Diario literario

Diario literario 2020, abril (parte IV)

25/04/2020

Brian Dennehy. Fotografía de The Huntington Theater Company | Susan Smith Company | dennehy_2_300 | Flickr

Caracas, sábado 18 de abril de 2020

La muerte de un actor

“A Titan of an actor” es como The Guardian titula su obituario de Brian Dennehy, el estupendo comediante, más conocido por las mediocres producciones de Hollywood que por su brillante desempeño en los teatros de Estados Unidos e Inglaterra, muerto ayer a los 81 años. Lo recuerdo en uno de los papeles que le aseguraron un lugar entre los grandes de las tablas anglosajonas de la segunda mitad del XX. Fue en una de las presentaciones de La muerte de un viajante en Broadway, a finales de 1999. Cuando me llegaron las invitaciones de mi hermano, Daniel Oliveros, para asistir a una de las funciones (“Llegas, vamos al teatro, cenamos en el Balthazar, donde tengo una magnum de Clape, al día siguiente te acompaño a visitar el Metropolitan y te regresas a Venezuela al otro día”), me extrañó la escogencia de un actor de apariencia tan ruda y física para interpretar al malhecho y “pobre diablo” Willy Loman. Después de asistir a la función, me costaba imaginar que el personaje pudiera ser representado por otro que no fuera Dennehy. La contundencia de la humanidad de Dennehy hacía más trágica la caída, mientras más fuerte es un árbol más conmueve cuando cae, que es lo que dijo el propio Arthur Miller: “Algunos piensan que Willy Loman debería ser un hombre pequeño, pero Brian es un tipo grande y mientras más grandes, más dura es su caída”. Y es lo que uno siente cuando se desploma este vendedor ambulante, metáfora de los sueños rotos de millones de hombres como él, incapaces de engranar en el mecanismo implacable del capitalismo inhumano (aunque aún no salvaje) de los años cincuenta.

Caracas, lunes 20 de abril de 2020

Julio César traducido

Le dedico varias horas de las mañanas a la traducción del Julio César shakesperiano, al final de la cuales me asiste la fatiga y ya no puedo traducir ni hello. He llegado a entender que no se traduce a Shakespeare, como al resto de los autores modernos, por páginas, sino por líneas, tal cual hacen los clasicistas con Homero. No creo que exagerara uno de los hermanos Schlegel, autor de las traducciones canónicas al alemán, cuando escribió a un amigo que en ocasiones le tomaba más de seis horas la traducción de una línea. El asunto es que Shakespeare llevó a límites imposibles la significación de las palabras de su idioma. Cada frase suya parece una liga de goma tan estirada que a cada momento amenaza con reventar. Ya el popularizado “To be or not to be that is the question” está escrito bajo esa tensión. 

¿Cómo traducirlo? En castellano han optado por el camino más corto, más bien un atajo, y lo han puesto casi siempre así: “Ser o no ser, ése es el problema”, que tal vez peque por un exceso de literalidad. Lo que se demandaba el príncipe era, en realidad, “Vivir o no vivir, ésa es la pregunta”. Como quiera que sea, en nuestro idioma carece de la tensa ansiedad del original. Y así es más del 70% de los versos del Bardo, sin olvidar que, aun irregulares, se trata de versos medidos, de pentámetros casi siempre yámbicos. Yo he optado por versos blanco de una longitud que varía línea a línea de acuerdo a mi respiración, que es la que presumo del eventual actor que quiera utilizar mi versión aún por terminar. Lo mismo con las imágenes, en cuya producción el Bardo es insuperable. Como cuando, a punto de ser apuñalado, sintiendo que uno de los asesinos se le ha acercado demasiado, Julio César   exclama:  “Wilt thou lift up Olympus?”, que literalmente es: “¿Quieres escalar el Olimpo?” César es tan grande como el monte de los dioses griegos. Tal vez no una imagen memorable, que debería serlo, pero que es una descripción, más precisa que todas las páginas de Suetonio y Plutarco, de la naturaleza psíquica del general romano. Allí están toda su arrogancia y su imprudencia. Una expresión de sus veladas pulsiones autodestructivas. Con menos inflazón habría descubierto fácilmente la intención de los traidores. Su arrogancia lo condujo a considerarse tan grande como el monte de los dioses, olvidando en el camino que el odio es más alto que la más alta montaña.

Carolin Emcke. Fotografía de Amrei-Marie | Wikimedia

Sub-diario de una plaga

Hablando de arrogancias, no puedo decir de otra manera la actitud de los países europeos ante la epidemia. La actitud recalcitrante de Holanda y la insana rigidez de Alemania, toda rigidez lo es, ante los pedidos de colaboración de otros países miembros es poco menos que deprimente. De nuevo, los germanos se han portado como los viejos caballeros teutones que invadían Rusia, causando estragos por diversión. Son los mismos, en el siglo pasado, de las dos guerras mundiales donde desplegaron toda su irracionalidad belicista. Goethe no se cansó de advertírselos, es en la luz mediterránea de esos países ribereños, que hoy se niegan a asistir, donde se puede encontrar la luminosidad espiritual para desviar el genio alemán de su deriva titánica. Y me gusta llamar “Síndrome de Goethe” a las manifestaciones de irracionalidad, como la que exhiben hoy en tiempo de indigencia, de los alemanes cada vez que padecen de amnesia ante las enseñanzas del autor de Fausto. El País, de Madrid, reprodujo ayer unas opiniones preocupantes, y a veces reveladoras, de la joven pensadora, compatriota de Goethe y de buena memoria, Carolin Emcke:

Por más que sea una crisis global, su impacto no afecta a todos de la misma manera. La pandemia es una tentación autoritaria que invita a la represión, a la vigilancia totalitaria basada en datos digitales, a la regresión nacionalista. O al cálculo darwiniano que le pone precio a la pérdida de los cuerpos más viejos, más débiles, menos entrenados. Va a resultar decisivo poder probar que serán la solidaridad y el cuidado mutuo los que triunfen sobre el virus y no el estado de excepción y de privación de la libertad.

-No veo cómo vamos a poder pagar la deuda moral y política que estamos asumiendo como alemanes, como europeos por no reaccionar con la necesaria solidaridad, con la necesaria humanidad. Implementan de mala gana una serie de instrumentos financieros para los países del sur en lugar de lanzar Coronabonos me parece una necedad mezquina e imperdonable.

-Mi mayor inquietud es que no aprendamos nada de la crisis, cuando nos  está demostrando, como si fuera un medio de contraste inyectado en un cuerpo, cuáles son los males que afectan a nuestra sociedad. Me preocupa sobre todo que el aprendizaje que estamos haciendo, doloroso y amargo, caiga en el olvido cuando todo haya pasado. Que reconstruyamos nuestras sociedades con las mismas injusticias, la misma inestabilidad.

Caracas, martes 21 de abril de 2020

Empatía y Shakespeare

Shakespeare ha sido una de las creaciones más permanentes del genio romántico. Nunca, ni siquiera en su tiempo, cuando fue uno de los grandes best-sellers teatrales, disfrutó de la aclamación crítica que le depararon los mejores ingenios del XIX. Si la Ilustración fue implacable con el dramaturgo de Strattford y produjo la crítica, no despojada de envidia, de hombres como Voltaire, el romanticismo lo consideró sin reservas como el dramaturgo más importante después de Sófocles. Shakespeare parece haber escrito teniendo, avant la lettre, a los jóvenes románticos en mente. El hipertrófico ego de sus protagonistas, su extendida sentimentalidad, la necrofilia, la altísima poesía y las capacidades empáticas de sus personajes. Esto último lo he vuelto a sentir mientras trabajo en la versión de su Julio César. Como se recuerda, uno de los episodios más violentos, en un teatro no ayuno de violencias como el de Shakespeare y sus colegas isabelinos, es el del asesinato del líder romano. No es que se tratase del más virtuoso de los hombres, pero la manera como el dramaturgo adaptó para la escena las descripciones de los historiadores siempre han generado rechazo por parte de su público, entre los cuales me encuentro. De esta manera, a medida que traducía las escenas que acercaban a Julio César a su muerte, sentí la absurda necesidad de advertirle, de ser más oportuno que los adivinos que quisieron advertirle. Quería decirle que se quedara en  casa, que yo conocía la obra y que sabía lo que iba a ocurrir si no permanecía en sus habitaciones, como se lo pidió Calpurnia. Aunque estaba seguro de que su arrogancia le impediría hacerle caso a alguien cuya única participación en el drama era el de ser su remoto traductor. No soy, por supuesto, el único que ha conocido esta formidable capacidad empática de Shakespeare. También mi hija Constanza, quien,  después de ver, en un receso en sus estudios del último año de Medicina, la versión protagonizada por Di Caprio de Romeo y Julieta, me diría: “Si hubiese sabido que, en esta versión, también morían los protagonistas, no voy”. Solidario con ella hasta el final, me negué a asistir a la producción de la Royal Shakespeare Company de la misma tragedia que  se presentara en Strattford on Avon mientras residía allí investigando para una tesis sobre las tragedias romanas del poeta. Me había enterado de que el final era el mismo.

Fotografía de Roberto Mata

Caracas, jueves 23 de abril de 2020

Día del idioma

Como un regalo de sorpresa, la amiga Marcella Filippi, desde Roma, me hace llegar su impecable traducción al castellano de “Objetos”, uno de los poemas que he incluido en la serie Exilios:

Con il trasferimento
abbiamo lasciato, senza porte
ni finestre,
gli oggetti in una scatola.

La maschera veneziana
di un lontano capodanno,
la gabbia con le su felci
e un gufo di porcellana.

Si lamentano nel loro silenzio,
e di notte sentiamo
la tristeza dei loro gesti;
un dialogo interrotto,
più preciso e più sincero.

Mi sono sempre sentito
dalla parte delle cose;
fin da lio primo libro,
intitolato Spazi,
nel quale ho cantato le loro gioie
e dispiaceri accanto a noi.

Quando giungerà il mio esilio
resteranno in casa,
ormai assorti e in silenzio,
gli oggetti in una scatola.

Como si fuera poco, el original castellano:

Con la mudanza
hemos dejado, sin puertas
ni ventanas,
los objetos en una caja.

la máscara veneciana
de un año nuevo lejano,
la jaula con sus helechos
y un búho de porcelana.

Se quejan en su silencio
y por la noche sentimos
la tristeza de sus gestos,
un diálogo interrumpido,
más preciso y más sincero.

Siempre me he sentido
de parte de las cosas;
desde mi primer libro,
llamado Espacios,
donde canto sus alegrías
y penas a nuestro lado.

Cuando me toque el exilio
Se quedarán en la casa,
Absorto ya y callados,
Los objetos en una caja.


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