Diario literario

Diario literario 2020, julio (parte II): Varese, Marivaux, John Ford

18/07/2020

Edgar Varèse. 1915

Caracas, martes 14 de julio de 2020

Un futurista francés

Cuando escribí hace unos días sobre el visionario músico italiano, Luigi Russolo, mencioné sólo de paso a otro gran visionario de la música. Hablo de Edgar Varèse (es el nombre de una elegante ciudad lombarda al norte de Milán), nacido en París en 1883 (su padre era de origen italiano), con residencias en Borgoña y Turín hasta su mudanza a Nueva York en 1915. Durante sus primeros años parisinos (volverá a la ciudad francesa en 1915) conoció a Satie, Debussy, Richard Strauss y Ferrucio Bussoni, su principal gravitación durante estos años. Recuerdo a Varèse después de escuchar, después de mucho tiempo, su Ionisation, la brillante partitura para 12 instrumentos de percusión y piano escrita hacia 1929. Y, en consecuencia, recordé también a Luigi Russolo (cuya influencia Varèse reconoció tempranamente) puesto que, entre los instrumentos incorporados a la partitura de Ionisation, se encuentran dos sirenas, que no son otra cosa que una forma de los “Intonarumori”, esas máquinas de producir ruidos inventados por el italiano hacia 1912. El aprovechamiento por parte de Varèse de la decisión de Russolo no sería desplegado por primera vez en esta partitura; pero tal vez aquí, en este bosque de sonidos que bordean las fronteras del ruido, sea donde los sonidos producidos por las sirenas tienen, por su carácter premonitorio, una connotación más inquietante. Si la pieza se llamara “Suite para los bombardeos de Londres”, que se producirían una buena decena de años después, nos parecería lo más conveniente. Sin embargo, como decíamos, no era la primera vez que Varèse se aprovechaba de las intuiciones de Russolo. Ya en Amériques, una especie de homenaje a los Estados Unidos, que lo acogerá como ciudadano, hará uso de las sirenas acompañando una gran orquesta romántica ampliada con persecución y sirenas. El genio de Varèse, a salvo del fascismo de Mussolini, pudo evolucionar con menos obstáculos que Russolo. Aunque algo es seguro, sin la visionaria revolución de Russolo, la música de Varèse no sonaría ni igual ni tan inquietante.

Caracas, miércoles 15 de julio de 2020

Otros trabajos me han mantenido apartado de estos cuadernos, eso y la velocidad alucinante que el coronavirus ha inculcado en el tiempo. Pasan los días como arena entre los dedos y cuando venimos a darnos cuenta, estamos en el día siguiente. El que escribe diarios conoce lo difícil que puede ser dar cumplimiento a la recomendación que daba Apeles a los pintores: “que no pase un día sin trazar aunque sea una línea”. Y, en nuestro caso, escribir por lo menos una línea al día parece pan comido, pero está lejos de ser así. Y no me refiero a una línea bien escrita, cuidada, que exprese algo sobre nuestra existencia o nuestra actividad literaria. No, simplemente decir cualquier cosa, lo primero que se nos ocurra, no es tan sencillo. Y cuando no lo hago, que, por desgracia, me ocurre con frecuencia, me lleno de culpas, me siento que me he traicionado y no tengo cómo justificar mis días en la tierra más allá del indeclinable amor por los seres queridos. Lo cual se agrava porque, en plena cuarentena, sin tener que salir a ocupar el tiempo en otras cosas, no escribir estos diarios no tiene, como diría mi buena madre, “perdón de Dios”. Un recurso detestable del diarista que no tiene nada que decir es el de acudir a extensas citas para cubrir la página del día. Esto no deja de ser un prejuicio, y es que nunca he sido gran amigo de este instrumento literario. Pero el diario, cuando se escribe con la idea de ser publicado en vida del autor, tiene una esencia desdoblada. No todo lo que se escribe es decoroso publicarlo y es lo que me ha ocurrido durante estos días. No es que sean excesivamente personales, es que, lo más seguro, no valen la pena ser leídas.

Retrato de Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux | Louis-Michel van Loo. 1753

Marivaux

El ocio y la lectura de la estupenda biografía que Andrew Curran dedicó a Diderot me han animado a volver a una lectura del lejano bachillerato. Me refiero a El juego del amor y el azar, escrita por Pierre de Marivaux hacia 1730, aquel lejano ingenio de la Ilustración que, después de haber fracasado en su proyecto de unirse al grupo de grandes poetas trágicos franceses (Corneille, Racine), encontró en la comedia italiana, derivada, como se sabe de la Comedia del arte, el instrumento adecuado para expresarse. Se trata de una farsa trasvesti donde los protagonistas intercambian apariencias para poner a prueba a un pretendiente a la mano de la protagonista, la muy aristocrática Silvia. El talento de Marivaux como poeta cómico se manifiesta en cada uno de sus diálogos, breves, punzantes, ingeniosos y divertidos, con esa claridad anti-shakesperiana que es uno de los atributos de la Ilustración. No obstante, no es esto lo que me llamó la atención en esta segunda lectura. De la primera lectura sólo recuerdo que me había parecido superficial y cursi (en ese segundo año de bachillerato la frecuentación de Shakespeare me distraía del profundo aburrimiento provinciano). Hoy la relacionaría con el rococó de Boucher y Fragonard, pero en aquel entonces no era el estilo que más se estudiara en las clases de Historia del arte. Esta vez la comedia de Marivaux me ha parecido que, sin dejar de ser amanerada, tiene mucho de inquietante. En aquel juego de intercambio de personalidades, donde la dama se disfraza de criada y viceversa, creí sentir (no creo que haya sido la intención del autor) una tensión, que apenas comenzaba a sentirse en Francia, entre los trabajadores y sus empleadores y explotadores. Al final del tercer acto, una resignada Lissete (la criada de la protagonista) acepta a la pareja que le ha tocado, que no es otra que el trapacero Arlequín. Nada mejor podía ofrecerle aquella sociedad de castas que en poco más de setenta años desaparecería, al menos por un tiempo, con la Toma de la Bastilla. Dice Lisette: “He sido atrapada en mis propias redes. La peinadora de la señora bien merece al soldado del señor”. Una resignación que no oculta del todo la amarga frustración, la cual seguirá creciendo en la conciencia de estos oprimidos hasta encontrar el desahogo que con anchura les brindarán Robespierre y su banda de “serial killers”.

John Ford

Caracas, jueves 17 de julio de 2020

Cine de cuarentena

Dando continuidad a sus actividades, el Luxor Cine-Club, después de los ciclos dedicados al Cinema noir o grandes realizadores como Mizoguchi, Lang, Kaurismaki, Kiarostami,  Preminger, Siodmak, Ulmer, Renoir o Dassin, ha programado para este fin de semana, del caluroso mes de julio, un breve homenaje a John Ford con cuatro de sus clásicos. Pasaporte a la fama (1935); La diligencia (1939); El delator (1935) y The Searchers (1956). La diligencia es reconocida por los historiadores del séptimo arte como el western que salvó al género de su desaparición. Bajo la apariencia de una típica película de vaqueros, con sus indios incluidos, Ford se encarga de presentar los arquetipos más conspicuos del comportamiento de los hombres. Es el primer film importante de John Wayne, el inicio de una larga colaboración que llegará hasta The Searchers (1956), una de las diez mejores películas de todos los tiempos en cualquier lista seria, lo que deja fuera a las de Sight & Sound.

Lista de películas presentadas por el Luxor cine-club durante la cuarentena

KENJI MIZOGUCHI: Elegía de Osaka (1936); Miss Oyu (1951); 47 Ronin (1941); Los amantes crucificados (1954); La emperatriz Yang (1955); Utamaro y sus cinco mujeres (1946)

KIYOSHI KURASAWA: Cure (1997)

ABBAS KIAROSTAMI: El viento nos llevará (1999); El sabor de las cerezas (1997); Close Up (1990); A través de los olivos (1994)

NACER KHEMIR: El sabio sufí (2005)

JACQUES TOURNEUR: Al caer la noche (1951)

RUDOLPH MATÉ: D.O.A (Dead on Arrival, 1950); El guantelete verde (1952)

 LEWIS MILESTONE : Rain (1932)

EDGAR J. ULMER: Gente de domingo (1931) Desvío (1945); Crime is my Beat (1955); El hombre invisible (1960)

JULES DASSIN: Thieves Highway (1947); La ciudad desnuda, 1948

NORMAN FOSTER: La fugitiva (1950)

FRITZ LANG: Secreto tras la puerta, 1947

JOSEPH LOSEY: Blind Date (1959)

JEAN RENOIR: Aguas pantanosas (1941); El río (1951, una de las 12 de Scorsese); El hombre del sur (1945)

BRUNO VESOTA: Female Jungle, (1955, debut de Jayne Mansfield)

HOWARD HAWKS: His Girl Friday

ANATOLE LITVAK: This Above All (1942)

ARTHUR LUBIN:  Impact (1949)

HITCHCOCK: Rebeca (1940)

HENRY HATHAWAY: Envuelto en la sombra (1946)

AKI KAURISMAKI: El hombre sin pasado (2002); La chica de la fábrica de fósforos (1990)

ROBERT SIODMAK: Gente de domingo (1930, con Zinnemann, Ulmer, Wilder, Kurt Siodmak); La escalera de caracol; El caso de Thelma Jordon (1950); Los forajidos (1946); El diablo golpea de noche (1956); El sospechoso (1944); Una vida marcada (1948); El sexo débil (Francia, 1933); El hombre que buscó su asesino (1931); El extraño caso del tio Harry (1945)

CHRISTY CABANNE: Coqueteando con el destino (1916)

OTTO PREMINGER: Ambiciosa (1947); Where the sidewalk ends? (1950); ¿Ángel o demonio?

 JOSEPH L. LEWIS: The Big Combo (1955)

FERNANDO TRUEBA: La reina de España (2017)

YASUJIRO OZU: El comienzo de la primavera

ROBERT PARISH, PHIL KARLSON: Destino Budapest (1942)

ROBERT ALDRICH:  Kiss Me Deadly (Mike Hammer, 1955)

CHESTER ERSKINE:  Midnight (1934)

ROBERT QUINE: Pushover (1954)

SAM FULLER: Shock Corridor (1963)

QUENTIN TARANTINO: Pulp fiction (1994)

 STEVE SEKELY:  Hollow Triumph (1948)

 RENÉ CLÉMENT: Demasiado tarde (1948)


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