez, cuando siento intereses principalmente económicos en esta pedagogía. Eliminar de una vez por todas a la enseñante es el sueño dorado de los encargados de los presupuestos de educación. Para la “tribu humana”, como la llamaba Ezra Pound, no basta con consultar las opiniones de sus sabios, es necesario hacerles caso. Y mucho me temo, como teme el profesor Cacciari, que, superada la pandemia, los “maestros de la verdad” volverán a sus claustros y todo seguirá siendo como antes en un cálculo optimista. Todo apunta a pensar que será peor. Cuando la insensatez se siembra la sociedad hace falta más de una crisis para erradicarla.

Caracas, jueves 26 de marzo de 2020

Maestro de vino

Aunque no de coronavirus, murió Michael Broadbent, uno de los grandes conocedores de los vinos franceses de nuestro tiempo. Fue hasta su retiro como jefe de las operaciones con vinos de Christie’s, y suyo es uno de los libros –The Great Vintage Wine Book– más confiables sobre el tema. Con sus artículos para Decanter, una de las revistas más importantes, influyó, menos que Robert Parker, por desgracia, en la fijación del gusto modernos por el vino. Con la discreción y modestia de los verdaderos sabios se aproximó a la verdad de una manera envidiable. Cuando hablaba de vinos, generalmente hablaba de la “vida mesma”:

Los vinos son como las personas. Algunos son perfectos pero aburridos.
Otros son muy prometedores pero terminan sin hacerles honor a las
expectativas creadas. En fin, hay unos que pueden ser imperfectos
pero cuyo desarrollo es una fascinación sin límite.

Salud, Mr. Broadbent!

 

Otra vez Nuccio Ordine

Como su adorado Giordano Bruno, que muriera quemado en Campo dei Fiori, Nuccio Ordine es un pensador incómodo, “un granito de arena en los engranajes del sistema” (Hilde Domin), un atributo que, por lo demás, debe ser obligatorio para un pensador. En tiempo de la Inquisición, el destino de Ordine no habría sido muy distante al humeante de Bruno. En una nueva entrevista para El País, el profesor calabrese contestó las preguntas del periodista Juan Cruz. Como las opiniones que reproduje ayer, estas deberían ser leídas y recordadas por los líderes que sobrevivan la pandemia posmoderna:

Si queremos dar un giro y atesorar lo aprendido, no debemos olvidar los males
que de antiguo afligen a la humanidad. La lucha es entre la memoria y el olvido.
Y para ello nos sirve la literatura, que tiene una función profética y nos enseña
sobre el pasado. Se lee a Boccaccio, a Saramago, a Camus sobre las epidemias.
Leyéndolos entiendes el miedo, la soledad, la impotencia ante un enemigo invisible,
el tema del chivo expiatorio, el sufrimiento, la pérdida de la libertad, la ciudad
fantasma… Sólo una fraternidad universal, la conciencia de una solidaridad
humana, podrá hacer mejor a la sociedad, resolver la injusticia y la desigualdad.
Si somos indiferentes o egoístas, si no somos generosos y solidarios con los demás
no podremos vivir en un mundo mejor, no podemos ser felices. Ésta es mi visión
del mundo. No tenemos contacto con los hijos, con las madres, con los hermanos;
en este clima de encierros estamos descubriendo la importancia del otro en la vida,
que no somos islas separadas.

Caracas, viernes 27 de marzo de 2020

Cine club para una cuarentena

Para uso semiprivado, he fundado el Luxor Cine-Club Virtual, cuya función es la de programar la transmisión, vía digital, de películas escogidas. Hemos comenzado con “Alegorías cinematográficas de Abba Kiarostami”, tres cintas del realizador iraní muerto en 2016 y de una generosa actividad como director, guionista, fotógrafo y poeta (También lo Tarkovsky lo era). La primera de las películas programadas fue Nos llevará el viento (1999), León de Oro en Venecia 1999. Se trata de uno de los filmes más bellos de finales de siglo. Una historia de descubrimiento profundo, un viaje hacia el País Invisible en el alegórico escenario de una aldea kurda labrada en la montaña sobre un fértil valle. Lo que se cuenta y, podríamos decir, se canta es un sereno enfrentamiento entre una manera pragmática, de aluda y olvidada del ser, que protagoniza el Homo Civitas, y la mentalidad original a buen resguardo de la fascinación de la técnica que le permitirá al alienado protagonista reconocerse y encontrarse poco antes de que Kiarostami ponga punto final a su alegoría. Una obra maestra que, veinte años después de su estreno, que, como uno de esos vinos imperfectos de los que hablaba Broadbent, nos sigue fascinando. El guion es del mismo Kiarostami quien, como buen poeta, incluye entre los parlamentos una conmovedora poesía que recita el protagonista mientras una joven, en un plano con la luminosidad de Georges Latour, ordeña en una atmósfera onírica y tenuemente erótica. Son 113 minutos y 27 segundos de cámaras fijas, sostenidos planos y vistas surreales, que se reiteran como las imágenes de Quirico, siempre parecidas y siempre distintas. En estos momentos disminuidos de plagas, miedos y oscuridades, tal vez no sea accesorio recordar las palabras del médico-oráculo cuando, al final de la película, le revela al protagonista una verdad que, primero que nadie, descubrieron los griegos:

La vejez es una enfermedad terrible.

Sí, pero existen enfermedades peores. La muerte.

—¿La muerte?

—La muerte es lo peor. Cuando cierras los ojos a este mundo, a esta maravilla de la naturaleza y la generosidad de Dios significa que nunca regresarás. Dicen que el otro mundo es mucho más hermoso, pero ¿quién ha vuelto de allí para contarnos si es hermoso o no? «Me dijeron que era tan hermosa como una uri del paraíso». Sigo creyendo que el zumo de la vida es mejor. Prefiero el presente a esas refinadas promesas… incluso un tambor suena melodioso a lo lejos. Prefiero el presente.

Por la belleza de sus imágenes alegóricas, la tersa plasticidad de su fotografía, la enseñanza reveladora en muchos de sus planos, la cinta de Kiarostami, como diría Keats, “is a joy for ever”.

La segunda película programada por el LCCV para esta semana fue El sabor de las cerezas (Palma de Oro 1997). Una historia de soledad que hubiese dirigido Camus si el escritor hubiese sido director de cine en la época de Kiarostami. Ésta es la historia mínima y minimalista (la mayor parte del film se desarrolla en la cabina de una Range Rover manejada por el protagonista y acompañado por el cineasta iraní con su cámara) de un hombre “terminal” de mediana edad que no padece ninguna enfermedad aparente, que ha decidido suicidarse y anda en búsqueda de alguien que lo ayude enterrándolo cuando esté muerto. En el recorrido, cuyo diseño recuerda el del Inferno, se encontrará con tres hombres que le ofrecerán la oportunidad de escapar a su destino. Como enviados celestes  se le presentan la juventud, la religión y la sabiduría. Para nada, el héroe de Kiarostami es un muerto en vida, un pesado fantasma que no busca redención, convencido de que lleva la vida perdida. Refractario a toda posibilidad de conocimiento, su proyecto es irreversiblemente tánico. La muerte se ha convertido en la esencia de su existencia. Escrita dos años antes que El viento nos llevará, no tuvo tiempo el personaje de conocer a un hombre como el médico de esa cinta, el único que ha podido redimirlo. Para hoy el LCCV tiene previsto el film Close up, estrenado por Kiarostami en 1990.


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