Diario literario

Diario literario 2020, abril (parte I): Penderecki, sub-diario de una plaga, morcilla y poesía, toque de queda

04/04/2020

Krzysztof Penderecki. Fotografía de Akumiszcza | Wikimedia

Caracas, domingo 29 de marzo

Penderecki

Murió ayer, a sus ochenta y seis, el maestro Krzysztof Penderecki. Tengo como una de mis experiencias musicales más memorables haberlo visto en el Aula Magna de Caracas, dirigiendo su conmovedor Treno por los muertos de Hiroshima. Fue, creo, hacia mil novecientos sesenta y siete; cuando yo tenía diecinueve y él apenas treinta y cuatro, pero ya tenido como uno de los compositores más interesantes de la segunda mitad del XX. No fue su única visita a Venezuela, hasta donde sé. Me impresionó la apasionada entrega con la que dirigía, cómo se involucraba en su trabajo; olvidado del mundo, hasta convertirse en un instrumento más, una entrega que casi lo hace caer del podio en uno de los momentos más intensos de la partitura; del ethos del compositor al pathos del intérprete.

Después de dedicarle parte de la mañana a Rinaldo de Händel, basada, como tantas óperas de su tiempo y un poco más allá, en Jerusalén liberada, vuelvo a Penderecki para escuchar, por segunda vez en mi vida, su estremecido Treno. El melódico mundo de Händel me es necesario para compensar la disonante escritura del gran Penderecki, responsable de uno de mis encuentros musicales más permanentes.

Fray Luis de León

Caracas, lunes 30 de marzo de 2020

Sub-diario de una plaga

a) Las cifras de contagios y muertes desciende de nuevo en Italia. No es el caso de entusiasmarse de nuevo. El errático comportamiento del coronavirus nos debería animar a ser prudentes. Desde mi primer “Despacho” desde Milán, a finales de febrero, hasta hoy, al país del Dante le ha tocado asumir un treinta por ciento de contagios y bajas. Todavía, dicen los epidemiólogos, harán falta dos semanas para aventurar cualquier pronóstico. Mientras, en mala hora, España parece haberse convertido en el nuevo escenario donde el patógeno despliega su letal actividad. De este lado del océano, en los Estados Unidos, las autoridades, con razonable timidez, acercan al cuarto de millón el número de víctimas fatales que la epidemia dejará después de su recorrido por la Unión. Algo inimaginado, aunque sí imaginable, cuando recordamos que, durante la epidemia de 1918-20, fueron más de setecientos mil los muertos en una época en la cual la población total era poco más de cien millones, ahora pasan de los trescientos. En Venezuela, en tanto, la única información que tenemos es la desinformación.

b) Fray Luis y el retiro

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado;
dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado;
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso,
con solo Dios se acompasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.

c) Lo que, naturalmente, no mengua a nivel planetario es el miedo. No sólo el comprensible temor a una plaga que ha demostrado altamente sus capacidades de contagio, sino al azar que en buena medida determina el contagio. Así toda utopía de seguridad colapsa. Por unas de esas vueltas de la inescrutable Fortuna, llegó primero a Italia, entre los países europeos y la misma inquietante diosa pareciera escoger buena parte de sus víctimas.

d) Contemporáneo de Fray Luis, si bien menos dotado y estudioso, fue Baltasar del Alcázar. Soldado a las órdenes del primer marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán, el Gran Capitán vencedor del turco en Lepanto, fue Baltasar cortesano, burócrata y autor de una ingente cantidad de títulos. Su poesía, hoy en el olvido, tiene, sin embargo, algo no ajeno a los criterios de la modernidad. Como su antipretrarquismo y atracción por asuntos no necesariamente sublimes. Un prosaísmo crítico no lejano de los asuntos de Velázquez.

Sevillano también frecuentó el círculo intelectual del notable Francisco Pacheco, suegro, como se sabe, de Velázquez, y quien fuera el autor del único dibujo que se conserva de Baltasar, cuyas obras completas habría de publicar a raíz de la muerte del poeta. Los fragmentos que copio en este cuaderno pertenecen al poema “Cena jocosa”, recogido por James Fitzmaurice Kelly en su arbitrario y revelador Oxford Book of Spanish Verse (1913):

La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.

….

Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición;
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

Franco fue, Inés, ese toque
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
de este vinillo haloque.

¿De qué taberna se trajo?
mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.

Por Nuestro Señor que es mina
la taberna de Alcocer;
mas gran consuelo es tener
la taberna por vecina.

Si es o no invención moderna,
vive Dios, que no lo sé,
pero delicada fue
invención de la taberna.

Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voime contento.

……….

La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. O gran señora,
digna de veneración

¡Qué oronda viene y que bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

Caracas, martes 31 de marzo de 2020

Marzo. Sub-diario de una plaga

Llega a su fin este mes aciago, que para mí comenzó con mi cumpleaños en las vecindades de Cortina d’Ampezzo, en una atmósfera que presagiaba lo que iba a ocurrir poco después, a pesar de que todavía las restricciones no habían entrado en vigor. Me sorprendió que, tres días después, siguieran abiertos los aeropuertos y pudiera regresar a Venezuela el día cuatro. Cuando, mañana, comience abril, la situación no puede ser más diferente ni más dramática. En este marzo, en Italia han fallecido más de diez mil personas, algo que no era obvio imaginar a inicios del mes cuando celebraba con los míos haber llegado a los setenta y dos. Hoy lo que comenzó como una epidemia que parecía limitarse a ciertas regiones de Italia, se ha convertido en una pandemia de consecuencias imprevisibles. No es improbable que evolucione como la peor calamidad planetaria desde la desaparición de los dinosaurios. Y que sus efectos sobre la psique colectiva sean tan profundas como los que desencadenó la Reforma, un período de zozobra espiritual que alteró para siempre la manera que tenía Occidente de enfrentarse al misterio. Los que hasta 1517 habían sido miembros de la misma iglesia, a partir de ese año, creyendo en el mismo Dios, se dividieron en dos bandos que ensangrentaron durante un siglo el continente y produjeron una inseguridad que terminaría convertida, a nivel global y para siempre, en neurosis e histeria. La falta de una respuesta adecuada, la indefensión a la que nos vemos reducidos en este momento son heridas psíquicas de difícil superación. La mortandad, que a estos niveles planetarios la humanidad no había vivido en su larga historia, nos cambiará a nivel profundo para siempre. No somos los mismos, los que comenzamos este marzo de 2020, a los que hemos llegado a su fin. Nuestra situación actual recuerda a la de nuestro antepasado en la caverna, sometido a la oscuridad y acosado por el medio adverso. Nos toca actuar como él y procurarnos con urgencia los medios que nos permitan, como tribu, sobrevivir. Tenemos, una vez más, que descubrir el fuego e inventar las herramientas para someter a un enemigo no menos temible y devastador que la oscuridad ancestral.

Baltasar del Alcázar retratado por Francisco Pacheco

Caracas, miércoles 1 de abril

Poetas metafísicos y antimetafísicos

Una de las expresiones más afortunadas e influyentes es la que debemos al imponente doctor Samuel Johnson, el crítico británico más brillante del brillante siglo XVIII, cuando, al referirse a los líricos británicos del siglo anterior, entre ellos John Donne, los llamó “poetas metafísicos”. Se refería Johnson a la inclinación de estos vates a cantar asuntos no convencionales, donde la imaginación desplazaba la imitación y realismo de la estética neoclásica que siempre defendió. Una muestra es este difundido texto de John Donne en el cual la imaginación más libre prefigura la poética de la modernidad:

Ve y coge una estrella fugaz;
Fecunda la raíz de mandrágora;
díme dónde está el pasado
o quién hendió la pezuña del diablo,
enséñame a escuchar cómo canta la sirena,
a distanciar el aguijón de la envidia
y descubre cuál es el viento
que impulsa a una mente honesta…

En español, en el mismo siglo XVII de Donne, no fueron escasos los vates que, sin ninguna relación con sus colegas al otro lado del Canal, incursionaron en estos asunto meta-realistas. Quevedo y Sor Juana serían apenas dos de los más notables. Otro de ellos, ni tan notable ni tan conocido, fue Juan de la Cueva, quien tal vez nació en 1550, y acaso haya muerto en 1609. Fue, sin embargo, no poco difundido en su tiempo, lo que le valió una mención de Cervantes en su Galatea. Publicó generosamente en su natal Sevilla donde, como Baltasar del Alcázar, frecuentó el grupo de Francisco Pacheco. Vivió unos años en México y otros en Canarias para morir en la también andaluza Granada. Fue un hombre culto y reiterado lector de los clásicos, como da cuenta este soneto dedicado a Casio, operático y «metafísico»:

A Casio

Viendo contraria la feliz suerte,
arrebatado de impaciente ira,
con ceño horrible desdeñoso mira
Casio el puñal que a César dio muerte.

¿Permite el cielo (dice), oh, hado fuerte,
tanto como en mi daño se conspira?
Sea el asilo, pues, la ardiente pira
a quien el daño por venir no advierte.

Levantó el brazo (el corazón desnudo
de cobarde temor) el propio hierro
que despojo de vida al patrio amigo,

Y con un golpe el homicida pudo
vengar a César, castigar su yerro
y quedar libre de mayor castigo.

Como buena parte de la lírica que Johnson llamaría “metafísica”, la lectura del soneto de de la Cueva no deja de ser comprometida. Lejos estamos de la cristalina sintaxis, la transparencia conceptual de los poetas del Renacimiento que, en España, alcanzó su más acabada expresión, y tal vez en toda Europa, en la breve obra del efímero Garcilaso de la Vega:

Oh, dulces prendas, por mí mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía
Y con ella en mi muerte conjuradas.

Toda esta exquisita claridad desaparecería, desplazada por la crisis luterana y la respuesta de la contrarreforma. La inspirada ideología del Renacimiento habría de dar paso a la más violenta, retorcida y brillante ideología del Barroco. El trazo será menos nítido y será la hora de las grandes presiones sobre el idioma para lograr formas nuevas que hicieran oscuros los asuntos viejos. Uno no se imagina a Petrarca y sus seguidores refiriéndose a la mítica Tisbe convertida en “pastel” al que, a falta de espada, Píramo le hinca el “diente”, en el conocido texto del Barroco español, cuyos más finos ingenios harán del antipetrarquismo un dogma. Ya no ambrosías y frutillas del bosque, sino condumios tan prosaicos, a la par que sabrosos, como la misma morcilla que cantara Baltasar del Alcázar y que el gran Luis de Góngora menciona en su poema más difundido:

Ande yo caliente,
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequilla y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,

y ríase la gente…

Este ordinario Don Luis es el mismo al cual debemos Soledades, una de las expresiones más permanentes de la poesía europea de su tiempo:

Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa,
media luna las armas de su frente,
y el sol todos los rayos de su pelo,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas…

Pero ya el Renacimiento, con su concepción orgánica de la literatura y el arte, había quedado sepultado en las trincheras ensangrentadas por los cristianos en sus guerras religiosas. Con el Barroco que lo sucedió se sentaban las bases de la fragmentación moderna.

Caracas, jueves 2 de abril de 2020

Sub-diario de una epidemia

Si fuera creyente, como una vez lo fui pero, mucho me temo, he dejado de serlo, pasaría buena parte de la jornada orando, porque, parafraseando al maestro Heidegger, tengo la intuición de que sólo un milagro puede salvar a Venezuela de la catástrofe. Debo aclarar, sin embargo, que, en cuestiones religiosas, prefiero identificarme con la sabiduría de los napolitanos, los cuales, al decir de Sándor Márai, no creen en Dios, sólo creen en los milagros. Nos asomamos al día cada mañana asustados ante lo que ocurre en el extranjero, y aterrados ante lo que puede estar pasando entre nosotros, de lo cual no es mucho lo que conocemos. La desinformación sigue siendo la única información con la que cuenta una ensimismada población. Una actitud que contrasta con la hiperinformación que hallamos en la prensa europea y norteamericana. En España, la virosis se ha instalado con su carga de muerte que había sido conocida primero en Italia. Quisiera estar equivocado, pero todo parece indicar que no será de otra manera en la ancha geografía de los Estados Unidos. Me encontraba todavía en Milán, pocos días antes de la cuarentena, cuando escuché el noticiero donde el presidente norteamericano, superándose a sí mismo en su estupidez, aseguraba que cuando el patógeno llegara a su país, a mediados de abril, las temperaturas primaverales frenarían la difusión del coronavirus. Hoy ya son incontables los contagios en un país que, mal dirigido, no estaba preparado para el difícil viaje por una implacable plaga. Orar, por lo demás, bien entendida es una aconsejable práctica de catarsis.

Olga Tokarczuk. Fotografía de Harald Krichel | Wikimedia

Caracas, viernes 3 de abril de 2020

Sub-diario de una plaga

La situación de encierro radical a la que hemos sido reducidos ha resultado para muchos menos traumática, a nivel emocional, de lo esperado. Si para algo nos había preparado la trágica revolución bolivariana era para el aislamiento. La cuarentena no es para nosotros una experiencia ni inédita ni reciente. La conocemos desde hace algunos años. La veníamos padeciendo de antes. El estado de sitio es uno de los logros incuestionables del régimen. El toque de queda nos fue impuesto progresivamente y cada vez más drástico: no salir a la calle después de las 8 pm; después de las 6 pm; después de las 4 pm, hasta la llegada del coronavirus. Por la calle donde vivo ya no se veía un vehículo que se atreviera a circular en horas de la tarde. Este silencio de camposanto lo conocen mis ventanas lo suficiente como para extrañarse de la mudez actual. Decía Nuccio Ordine en una entrevista que, con la compañía de su perro y sus libros, no  sentía especialmente con el aislamiento, “Lo único que me hace falta verdaderamente son los amigos y salidas a algún restaurant”. Un par de sanas actividades que para nosotros, profesores universitarios, pertenecen a un remoto pasado pre-trágico. A los amigos no tenemos cómo atenderlos y encontrarnos en un restaurante es una eventualidad tan remota como una caminata matutina por los canales de Marte. Y llegamos a considerar algo normal la trágica situación de pasar años sin ver a los amigos queridos. No sólo de pan y vino se vive, decía un optimista, y es probable que sea cierto, pero ni siquiera el encuentro casual era obvio, tomando en cuenta que el hampa encargada de velar por el cumplimiento del toque de queda era infalible. «Estar en la calle» después del atardecer, la mejor hora para comenzar una conversación, podía resultar tan peligroso como el coronavirus, el único mal de esta cuarentena para el cual la revolución trágica no nos preparó. Leyendo el breve ensayo publicado hoy en Il corriere della sera, por la Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, siento con amargura la marginalidad a la cual Venezuela ha sido reducida: “Permanecemos encerrados en la casa, leemos libros y vemos las series de televisión, pero en realidad nos estamos preparando para la gran batalla por una nueva realidad que no estamos ni siquiera en grado de imaginar; estamos entendiendo con dificultad que nada será como antes”. Con el debido respeto, admirada Olga, pero es precisamente lo que quisiéramos los venezolanos, que nada sea como antes.


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