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Diario literario 2020, marzo (parte V): sub-diario de una plaga
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Caracas, lunes 23 de marzo de 2020
Sub-diario de una plaga (1)
Recuerdo que en una oportunidad un amigo recordaba, en uno de sus artículos para la prensa, una confesión donde el influyente analista junguiano James Hillman, después de décadas de práctica médica, concluía en que la única cura realmente efectiva que había encontrado era la belleza. A los males de la psique se refería, por supuesto. Y no deja de ser oportuno tenerlo en cuenta en estos momentos de crisis de la conciencia colectiva. Tiempos de pandemia, la peor seguramente en la experiencia de todos; de la cual los que no sean afectados en su integridad física lo serán en su equilibrio psíquico. Es muy probable que no volvamos a ser los mismos una vez superada esta experiencia. Es lo que piensa Nicola Chionetti, egresado en clásicos y uno de los productores de vino más serios del Piemonte italiano. Con Nicola comparto muchas cosas, una de ellas, y no la más relevante, es una crítica admiración por el profesor Luciano Canfora, uno de los mejores lectores contemporáneos de Tucídides y Platón. Buen lector de poesía también, de Nicola será la introducción a la plaquette bilingüe de mis “Exilios” en las cuidadas versiones de Marcela Filippi, que me gustaría publicar este año. Me dice Nicola en un correo: “Temo, querido Alejandro, que (después de la epidemia) nuestro modo de vida será seriamente cuestionado. Y, si es algo saludable en algunos aspectos, en otros me angustia solamente pensar en la inseguridad que Occidente siente de sí mismo, aferrado a las dudas y la incertidumbre, culturalmente tan empobrecido, después de haber pasado por una gran época de pensamiento y cultura que consiguió imponerse en todo el mundo”. No dudo de lo que dice sobre los cambios en nuestro modo de enfrentar la realidad y que, sin duda, serán aún más profundos de los que se produjeron con la caída de las torres de Manhattan. Ese 11 de septiembre dejamos de vivir como antes, y lo mismo sucederá después de que la plaga se retire con su impresionante carga de muerte. No se pasa por una peste como ésta con impunidad. Después de la peste negra de 1348, el culto a la Virgen María se devaluó y, en el centro de los grandes retablos de iglesias, fue desplazada del centro por la imagen de su hijo. Cómo se expresarán los cambios que nos esperan, como dice Nicola, es algo que genera angustia e insomnio.
Otro querido amigo, que me favorece con las mejores informaciones a nivel internacional, con una consecuencia digna de mejores causas que la de estas anotaciones de una plaga, me hace llegar un trabajo del siempre interesante Ben Okri, que fue lo que me hizo recordar a Hillman. En uno de los párrafos iniciales de su artículo, el escritor nigeriano:
Ha llegado el momento de preguntarnos por el papel del arte en estos tiempos difíciles. Me da la impresión de que estos son momentos en los cuales el arte es más necesario que nunca. Tenemos necesidad del arte para que no se nos olvide por qué la vida vale la pena ser vivida. Necesitamos del arte para que nos recuerde la maravilla de estar vivos, nuestra libertad y las cosas que en nuestra cultura nos permiten enfrentar el temible rostro de la muerte.
Hoy, finalmente, una buena noticia. La cifra de personas fallecidas en Italia se redujo a 653, de las casi 800 del día anterior. Los especialistas, sin embargo, han tomado con reservas la información. Con un virus nunca se sabe. Mucho menos uno con el siniestro nombre de coronavirus
Caracas, martes 24 de marzo de 2020
Sub-diario de una plaga (2)
Las noches han dejado de ser aquel “locus amoenus” en el cual los románticos encontraron un espacio para sus fantasías. “Ah, ¿por qué ha de regresar siempre la mañana?”, se quejaba Novalis, ideólogo fundador del movimiento romántico. Las noches de coronavirus no tienen nada de gratas o amenas. Se han convertido en el reflejo de nuestros miedos. Son el escenario donde se extiende un silencio habitado por amenazas y presagios. “Te quiero más que un día más”, le decía John Gregory Dunne a su hija enferma, y es lo que sentimos cuando la aurora de dorado trono comienza a extender sus dedos por el este. El nuevo silencio de estas noches es un falso silencio, un silencio finto, como dicen los italianos, en el cual se pueden escuchar las notas del clarinete del estudiante de música de un edificio vecino hasta las conversaciones que sostienen amigos y familiares en las ciudades más diversas: Milán, París, Beaune, Salamanca, Madrid, Barcelona hasta Nueva York, Bogotá o Santiago. Las voces llegan con sordina, pero, como la trompeta de Miles Davis, tensas y claras. Para los venezolanos, a los estragos de la epidemia se suman los dolores de la separación, del desmembramiento que produjo el mal gobierno de los últimos veinte años. Ya era doloroso el distanciamiento, pero ahora se ha convertido en una espina en el corazón. Son poco los que no padecen la experiencia del aislamiento. Un familiar, un amigo, un novio, una novia, aislados en otra parte mientras, como Ulises, nos quedamos con la nostalgia y la mirada fija en lo que es el sueño de nuestros ojos. Días de pandemia, días de desmembramiento y riesgo, mientras vemos cómo el virus avanza por los lugares del afecto. Nuestras noches son espejos reversibles que nos permiten ver y que nos vean desde las ventanas y balcones que son parte de la escenografía del duro exilio. A diferencia del gran Novalis que repudiaba la mañana, nosotros la esperamos como un bálsamo.
No obstante, debo reconocer que no es flaco consuelo enterarme del descenso de las cifras, que son sólo cifras y nada tienen que ver con el dolor que representan, de contagiados y fallecidos en Italia. Algo inesperado para estas fechas, pero es que inesperado es todo lo que ocurre con el coronavirus, el primero en serio de nuestra dudosa postmodernidad. Cuando todos esperábamos que fuera superado el umbral de las mil víctimas fatales, el curso de la infección se ha alterado de manera significativa. En los últimos siete días, éstas fueron las cifras de fallecidos en Italia: 368 (15 de marzo), 414, 345, 475, 415, 627, 793 (el 21 de marzo), 651, 601 (hoy). Se comienza a ver luz al final del túnel, dice Il corriere della sera de hoy, aunque todavía no se vea nítida la salida. El sábado fueron 6.557 los contagiados y hoy 4.789, un descenso importante; pero que todavía sean más de cuatro mil diarios no es poca cosa. Para aliviar nuevos males y combatir otros (depresión, insomnio, fobias, suicidios), los entes del estado italiano han tomado las medidas más oportunas. No hablo de aislamiento y otras recomendaciones necesarias. Hablo de ofertas dirigidas al cuidado del alma, esa parte de nosotros, olvidada y preterida que, en ocasiones límites como ésta, se hace tan necesaria como el cuerpo mismo. Son innumerables y las más atractivas. El Piccolo Teatro de Milán, esa institución legendaria, anuncia ese clásico entre los clásicos del teatro moderno, Arlequino, servidor de dos patrones, en el mítico montaje de Giorgio Strehler que data de los años cuarenta. Conocedores de la inclinación casi fanática de los italianos por el arte (para ellos arte va desde una pizza, como las de via Lombardi en Nápoles, hasta las oscuridades de Caravaggio o los desgarramientos de Fontana y las latas “di merda” de Manzoni) y la vida (“A esta buena gente sólo les preocupa vivir”, le escribió Goethe a un amigo en Alemania desde Italia), los rectores de estas instituciones han entendido bien la confesión de James Hillman; “Sólo la belleza cura”. En tiempos de indigencia, de apariciones imprevistas del misterio (los misterios son así), nada como la belleza para las peligrosas caídas del alma, como otros llaman la psique. En la noche reiterada de espejos en donde vivimos, la belleza es la única luz que acompaña las estrellas, con la diferencia de que, contrario a los lustrosos astros, podemos disponer de ella. Para los que no pueden vivir sin la compañía de una novela, la radio de la RAI ofrece, leídas por grandes actores (Tony Servillo, Anna Bonaiuto, entre muchos otros), un repertorio inagotable de grandes ficciones que van desde Boccaccio a Bolaños. No sólo en Italia la oferta de oportunidades es la más excitante. Para hoy la Opera de París nos invita a su polémico Don Giovanni, después de que el MET mantuviera durante la semana pasada transmisiones de clásicos del repertorio. Igual para los niños, ese sector de la población que quedará marcada por esta insólita aparición del horror metafísico en sus vidas, las grandes casas ofrecen espectáculos maravillosos. Covent Garden nos promete para este viernes el ballet sobre Pedrito y el lobo, y sería un crimen no poner a nuestros niños frente a la pantalla para el espectáculo. Los niños se dan cuenta y generalmente saben más que nosotros. Si no atendemos las necesidades del espíritu, que sólo pide la belleza como alimento, lo más seguro es que los que alcancen a sobrevivir la plaga lo hagan de manera lamentablemente disminuida. Porque superar la crisis con el alma irreversiblemente enferma sería la más pírrica de las victorias.
Sub-diario de una plaga (3)
2.05pm
Están marcados por lo efímero los momentos de armonía del hombre. De Italia llegan nuevas y nefastas noticias. Nuevas cifras, esta vez más crueles y devastadoras. Informan las autoridades sanitarias que, después de dos días consecutivos, con estadísticas en descenso, hoy los nuevos casos son 5.249 frente a los 4.789 de ayer, y los decesos ascienden a 743 después de los 601 del lunes. El desconcierto no es total, sin embargo, algún estadista había advertido ayer que los números positivos de los días anteriores no significaban demasiado.
El coronavirus europeo parece comportarse de manera más errática y mortal que el que se conoció en China o Corea del Sur. Recuerdo a Sísifo empujando la pesada roca por la escarpada montaña sólo para ver cómo rodaba cuesta abajo una vez conquistada la cima. No de balde Camus insistía en lo absurdo de la existencia humana. De la experiencia queda la necesidad de estar preparados para un enemigo formidable, no sólo altamente peligroso sino efectivamente traicionero.
Alejandro Oliveros
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