Diario literario

Diario literario 2022, febrero (parte IV): Preámbulo, el mercader de Shakespeare, Sophia de Mello, Anne Carson, Edna en Atlanta, Lina Kostenko en Chernobyl (Ucrania)

26/02/2022

Fotografía de Monroy Editor

Milán, domingo, 20 de febrero de 2022

Preámbulo

Preámbulo (Monroy Editor) es el nombre de la última novela de Antonio López Ortega, pero ha podido llamarla “Éxodo”, que era como los viejos libros de bachillerato llamaban a los movimientos poblacionales que, desde el campo venezolano, se desplazó a las incipientes ciudades modernas del país, como Caracas y Maracaibo. Otero silva se dio cuenta de este episodio de la historia venezolana en su dramática Casas muertas, aunque no fue el único. El libro de López Ortega habla de una de estas familias que, huyendo de las pestes y la miseria del campo abandonado, se mudaría a la capital venezolana a finales de la década del treinta del siglo XX. No obstante, tal vez hubiese sido más justo llamarlo “Exilio”. Porque de eso se trata, de un exilio interior que resulta en alegoría de la experiencia de cinco millones de venezolanos que han abandonado el país. La extensa familia que protagoniza la narración llega a Caracas como las que hoy llegan a cualquiera de los países vecinos o a España. Sienten la condición de exiliados, que no es la geografía natural y nativa, sino otra, extraña e insegura. Nadie se integra el primer día, y esto lo sienten los emigrados de Preámbulo. Caracas será hasta el final un segundo país. Atrás, pero no del todo, quedó el primero, el de la llanera Zaraza. El exiliado nunca se va por completo. Bajo el cielo natal deja sus fantasmas, con los cuales se mantiene en permanente y trágico diálogo. Nadie está completo sin sus fantasmas, es por esto que la condición del que se exilia es la del incompleto. Algo que no cura ni siquiera la más prolongada de las residencias y la más sincera de las asimilaciones. Mi maestro José Solanes con frecuencia me decía que era más venezolano que yo, porque había llegado al país antes de que yo naciera. Un ingenio que trataba de atenuar el desarraigo y de acallar las voces de sus fantasmas que había dejado en su Cataluña natal, al huir del experto en muertes que fue Franco. No sé si López Ortega estaba consciente de la alegoría que escribía. En todo caso, su novela, como antes la de Otero Silva, quedará como uno de los testimonios de la experiencia del desarraigo, de Zaraza a Caracas, o desde Caracas, Maracay, Maracaibo a cualquier ciudad extranjera. Es lo mismo. López Ortega es un formidable representante de la ficción “automovilística”, como Kerouak o el venezolano Gustavo Valle. Son narradores que se sienten a sus anchas describiendo lo que ven desde el volante. No se escribe de esta manera sin una gran experiencia, un disfrute en el manejo. Recuerdo otros fragmentos automovilísticos de López Ortega (“Indio desnudo”) escritos con un realismo digno de Rossellini o De Sicca. De hecho, Preámbulo comienza con un insólito traslado en auto desde el litoral venezolano hasta Caracas. A pesar de que entre los pasajeros se encontraba el cadáver del abuelo del protagonista, lo mejor es la descripción del recorrido. No obstante, habrá que esperar casi hasta el final para disfrutar de un logrado acierto del subgénero. Cuando, en una prefiguración del agotamiento de la generación del éxodo, el protagonista describe su viaje desde Caracas hasta el estado Falcón. Dos días descritos con la prosa impecable de la National Geographic. Es difícil pensar que el mismo López no estuviera presente en ese viaje. Lo que hace López es escribir la autobiografía de su abuelo, de manera parecida a la que escribiera Amélie Nothomb, Primera sangre, su novela de 2021 donde escribió la autobiografía de su padre. Es una ficción “autobiográfica”, pero discretamente confesional. López evita por pudor los excesos exhibicionistas tipo Emanuelle Carrère o Matín Amis. En Preámbulo, la dicción se siente más cerca de los grandes poetas del realismo norteamericano, tipo Lee Masters o Vachel Lindsay, que de las abstracciones de franceses como Robbe Grillet. Preámbulo, a pesar del título, es más bien un farewell, una despedida a una Venezuela que fue y ya no volverá a ser. La actualidad del libro es inquietante. Aunque las víctimas del desarraigo en este caso son los familiares del abuelo del autor, los verdaderos protagonistas de la novela son los venezolanos que han sido devastados por la experiencia del exilio, interior o foráneo. Al hablar de los suyos, López Ortega habla de todos, la gran mayoría de los venezolanos cuyas existencias han estado marcadas por la experiencia del destierro. La novela se cierra con el traslado del narrador a los campos petroleros del occidente del país. La madre, ícono de la Venezuela anterior, se hunde en la oscuridad de una demencia senil mientras se atisba el brillo de una Venezuela nueva; integrada de manera compulsiva a la modernidad, y con un futuro que se estrellaría en el muro de un totalitarismo inesperado y costoso.

Stratford-upon-Avon. Fotografía de Dr. Bob Hall | Flickr

Milán, lunes, 21 de febrero de 2022

Shakespeare y el mundo de Shakespeare (1)

William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, un encantador pueblo a orillas del río Avon, a 60 km al norte de Londres. Su nacimiento se registró en 1564 y, en la misma localidad, ocurrirá su muerte en 1616, a los escasos cincuenta y dos años. Nace el gran poeta y dramaturgo el mismo año de la muerte de Miguel Ángel, y esto nos sirve para situarlo con precisión en la historia de la cultura occidental. Es decir, el inglés llegó al mundo cuando el Renacimiento italiano vivía sus últimas jornadas para dar paso a otras tendencias y movimientos, como el Manierismo y el Barroco. Sin embargo, a pesar de las tentaciones, no sería prudente afirmar que Shakespeare no haya sido un producto del espíritu renacimental. El desarrollo económico, la revolución comercial que hizo posible las glorias del Renacimiento italiano, se tardó en llegar a las costas de Inglaterra. A su propia insularidad deberíamos atribuir este retraso. Esto es lo que explica el estilo de buena parte de la producción shakespeariana. Su universalismo y pluralidad. Como Leonardo o Rafael o Miguel Ángel, Shakespeare fue muchas cosas: hombre de teatro, empresario, actor, filósofo, dramaturgo, poeta narrativo y poeta lírico. Y en todas estas actividades se manifestó su enorme genio. Pero sería el teatro el medio que le permitiría desarrollar todos sus dones, hasta convertirlo en el más grande dramaturgo desde la Antigua Grecia. Y esto es algo propio del Renacimiento. La actividad teatral, de todas las manifestaciones del arte, fue la que más sufrió durante el largo milenio de la Edad Media. Todas las demás, la pintura, la arquitectura, la poesía, la música, la filosofía, la escultura, se desarrollaron de manera admirable. Todas menos el teatro. El profesor William Chambers (The Medieval Stage, Oxford), al tratar ese fenómeno, nos recuerda que, por primitivos y supersticiosos, a los bárbaros, encargados de fundar el nuevo orden mundial que llamamos medioevo, no les gustaba el teatro. Esta es la razón por la cual deberíamos considerar el teatro moderno como el más grande de los aportes del Renacimiento a la cultura occidental. Shakespeare, hombre de teatro, que respiraba teatro y vivió para el teatro, nació en el momento justo y en el país más apropiado. De haberlo hecho durante el milenio medieval, su genio se habría perdido irremediablemente. Y de haber llegado al mundo en otro país, como España o Italia, no habría podido desplegar todo su genio ante las restricciones cada vez más rigurosas, impuestas por la iglesia católica a través de las actividades de la Santa Inquisición.

Treinta y ocho obras de teatro escribió Shakespeare. No muchas, si consideramos la producción de esos monstruos españoles del Siglo de Oro, a cada uno de los cuales se atribuyen cientos. No obstante, no son muchos los que recuerden el nombre de alguno de los protagonistas de un drama español de la época, acaso y no muchos, el de Segismundo de La vida es sueño. Pero de Shakespeare, sin que lo hayamos leído, recordamos no solo nombres como Otelo, Romeo y Julieta, Macbeth, Ofelia, Hamlet; sino también algunos episodios, como el del celópata Otelo asesinando a su esposa Desdémona. O el trágico fin de Romeo y Julieta, y el sangriento ascenso al poder de Macbeth. Algún crítico dijo que la grandeza de Shakespeare radicaba en su capacidad para crear personajes que se parecieran a nosotros, a veces demasiado, diría yo. Todos, de adolescentes, fuimos Romeo o Julieta. Nadie, que se sepa, ha dejado de ser Otelo alguna vez en la vida, cuando, dejando de lado el raciocinio, nos dejamos llevar por el monstruo de los celos. Y deben ser escasos los que no han sentido las tentaciones de Macbeth por el poder. No necesariamente que hayamos accedido a las altas esferas del poder, pero en algún momento, como diría Michel Foucault, lo hemos ejercido, con mayor o menor violencia, sobre mascotas, amigos, familiares, compañeros de trabajo y desconocidos. Shakespeare nos habla a nosotros de nosotros mismos, y nos ayuda a entendernos. Contrariamente a lo que se piensa, no todo en Shakespeare es tragedia. De las treinta y ocho piezas, solo diez merecen ese nombre. El resto es un variado conjunto donde se agrupan dramas históricos, piezas fantásticas, como La tempestad, y comedias, algunas verdaderamente cómicas y otras no tanto, que son conocidas como “comedias oscuras”. El mercader de Venecia es una de estas comedias oscuras. En términos clásicos, y a grosso modo, lo que diferencia una comedia de una tragedia no es que sea necesariamente divertida, porque en algunas de sus tragedias más terribles, como Lear o Hamlet, encontramos episodios bufos, lo que importa es cómo terminan. El final de una pieza, de acuerdo con Aristóteles, es lo que la hace una u otra cosa. Aunque esto, como en todas las clasificaciones literarias, es relativo.

Anne Carson

FRAGMENTO AGUA CORRIENTE

Una mañana a primera hora faltaban las palabras. Antes de eso, las palabras no existían. Los hechos, sí, las caras también, Era una buena historia, nos dice Aristóteles, todo lo que sucede lo desencadena alguna otra cosa. Un día alguien se dio cuenta de que habían estrellas pero no palabras, ¿por qué? Se lo he preguntado a un montón de personas, creo que se trata de una buena pregunta. Tres ancianas se agachaban en los campos. “¿De qué sirve preguntarnos a nosotras?” dijeron. En fin, enseguida quedó claro que sabían todo lo que había que saber sobre los campos nevados y los brotes verdeazulados y la planta llamada “audacia”, que los poetas confunden con la violeta. Empecé a copiar todo lo que decían. Las marcas construyen gradualmente un constante natural, prescindiendo del aburrimiento de una historia. Quiero recalcar esto. Haré cualquier cosa para evitar el aburrimiento. Es la labor de una vida. Es imposible llegar a saber suficiente, a utilizar los infinitivos y los participios de forma suficientemente rara, a impedir el movimiento con la suficiente rudeza, a abandonar la mente suficientemente rápido.

En este difícil texto, Carson despliega, de manera admirable, el tono oracular, hermético, de parte de su poesía. A pesar de lo hermético del texto, y de tratarse de una pobre traducción (todas lo son), cautiva el poema por su ritmo y sus imágenes. Carson es una inspirada poeta en prosa, un modo expresivo difícil para los poetas de habla inglesa.

Shakespeare’s Globe Theatre. Fotografía de Marcus Meissner | Flickr

Shakespeare y el mundo de Shakespeare (2)

Si el teatro es la representación poética de una realidad social, pocas sociedades, desde los griegos, se han visto mejor representadas en escena que la del tiempo de Shakespeare. Estamos en el momento de mayor esplendor de la dinastía Tudor. La apertura renacimental iniciada por Enrique VIII, de dudosa fama como esposo, pero uno de los grandes príncipes del Renacimiento, se consolidó con la llegada al trono de Isabel I. Esta hija de Ana Bolena, nunca reconocida por el Papa, era la soberana indicada para aquel momento en el cual Inglaterra iniciaba su historia de gran potencia militar. Su corte fue la más liberal de su época. Una apertura que atrajo a mucha de las mejores mentalidades de su tiempo y que permitió, estimuló y reconoció a los grandes dramaturgos que, como arroz en una llanura inundada, se reunieron para producir el momento más alto del teatro occidental desde los tiempos de Atenas. Si el teatro de Shakespeare es un retablo de maravillas, no lo fue menos su corte. Aparte de sabios y genios, se encontraba el visitante en palacio con personajes como Walter Raleigh, de regreso de uno de sus viajes americanos, que incluyó a Venezuela, confundiendo a los cortesanos al presentarse literalmente echando humo en una ciudad que desconocía el uso del tabaco. Raleigh sería mejor conocido por sus andanzas como pirata, pero fue, asimismo, un notable poeta y gran historiador (su Historia del mundo, inconclusa, es un estudio notable). Otro día era posible conocer en la corte al escurridizo Antonio Pérez, quien fuera secretario privado de Felipe II y amante de la princesa de Éboli. No faltaban los alquimistas como John Dee ni los grandes navegantes, como el peligroso capitán Morgan. Apenas de doce años, Shakespeare se enteraría de los portentosos sucesos del Canal de la Mancha, donde la Armada Invencible había sido pasto de las astucias e ingenios de los estrategas de la reina. La Inglaterra de Isabel I era de un liberalismo que contrastaba con el de las cortes de la Europa católica, en los cuales el fanatismo de la inquisición se empeñaba en devolverla a la oscuridad de la Edad Media. Desde los tiempos de Enrique VIII, la tolerancia era una de las virtudes de la monarquía británica. La tolerancia sexual de la corta se reflejaba de la manera más brillante en el teatro de Shakespeare y sus contemporáneos. Infidelidades, adulterios,  incestos, homosexualidad velada o desvelada o eran conductas reiteradas en esta sociedad que este teatro universal y brillante, genial e irrepetible, llevó a la escena. El favoritismo popular estimuló la construcción de grandes teatros, como el Globo, administrado durante un tiempo por Shakespeare y donde se estrenaron  muchas de sus obras. Teatros con capacidad para miles de personas (3000 en  The Globe), con tramoyas complejas que permitían maravillosos efectos escénicos que incluían música de fondo. La idea era la de un teatro total, con actuación, música, danza, maromas y canciones. El mundo de Shakespeare, la sociedad de Enrique VIII y su hija Isabel I fueron los grandes protagonistas del más estupendo escenario que ha visto el mundo desde la época de la Atenas de Esquilo, Sófocles y Eurípides.

Sophia de Mello Breyner Andresen

Milán, martes, 22 de febrero de 2022

Sophia de Mello Breyner Andresen

En la primera entrega (2010) de la revista milanesa “Poesia” (Crocetti Editore) en su nueva presentación, me encuentro con un texto del querido Miguel Gomes que sirve de presentación a una muestra del poeta colombiano Armando Romero. Hacia el final, Migue reproduce unas líneas de la notable poeta portuguesa Sophia de Mello, a quien Miguel tuvo el privilegio de tratar en uno de los viajes de ella a los Estados Unidos: “(Sophia) una compatriota de Pessoa -una poeta no menor que él aunque ciertamente no tan celebrada-”:

 

Espero sempre por ti o dia inteiro.

Quando na Praia sobe, de cinza e oro.

O nevoeiro

E há en todas as coisas o agoiro

de una fantástica vida.

 

De Mello ha sido ampliamente traducida al castellano con una fortuna que ignoro. Lo que sí sé, como recuerda Miguel, siempre acertado, es que su poesía no es menos luminosa y reveladora que la de su paisano Fernando Pessoa.

Fotograma de El Mercader de Venecia (2004)

Shakespeare y el mundo de Shakespeare (3). Antonio y Bassanio

El mercader de Venecia, como recomendaban los clásicos, comienza in media res, es decir, en plena acción, en medio del asunto. Cuando se inicia la historia, ya Antonio, el mercader, ha hecho préstamos de alto riesgo a Bassanio, su amigo, quien nunca ha tenido intenciones de pagarlos. La historia de este trato es secundaria en relación con lo que viene después, pero es fundamental para entender el origen de este subplot, de esta acción paralela. Cuando aparece, Antonio nos sorprende con una confesión desconcertante. No es lo que esperábamos de este próspero comerciante: “En verdad ignoro por qué estoy tan triste”, dice. Shakespeare escribió en las fronteras de dos grandes períodos, el Renacimiento y lo que vino después, que fue el Barroco. Al optimismo del Renacimiento, basado en el talento y la voluntad de aquellos hombres que reinventaron el mundo moderno, siguió un tiempo oscuro, pesimista y sangriento, el siglo de la locura de Quijote, las sangrientas guerras religiosas entre católicos y protestantes y la difusión de la doctrina luterana. Esta inseguridad transformó el optimismo del siglo XVI en melancolía, como llamaban a la depresión en el siglo XVII. Hombres melancólicos, como Antonio, no era lo que faltaba en aquella Europa dividida en dos por la prédica de Lutero. La melancolía se hizo endémica y no siempre por causas conocidas. Que es lo que confiesa Antonio, que no sabe por qué está triste: “Pero ¿cómo he adquirido esta tristeza, tropezado o encontrado con ella, de qué sustancia se compone, de dónde proviene?, es algo que no alcanzó a explicarme”. La tristeza crónica, la melancolía, la depresión pueden ser de varios tipos, como reconoció tempranamente Platón en su Fedro. Una de estas variantes es la locura amorosa. Pocas cosas más graves que un desengaño amoroso. Antonio es incapaz de aceptar el origen de su mal y lo atribuye a la esencia de la condición humana, que, en esa época, era una condición marcada por la depresión, una melancolía ontológica. Es decir, que el hombre no puede ser sino melancólico: “No tengo al mundo por más de lo que es: un teatro donde cada cual debe representar su papel, y el mío es bien triste”. Uno de sus amigos aventura la hipótesis más probable, esto es que está enamorado. Algo que el mercader niega de plano. Aquí es donde aparece su joven amigo, Bassanio, quien, entre otras cosas, servirá de puente entre la acción secundaria, el subplot, la melancolía de Antonio, y la acción primaria, que es el préstamo de Shylock y las condiciones del arreglo. Las expresiones que dirige Antonio a Bassanio son las más inquietantes: “Mi bolsa, mi persona, mis últimos recursos, en fin, estarán a tu disposición… Me haces indiscutiblemente más daño poniendo en duda la sinceridad de mi afecto que si hubieras dilapidado mi fortuna entera”. En otra ocasión, Salario dirá de Antonio que “no vive en este mundo más que para Bassanio”. Si no entera, ya Bassanio había dilapidado parte de la riqueza de su amigo. Bassanio es un producto típico de estos tiempos de transición en los cuales la economía feudal estaba siendo desplazada por el incipiente capitalismo. Incapaz de adaptarse y mucho menos de trabajar por su cuenta, lo que era considerado inaceptable para un hidalgo como él, Bassanio se ve obligado a adoptar una de las condiciones más rebajadas de la organización social que es la del pícaro. El pícaro, que tiene mucho de arquetipo, lo inmortalizó la figura del Arlequín de la Comedia del Arte. Se trata de un personaje de oscuros orígenes, casi siempre, cuyo propósito existencial es simplemente vivir de los demás. Bassanio es, así, un noble degradado. Su simpatía irresistible, su desparpajo y caradurismo: “Te debo mucho, y, por los pecados de mi juventud demasiado libre, lo que te debo está perdido”. Bassanio no ignora que Antonio está enamorado de él y se aprovecha de esta debilidad  para sacar provecho. No obstante, en su irresponsabilidad, Bassanio siente afecto por Antonio y, puesto a prueba, hará lo posible por salvarlo, redimiéndose al abandonar su condición pícara. Lo más irónico de la petición de un nuevo préstamo a Antonio es que Bassanio lo va a utilizar para conquistar otro amor, en este caso el de la joven y rica Porcia. No obstante, la picardía de Bassanio es superficial, no esencial, como la de Arlequín o la de los grandes pícaros españoles, como Guzmán de Alfarache y el Lazarillo de Tormes. Y así, en la tercera escena del primer acto se opone al trato: “No firmarás por mí un compromiso como ese; prefiero continuar en el apuro en que estoy”. Si acepta es porque Antonio le asegura que, en menos de dos meses, cuando regresen sus barcos, tendrá dinero más que suficiente para cancelar la deuda con el judío. Este judío es Shylock, una de las grandes creaciones del genio de Shakespeare.

En tiempos de la Edad Media la situación no se habría presentado. La circulación del dinero estaba reducida al mínimo y Bassanio no lo habría dilapidado sino que, probablemente, habría costeado una guerra con algún príncipe vecino, una actitud poco obvia en un hombre tan dado a la vida muelle. Por otra parte, a Antonio no le habría sido fácil conseguir el préstamo. La usura estaba severamente castigada por la iglesia y los bancos no habrían entrado todavía en funcionamiento regular. Todo lo que Shakespeare cuenta y canta en el mercader solo es posible en una sociedad donde se ha impuesto el modo de producción capitalista, como la Venecia a partir del siglo XIV o XV, cuando el ascenso del capitalismo ya se sentía irresistible. Desde ese momento, la iglesia se haría más tolerante con la usura, y así hasta el sol de hoy. La institución del préstamo es tan vieja como la tribu humana. La de la usura, una perversión de la vida en sociedad, es más reciente, como se lo aclara Antonio al judío de Venecia.

Edna St. Vincent Millay

Milán, miércoles, 23 de febrero de 2022

Edna en Atlanta

A mediados de la última década del pasado siglo me correspondió visitar la ciudad de Nueva York varias veces al año para acompañar a mi hermano Daniel Oliveros en sus giras de negocios por los viñedos de Francia e Italia. Generalmente llegaba directo a esa ciudad, pero no fueron pocas las veces que hacía escala en Atlanta, de acuerdo al itinerario de la línea Delta. En esas grandes ciudades de la provincia estadounidense todo es posible. Son monstruos urbanos cuyo acelerado crecimiento se llevó a cabo en pocas décadas. De la sabana a un campo inmenso de rascacielos en pocos años. La fauna humana necesariamente es la más variada, así como sus reacciones y acciones. En una ocasión, al presentar el pasaporte, me tocó en suerte un funcionario de inmigración salido de una película de Tarantino. Rubicundo, pasado de kilos, mal encarado, con sus ojos de azul turbio detrás de unos anteojos de dorado marco metálico. “Así que usted es profesor universitario. ¿Profesor de qué? Ah, de literatura. ¿Cuál literatura? Ah, ¿inglesa y norteamericana?” Y, luego, con una sonrisa entre macabra e ingenua, “Usted tiene que conocer este poema”. No podía creer que eso me estuviera pasando. Las posibilidades de que conociera lo que ese hombre estaba leyendo eran mínimas, tan pocas como grande era la sorpresa de que aquel personaje, puesto allí por la Oficina de Extranjería de los Estados Unidos únicamente para hacerme la vida difícil y negarme el ingreso, pudiera leer libros de poesía. Sacó lo que parecía una fotocopia de un texto y, sin consideración con la cola que se había ido formando detrás de mí, comenzó a leer con voz de funcionario, precisa y desanimada, mientras algo dentro de mí me decía, “Tranquilo, Alejandro, tú te lo sabes”:

 

Oh, my beloved, have you thought of this:

How in the years to come unscrupulous Time,

More cruel than Death, will tear you from my Kiss,

And make you old, and leave me in my prime?

 

“¡Claro que lo conozco! Ese poema es de Edna Saint Vincent Millay y se lo dedicó a un amante mientras ella vivía en un pequeño apartamento del Village. No estoy seguro, pero creo que el amante era Edmund Wilson. Es un bello poema”. La alegría del agente transformó su cara en uno de los rostros más gratos que he visto en mi vida. Recuperando su seriedad y, después de regresar la fotocopia a su gaveta, se volteó: “Tiene razón, es un bello poema. Welcome to the United States”. Mientras caminaba por el enorme y hórrido aeropuerto de Atlanta, no pude dejar de pensar que, alguna vez en su vida, este huraño, pero humano demasiado humano, agente de aduana tuvo también su Edna que le dedicara un poema de amor, y lo que le quedó fue aquella fotocopia que lo acompañaba en el duro trabajo de confirmar la identidad de los que querían ingresar a su país. Por mi parte, nunca he sido un especialista en la poesía de Edna Saint Vincent Millay, a quien admiro y amo, y, en ese momento, lo mismo que ahora, el único poema suyo que recuerdo es ese que comienza con este inquietante pentámetro, “Oh, my beloved have you thought of this”. Esta es una versión imperdonable del glorioso soneto de la bella Edna:

 

Oh, querido, ¿has pensado en esto: que en los años que

vienen el Tiempo, que no tiene escrúpulos, y es más cruel

que la muerte, te apartará de mis besos

y te hará viejo dejándome sola en mi juventud?

Lina Kostenko

Milán, jueves, 24 de febrero de 2022

Ucrania y Lina Kostenko

De Caracas, una llamada de mi viejo amigo Vasco Szinetar. Vasco comenzó como poeta para convertirse luego, sin dejar de escribir poesía, en uno de los fotógrafos más notables de su generación. En uno de sus “Autorretratos en compañía” (de Borges, García Márquez y medio mundo conocido), suerte de selfish “avant la lettre”, aparece al lado de Yuri Andrujovich, uno de los escritores ucranianos más conocidos en Occidente. Y para esto era su llamada, para recordarme la cantidad de personalidades de genio nacidas en el país, víctima reciente del  imperialismo reactivo del oso de las estepas. Ucranianos fueron Nijinski y Malevich, pero también tres de los más grandes pianistas de todos los tiempos: Valdimir Horowitz, Sviatoslav Richter y Emil Giles. Y uno de los más grandes violinistas del siglo, David Oistrak, y no sé si su hijo Igor. Pero sí sé de dos escritores insoslayables, como Isaak Babel, cuya Caballería roja es un regalo de los dioses, y Nikolai Gogol, uno de los cuatro grandes que escribieron en ruso durante el XIX. También nativa de Kiev fue la formidable Maya Deren, la más brillante representante del cine de vanguardia norteamericano de todos los tiempos. La invasión artera de los ejércitos rusos a Ucrania, no menos condenables que la de los Estados Unidos a Irak y Afganistán, tiene el aspecto de errores que creíamos dejados atrás con el lamentable siglo XX. No puede ser de otra manera. El presidente Putin fue educado y formado por una de las escuelas más siniestras de formación policial, la KGB que desapareció de oficio a comienzos de 1990, pero que ha extendido su manto de sombras en este XXI desprevenido. La literatura ucraniana no es la más conocida, al menos para mí. No obstante, en este momento doloroso, quisiera reproducir un fragmento de un texto que la destacada poeta de ese país,  Lina Kostenko, escribió como un trino por los muertos de Chernobyl, a corta distancia del lugar de origen de la poeta. Fue conocida por su activismo antisoviético, que le costó la prohibición para publicar. Lo que sigue es una traducción al castellano de la versión al inglés (Uilleam Blacker) de uno de sus estupendos, dolorosos y premonitorios “Poemas de Chernobyl”:

 

 

En las orillas del Pripyat. el diablo duerme, haciéndose

pasar, el muy bellaco, por un sauce seco.

En las orillas del Pripyat – las orillas del río que una vez

fuera azul oscuro, brilla una vela atómica de color negro.

Por su culpa los pueblos han sido abandonados.

Sus pezuñas se hunden en la arena de las orillas,

y el viento sopla y silba en sus orejas. Sus obscenidades

aparecieron garabateadas en ventanas y paredes.

El respirador roto y los íconos destrozados.

Ahora piensa que necesita un buen sueño.

Este es su imperio. Y él es el emperador.

Su trono y su infierno el negro reactor. Duerme

en la arena, envuelto en llamas. En su círculo

de cuervos, sólo sueña en Ucrania, en toda Ucrania.

 

Un terrible caleidoscopio:

alguien muere en este momento. En este justo momento.

A cada minuto un barco naufraga. Las Galápagos arden.

Y sobre el Dnipro, brilla la amarga estrella de la absintia.

Explosión. Volcán.

Ruina. Destrucción.

Uno suplica. Otro cae.

“¡No dispares!”, dice un tercero.

Los cuentos de Scherezade se agotaron.

Lorelei ya no canta por el Rin.

Un niño juega. Una cometa vuela.

Los rostros florecen, sobreviviendo al miedo.

Bendito sea cada momento de nuestras vidas

en estos campos infinitos de la muerte.


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