Diario literario

Diario Literario 2020, diciembre (parte IV): Zweig & Montaigne, Yun Dong-ju, Pascal

27/12/2020

Stefan Zweig retratado por Franz Xaver Setzer. 1939

Milán, viernes 18 de diciembre de 2020

Zweig & Montaigne

Anoche, corta pero inquietante crisis de insomnio hacia las 2am provocada por las inseguridades de los tiempos más que por una etiología definida. Aprovecho para leer las treinta primeras páginas del Montaigne de Stefan Zweig, que quedara inconcluso por la profunda crisis que llevara al suicidio brasileño al prolífico autor austríaco. Los párrafos iniciales fueron escritos en este trágico contexto y se siente y conmueven. Zweig ve en el siglo del ensayista francés, el Siglo de Hierro de Cervantes, una premonición de las fracturas ocurridas en el XX, que terminarían con la insurgencia de totalitarismos multicolores que fueron responsables de los más espantosos genocidios. Zweig no los conoció en detalle, pero no era necesario. Su preocupación, como el buen humanista que siempre fue, era por el destino de los grandes valores de la civilización occidental. No exageraba cuando sentía el precipicio al final de aquella demencia neo-imperialista. Al final, a parar fuimos a esos abismos y, sin conciencia, vivimos allí desde  los últimos cincuenta años.

Todos conocemos a Zweig como autor de algunas de las biografías más populares. Algunas de ellas, como su Fouché podrían ser clásicos del género. Sirvió de modelo a no pocos de los mejores biógrafos del novecientos. Por lo menos hasta que este modo de biografiar fuera desplazado, por una parte, por estudiosos más dedicados y profesionales (Ellman, Painter, Byron, Greenblat, Sherry); y por la otra, por el sub-género de la “biografía novelada”, un híbrido que, las más de las veces, sólo contribuye a la confusión general. Cuando leí la estupenda “novela” de Antonio Scurati sobre Mussolini, no pude dejar de preguntarme hasta qué punto lo que dice se corresponde con los hechos. No obstante, siempre ha sido así desde que el gran Walter Scott inventara esta típica manifestación de la literatura romántica. Mis sanas dudas no hicieron sino profundizarse después de leer, en 1967, la edición castellana de A sangre fría, el influyente libro de Capote. Vendida como ficción, resultaba que allí nada era ficticio. Las cosas ocurrieron tal como se contaban en el libro, pero Capote insistía en que fueran leídas como ficción. El modelo de A sangre fría se convertiría, a finales del novecientos, en el modelo de incontables “ficciones verdaderas”. El caso de Zweig es menos ambicioso. Su aspiración es ofrecerle al lector los hechos más importantes de la existencia de sus biografiados de acuerdo a la documentación disponible. Para los casos de ficción -en su caso, sus ficciones  en general son mejores que sus biografías-, se limitaba a contar de la manera más convencional, que es la Fielding, Defoe o Balzac.

Milán, martes 22 de diciembre de 2020

Me preparo para lo que es lo más frecuente en Venezuela en estos tiempos indigentes, una Navidad afectivamente dispersa. Las dos queridas hermanas que me quedan de las cuatro, se encuentran en Madrid, y mi hermano, que dejó el país prematuramente en 1978, vive en Nueva York. Mientras, para una de mis prolongadas visitas a mi hija y nieto, me encuentro en esta ciudad italiana. La diáspora adquiere las más diversas formas. Mi historia es la del padre en busca de su hija; la de otros amigos, es la de los hijos que van a la búsqueda del padre, desterrado (es más preciso que exiliado) en algún distante punto del planeta. Al destierro se suman las incomodidades y peligro, que no son pocos en todo el mundo, de una pandemia que se resiste a retirarse e insiste en su devastadora difusión. Lo que se arriesga es no menos que la existencia en casos como el mío.

Retrato de Blaise Pascal. Autor desconocido. Siglo XVII

Milán, martes 22 de diciembre de 2020

Pensamientos

El único libro que tengo conmigo de Pascal en ese momento, lo encontré en un estante de libros usados que, para sus clientes, ofrecía gratis un supermercado cercano. No obstante, como en pocos casos, un solo libro del pensador francés es suficiente. Me refiero al volumen de los Pensées publicado por el Cercle du Bibliophile, una especie de Club del Libro dedicado a los clásicos. En su modesta presentación es una edición ejemplar. Limitado a la escritura de Pascal con algunas de su variantes principales, precedido por una oportuna introducción de Jean Stenmann. Lejos de las anotadas y eruditas ediciones que ahogan el texto de Pascal de manera lamentable, y sin llegar a la precariedad de ediciones como la de Losada en castellano que fue la primera que tuve en mis manos. Recuerdo muy bien la impresión que me produjo su lectura mientras cursaba, a los diecisiete, el primer año de Medicina. Fragmentos como el que sigue me parecían desconcertantes pero irrefutables. Y los asociaba con La peste camusiana, leída dos años antes (fue uno de los regalos de cumpleaños de mi padre, los otros dos, una pelota de basketball y una botella de Dom Perignon) Sin proponérmelo, ni explicármelo, coincidía con opiniones como las expuestas en  esta reflexión  de Pascal incluida en la Sección XV, “Transición del conocimiento del hombre hacia Dios” de sus Pensamientos:

Observando la ceguera y la miseria del hombre, contemplando el mudo universo del hombre desprovisto de luz, abandonado en este pequeño rincón del universo sin saber quién lo dejó allí, para qué ha venido y qué va a ser de él después de muerto, incapaz de conocer nada, me sentí aterrado, como un hombre que fuera llevado dormido a una isla (un “bosque”, en otra versión) espantosa y desierta, sin saber quién es ni dónde está, y sin medios para salir de allí. Y al observar a mi lado a otras personas, me sorprende que no se sientan desesperados ante una situación tan miserable.

Imagino que en estos días finales de un año marcado por el desamparo y la incertidumbre, no seré el único en opinar como el gran Blaise de Port Royal.

Milán, miercoles 23 de diciembre de 2020

Las noticias no son buenas un día antes de Navidad. La pandemia no se frena, antes bien se difunde con más intensidad que en los horribles meses de marzo y abril cuando creíamos que habíamos tocado el fondo oscuro. Las cifras demuestran que esta nueva manifestación de la plaga son las peores. Ningún país ha pagado tan caro este ataque viral como Italia. En sus comienzos habían sido las provincias del norte las más afectadas, ahora es más equitativo y alcanza todas las regiones. Sin embargo, a Lombardía, la región de la cual Milán es capital, nadie le quita el lamentable honor de ser la más perjudicada. No obstante, no todas las noticias son malas y, con dedicación admirable, los científicos han producido una vacuna eficaz contra la enfermedad. Todas las esperanzas de la raza están puestas en esta especie de antídoto contra la infección viral, la más escurridiza que uno puede imaginar.

Yun Dong-ju

Yun Dong-ju

TEMPESTAD 

Hay truenos y ve cómo caen los rayos;
sé que habrá una tempestad en una lejana
ciudad. Del cielo,  donde la tinta 

parece haberse derramado, cae la lluvia 

como dardos. Mi jardín, no más grande
que la palma dela mano, se ha convertido
en un lago de fango, y el viento gira
como un trompo. Los árboles apenas
resisten y yo ofrezco mi espíritu mientras
bebo un sorbo del cielo de Noe.

Milán, jueves 24 de diciembre 2020 

El autor de este texto imaginista es Yun Dong-ju, el “poeta que todos en Corea (del sur) han leído. Bajo el título de Viento azul, las editoras italianas han reparado el inexplicable descuido publicando una selección de sus poemas realizada por Eleonora Manzi, a partir de la cual traduje “Tempestad”, un texto que ilustra la fidelidad de Dong a los grandes temas de la lírica del Lejano Oriente: interpretación metafórica de la naturaleza, el paisaje como el escenario de la existencia y el hombre indisociable de ese infinito teatro. En el 2000, auspiciada por el gobierno coreano, apareció en España una antología de esta lírica admirable. La vida de Dong estuvo marcada por una deriva trágica que lo llevaría, seguramente asesinado, a morir en una cárcel japonesa en 1945 a los veintiocho años. No le perdonó la policía nipona, conocida por sus excesos, su rebeldía y públicas manifestaciones en contra de la ocupación de Corea por el Ejercito Imperial. Cielo, Viento, Estrellas y Poesía, fue como quiso el joven bardo, que se titulara la colección de sus poesías completas. El primero de los textos del libro es este “Poema prefacio”:

Para mirar el cielo al morir,
sin que la vergüenza me ponga
obstáculos, he padecido con el más leve
temblor de las hojas que acaricia
la brisa. Amaré lo que va muriendo,
cantando con todo el corazón
a las estrellas, y de este modo
caminaré por mi sendero hasta el final.
También esta noche el viento
estremece las estrellas.

Milán, jueves 24 de diciembre 2020 

Comienzo la Navidad de este año que hemos vivido peligrosamente escuchando la más bella música que se ha escrito para la alta ocasión. El Oratorio de Navidad lo escribió Bach en el siglo XVIII pero, como ocurre con el arte griego, es atemporal. Igual conmueve a ateos que creyentes. No puedo imaginarme cómo será escucharlo en vivo, con esos coros retumbando en una vieja iglesia gótica. En una de ellas, en Notre Dame de París, en Noche de Navidad, en Misa del Gallo, el gran Paul Claudel tuvo la revelación que lo llevó, de ser un dandy finisecular a ser el converso más influyente de la poesía francesa moderna. No recuerdo si estaba escuchando el Oratorio esa noche, pero ha debido ser así. En uno de los mejores, y más ignorados, poemas de su lengua cuenta y canta esa experiencia. La versión del Oratorio que prefiero entre tantas (Karajan et al) es la muy inspirada de Nikolas de Harnoncourt. La misma que escuchaba cuando la hija Constanza tenía la misma edad de su hijo Alessandro, de ocho años, que me acompaña en esta mañana lluviosa en la traumatizada pero nunca desanimada Milán, la misma ciudad que resurgió de las cenizas a las que la habían reducido los indiscriminados y bárbaros bombardeos aliados. Los estragos de las incursiones aéreas de los nazi en Londres fueron relativamente leves en comparación.

A mediodía en televisión el tradicional Concierto de Navidad desde la Scala con la formidable orquesta sinfónica de la casa. Un programa convencional ejecutado con precisión y entusiasmo. Una sensación que terminó disipándose al final, ante la ausencia de los aplausos en una sala dramáticamente vacía por razones sanitarias. Nunca como ahora he sentido la importancia, a nivel incluso musical no solamente existencial, del ruido de los aplausos. No me quiero imaginar cómo será en Viena para el Concierto de Fin de Año en una ocasión donde los asistentes participan activamente con sus aplausos dirigidos por el conductor de turno. El CV19 no sólo nos ha cambiado, es que lo ha cambiado todo. Confío, sin embargo, en que, pasada la pandemia, volvamos a ser los mismos de antes con nuestros dones y miserias. El temor es que seamos peores.

Dmitri Shostakovich retratado por Roger & Renate Rössing. 28 de julio de 1950

Milán, viernes 25 de diciembre de 2020. navidad 

Natale

Anoche, una de las mejores Navidades de mi vida gracias al empeño indeclinable de Constanza y la energía inagotable de Alessandro. Los mensajes de los amigos, dispersos por el mundo, complementaron una noche privilegiada en estos tiempos de indigencia. Entre mis regalos, una radio Auna, que me permitirá programar mis emisoras de música sin tener que depender de las limitaciones del celular. El tiempo aquí lluvioso; sin embargo, hoy en la mañana, no tan sombrío como ayer, cuando la enorme ciudad se cerró sobre sí misma como esperando un bombardeo o una invasión. Esta mañana, a pesar de la lluvia, la luz es grata y hasta un excéntrico pajarito se atreve a cantar su presencia en un pino cercano. Siempre hay, incluso entre los pájaros cantores, los que prefieren el frío a los rigores del calor.

En Radio Classique, el muy nostálgico, y hermoso como la materia de los buenos sueños, Valse No.2 de Shostakovich, una de las expresiones más lúcidas arte del resbaladizo espíritu eslavo; con su melancolía blanca, como las noches y la estepa. Dimitri captó y sintetizó en estos cuatro minutos de belleza el alma de su amada Rusia. Si hubiese que escoger sólo una obra para expresarla en toda su complejidad nada mejor que esta milagrosa y conmovedora partitura. 


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