Diario literario

Diario literario 2020, febrero (parte III)

Alrededores de la villa de Moglia, Piemonte. Fotografía de Erin Johnson | Flickr

22/02/2020

Milán, sábado 15 de febrero de 2020

Continúan los días con sol, casi todos los de febrero hasta ahora, en la que fue conocida como una de las ciudades más grises de Europa. El calentamiento planetario ha aumentado las temperaturas de estas regiones septentrionales, poniendo en peligro formas milenarias de adaptación y cultivo del ambiente. Los productores de vinos piemonteses, Barolo, Barbaresco, han comenzado a considerar la indeseada posibilidad de tener que trasladar sus cultivos más al norte, donde el clima atienda más las necesidades de la uva empleada, la nebbiolo; que, como su nombre dice, ama las bajas temperaturas y la nebbia (niebla). Esto dejaría atrás poblaciones históricas, las convertiría en fantasmagóricas poblaciones distópicas mientas se fundan nuevos pueblos huérfanos de cualquier tradición. En este caso, los piemonteses son afortunados al contar con más espacio para sus viñedos un poco más al norte. En otras regiones, como Borgoña, por ejemplo, esto tal vez no sea posible, y el problema es que el pinot negro, la uva de los tintos borgoñeses, también adora el frío.

De izq. a der: Friedrich Ani, Philip Kerr, Friedrich Duerrenmatt

Un inglés en Berlín

Aunque tal vez menos conocidos, los autores de lengua alemana de novelas policíacas se encuentran entre los mayores. El suizo Dürrenmatt es uno de ellos; y el alemán de origen iraquí, vencedor ocho veces del importante Krimi Preis, Friedrich Ani, ya se puede considerar un clásico. Sobre la Alemania hitleriana de 1936, a la cual dedica su Trilogía de Berlín, Philip Kerr, no alemán sino británico, es el autor de Violetas de marzo, que he comenzado a leer en su versión italiana. Un secuaz de Chandler, Kerr, logra lo que todos queremos de un narrador, esto es que nos haga sentir que el libro fue escrito en la misma época que describe, lo cual no es poca cosa.

Piero Boitani

Milán, domingo 16 de febrero de 2020

La guerra y la paz de Homero

En una de las reiteradas aproximaciones de George Steiner a Homero -un asunto que llamó su atención repetidas veces, y que lo llevaría a publicar su Homer in English, una de las más fascinantes selecciones de poesía en cualquier idioma, y en la que reunió las mejores traducciones e imitaciones hechas en inglés de la poesía homérica-, el último “homme de lettres” se refería a Piero Boitani como uno de los mejores conocedores de la obra del autor de la Ilíada. El profesor Boitani es autor de muchos libros imprescindibles, uno de ellos es Tras las huellas de Homero y, seguramente, conoce tanto el asunto como otros grandes homeristas modernos. Lo que lo hace singular es su estilo, su envidiable prosa y su aguda capacidad de percibir las relaciones, como pedía Aristóteles. Es mucho lo que ha publicado y ha sido traducido ampliamente al español con una fortuna que desconozco. Es uno de esos críticos que le abre al lector visuales no conocidas, que ilumina rutas por las que uno no había pensado avanzar para referirse a Homero. La lectura de su reciente Dieci lezioni sui classici me ha llevado a considerar la obra del griego de otra manera. Hasta ahora no había entendido Ilíada y Odisea como seguramente las entendió Tolstoy, como la primera Guerra y paz de la literatura occidental. No es que Boitani lo mencione, pero los dos primeros apasionantes capítulos de su libro me han hecho ver el verdadero sentido del legado homérico. La Ilíada es el poema de la fuerza, como ingenió Simone Weil en un ensayo memorable. Es decir, un poema cuyo lenguaje es el de la guerra, el del enfrentamiento de hombres que no han sabido dominar sus emociones, como diría el Papa. 

Milán, martes 18 de febrero de 2020

La guerra y la paz de homero (2)

La Ilíada es el poema de la guerra como la Odisea es el de la paz. La guerra homérica, sin embargo, no es el convencional enfrentamiento entre dos multitudinarios ejércitos. La suya es una guerra protagonizada por individualidades hipertrofiadas que es lo que llamamos héroes. El héroe es la máxima expresión de la individualidad. Los de Homero combaten en solitario, no forman parte de batallones, brigadas o legiones. La mayoría de las acciones bélicas de la Ilíada se reducen a las llevadas a cabo por el héroe con su contraparte en un bando de los enemigos. Menelao versus Paris, pongamos por caso, o Diómedes versus Eneas, Héctor versus Patroclo, Aquiles versus Héctor. No se detiene el gran cantor a reseñar la participación de grandes colectivos, con la excepción, tal vez, de los temibles mirmidones que llegaron al campo de batalla con  Aquiles y acompañaron a Patroclo en su última aparición. El poema de la guerra presenta al hombre en su condición de homo necans. O mata o lo matan. Los contados episodios en los que la acción se detiene son para tratar asuntos relacionados con la batalla. La embajada de Néstor a Aquiles; el rego de Príamo a Aquiles por el cadáver de su hijo; la aparición de Helena en los balcones del palacio y alguna otra.

Libros e internet

Todo está y no está en internet. Se pueden encontrar las obras completas de Shakespeare en la edición de Ernest Dowden, por ejemplo; aunque, con todo lo que tiene de respetable el trabajo del editor, así como sus inmejoradas anotaciones, no es ésta la edición que he utilizado durante décadas para enseñar la que leo sin mayores inconvenientes. “Sólo sabe leer” en su libro, se decía de los niños que memorizaban el libro primero de lectura encontrando insuperables obstáculos cuando tenían que enfrentar otro texto. Literalmente, es lo que me ocurre. Sólo sé leer al Bardo en las ediciones The Arden Shakespeare, que es la que guardo en mi biblioteca y de la cual no existe una accesible versión digital. Sin considerar que todos los volúmenes, los treinta y tantos, están llenos de notas realizadas a lo largo de años, así como sus manchas de café y vino y sus olores a salón de clase, tiza y tabaco. Todo está y no está en internet.

Johann Nepomuk Hummel. Litografía de Charles Constans

Milán, miércoles 19 de febrero de 2020

Madelaine y trompeta

Este atardecer todavía luminoso parece el escenario ideal para escuchar el Concierto para trompeta de Hummel, que, en este momento, se transmite por Radio Classica Milano. Su brillo es como el de estas tardes tardías del invierno, claras y recorridas por un dejo de la melancolía que precede el estallido de la primavera. Mi primera experiencia con esta música fue igualmente invernal. A finales del frío invierno neoyorkino de 1979, en un memorable concierto de la Orquesta Sinfónica de Boston, dirigida por Ozawa con Maurice André como solista, el mismo que se ha encargado de la versión que transmite ahora la emisora clásica, esta vez acompañado por Herbert von Karajan y la Berliner Philarmoniker. La partitura de Hummel tiene aromas de “magdalena”, siempre me lleva a esa noche memorable en Carnegie Hall. La figura saludable del trompetista con sus dorado instrumento de fuego; la elegante y larga cabellera negra de Ozawa (hace unos años lo encontré en París, y como a mí, no le quedaba un cabello que no fuera blanco), la elegancia de la orquesta que fuera beneficiada durante años por la sabia batuta de Erich Leinsdorf, la acústica celestial de la sala, que fuera salvada por Isaac Stern de ser demolida. La noche de Manhattan, tan radiante ese día como la música que veníamos de descubrir, el privilegio de haber estado allí y de haber sido jóvenes para disfrutarlo con apasionada intensidad y, por fin, la caminata de regreso a la casa en busca de un bar irlandés que permaneciera abierto para apurar un chandleriano y tóxico gimlet. Hace cuarenta años de esto, pero su recuerdo lo guardo en la memoria con más inmediatez de lo que pude vivir ayer. Proust tenía su galletica, yo tengo a Hummel.

1936

Sigo leyendo por el simple placer de leer  sin ninguna mayor expectativa, Violetas de marzo en su edición italiana. Su autor, Philip Kerr, no es precisamente Raymond Chandler, a quien tiene como modelo. Es probable que, al no leerla en el original inglés, me pierda los juegos de palabras tan frecuentes en la novelística negra en cualquier idioma, especialmente entre los norteamericanos. Kerr es escocés, pero su maestro no es Chesterton, sino el mencionado Raymond. No obstante, he disfrutado la superficialidad de su lectura, tal vez porque el ambiente de la Alemania de Hitler, tal como se presentaba en 1936, es representado con inmediata frescura. Su principal mérito es ése, que el libro huele a Berlín,

Milán, jueves 20 de febrero de 2020

Mientras en esta ciudad lombarda los cielos luminosos se suceden y todo aparece rodeado por el azul gélido de las alturas alpinas, en Venezuela todo se dispone para consumar la tragedia perfecta. A los innumerables males que han producido veinte años del peor comunismo se suman ahora los insoportables males del peor capitalismo. Nada puede ser peor. Me niego a creer que todo sea resultado del azar. Un siniestro plan de acabar con el país fue diseñado, aprovechando las deficiencias mentales de unos dirigentes, el resentimiento de otros y la corrupción de todos, por la siniestra inteligencia de los comunistas antillanos que, en esto y en más nada, han tenido un éxito digno de más urgentes empresas.

Magdalena penitente. Georges de la Tour. 1640

Georges de la Tour

De La Tour es un artista nacido para el misterio. A pesar de ser un pintor de raro éxito y ser privilegiado por la corte de Louis XIII y la iglesia de su tiempo, a los pocos años de su muerte comenzó un proceso inusual que lo llevó a ser un desconocido durante doscientos años y, a comienzos del XX, comenzó su recuperación. De la vasta obra que produjo, apenas se conservan cuarenta de irregular calidad, entre las que se encuentra una media docena de las mejores pinturas que se han realizado en la desigual historia de la pintura francesa. Su caravaggesca iconografía pareciera condicionada por ese siglo de hierro, que decía Cervantes, descosido y desmembrado por las guerras religiosas entre cristianos. Su pintura, como la poesía de Agrippa D’Aubigné, es una expresión de la melancolía endémica que afectó a la Europa barroca. Lo misterioso de las mejores telas de De La Tour llamó la atención de los mejores espíritus del siglo XX, entre ellos Malraux, Blunt y Char, quien le dedicó un par de poemas. En 2016, el Prado organizó una extensa exposición y en estos días el Palazzo Reale de Milán ha ofrecido la suya, con el agregado de la obra de sus contemporáneos, tan ocupados como él en pintar la noche interrumpida por una o varias velas. Artistas no siempre reconocidos, como el privilegiado y anónimo Maestro de la Luz de Vela o Adam de Coster, Trophime Bigot o el tan influyente Honthorst. La diferencia entre ellos y De la Tour es que los personajes de estos maestros parecieran, en su acartonamiento, no tener alma. De las penumbras de De La Tour, por el contrario, lo que nos espera es la propia vida con sus inseguridades y barroca melancolía. Char lo supo desde temprano, desde 1934 por lo menos, cuando visitó una muestra en París que incluía una docena de pinturas del maestro francés. En uno de los varios textos que le dedicó alude a esa soledad de la vela sumergida en el sueño:

Magdalena ante una vela

Quisiera que la hierba hoy fuera blanca
para pisar la evidencia de verte sufrir.
Sin mirar debajo de tu mano tan joven,
La forma endurecida despojada del estuco
de la mente. Un día discrecional otros
menos ávidos que yo van a retirar tu camisa
de lienzo y ocuparán tu habitación. Pero,
llevándosela, olvidarán ahogar la vela,
y una gota de aceite se extenderá por la daga
de la llama y la imposible solución.

(Trad. AO)

Tal para cual, el misterioso De La Tour interpretado por Char, un poeta cuyo libro más difundido se llamaría Furor y misterio.


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