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Milán, jueves 16 de enero de 2020
Humanismo y renacimiento
Una de las glorias más permanentes de la historia de la tribu humana, solo comparable a las de la Grecia clásica o la Roma de Augusto, es el triunfo del humanismo en Italia a comienzos del siglo XV. En verdad, se trató de un brillante paréntesis en la tradición de retrasos y oscurantismo que el cristianismo le impuso a Occidente desde su hegemonía, propiciada por un distraído emperador romano en el siglo IV d.C. Antes del humanismo, el medioevo; después del humanismo, el Barroco y sus tradiciones absolutistas. La iglesia, la gran protagonista de ambos momentos. El novecientos, entre sus pocos logros, debe atribuirse el de haber sistematizado los estudios del período produciendo una fascinante literatura, así como un nutrido grupo de especialistas y diletantes. El conocido Bernard Berenson fue uno de los segundos. Una personalidad cuyo tejido estaba hecho con puntadas llenas de sofisticación y aciertos y otras sencillamente detestables. Fue uno de los primeros en llamar la atención sobre la exquisita iconografía de los primitivos sieneses. Pintores como Sassetta o Giovanni di Paolo fueron objetos de sus investigaciones y estudios, y es probable que esta iniciativa haya contribuido a salvar del olvido y el deterioro la producción de estos maestros. Escribió libros necesarios para conocer mejor la plástica menos frecuentada del Renacimiento, y otros volúmenes dedicados a sus memorias y recuerdos francamente retocados. Hizo una fortuna como comerciante de obras de arte para ser vendidas en el ávido e ingenuo mercado norteamericano. Trabajó al servicio del resbaladizo e influyente Lord Duveen, y no se puede decir que la honestidad de sus manejos fuera tan incuestionable como el capital acumulado con ellos. Vivió buena parte de su vida en Toscana, donde mantuvo una corte visitada por personalidades tan distinguidas como Kenneth Clark y John Pope-Hennessy.
Fue dueño de una hermosa villa en las afueras de Florencia, la cual, con sus colecciones, mobiliario y biblioteca, donó a la Universidad de Harvard. Hoy es la sede de la Fundación I Tatti, dependiente de esa casa de estudios. Con el tiempo, se ha convertido en uno de los centros más prestigiosos para los estudios del Renacimiento. Hará cosa de unos veinte años, en 1998, para ser precisos, comenzó la publicación de la invalorable I Tatti Library Renaissance, con títulos tan preciosos como la Genealogía de los dioses y Las mujeres más ilustres, de Boccaccio. Son libros preciosos, con sus tapas de tela azul cielo y cubiertas del mismo color. Ya es un placer tenerlos entre las manos y oler su tinta perfumada sobre el precioso papel libre de oxidación. No hay que leerlos para disfrutar el placer inefable del libro. Su erudito director, James Hankins, es el autor del apenas publicado Virtue Politics. Soulcraft and Statecraft in Renaissance Italy, que ha llegado a mi mesa gracias a la oportuna generosidad bibliográfica de mi amigo Ricardo Bello. Se trata de un extenso y erudito estudio sobre la formación en influencia de los studia humanitatis en la Italia del ‘400. Un asunto reiterado entre los muchos e ilustres especialistas en el pensamiento renacimental, entre los cuales recuerdo a Quentin Skinner, Paul Oskar Kristeller (ampliamente editado por el FCE), Hans Baron, Frederick Antal, Erwin Panofsky, Felix Gilbert, Eugenio Garin (traducido y publicado por la UCV antes de la llegada de los bárbaros) o los más recientes warburgianos Nicolas Penney y Michael Baxandall.
Las tesis y propuestas de Hankins son las más novedosas y excitantes. Apenas en sus primeras páginas nos anima recordándonos que para Petrarca y sus seguidores, los “studia humanitatis” eran necesarios para “reparar el daño infligido a la naturaleza humana con la caída de Roma y la pérdida de la civilización antigua”. Que el gran poeta del Cancionero estuviera de acuerdo con esta teoría es un caso aislado en un pensamiento dominado por la asfixiante ideología cristiana. Como se sabe, el cristianismo, después de aprovecharse tempranamente de rituales, símbolos, leyendas e imágenes producidas durante el milenio de paganismo y de haberlas incorporado a su propia leyenda, renegó de esta tradición hasta el punto de reducirla al silencio. El héroe del libro de Hankins es Petrarca, en su “condición de verdadero fundador del humanismo renacimental, el más reflexivo y articulado hombre de su tiempo”. Tengo particularmente la impresión de que después de un siglo XX dedicado a Dante, le ha llegado el turno a su paisano Petrarca. De cuyas obras en prosa, al cuidado del profesor Rico, Guadarrama publicó una valiosa selección. De los temas a los que dedica Hankins su atención, la más apasionante de sus secciones, para nosotros en este momento de catástrofe política, tal vez sea la que dedica a la figura del tirano, expuesto en una prosa de una claridad que no es habitual entre eruditos: “Tiranía en la filosofía griega. Bartolo de Sassoferrato (estudiado por Skinner). Petrarca sobre cómo convivir con un tirano”. De lo que no parece hablar Hankins es de cómo acabar con una tiranía que se ha apropiado de las armas de la república para conducirla a la ruina.
Barolo, viernes 17 de enero de 2020
De nuevo en esta población del Piemonte italiano a la cual acudo anualmente con mi hermano desde 1996. Hoy, visita a uno de los mejores productores de la región. La del recientemente desaparecido Beppe Rinaldi, cuyas hijas, Marta y Carlota, han asumido la tradición familiar. Beppe fue un hombre extraordinario, gran lector de poesía y poeta él mismo. Rebelde ante las convenciones, la suya no podía ser otra poética que la futurista, despojada de sus inquietantes afinidades fascistas y salpicada de romántico socialismo, como todos los que heredaron las convicciones políticas de los partigiani, una especie de sagrada compañía que se opuso con las armas a los invasores alemanes. Con Beppe participé en una lectura de poemas en una de las legendarias cenas con los productores organizadas por Daniel Oliveros en el restaurant Le Torri, de Castiglione Falletto. El año pasado, en su memoria, se organizó un recital en la colina de Briccolero, en la propiedad de otro destacado productor, y al cual he mencionado en estos diarios, el talentoso Nicola Chionetti, que se ha encargado de la introducción a las versiones al italiano de mi Exilios, realizadas con dedicación y lucidez por la recordada Ana María del Re y Marcella Lippi. No conozco otra región vinícola tan ligada a la poesía y literatura como el Piemonte italiano. En un pueblito de la comuna de Asti, Santo Stefano Belbo, nació Cesare Pavese. Y de Torino, sede de la editorial Einaudi, era Primo Levi, el cual todos los años visitaba al legendario Bartolo Mascarello para conversar y regresar a la ciudad con seis botellas del glorioso Barolo que Bartolo produjo hasta poco antes de su muerte, que hará cosa de diez años. Una de mis fantasías es la de publicar mis Exilios en italiano para su distribución exclusiva entre los amigos productores de vino de esta bendita región. De Piemonte a Toscana, otra tierra de vinos, para la visita a viejos amigos y almuerzo en Trattoria da Bibe, un viejo restaurante frecuentado por Eugenio Montale cuando visitaba Florencia (“Bibe” es como llamaban los amigos al primer propietario):
Bibe al ponte Dell’asse
Bibe, ospite lieve,
la bruna tua reginetta di Saba
mesce sorrisi e Rufina
di Quattordici gradi.
Si vede in basso rilucere la terra
fra gli aceri radi
e un bimbo curva la canna,
sul gomito della Greve.
(1937)
Milán, miércoles 22 de enero de 2020
Alienación y sensatez
Alienado como estoy, leyendo las disputas entre Platón y Aristófanes o los comentarios eruditos de James Hankins sobre el Secreto mío del buen Petrarca, es bienvenida la sensatez y lucidez de la profesora venezolana de filosofía Sandra Caula en un ensayo publicado en la página Cinco 8. Estas son las líneas finales de su reflexión:
La democracia venezolana –desde Rómulo Betancourt hasta el segundo gobierno de Rafael Caldera-, con las limitaciones propias del contexto nacional e internacional, siempre fue progresista, una palabra que ahora nosotros usamos como insulto. Sean cuales fueren sus errores y sus fracasos, la justicia social fue un valor fundamental en ella, tanto como la libertad, el bienestar y la defensa de los derechos civiles… Se ha dicho que los venezolanos hemos resistido de una manera admirable, lo cual es verdad hasta cierto punto: que nos hemos opuesto sin tregua al incansable afán del Gobierno de aferrarse al poder. Pero si seguimos enarbolando valores imposibles en los tiempos que corren, si nos acomodamos a la imagen reaccionaria de nosotros que ha querido proyectar el opresor, si nos paralizamos por el dolor que nos ha causado esta tragedia, entonces realmente habremos perdido todo.
Bartolo y la tiranía en Venezuela
Es probable que Bartolo de Sassoferrato no sea uno de los pensadores más frecuentados en nuestros días. Lo que sí es seguro es que no lo es en España, donde ninguna de sus obras se encuentra en ediciones contemporáneas. Y, sin embargo, Bartolo ha sido uno de los intelectuales más influyentes en la historia del Occidente post-imperial. Fue leído por Petrarca, por supuesto, y aprovechado por Maquiavelo. Su pensamiento no resultó atractivo para los oráculos de la modernidad y tal vez solo en las escuelas de derecho su nombre sea recordado. Al fin y al cabo, es uno de los padres del derecho moderno, el mejor exponente del derecho romano y uno de los pilares en los cuales se posó el humanismo renacimental. Este último atributo fue el que me llevó a comentarlo, a lo largo de décadas, a mis estudiantes
de la Escuela de Bellas Artes Arturo Michelena, de Valencia, Venezuela, donde ocupaba la cátedra de Historia del Arte: Renacimiento y el Barroco. Lo leí en antologías de filosofía de la Edad Media y aprendí a apreciarlo gracias a los comentarios del profesor Skinner en su Fundamentos del pensamiento político moderno (FCE). Bartolo estuvo entre los primeros en enfrentar la situación política que suplantaría a la del medioevo. Observó con preocupación cómo el deterioro de los principados de Roma y del Sacro Imperio daban paso a pequeños señoríos en toda Italia con una preocupante deriva tiránica. En su Virtue Politics, el profesor Hankins se refiere ampliamente a Bartolo y nos revela la lista de grandes males que el gran jurista italiano reconocía en toda dictadura:
1) Eliminación de los líderes de la comunidad; 2) Destrucción de sus hombres más ilustres; 3) Abolición de la educación; 4) Prohibición de los partidos y asociaciones; 5) Uso del espionaje y la vigilancia; 6) Dividir a los ciudadanos; 7) Empobrecer a la ciudadanía; 8) Fomentar las guerras; 9) Organización de una guardia propia y el uso de mercenarios, y 10) Estimular el enfrentamiento entre las organizaciones civiles.
La revolución cubana se esmeró, hay que reconocerlo, y tuvo un indudable suceso poniendo en práctica los diez agravios de Bartolo de Sassoferrato. Modestamente, la revolución venezolana, su reflejo distorsionado, se ha empeñado, con sus respectivos guías isleños, en ponerse a la par. La idea de la tiranía perfecta, tal como la lograron los de Cuba, es el peor de los males sociales Si en algo se ha destacado la administración bolivariana en estos veinte años trágicos es el de acercarse a la idea. Sobre la tiranía también vale la pena recordar al estudioso discípulo de Leo Strauss, Allan Bloom, cuyo El colapso del pensamiento norteamericano fue un discutido best-seller a finales del XX:
La libertad del pensamiento no solo requiere, o, mejor dicho, no requiere particularmente la ausencia de presiones legales, como la probabilidad de un pensamiento distinto. Las tiranías más exitosas no son aquellas que hacen uso de la fuerza para asegurarse la uniformidad, sino aquella que elimina la conciencia de otras posibilidades, que hace aparecer como inconcebible la existencia de otras salidas, que descarta la percepción de algo “fuera de esto”. No es el sentimiento o el compromiso lo que hace libre al hombre, sino la capacidad de pensar y razonar. Los sentimientos son en gran parte convencionales. Las verdaderas diferencias provienen de la divergencia de pensamientos.
Por razones que no tengo que expresar, me he convertido en un apasionado estudioso del asunto de las tiranías. En esto no tengo nada de original. Ya Leopardi y Pessoa escribieron y publicaron ampliamente sobre el tema.
Milán, jueves 23 de enero de 2020
Un poema diario
The Academy of American Poets es una de las pocas academias que valen la pena. Dedicada a la difusión de la poesía escrita en Estados Unidos, mantiene una serie de actividades ejemplares. Una de ellas es Poem-a-Day, que consiste en publicar, vía Internet, un poema diferente todos los días, escogido por un editor que cambia todos los meses y tiene la libertad absoluta de publicar lo que considera justo. El de diciembre fue una poeta y profesora que dedicó los treinta días a igual número de autoras poco conocidas u olvidadas. Como Sara Teasdale, quien en una época fue muy difundida y hoy pocos la recuerdan a pesar de la calidad de no pocos de sus versos.
Olvídalo (let it be forgotten)
Olvídalo, como se olvida una flor
o el fuego que brillaba como oro;
olvídalo para siempre. El tiempo,
un buen amigo, a todos nos hará viejos.
Si alguien pregunta, di que lo olvidaste
hace mucho, mucho tiempo,
como una flor, el fuego o una silenciosa
huella en la nieve olvidada.
(En realidad, literalmente, sería “olvídate de eso”).
La melancolía existencial de Teasdale fue compartida por Edna Saint Vincent Millay y su sereno desgarramiento por Elizabeth Bishop. En el fondo, siempre, la inquietante experiencia de Emily Dickinson. Un cuarteto de voces femeninas no repetido en la poesía contemporánea en cualquier idioma. Teasdale nació, como T.S. Eliot, en San Luis Missouri, en 1884 (tres años antes que T.S.). Mantuvo relaciones amistosas, y tal vez amorosas, con Vachel Lindsay.
Se quitó la vida en 1933, dos años después del suicidio del grande y olvidado Vachel. Con Canciones de amor se ganó el Pulitzer. Una antología de su poesía fue traducida, con una suerte que desconozco, y publicada en Santiago de Chile en 2018. Al italiano ha sido traducida por Silvio Raffo, traductor, asimismo, de Dickinson y St. Vincent Millay. Raffo es mejor conocido por la adaptación al cine de su novela Voces de la piedra, dirigida por Eric. D. Howell.
La noche transfigurada
Buena hora (6.50 p.m.) en este invierno milanés para escuchar una de las partituras más estremecidas de finales del XIX. Ya hace poco más de un siglo que Arnold Schönberg, enamorado apasionadamente de Mathilde von Zemlinsky, quien más tarde sería su esposa, escribiera este wagneriano sexteto, Noche transfigurada (1899), basado en un poema de su amigo Richard Dehmel. Su desgarramiento, al menos el patetismo del desgarramiento, es desplazado por la nocturna belleza de sus acordes. De ser músico, es una de las cosas que me hubiese gustado escribir. ¡Ah, qué país el que perdimos! Uno en el cual un estudiante de bolsillos flacos, como yo, podía comprar, en una pequeña venta de discos de Valencia, en 1971, la versión del sexteto por el Nuevo Cuarteto de Viena para el sello Philips. Se canta lo que se pierde, decía mi maestro Machado.
Milán, viernes 24 de enero de 2020
Actualidad de la tiranía
Al parecer, no soy el único preocupado por el auge de la idea de la tiranía. Un conocido inversionista norteamericano piensa destinar una ingente suma al financiamiento de una educación universitaria que enfrente la deriva autoritaria de las sociedades occidentales. Sabe bien el filántropo que no es en las universidades, como Harvard y Princeton o el MIT, donde va a encontrar simpatía por su propuesta. La tiranía como modelo nunca ha sido más actual. El decálogo de Bartolo, su aplicación es una de las más queridas aspiraciones del actual presidente norteamericano. Uno de los tantos problemas de la tiranía es que puede ser de derecha o izquierda. Peor aún, se sabe de casos en los cuales la tiranía ha sido beneficiosa para el Estado. El caso de Pisístrato no es el único.
Alejandro Oliveros
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