Diario Literario
Diario literario 2020, diciembre (parte V), enero (parte I): Dürrenmatt; Jacobo Borges; miedo e ilusión
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Milán, domingo 27 de diciembre de 2020
Dürrenmatt
En los años dorados del teatro venezolano (’70, ’80 y los primeros ’90), cuando Caracas era sede de uno de los mejores festivales internacionales de teatro y contaba con grupos notables (Teatro Universitario UCV y UC, Nuevo Grupo, Ramón Zapata, Teatro Nacional, entre otros), y estupendos autores y directores (Rengifo, Uslar, Gramko, Schön, Chalbaud, Chocrón, Cabrujas, Santana,Trujillo, Pinto, Lerner, Paz y Mateos, Curiel, Moreno, Peterson, Gotta, Gil, Giménez, Rossell, Genet, Sánchez) y docenas de formidables actrices y actores, el escritor suizo de lengua alemana, Friedrich Dürrenmatt era más conocido por su dramaturgia, compleja, existencial, a momentos épica, y siempre vecina a los grandes temas de la filosofía. Por lo menos de dos de sus obras recuerdo las noticias de sus montajes en Venezuela: la brechtiana Rómulo el Grande, y la más chejoviana La visita. Hoy en día, se le conoce más, si es que se le conoce, como autor de novelas policíacas. Un género que, con su pluma, se desarrolló hasta convertirse en pretexto para la discusión de los grandes temas: el mal, la culpa, las limitaciones de la justicia, la dificultad para precisar al verdadero responsable del crimen, la prueba. Y asuntos no del todo policíacos: el desdoblamiento y la fragilidad del yo, la orfandad del hombre moderno ante la ausencia de los dioses, el exilio espiritual, la tierra baldía, los hombres huecos y así por el estilo, con preocupaciones que iban mucho más allá del “quién lo hizo”. En El juez y su verdugo (1950), de la cual me ocupe alguna vez en una reseña para la revista Prodavinci, se ocupa de cuestiones éticas de clara procedencia aristotélica o camusiana. Estos días últimos del año me han privilegiado con el hallazgo inesperado de otra de sus “policiales”: La promesa, en su edición italiana de Feltrinelli. Si no se ha leído al Dürrenmatt policíaco, este es el mejor libro para comenzar. Y precisamente porque se trata de un cuestionamiento del género, expuesto por uno de sus más altos representantes. En un diálogo de claras resonancias cervantescas, un excomandante de la policía, abogado además, le expone al protagonista, quien a su vez es un escritor de novelas de detective, las limitaciones que encuentra en la manera en la que los escritores, más pendientes de la estética que de la realidad, presentan la investigación. En una larga e improbable conversación, tan improbable como las de Sándor Márai, el funcionario le cuenta al escritor la lamentable historia de un brillante subalterno a quien el destino lo puso en la ingrata tarea de investigar, en uno de los pueblos de Suiza más tristes que cabe imaginar, la violación y muerte de una adolescente de catorce años.
Milán, lunes 28 de diciembre de 2020
Nevando desde la madrugada, más de veinte centímetros de nieve acumulada. Una de las más hermosas y prolongadas desde frecuento esta ciudad .A pesar de su latitud, no es Milán proclive a este fenómeno metereológico, así que siempre sorprende la visión de la blancura más pura mientras desciende en copos sobre la tierra. La música en Radio Classica contrasta con la euforia que producen las primeras nieves del día. En efecto, pocas arias más tristes que la escrita por Verdi para el cuarto acto de su Otelo, cuando Ofelia se encomienda a su Dios ante el trágico final que presiente. Son pocos minutos de intensidad devastadora. Que, en la voz de María Callas, son de una estremecida belleza. Mientras, la nieve sigue cayendo, y tengo cuarenta años menos, cuando jugaba con Constanza durante nuestro primer invierno en Nueva York.
Milán, miércoles 30 de diciembre de 2020
Jacobo Borges
Grato correo de Jacobo desde su forzado domicilio norteamericano. El admirado amigo es un lector consecuente de estos diarios, lo cual no deja de ser un privilegio tratándose de tan buen lector, una actividad no siempre atributo de los artistas plásticos. Conoció al reciente Premio Nobel Peter Handke en Alemania, hizo amistad con él, y el escritor lo reconoce en los varios libros que le dedicó. No es en lo único que Jacobo me recuerda a Anselm Kiefer, cuya frecuentación de la literatura y la poesía la ha expresado en su conmovedora iconografía dedicada a Ingeborg Bachman, la voz más espléndida de la poesía alemana de la segunda mitad del XX. A Jacobo lo conocí muy ligeramente, cuando se trasladaba a Valencia todas las semanas a ejercer la docencia en la escuela de artes plásticas “Arturo Michelena”, que dirigía Braulio Salazar. También frecuentaba la escuela de teatro “Ramón Zapata”, con cuyo director, Eduardo Moreno, realizaría, con el nombre de “Experimento No.1”, uno de los montajes más vanguardistas de aquellos años. Jacobo me escribe desde Nueva York, donde se encuentra atrapado desde el comienzo de la pandemia. Es un doble castigo estar encerrado en la nueva Urbe. Nueva York, con Roma, es una ciudad hecha para caminar (París es mejor verla desde un Mercedez descapotable). Pero lo que no ha podido disminuir el confinamiento es la actividad creadora del maestro venezolano. En las cuatro paredes de su apartamento, al lado de su inseparable Diana, sigue produciendo imágenes de inquietante belleza. Además, desde hace unos meses, lo cuento como colega escritor de diarios, algunos de los cuales ya hemos leído en las páginas de Prodavinci. A todos los que practicamos este humilde oficio de diaristas, nos lleva el pintor la no deleznable ventaja de ilustrar él mismo sus entradas. Y, en este caso, sí es verdad que una ilustración de Jacobo vale más que mil de estas descoloridas palabras.
Dürrenmatt
No es mucho lo que he podido adelantar de La promesa, la novela policíaca de Dürrenmatt (un de los tres no-Premios Nobel suizos) que leo en traducción al italiano. Pero lo suficiente para ver comprobada mis sospechas de que lo que comenzó con un tono humorístico, hasta donde pueden ser humoristas los escritores suizos (un autor de policiales que acepta una “cola” de un policía), iba directo hacia la tragedia. El protagonista de la historia, el comisario y abogado Matthäi, quien, al parecer, no tiene primer nombre, ha renunciado, a punto de tomar el avión, a un ventajoso cargo en el extranjero, ante la repentina convicción de que el que fuera encontrado culpable del horrible asesinato de una chica de catorce, no es el verdadero autor del crimen. Desoyendo los consejos de sus superiores, Matthäi, obligado a dejar el cuerpo policial, se dedica en forma privada a reabrir las investigaciones. Aislado, mal visto por las autoridades, víctima de su propia soledad, el excomisario convierte la pesquisa en la esencia de su vida. Cada vez más fragmentado, se da a grandes ingestas de alcohol y tabaco. Por curiosidad, acepta la sugerencia de consultar un psiquiatra, signo irrefutable del desorden mental que lo llevó a convertir en “idea fija”, obsesiva, lo que era una rutina. Desde la página ochenta y seis, a donde he podido llegar en estos días de nieve y compromisos familiares, siente uno que el destino del comisario, de manera irreversible, va cuesta abajo.
Más Pascal
En una de esas “correspondencias” de las que hablaba Baudelaire en el más envidiado de sus poemas, Il corriere della será ha escogido a Pascal para ofrecerles esta semana una selección de sus páginas en su colección filosófica. Tenía tiempo sin leer al pensador de Port-Royal, pero el azar ha movido sus invisibles cuerdas para proponerme, por segunda vez en varias semanas, una relectura del amado filósofo. El responsable de la edición es Alberto Peratoner, autor de extendidos estudios sobre Pascal quien, además de seleccionar las páginas más permanentes del pensador, complementa el volumen con un actualizado comentario introductorio.
Milán, viernes 1º de enero de 2020
Primer día de este año en el cual tenemos puestas todas expectativas para superar esta pesadillesca realidad de una pandemia. Comenzamos, no obstante, entre el miedo y la ilusión. La amenaza está lejos de ser superada, los días se viven, uno a uno, bajo el terror del contagio y la prioridad, como dice un querido amigo, es sobrevivir. Por lo menos, y no es poco en este contexto, hasta marzo cuando me corresponda la oportunidad de ser vacunado contra el escurridizo virus. Las ilusiones, como se sabe, son tercas y no pierdo las esperanzas de ver publicados algunos de mis proyectos. Y terminar otros, como El tiempo flota, mi nueva colección de poesías, o la traducción de Ricardo III, que seguiría a la de Julio César y sería complementada con la de Macbeth para publicar la trilogía bajo el título de Los riesgos de la corona. Sin embargo, todo está signado por la inseguridad de vivir en país cuyo gobierno es hostil a todo lo que represento. Mientras la genuflexión de los poetas y artistas es premiada holgadamente por la administración, al resto le corresponde la indiferencia o el acoso. El miedo se mantiene en estas primeras horas del año nuevo, pero las ilusiones también. Y de ilusiones ha vivido la poesía por lo menos desde Homero.
Alejandro Oliveros
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