Diario literario

Diario literario 2020, marzo (parte III): sub-diario de una plaga; Mussolini, Diderot

Fotografía de Andrés Kerese | RMTF

21/03/2020

Valencia, domingo 15 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (1)

El temor ha comenzado a sentirse en una población, como la venezolana, que hasta ahora había permanecido indiferente ante la amenaza. El anuncio oficial de los primeros casos ha estimulado esta sensación. Lo grave es que, con un régimen, como el de Venezuela, que ha hecho de la mentira una política de estado, no sabemos si la cifra es confiable. Si a esto se agrega el secuestro de la prensa independiente, lo que nos espera es un ambiente donde la desinformación será la única información. La alternativa, eso que llaman redes sociales, puede ser peor. Habida cuenta de que cualquier cretino puede, utilizando este instrumento, difundir noticias interesadas o canallas. Son retardados que pretenden llamar la atención sobre sus pequeños seres difundiendo especies distorsionadas. Saben que una larga ristra de distraídos le prestarán atención. Las medidas tomadas por la administración son, sin embargo, las más adecuadas, me comenta mi hija que permanece en Milán con su hijo.

El temor de las poblaciones afectadas por la virosis, que en pocos días será todo el planeta, está justificado. A pesar de los adelantos con la inteligencia artificial, y el brillante trabajo de investigación en las grandes universidades y laboratorios, más ha podido la aparición de un insignificante microorganismo. Se vuelve a hablar de “cisne negro” y, como casi siempre, de manera desviada. No puede ser inesperado lo que ya la OMS había avisado en informes de 2017 y 2018 sobre la eventualidad de una próxima pandemia. De lo que se trata es de una épica y trágica incapacidad para prever estas contingencias. Aquí, en Venezuela, lo que queda es esperar que no sea verdad nada de lo que suponemos, como le gustaba decir a Machado. Mientras, la plaga sigue su curso arrollador sin mayores obstáculos que la detengan. Lo que se puede, los que pueden, es de limitar los inevitables estragos. El índice de mortalidad de la virosis es alarmante. Se calcula que entre un tres y un cuatro por ciento de los pacientes no lograrán recuperarse. Como en la Edad Media, la única medida que ha demostrado ser eficaz es el aislamiento, la cuarentena que inventó Hipócrates. Fuera o dentro de la casa, el miedo avanza tan rápido como la misma epidemia.

Albert Camus, 1957. Fotografía de Robert Edwards

Sub-diario de una plaga (2)

No logro encontrar en el caos terminal de mi biblioteca el formidable libro que escribió Defoe sobre la peste londinense de mediados del XVII. La que no encuentro es una edición en español, la primera que leí, incluida en el catálogo de la recién fundada Barral Editores. El éxito de la nueva casa editorial catalana estaba garantizado. Al lado de su fundador, el poeta y legendario lector Carlos Barral, se encontraba el no menos activo crítico José María Castellet. No puedo hablar de los méritos de la traducción, algo que no me interesaba demasiado a los veinte años que tenía cuando la leí, pero fue para mí un acontecimiento literario que, entre otras cosas, me descubrió que, sin la novela de Defoe, es muy probable que Camus nunca hubiese escrito La peste, un libro que sí tengo a la mano, y del cual no pienso desprenderme nunca. Me lo regaló mi padre, con una pelota de basketball, cuando cumplí quince. Aun cuando los libros de Camus fueron publicados en castellano por Losada, sería otra editorial argentina, la mítica Sur, la encargada de publicar La peste. Es de creer que la amistad de su dueña, Victoria Ocampo, con el escritor haya influido en esta escogencia. En la página veintinueve de esta edición, traducida discretamente por Rosa Chacel, leo las siguientes líneas, muy oportunas, me parece, para la Venezuela aún pre-crítica de estos días:

La plaga (fléau) no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto se dice que la plaga es irreal, un mal sueño que pasará. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar porque no han tomado precauciones. Nuestros ciudadanos no son más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles.

Por un momento, todos los habitantes del planeta, confiados en la omnipotencia de la técnica, y protegidos contra todo mal detrás de tablets y smartphones, nuestros nuevos mejores amigos hemos pensado, como los habitantes de la Orán de Camus, que las plagas eran improbables.

Caracas, el mismo día

Logramos llegar a esta ciudad antes de que el gobierno establezca la cuarentena, lo cual no debe pasar de mañana. Los servicios públicos en Valencia son todavía peores que los de Caracas, aparte del clima. Me hubiese gustado traerme con los libros urgentes (todos de Homero y Shakespeare) y las mágnum de escocés y Tollot-Beaut, a los amigos que sin duda voy a necesitar durante el encierro que me espera. También aquí el miedo por lo que se avecina (pocos se atreven a reconocerlo) y que puede alcanzar proporciones apocalípticas se sigue extendiendo aunque sin mayores prisas, por desgracia. Si en una ciudad tan preparada como Milán, cuya asistencia médica es casi impecable (lo digo por experiencia), la epidemia ha sido devastadora y el número de contagiados ya llega a 13.272 con 1200 víctimas mortales, cómo será en nuestras ciudades, donde los sistemas de salud, en opinión de la Deutsche Welle, son, con los de Haití, los peores del continente. La capital lombarda, con menos habitantes que la nuestra, cuenta en este momento con más de mil camas de cuidados intensivos, mientras se construyen, para estar listos en breves, hospitales de emergencia con otras quinientas camas. En Valencia, y no es el peor ejemplo, me decían ayer los amigos médicos, no llegan a cuarenta. Y aquí, me temo que no lleguen a cien, mientras la administración revolucionaria no tiene en sus planes aumentar la disponibilidad. Pero, como siempre, como en Rusia, China o Cuba, la revolución garantiza el bienestar de la población.

XVII Congreso del Partido Socialista de Italia, Livorno, 15 de enero de 1921

Caracas, lunes 16 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (3)

Me levanto abatido ante el aumento de la cifra de fallecidos en Italia, 352 en veinticuatro horas. En su declaración de hoy, el primer ministro aclara que este no es el acmé de la curva ni mucho menos, y que las semanas que entran verán cifras todavía más elevadas. Tampoco colabora con mi ánimo las declaraciones de un epidemiólogo británico, que advierte que el estado de emergencia puede prolongarse a todo lo largo del 2020. Me refugiaré en un poco de música, algo de Fauré, para curar con su belleza este aumento de bilis negra en mi torrente circulatorio. Y después me esconderé por un tiempo en la biografía de Diderot, que un buen amigo me trajo ayer para estas ocasiones mientras terminó la biografía novelada de Mussolini.

Il Duce (2)

Uno de los capítulos más interesantes de la novela de Antonio Scurati, M. Un hijo del siglo, es el que dedica a los históricos “sucesos de Livorno”. En enero de 1921 se realizó, en ese puerto del Tirreno el XVII Congreso del Partido Socialista de Italia, en cuyo seno convivían de mala manera, radicales y centristas, “maximalistas” y minimalistas, organizaciones independientes de obreros y campesinos; en fin, toda la fauna que se oponía a la continuación de la palúdica monarquía saboyana. En conjunto, como un bloque, el PSI era el primer partido de Italia, gozando de amplias simpatías en ciudades como Boloña o Ferrara, Torino (durante unos días la bandera roja con la hoz y el martillo ondeó en la entrada de la planta FIAT) y Milano. Las posibilidades de una revolución eran concretas ,y no iba a sorprender demasiado al resto de los europeos si, después del fracaso alemán, los italianos instauraban una dictadura del proletariado. Sólo los líderes soviéticos sabían que esta posibilidad no se iba a concretizar. De que no se produjera la revolución en Italia, fue la revolucionaria decisión de Lenin, más interesado en el reconocimiento internacional que en revoluciones periféricas. Del Congreso de Livorno saldría la izquierda italiana dividida de manera irreversible. Y así seguiría hasta 1989, cuando el Partido Comunista Italiano fuera a dar al basurero de la historia. En Livorno, los socialistas fueron acusados vilmente de ser lacayos de la burguesía por los más radicales, que terminaron fundando el glorioso partido comunista. En la directiva de la nueva agrupación se encontraban algunos de los más distinguidos miembros del radicalismo. Entre ellos Antonio Gramsci, uno de los más influyentes filósofos del marxismo, y por eso se extraña uno de que no merezca ni una mención por parte de Scurati en esta sección de su hipertrófico libro (863pag.).

Homero

“Nada más débil que el hombre entre el cielo y la tierra, entre todos los seres que sobre su suelo respiran y se agitan. Porque se confían en que nunca va a sufrir daño alguno en su futuro mientras los dioses le conceden valor y sus rodillas le sostienen. Pero cuando los dioses felices le envían desdichas ha de sufrirlos con ánimo no menos resignado”. Estas aladas palabras que parecen de Schopenhauer, las pronuncia Ulises hacia el final de su aventura, ya regresado a Itaca donde encuentra que está a punto de ser despojado de reino y reina. Es un hombre distinto al que salió, triunfante y con rico botín, de Troya. Los dioses, que es como los griegos representan el destino, del cual ellos son los únicos responsables, le han enseñado al héroe a través de un proceso alquímico, que hay convertirse previamente en materia bruta y negra, el opus nigrum, para alcanzar el conocimiento, que es puro como el oro. En el momento de pronunciarlas todavía anda como un inmundo pordiosero, humillado por los pretendientes y rechazado por la ceguera de todos. En estos días negros de plaga, la realidad ofrece a los ciegos una posibilidad de volver a la luz del País Invisible, como diría Dioniso Cañas, que llevamos adentro. En la intuición del comediante mexicano, en un mundo cada vez más sabio, producto de su dominio de la técnica, tal vez lo que haga falta sea un poco de ignorancia.

Caracas, martes 17 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (4)

El once de febrero le escribí a un buen amigo sobre lo que me parecía inevitable, una cuarentena a nivel planetario, que es lo que estamos comenzando a presenciar. Hasta ahora, ha sido el aislamiento la única medida efectiva para contener la propagación de la plaga. Ni antibióticos, esteroides o retrovirales se han mostrado de alguna efectividad en este caso. La cuarentena, si es con todo lo que contamos, e independientemente de su indudable eficacia, es un recurso bien magro para combatir una virosis post-moderna. No otra recomendación fue la que animó a Boccaccio a dejar Florencia para refugiarse en la campiña toscana. Eso fue en 1348. La estrategia parece ser la de vencer al infame Coronavirus por cansancio, por decisión, dirían en boxeo. Una cuarentena radical y tratar en terapia intensiva a los afectados. Los tratamientos han resultado ser exitosos, y es alentadora la cifra de pacientes recuperados. El problema es que esta estrategia no tiene un alcance universal. Sólo los países, que son una minoría, con sistemas sanitarios extensivos y eficaces pueden adoptarla. El protocolo es el siguiente: evitar la propagación de la peste, que es de persona a persona (no a través de las aguas contaminadas, como con el cólera, por ejemplo; o por un vector que transmita el microorganismo, el caso de la fiebre amarilla, la malaria y el chagas, y así), con el aislamiento total, con lo cual se evitan nuevos contagios. La evolución de la enfermedad hacia su desaparición es impredecible, puede desaparecer en un año, como el SARS, o más, nadie lo sabe. La cuarentena no es fácil y es costosa (disminuyen los ingresos y las posibilidades), y el tratamiento, que es en salas de cuidado intensivo, también. Y aquí es donde se presentan las limitaciones de este plan de ataque. Sólo lo países ricos cuentan con recursos para implementar la estrategia. El resto, Venezuela entre ellos, queda “a la buena de Dios”. Y, sin ironías, no es mala idea desempolvar las imágenes sagradas de los abuelos (vírgenes de Coromoto y la Divina Pastora, corazones de Jesús) y acomodarles una velita. Es lo que llaman en filosofía última ratio, y que el presidente de México ha tenido en cuenta cuando declaraba que confiaba en la oración para proteger a sus gobernados.

En Venezuela, en tanto, se vive con miedo a tener miedo, una manifestación de la misma mentalidad primitiva que llevó al poder a un carismático ignorante e irresponsable. Después de ordenar la cuarentena “social” (los comunistas históricamente han rendido culto a los adjetivos que, como se sabe, “cuando no dan vida, matan”), el gobierno no tiene entre sus planes la ampliación de los espacios para cuidados intensivos, ni siquiera acondicionar los servicios convencionales. En una expresión más de su perversa psique totalitaria, los dirigentes desviarán el empeño a las instituciones privadas. Un cinismo trágico que sólo justifica el propósito apenas disimulado de hacerse con las codiciadas instituciones. No les costará nada, después de haber logrado lo que parecía imposible con la industria petrolera. Los componentes titánicos de esta psique enferma seguirán haciendo de la suya una vez que, hace veinte años, se le abriera las puertas de acceso a la sociedad.

Retrato de Denis DIderot. 1767. Luis-Michel van Loo

El resto es literatura

Los estragos del romanticismo se extendieron en Occidente durante los siglos XIX y XX. En medio de la confusión ocasionada por dos grandes guerras y una revolución bolchevique, el romanticismo, en su fase tardía, terminó convirtiéndose en ideología a lo largo del novecientos. Lo romántico se expresó en las formas más absurdas. Como fue la de adoptar como consigna un pasticho que sumaba la intuición oracular de Rimbaud, “Cambiar la vida” (¿cambiarla por qué cosa?), con el despropósito del joven, y romántico, Marx, de “Transformar el mundo”. Con estos axiomas no eran buenos los tiempos para los grandes espíritus pre-románticos, los protagonistas de la Ilustración. Era una excentricidad leer a D’Alembert, o a Voltaire más allá de su Cándido, o a Diderot después de su La religiosa y El sobrino de Rameau para algunos exquisitos. Del formidable Dr. Johnson, nada, a pesar de las alusiones de Borges. Lo mismo con John Dryden, a quien, y con razón esta vez, T.S. Eliot reconocía como el más fino crítico de la literatura inglesa. Se preferían las confusiones opiáceas y los plagios de ingenios como Coleridge y De Quincey, o el insomne misticismo de Novalis, con su inquietante necrofilia; su mítica gruta, con su flor azul, se oponía al prosaísmo solar del Meister, de Goethe. Fue mucho lo que se ganaba con esta actitud y no menos lo que se perdía. El siglo XXI ha comenzado a introducir correctivos a esta deriva que durante doscientos años gravitó en las preferencias de la sensibilidad occidental. Hace poco, en uno de estos cuadernos reseñé la reedición de Zadig en italiano, la juvenil y reveladora novela de Voltaire. Y ahora, es de celebrar la traducción al castellano, muy cuidada en este caso, de la estupenda y necesaria biografía que el profesor Andrew S. Curran ha dedicado a Diderot. Su lectura, que es un placer, como insistía Barthes, es una generosa ventana a las expresiones del cerrado oscurantismo del “Ancien régime”, el mismo que, gracias a los esfuerzos de los enciclopedistas, a la cabeza de los cuales se encontraba la privilegiada inteligencia de Diderot, llegaría a su fin cuando la cabeza de Luis XVI fuera separada de sus hombros en la actual Plaza de la Concordia parisina. Los tiempos están cambiando, hay que darse cuenta de que nos damos cuenta.

Retrato de Daniel Defoe. Entre s. XVII y s. XVIII. Autor desconocido

Caracas, miércoles 18 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (5)

En situaciones como éstas, tan invasivas, sentimos que la realidad que hemos vivido hasta ahora ha quedado en suspenso, vivimos entre paréntesis, como los confundidos y patéticos personajes de una farsa de Beckett. En un sentido profundo, nada depende de nosotros. Nuestro proyecto existencial, ahora más que nunca, nos parece ajeno. De poco sirve la voluntad cuando el azar es rey. La vida es cada vez menos nuestra, estamos reducidos en un rincón existencial parecido al de Hamlet, donde su ser o no ser de repente deja de ser literatura para convertirse en algo real, demasiado real. Desde hace un par de meses, y lo sentí intensamente en Milán cuando se desató la epidemia, dependemos de un micro-microrganismo de errática conducta y de metafísica maldad, cuyo ominoso nombre, “Corona-virus”, nos recuerda al Shakespeare de Ricardo II, el infortunado monarca que, cuando la Fortuna lo abandonó, se inspiró para dejarnos esta línea, “For within the hollow Crown / that rounds the temple of a King, / keeps Death his court”. Algo así como, “Porque, en la hueca corona que rodea las sienes de un rey la muerte tiene su corte”.

Estos tiempos aciagos son buenos para la lectura, de lo que sea, mejor leer un libro malo que no leer. Pero especialmente los libros que nos ayuden a enfrentar lo que viene, algo inimaginado pero sí imaginable, libros como El año de la peste de Defoe, que pude encontrar, en el original, en alguna de las librería on line que la generosidad de algunas instituciones ha puesto a nuestra disposición mientras dure la plaga. Defoe tenía cinco años en 1665, el de la gran peste londinense. En su caso, el protagonista de la novela, porque lo es a pesar del realismo de sus descripciones, contaba con la posibilidad de abandonar la ciudad para escapar a una muerte segura. Pero, como lo saben todos los que han optado por dejar los espacios natales, irse no es fácil. Los objetos pesan más de lo que uno se imagina, su resistencia a ser abandonado aumenta considerablemente su peso neto. En esta crónica, que fuera modelo para Camus y debería ser modelo para todos los que reseñan sucesos como el de la pandemia actual, el autor refiere una constante del pensamiento primitivo. Esto es la necesidad de referir lo que ocurre entre nosotros, en este atribulado microcosmos, con los movimientos del macrocosmos.

Italia superó ayer la cifra de muertos por el Coronavirus. Después de las 368 víctimas que me deprimieron el domingo, la de ayer, más alta, nos acerca cada vez más al horror, que no siento muy lejos ni para los italianos ni para nosotros. Ni para el resto de los países, como España, que parece haberse enganchado primero que otros en este tren de la muerte. La situación no puede ser peor a nivel global. Anoche, en una entrevista para la televisión italiana, Massimo Cacciari, uno de los pensadores italianos a los cuales presto más atención desde hace muchos años, reconocía que la crisis no era independiente de la irresponsable conducta de los gobiernos europeos. El descuido criminal frente a los planes de medicina preventiva tenía que producir situaciones como las que vivimos, una indiferencia que incluyó haber desoído las advertencias de la OMS durante los dos últimos años sobre una eventual pandemia. “Tenemos que cambiar todo lo que existía en la sociedad antes de la virosis, pero estoy seguro de que nada va a cambiar después que pase la crisis”, terminó diciendo, con elegante amargura, el profesor de filosofía y durante dos períodos alcalde de su natal Venecia.

Caracas, jueves 19 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (6)

Si el lunes escribí en este cuaderno lo abatido que me sentía por el número de fallecidos en Italia por el Coronavirus, hoy, a las 7pm de aquí y medianoche justo en Milán, debo reconocer que me siento confundido y aterrorizado ante las más recientes estadísticas. En las últimas veinticuatro horas pasan de 470 las víctimas de la pandemia. El noticiero muestra, pasando por una de las avenidas de Milán, un siniestro convoy de camiones del ejército cargado de cadáveres para ser cremados en las afueras de la ciudad. El equivalente de las viejas carretas de caballos donde amontonaban los cadáveres de las víctimas de las pestes para ser sepultados en una tumba común. Los médicos se declaran impotentes, y uno de ellos, una doctora de noble rostro desencajado, pedía a todos los que presenciaban la transmisión, que nos fijáramos bien en lo que ocurría en su país para que se evitara en otros lugares. Confesaba que la situación está fuera de control, impotente y reducida, a esperar que la plaga siga su curso. “No hay cura para esta virosis. Y la prevención no ha sido asumida con toda la seriedad que merece. Así, nuevos casos seguirán presentándose. Las imágenes de la televisión me recuerdan las de la devastadora distopía de Cormac McCarthy en una de sus mejores novelas. “Hemos perdido la cuenta de los fallecidos”, terminó diciendo, hace unos minutos, la heroica profesional de la medicina.

Yuval Noah Harari. 22 de marzo de 2017. Fotografía de Daniel Naber

Caracas, viernes 20 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga (7)

Una mañana con su luz líquida, limpia y brillante, un clima fresco y seco, los azules más altos y trasparentes, que debería bastar para desmentir cualquier amenaza. No tendría sentido que, con semejantes atributos, el mal se instalara entre nosotros. Por desgracia, las teorías que, a partir de la observación y la experiencia, propusieron los antiguos sobre el micro y macrososmos han sido desprestigiadas por una ciencia que, en este momento, no logra presentar una alternativa convincente.

Desde Sevilla, Ricardo Bello me hace llegar hoy un inquietante artículo, “El mundo después del coronavirus”, de Yuval Noah Harari sobre la pandemia, publicado hoy por el Financial Times. Dice el historiador israelí, “En estos tiempos de crisis enfrentamos dos escogencias particularmente relevantes. La primera es entre la vigilancia totalitaria y el fortalecimiento de los ciudadanos. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”. La intuición de Harari es irrefutable. Situaciones como estas siempre han sido terreno abonado para las tentaciones totalitarias. Así como una justificación para conductas aislacionistas, como la que se apoderó de los Estados Unidos después del ´29. No obstante, hay una tercera posibilidad a la que no concede demasiada atención el especialista en combates medioevales, entre otras cosas. Y es la reacción hacia un solipsismo radical, un aislacionismo individual que se transforme en lo que llamo “psicopatía reactiva”, un cuadro donde el individuo, desgarrado en su psique por el horror a que ha sido sometido, se reduzca al estado de apatía, no sólo ante los demás, sino ante sí mismo. Y esto es más peligroso que las dos alternativas del cronista. Implicaría el fin de la polis, de la vida social, tal como la conocemos y hemos vivido desde los griegos. Sibi suis amicisque, como decían los romanos para insistir en la importancia y necesidad de los amigos; los amici, como diría mi nieto Alessandro quien, a sus siete años, tiene un alto concepto de la amistad.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo